Artes

Mohamed Chukri

La felicidad (1994)

M'Sur
M'Sur
· 19 minutos
Mohamed Chukri (Granada, 1996) | © Ilya U. Topper

Chukri, dramaturgo

Mohamed Chukri tiene esa mirada que es difícil de sostener incluso cuando nos mira desde una fotografía. La mirada de un hombre que ha visto demasiado. La miseria en las calles de Tetuán, las cárceles colonialistas, los prostíbulos y las tabernas de Tánger, los muelles, las reyertas y el pan en manos de los demás. El pan desnudo.

El pan desnudo, título de su primera novela ―o casi autobiografía― escrita en 1972 fue la frase que dio fama mundial a este hombre, hijo de campesinos bereberes, niño de la calle, buscavidas y, desde que aprendió a leer a los veinte años, ávido devorador de libros. No sólo le hizo famoso. También ha marcado el ‘estilo Chukri’: una literatura de realismo social, de retratar sin misericordia ―pero siempre con ternura― la sociedad. La de Tánger, en este caso. Una mirada directa, sin velo, al alma marroquí. Chukri desmantela los tabúes ―fuertes aún en el mundo musulmán contemporáneo― del sexo y el alcohol, para sólo nombrar dos temas que provocaron rechazo en amplios círculos tradicionales.

Sin embargo, es rigurosamente falso lo que aún hoy se lee a veces en la prensa española: que los libros de Chukri estén prohibidos en Marruecos. En los escaparates de Tánger se amontonan desde hace años las obras de este autor atrevido, rebelde, anatemizado por muchos y admirado por otros. Desde luego, la ironía de la historia —y la hipocresía de la sociedad marroquí, a la que Chukri arranca algunas máscaras sagradas— ha querido que el libro que fundamentó la fama de este escritor, El pan desnudo, prácticamente no era accesible al público en su idioma original, el árabe, durante treinta años. Traducido a trece idiomas, ningún editor del mundo árabe se atrevió con este tomo. Pero mientras tanto, Chukri seguía publicando: El libro de relatos cortos El loco de la rosa ―que podríamos traducir también como Lo oculto de la rosa― recoge cuentos escritos en la década de los 70; en 1985 apareció la novela corta Zoco Chico, más tarde el ensayo Jean Genet en Tánger, homenaje a la amistad del escritor con el rebelde francés. En 1995, Chukri publicó el segundo tomo autobiográfico: Tiempo de errores, que le consagró definitivamente al vender 5.000 ejemplares en cinco semanas, todo un récord en un país en el que la mitad de la población no sabe leer.

Una década después de alcanzar fama mundial con El pan desnudo, Chukri pudo costear una edición particular en árabe, que se agotó en seguida. Sólo con el nuevo milenio, al tiempo que el autor lanzó Rostros, la tercera parte de su autobiografía, también su primera obra ha vuelto a las librerías y ya va por la sexta edición.

En 1971, Chukri escribió además una obra de teatro: La felicidad, publicado por primera vez en 1994. A continuación ofrecemos dos fragmentos de este drama de escasas ochenta páginas. Se trata de una obra que aún hoy sigue siendo vanguardista en muchos sentidos, y lo debió ser mucho más en el momento y el lugar en que fue escrita.

La ambientación del escenario es escasísima y se resume en una sola frase. Los personajes sólo se caracterizan por el tipo de ropa que llevan y que cambian con frecuencia de un momento a otro. El protagonista, Abid, un hombre del que sólo intuimos que tiene edad para ser padre de una chica adolescente y que pertenece a una clase social bien situada, no se moverá del escenario en toda la obra; ni siquiera se levanta: alrededor de él se mueven los personajes: una mujer, Leila, que adivinamos es su esposa, su hija Wasila, la amiga Amal ―prácticamente todos los caracteres importantes son femeninos―, canciones y voces anónimas al fondo…

La técnica del flashback se emplea varias veces en la obra para mostrar realidades distantes en el tiempo, sueños lejanos de la realidad. Y todo este entramado se encuadra en un tiempo futuro, imposible, en el que el orden mundial ha sido invertido, en el que los trabajadores se han convertido en los señores de la sociedad y se suicidan los empresarios faltos de obreros mientras que el gobierno intenta tomar desesperadamente medidas para combatir el abandono de las fábricas.

