Opinión

Para el vencedor, el botín

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

En los días posteriores a las recientes elecciones israelíes, Ya’ir Lapid, el máximo ganador, hizo saber que quería ser ministro de Asuntos Exteriores.

No es de extrañar. Es un pedazo de trabajo. No puedes perder, porque el ministro de Asuntos Exteriores no es responsable de nada. Todos los grandes desastres de relaciones exteriores siempre le llegan al primer ministro, que de todas formas es quien fija la política de exteriores. El ministro de Asuntos Exteriores viaja por todo el mundo, se aloja en hoteles de lujo con cocina gourmet, se toma fotografías en compañía de la realeza y presidentes, y aparece casi a diario en la televisión. Un auténtico paraíso.

Para alguien que declara públicamente que quiere llegar a ser primer ministro pronto, quizás en un año y medio, este puesto es muy provechoso. La gente te considera de los grandes del mundo. Tienes un aire de primer ministro.

Además, no se necesita experiencia. Esto es ideal para Lapid, quien llegó a la política hace menos de un año. Tiene todo lo que un ministro de Asuntos Exteriores necesita: buena apariencia y fotogenia. Después de todo, ha desarrollado su carrera en la televisión.

Lapid tiene todo lo que un ministro de Exteriores necesita: buena apariencia y fotogenia

Entonces, ¿por qué no ha llegado a ministro de Asuntos Exteriores? ¿Por qué se ha dejado arrastrar al ministerio de Finanzas, que es un trabajo mucho más agotador que puede encumbrar o destruir a un político?

Simplemente porque el ministerio de Asuntos Exteriores tiene un gran cartel colgado en la puerta: ocupado.

El último ministro de Asuntos Exteriores, Avigdor Lieberman, era probablemente la persona menos adecuada de todo el país para el trabajo. No es un adonis. Tiene un cierto aire de brutalidad, ojos furtivos y escaso vocabulario. No es popular en ninguna parte excepto en Rusia y sus estados satélites. La mayoría de sus colegas internacionales lo han evitado. Muchos de ellos lo consideran un absoluto fascista.

Pero Netanyahu tiene miedo de Lieberman. Sin los fieles seguidores de Lieberman en el parlamento, el Likud solo tiene veinte escaños, tan solo uno más que Lapid. Y dentro de su partido unificado, Lieberman podría remplazar a Netanyahu en un futuro no muy lejano.

Lieberman se ha visto obligado a abandonar el puesto de Asuntos Exteriores por una ley que prohíbe que una persona imputada pueda servir en el gobierno. Desde hace muchos años, una oscura nube judicial se cierne sobre su cabeza. Se realizaron investigaciones a raíz de sospechas de enormes sobornos. Al final, el fiscal general decidió contentarse con una acusación de fraude y abuso de confianza: un diplomático de menor rango entregó a Lieberman un informe policial secreto relativo a su investigación y después se le adjudicó una embajada.

El miedo de Netanyahu a Lieberman lo ha llevado a prometer que el puesto de ministro de Asuntos Exteriores quedaría vacío hasta la sentencia definitiva del caso de Lieberman. Si es absuelto, su noble posición lo estará esperando.

“¡Todo el mundo sabe que el ministerio de  Exteriores pertenece al partido Israel Beitenu!”

Este es quizá un acuerdo único. Después de frenar la ambición de Lapid de ser su sucesor, Lieberman ha declarado triunfantemente esta semana: “¡Todo el mundo sabe que el ministerio de Asuntos Exteriores pertenece al partido Israel Beitenu!”

Esa es una declaración interesante. Quizás valga la pena considerar sus implicaciones.

¿Cómo puede ningún cargo del gobierno “pertenecer” a un partido?

En tiempos feudales, el rey adjudicaba a sus nobles feudos hereditarios. Cada noble era un rey de menor categoría en su dominio, debiendo lealtad al soberano en teoría, pero en la práctica era a menudo casi independiente. ¿Son los ministerios modernos esos feudos que “pertenecen” a los jefes de partido?

Es una cuestión de principios. Se supone que los ministerios sirven al país y sus ciudadanos. En teoría, se debería nombrar al hombre o mujer más apropiado para el trabajo. La afiliación a un partido, por supuesto, no desempeña ningún papel. El primer ministro debe construir una coalición que funcione. Pero la principal consideración, incluso en una república democrática multipartidista, debería ser la idoneidad del candidato para el cargo en particular.

Desgraciadamente, rara vez es lo que ocurre. Aunque ningún primer ministro electo debería llegar al extremo de Ehud Barak, quien demostró un placer casi sádico al colocar a cada uno de sus colegas en el ministerio para el que eran menos apropiados. Shlomo Ben-Ami, un amable profesor de historia, acabó en el ministerio de Policía (también conocido como Seguridad Interior), donde fue responsable de un incidente en el que varios ciudadanos árabes murieron a tiros. Yossi Beilin, un genio rebosante de originales ideas políticas, fue enviado al ministerio de Justicia. Y así otros más.

Recuerdo haberme encontrado con bastantes de los nuevos ministros en una recepción diplomática poco después. Todos estaban profundamente resentidos y sus comentarios eran, por supuesto, impublicables.

Pero eso no viene al caso. Lo que sí viene al caso es que, al nombrar ministros poco apropiados para las tareas que se les encomiendan, Barak dañó gravemente los intereses del estado. No confías tu cuerpo a un cirujano que en realidad es un abogado, no confías tu dinero a un banquero que en realidad es un biólogo.