Esta irreal sensación de libertad ―el hombre se ha librado del yugo del trabajo, y ya sólo trabaja para matar el aburrimiento― se acompaña con otra dimensión, que en la sociedad marroquí ―y no menos en la nuestra― también puede chocar: la absoluta libertad sexual y emocional de la mujer, del hombre, de la pareja. La falta de celos que demuestran Abid o Wasila no es, sin embargo, una ciencia ficción: tiene su origen en la famosa revolución del sesenta y ocho que alcanzó también a la capa intelectual de Marruecos. Los bailes desnudos, el intercambio de parejas  que describe Wasila («sí, me acosté con él. ¿Qué otra cosa podría haber hecho con él?«) no son fantasías orientales sino se encuadran dentro de una libertad individual contraria a la represión social y tradicional: el fin supremo es la felicidad.

En este sentido, La felicidad es un drama rompedor. Lo sería aún hoy en España. Quizás convenga recordar que Marruecos, pese a lo que quisieran hacer creer algunos movimientos fundamentalistas, dista años luz de Arabia y escasos kilómetros de Europa. El propio nombre árabe del país, Magreb, significa Occidente, y el afán de libertad individual, sexual, emocional, de Abid, Leila, Wasila y los demás personajes, no es una copia de un modelo ‘occidental’ superpuesto sino la expresión propia de un pueblo cuyas referencias culturales se nutren, desde hace siglos o milenios, de sus vecinos de la cuenca mediterránea.

Una última palabra sobre el idioma. Chukri escribe toda su obra en árabe clásico, el vehículo de comunicación estándar escrito y leído en la totalidad de los países árabes que, sin embargo, no se habla en Marruecos (ni en ningún otro país). Una audacia tanto mayor para un escritor que no es nativo de este idioma: «Mi lengua es el bereber ―me explicó en una breve conversación personal―; «en las calles de Tetuán aprendí el español y, a la vez, el dialecto magrebí. El árabe clásico es mi cuarto idioma».

Esta elección del árabe clásico aún para obras ambientadas en los barrios bajos de Tánger es forzosa, ya que el magrebí jamás se escribe, y el tamazigh o bereber está justo dando sus primero pasos como lengua de expresión literaria (con Chukri como pionero: algunos breves diálogos de El pan desnudo están escritos en tamazigh rifeño). Conlleva, sin embargo, el que todos los diálogos sean una traducción de lo que realmente se pudo decir en la calle, algo que obviamente chirría en los relatos (de ahí que otros muchos autores marroquíes escojan el francés: la labor de trasponer el lenguaje es la misma).

Para un drama filosófico como La felicidad, el dilema se presenta a la inversa: se lee bien pero su puesta en escena plantea serios problemas: ¿mantener literalmente los diálogos a riesgo de que sólo una minoría de intelectuales entienda el texto? ¿traducir las frases más habituales a la lengua vernácula arriesgándose a desvirtuar la belleza del estilo de Chukri? La felicidad no es, por más de un motivo, una obra de fácil representación.

[Mediterráneo Sur ofrece dos fragmentos de La felicidad, drama en un sólo acto: el arranque y una parte central. Mohamed Chukri murió el 15 de noviembre de 2003; la indescifrable situación de sus derechos de autor —legados antes de morir a la Fundación Mohamed Chukri, que nunca fue establecida y reivindicados por diversos miembros de su familia— no permite solicitar un permiso de publicación]

 

[Ilya U. Topper (2001)]

La felicidad

 

·

Los muebles son valiosos. Sobre la mesa hay un teléfono, periódicos y revistas.

Abid      (lee un periódico. Delante de él pasa Wasila en un pijama corto y transparente. Camina despacio. Parece alegre. Canta perdida en sus pensamientos. Él alza la vista para mirarla): ¿Que hace Leila?

Wasila    (buscando en la estantería) Está en el baño. (Él vuelve a leer durante un momento).

Abid      (levantándose cerca de sus pies, ella está inclinada): Todavía hace mucho calor ¿verdad?

Wasila    (sin dirigirse hacia él) Sí. (Pausa). Hace mucho calor. (Pausa). ¿Todavía no has encontrado ningún anuncio?

Abid      Hasta ahora nada (Pausa). Muchas pequeñas empresas ya han ido a la quiebra ahora. (Pausa). ¡Pobres aquellos que aún no han conseguido hacerse ricos!

Wasila    Pero intentarán recuperar su valor.

Abid      Es su época. (Pausa). Las profecías de la «transformación del mundo» se han hecho verdad. (Ella sale. Entra Leila. Lleva un pijama del mismo color y corte que su hija. Es cortante y nerviosa. Él la mira desde abajo;  ella no repara en él. Él coge otro periódico. Ella busca en la estantería. Él lee).

Leila       (sin dirigirse a él): ¿Todavía no has encontrado nada?

Abid      (mirándola desde abajo): Todavía no.

Leila       (se acerca): ¿Cuánto has leído hasta ahora?

Abid      (señala, con tranquilidad, los periódicos ya revisados). Éstos.

Leila       (los recoge como sin querer y los roza con la mirada. Los hojea distraídamente): ¿Sólo?

Abid      Sólo.

Leila       Intenta leer más rápido.

Abid      También he leído algunos artículos sobre la dificultad de encontrar trabajadores y obreros.

Leila       Conocemos los motivos. (Pausa). ¿Qué dicen?

Abid      Los salarios de los obreros son más altos que los salarios de los profesores. Los salarios de los obreros son más altos que los salarios de los ingenieros. Eso es lo que dicen los periódicos, muy preocupados.

Leila       (tira sin cuidado los periódicos sobre la mesa): ¿Estos son los motivos?

Abid      Hay más cosas. Pero eso es lo más importante. (Pausa). La causa es que los capitalistas…

Leila       (le interrumpe): Deja de leer artículos e intenta encontrar un buen anuncio. Lo importante es ahora encontrar una excelente sirvienta y no conocer los motivos de encontrarla o no. (Él coge otro periódico. Ella sale. Entra Wasila, vestida con un maxi estrecho en las nalgas y abierto en los lados y delante).

Wasila    (le tiende un folio): Ésta es la solicitud. (Él lee. Ella mira al vacío. Se mueve ligeramente; su lengua se mueve alegre a un ritmo imaginario. Él la mira con un secreto amor. Saca el lápiz y hace unas correcciones momentáneas).

Abid      (le devuelve el folio). Muy bien. Un estilo brillante. Sólo hay algunos fallos de gramática.

Wasila  (sonríe) Sabes que siempre odiaba las clases de gramática. (Añade): Lo importante es que tenga algo que decir ¿no?

Abid      (sonríe) Es verdad. Tenías notas malas en Gramática. Pero en Redacción siempre fuiste excelente. (Ella sonríe. Él sonríe. Intercambian una mirada de alegría. Les oprime una fuerte sensación de atracción. Él coge un periódico para disimular su confusión. Ella sale despacio, conmovida, como soñando. Entra Leila vestida con una minifalda).

Leila       Voy a salir.
Abid      (mira sus piernas). Bien. (Pausa). Pregunta también a tus amigas.

Leila       Todas las familias que conocemos se enfrentan al mismo problema. Hasta los más acomodados saben ahora lo que significa la dificultad de encontrar una buena criada.
Abid      Lo sé. Pero siempre encuentran una buena criada antes que los que todavía no son ricos como ellos. (Pausa). ¡Pobres aquellos que aún no han conseguido hacerse ricos!

(…)

[Varias conversaciones más tarde, el escenario no ha cambiado. Continuamos con Abid en la misma habitación]

Momento de silencio

Wasila    Seguro que esta criada algún día se vuelve mala, igual que se han vuelto malos de carácter todos los trabajadores y obreros.

Abid      Pero los necesitamos de todas formas y como sea.

Wasila    Su clase pedía que alguien la dominara.

Abid      Ellos jamás han sido los señores. Esta época es la primera vez que ellos se han convertido en señores.

Wasila    No esperemos a Leila.

Abid      Han entrado con fuerza en la Historia en esta época.

Wasila    No esperemos a Leila.

Abid      Castigarán sin misericordia. Lo verás cuando llegue el tiempo. O los acontecimientos, como tú dices.

Wasila    Te he dicho que no esperemos a Leila.

Abid      Quizás esté ahora con Zina Blachi. (Añade:) O en cualquier parte.

Wasila    No está con Zina Blachi. Está en cualquier parte, como tú has dicho.

Abid      ¿La has visto?

Wasila    La he visto con ‘Abbas. (Pausa) Lo pasaban bien. (Pausa). Vestía un maxi blanco. (Pausa). Le gusta el color blanco. Quizás lo lleve adrede continuamente porque sabe que es mi color preferido. Ay, ¡qué celosa está de mí! Sus celos aún la van a matar. Nunca he visto una mujer tan loca como ella.

Abid      Es tu madre.

Wasila    Lo sé. Si no fuera mi madre, sus celos no tendrían ninguna importancia. Pero que sea mi madre, eso es… (él la interrumpe).

Abid      ¡Wasila! (Se miran mutuamente con amor).

Wasila    Vale. Le deseo toda la felicidad.

Abid      Eso está muy bien de tu parte. Yo también le deseo felicidad.

Wasila    Estaban montados en un coche descapotable. Un fantástico coche deportivo. (Pausa). Parecía guapa a su lado. Muy guapa. Es la primera vez que la veo así.