Aún así, la idea de tener derecho a algo en la política planeaba sobre todo el proceso de formación del gabinete. La concesión de ministerios se parece más de cerca a una disputa entre ladrones sobre el botín que un proceso responsable de tripular con los hombres o mujeres adecuados los ministerios que serán responsables de la seguridad y el bienestar de la nación.

La pelea que paralizó la formación del nuevo gobierno durante unos días cruciales fue la del ministerio de Educación. Lapid lo quería para su número dos, un rabino ortodoxo (aunque moderado). El ministro en aquel momento, Gideon Sa’ar, se aferró desesperadamente al cargo, organizando peticiones a su favor entre profesores, alcaldes y no sé qué más.

En la Edad Media se habría luchado con lanzas; hoy, ambas partes usaron el chantaje político

Podría haber sido una lucha legítima si hubiera sido sobre cuestiones de educación. Por ejemplo, Sa’ar, un miembro del Likud fanático, ha enviado a los alumnos a lugares religiosos y nacionalistas del Gran Eretz Israel, para que se empapen del fervor patriótico verdadero. También está más absorto en que sus alumnos superen tests internacionales de competencia que en la educación en sí misma.

Pero nadie habló de estos temas. Fue una simple lucha por el derecho a la titularidad. En la Edad Media se habría luchado con lanzas en un torneo. En estos días civilizados, ambas partes usaron el chantaje político. Ganó Lapid.

No soy un gran admirador de Tzipi Livni y su imagen de niña consentida. Pero estoy contenta por su nombramiento como ministra de Justicia.

Sus últimos dos predecesores estaban decididos a destruir el Tribunal Supremo y poner fin al “activismo judicial”. (Esto parece ser un problema en muchos países hoy en día. Los gobiernos quieren abolir el poder del tribunal para anular leyes antidemocráticas.) Podemos confiar en que Tzipi refuerce el Tribunal Supremo, visto por mucho como “el último bastión de la democracia israelí”.

Mucho más problemático es el nombramiento de Moshe Ya’alon como ministro de Defensa. Heredó el trabajo porque simplemente no hay nadie que pueda ser nombrado en su lugar. Los israelíes se toman en serio su defensa, y no puedes nombrar, por ejemplo, un ginecólogo para el puesto.

Los israelíes se toman en serio Defensa y no puedes nombrar un ginecólogo para el puesto

“Bogy”, como todo el mundo lo llama, es un antiguo jefe de personal del ejército, pero uno bastante mediocre. De hecho, cuando terminó los tres años básicos del puesto, el primer ministro Ariel Sharon se negó a otorgarle el cuarto año casi automático. Bogy estaba resentido y se quejó de que siempre tenía que llevar botas altas por las muchas víboras que había en el ministerio de Defensa y el estado mayor. Quizá las vuelva a necesitar otra vez.

Muchos de sus detractores lo llaman “bock”, término alemán y yídish para cabra, en referencia a su falta de inteligencia. Es un militarista extremo, que ve todos los problemas a través de la mira de su fusil. Puede estar seguro de la lealtad del extenso ejército israelí de exgenerales (o “degenerales” como yo los llamo).

El nombramiento más problemático de todos ha sido la elección de Uri Ariel para el puesto crucial de ministro de Vivienda.

Uri Ariel es el archicolono. Fue el fundador de un asentamiento, líder de la organización de colonos, el responsable oficial de asentamientos del ministerio de Defensa. También fue director del Keren Kayemet (Fondo Nacional Judío), un arma primordial de la iniciativa de los asentamientos. Entró en la Knéset cuando Rehavam Ze’evi, el líder de la extrema-extrema derecha, fue asesinado por un escuadrón de la muerte palestino.

Dar este ministerio a tal personaje significa que la mayoría de sus recursos serán para la frenética expansión de los asentamientos, siendo cada uno de ellos un paso más hacia la destrucción de la paz. Aún así Lapid apoyó este nombramiento con toda su reciente influencia política, como parte de su unión de “hermandad” con Naftali Bennett, el nuevo padrino del movimiento colono.

El partido de Bennett también ha ganado el importantísimo comité de finanzas de la Knéset, que es tan necesario para hacer llegar los fondos a los asentamientos. Esto significa que los colonos han conseguido un control completo del estado.

La gran victoria de Lapid  puede todavía revelarse como el mayor desastre para Israel

La gran victoria de Lapid en las elecciones puede todavía revelarse como el mayor desastre para Israel.

El pacto de hermandad entre Lapid y Bennet posibilitó que chantajearan al pobre Netanyahu y que consiguieran (casi) todo lo que anhelaban. Excepto el ministerio de Asuntos Exteriores.

¿Cómo será Lapid como ministro de Finanzas? Es difícil decirlo. Ya que carece completamente de cualquier conocimiento o experiencia económicos, tendrá que depender del primer ministro por arriba, y de la burocracia del ministerio por abajo. Los trabajadores de Hacienda son unos tipos duros, con una perspectiva plenamente neoliberal. El propio Lapid se une a esta creencia, llamada por muchos israelíes “capitalismo cochino” (término inventado por Shimon Peres).

Una de las principales promesas electorales de Lapid era poner fin a la antigua política, considerada responsable de los males y fealdades de nuestra vida política hasta ahora. En su lugar, dijo, estará la nueva política, una era de brillante honradez y transparencia, encarnada por líderes desinteresados y patrióticos, como los miembros de su nuevo partido.

Por algo llamó a su partido “Hay un futuro”.

Bueno, el futuro ha llegado y se parece sospechosamente al pasado. De hecho, la nueva política se parece muchísimo a la antigua política.

Muy, muy antigua. Incluso los romanos parece que dijeron: “¡Para el vencedor, el botín!” Pero bueno, Ya’ir Lapid no habla latín.