Abid      Tú también eres guapa.

Wasila    Hasta hoy nunca he sabido muy bien por qué está celosa de mí.

Abid      No se lo reproches. Es buena. No me siento en absoluto triste con ella. (Pausa). Cada uno de nosotros quiere al otro a su manera. Nos hemos hecho mutuamente felices hasta el límite. Nuestra felicidad se ha acabado sin que haya aparecido nuestro odio. (Intercambian una mirada de amor). ¿Estás triste?

Wasila    (Parece estar soñando). Que no. (Pausa). Me gustaría trabajar en esa agencia. Mi felicidad todavía no ha llegado.

Abid      Yo pienso que conseguirás este trabajo. Te deseo que seas feliz.

Wasila    Me gustaría. (Pausa).

Abid      ¿Te va a llegar el dinero que has cogido?

Wasila    (le mira desde abajo): Sí, me va a llegar, pero… (vacila).

Abid      Dime (se escucha el ruido de un coche; parece el mugido de un toro).

Wasila    Es la bocina de un coche. Iré a ver. (Sale ligera. Él coge otro periódico. Ella vuelve). No la esperemos para cenar. Se quedará toda la noche con ‘Abbas. (Pausa). ¿No te lo dije? (Pausa). Se ha vuelto a cambiar de ropa. Ahora lleva un vestido de noche blanco brillante. También se ha cambiado el peinado. (Pausa). También ‘Abbas se ha cambiado de ropa. (Pausa). Parecen dos novios el día de la boda.

Abid      Todo lo que le deseo es que sea feliz. (Pausa). Que se sienta feliz incluso si no lo vive. (Pausa). ¿Se le ve alegre?

Wasila    No lo sé. Estaba lejos. (Pausa). Es difícil distinguir cuando ella está alegre y cuándo está triste, incluso desde cerca.

Abid      ¿Te ha sonreído?

Wasila    Eso lo hace aún cuando no está feliz. (Pausa). Finge ante ella misma. (Tensa) Es complicada. ¿No es complicada? (Pausa). No le basta su felicidad. También se quiere apoderar de la felicidad de los demás.

Abid      No existe la felicidad completa. (Pausa). A veces la vivimos y otras es suficiente con que nos la imaginemos. (Pausa). ¿Quién vive una felicidad completa?

Wasila    Su felicidad la vuelve triste. (Pausa). Quizás estuviera llorando. Ahora recuerdo su sonrisa. Me pareció una sonrisa melancólica. (Se escucha una bocina de coche melodiosa). Karim.

Abid      Seguro que siente algo de felicidad. (Pausa). Si no sintiera alguna felicidad, ya se habría suicidado hace mucho.

Wasila    Lo sé. Pero su felicidad la vuelve triste, como te he dicho. Yo también la conozco.

Abid      A veces sólo se siente feliz cuando llora. Créeme. Yo la conozco bien. (La bocina melodiosa).

Wasila    Voy a salir. Ha esperado lo suficiente. Si no voy corriendo, él se va a ir.

Abid      Hasta luego.

              (Entra Amal. Ella trae revistas y periódicos. Las chicas se abrazan).

Amal      Karim te espera.

Wasila    ¿Con quién estaba?

Amal      Conmigo. (Pausa). Está un poco deprimido. No se siente feliz excepto cuando está contigo. (Wasila está confusa). Créeme.

Wasila    Te creo. Pero me da la impresión de que soy la última en hacerle feliz. Siempre hay alguien quien llega antes que yo para hacerle feliz.

Amal      A mí no me parece. Créeme. Fue él quien me dijo que está feliz contigo, sin que yo se lo preguntara.

              (La bocina melodiosa).

Wasila    (hablándose a sí misma) Ya voy bajando. (Se despide de los dos con una fugaz señal de la mano. Se para y los roza con una mirada inescrutable). Hasta luego. (Sale con una sonrisa oscura. Los otros dos intercambian una mirada de amor. Amal se sienta al lado de Abid).

Amal      Siempre me cuesta mucho conseguir que me crea.

Abid      Está más molesta estos días.

Amal      ¿Y Leila? (Se levanta y desaparece).

Abid      Se quedará la noche con ‘Abbas. (Pausa. Ella vuelve empujando un carrito con bebidas). ¿Y tú? ¿Dónde has dejado a Yamal?

Amal      Se ha ido con Mariana al cine. (Vierte la bebida en dos vasos). Él es todo cuerpo. Un cuerpo vivo. (Pausa). Ya no me descubre nada nuevo. (Pausa. Beben).

Abid      No se lo reproches. Todavía es inmaduro. (Pausa).

Amal      ¿Estás siguiendo todo lo que está pasando?

Abid      Muchas empresas han ido a la quiebra por la dificultad de encontrar trabajadores.

Amal      Vivimos una época en la que todo va a la quiebra.

Abid      El dueño de la empresa de vidrio ha metido fuego a su fábrica y se ha quemado dentro.

Amal      He escuchado que los estudiantes también se pelearán mañana.

Abid      Éstos también compiten para cavar las nuevas tumbas.

Amal      ¿Has escuchado lo del profesor que se incendió con petróleo en la plaza de la universidad?

Abid      He oído algo de eso. Eso era una protesta tonta ante los estudiantes que le estaban tranquilizando.

(Pausa)

Amal      ¿Qué hace Wasila estos días?

Abid      Está buscando trabajo en una agencia de viajes.

Amal      No sé por qué quiere trabajar.

Abid      Se está aburriendo. No soporta ver las caras de la misma gente más de una o dos veces. Se quiere distraer con los viajeros.

Amal      Entiendo.

Abid      Ahora la tristeza se ha apoderado de sus ojos. Yo la quiero mucho, como sabes. A mí me duele mucho verla triste.

Amal      Aún así, ella es más feliz que yo.

Abid      Es lo que tú crees.

Amal      Su tristeza es dulce.

Abid      Eso es verdad, pero es tristeza.

              (Pausa).

Amal      ¿Todavía no habéis encontrado ninguna criada?

Abid      Este es el problema. Encontrar una criada en la época de los trabajadores y obreros.

Amal      Trabajadores hay cantidad. Pero desprecian a los dueños del empleo. Basta con que uno de ellos trabaje dos o tres días para que pueda renunciar al trabajo durante el resto de la semana. Los salarios altos los han acostumbrado mal.

Abid      En la época del paro, ellos adoraban la palabra trabajo. Si uno encontraba un trabajo nuevo se quedaba toda la noche insomne por miedo de que el dueño del empleo lo rechazaría. Hoy es el empleador quien se queda insomne temiendo que no viene el trabajador. Les ha faltado tiempo para protestar y despreciar el trabajo y los salarios. De ellos decíamos: son el sudor del país. Bastaba con que encontrasen cualquier nuevo trabajo para que se precipitaran sobre él con entusiasmo y energía. No reflexionaban sobre las causas que hicieron que ellos fueran trabajadores y otros los dueños del trabajo. Competían por las horas extra. Trabajaban y trabajaban, contentos hasta la muerte. Y hoy están ahí, despreciando cuatro o cinco días de trabajo a la semana. Eran el sudor del país, pero hoy son la pereza del país. Sus cuerpos son demasiado cómodos y sus mentes se rebelen contra el trabajo.

Amal      Han aparecido bien ignorantes. Quieren este socialismo que los lleve, a ellos también, a la democracia liberal.

Abid      Este es el problema. Si todos son ignorantes impera el caos.

              (Pausa).

Amal      Ayer terminé de leer un relato sobre la vida de una familia que se suicidó entera al mismo tiempo con el gas. El marido, en paro, no encontraba trabajo durante tres meses. Ese fue el motivo del suicidio colectivo.

Abid      Estos tiempos de desesperanza y miseria ya sólo existen en los libros viejos. Hoy en día se suicidan los que poseen riquezas y no los desposeídos.

Amal      Es cierto. El autor de este relato era pobre. Creo que él también se suicidó, si no recuerdo mal.

Abid      La irrupción de la autobiografía en la literatura es uno de los defectos de la cultura de la época del paro. (Se miran con amor. Ambos beben). Admiro a quienes complican el mundo más de lo que ya lo está.

              (Silencio)

Amal      Quise venir a verte al mediodía.

Abid      Mejor que hayas venido ahora. (Se miran con amor). ¡Amal!

Amal      (le mira sonriendo) ¡Sí!

Abid      Estás guapísima.

Amal      (mira al vacío, alegre) En tus ojos.

Abid      Te aseguro que estás guapísima. Para mí y para otros. Seas como quieras.

Amal      Tal vez sólo quieras ayudarme.

Abid      Es la verdad. Eres guapa para todo el mundo.

Amal      (sonríe. Le mira con amor). Quizás porque no me arrepiento de nada.

Abid      Eso es verdad. Tú sabes cómo renovar tu juventud. (Ambos sonríen. Se desvanecen despacio en la oscuridad, amorosamente cerca. La luz se enciende con Abid leyendo una carta).

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© Herederos de Mohamed Chukri. |  Traducción del árabe: ©  Ilya U. Topper