Reportaje

La próxima fractura de Iraq

Karlos Zurutuza
Karlos Zurutuza
· 15 minutos

«Maliki a la cárcel», «Irán fuera del país», «Abajo el régimen»… Tras el rezo multitudinario del viernes se corean soflamas y consignas antigubernamentales en la plaza Ahrar, en el centro de Mosul. Ondean banderas iraquíes tanto actuales como las de la era de Sadam Husein. Los mismos eslóganes pueden leerse en enormes pancartas que cuelgan desde un edificio en construcción junto a la plaza.

No es fácil llegar hasta allí. Vehículos blindados y miles de soldados embozados en pasamontañas negros controlan la entrada a Mosul, a 350 km al noroeste de Bagdad. Si bien se trata de una imagen recurrente en el Iraq post-Sadam, hoy no son tropas americanas sino iraquíes las que filtran el acceso a la segunda ciudad del país.

«Nos requisan tiendas, mantas, esterillas… hasta nuestras alfombras de oración»

Durante milenios, medas, escitas, turcos y árabes, entre otros, han construido y destruido este punto estratégico en la Ruta de la Seda -Mosul significa ‘ciudad de enlace’-. Pero Mosul ha pasado los últimos diez años atrapada en el fuego cruzado entre islamistas, insurgentes y ocupantes. Los cambios han sido dramáticos y la capital de la región de Nínive es hoy escenario de las mayores manifestaciones antigubernamentales desde 2003. Las escenas se repiten en Anbar y Saladino, junto con Nínive las regiones de Iraq en las que los árabes suníes son mayoría. Cada viernes -día festivo musulmán- las protestas alcanzan su punto álgido.

«La policía federal sella los puentes sobre el Tigris y cachea concienzudamente aquellos que llegan hasta la plaza», explica Ghanem Alabed, coordinador de las protestas en Mosul. «Nos requisan tiendas, mantas, esterillas… Tenemos que rezar sobre el suelo porque nos quitan hasta nuestras pequeñas alfombras de oración. Hacen lo imposible para que el campamento no sea estable pero, aún así, dormimos en la plaza cada noche». El viernes pasado llegaron a juntarse entre 15 y 20.000 personas, afirma.

Primeros disparos

Normalmente, las cosas transcurren con calma. No siempre. “Somos conscientes de que Bagdad busca una respuesta violenta para criminalizar y deslegitimar nuestra protesta, por lo que intentamos mantenernos al margen de las provocaciones. Pero el pasado 8 de marzo mataron a tiros al compañero Mahmud Saleh y varios manifestantes resultaron heridos. Ese fue el tercer incidente violento desde el comienzo de las protestas”, relata el activista.

Entre los numerosos testigos se encontraba el doctor Ghanim Sabawi. «Ocurrió tras el rezo del viernes. Tuvimos que atender a los heridos en la plaza porque la policía impedía a las ambulancias evacuar a los heridos», recuerda este médico que dice poder compaginar profesión y reivindicación y que duerme en la plaza casi todos los días de la semana.

Salem Jubury, portavoz de las protestas, califica los incidentes del 8 de marzo como «provocaciones a manos de las Fuerzas de Seguridad para criminalizar las protestas». «El Gobierno ha perdido popularidad y su única defensa es el ataque», asegura Jubury. «Empezamos el pasado diciembre con demandas muy simples y, con el tiempo, se están convirtiendo también en políticas».

Lo que piden es sencillo: “Agua, electricidad, trabajo… Pero también protestamos por la discriminación que estamos sufriendo los suníes de Iraq a manos del régimen chií. Nos tratan como ciudadanos de segunda, incluidos nuestros representantes políticos”, asegura el activista. Quizás el miedo empezase a calar en la población tras las dos condenas a muerte impuestas a Tarik Hashemi, líder de la coalición que englobaba el voto suní y vicepresidente del país hasta diciembre de 2011, hoy refugiado en Ankara. «Los suníes en Iraq solo somos mayoría en las prisiones», manifiesta el gobernador de la nororiental provincia de Anbar, Mohammad Qasim Abid.

Atheel Nujaifi, gobernador de la región y líder del la Lista Iraqiya -la coalición política laica pero que concentra el voto suní en Iraq, en la oposición – es otro de los ilustres habituales en las protestas de Mosul. «Además de las demandas más básicas como el agua, la electricidad y el empleo, la gente denuncia los abusos a los que nos vemos sometidos por el desequilibrio de fuerzas en el poder de Bagdad», confirma este prominente disidente al que el primer ministro, Nuri Al-Maliki, ha intentado retirar de su puesto en varias ocasiones. No en vano, el suyo es un mensaje sencillo a la par que contundente: «El Gobierno en Bagdad ha de caer, no hay otra opción para el país».

El poder de Irán

¿No es una contradicción el que un alto cargo político nacional apoye las protestas? No, cree Nujaifi: “Hay una evidente falta de equilibrio en el poder tras la invasión en 2003. Son reivindicaciones completamente legítimas y se están llevando a cabo de forma pacífica”, subraya.

«Quien manda hoy en Iraq es Irán. Bagdad está en manos de los persas»

Alabed, uno de los rostros más visibles de las protestas, ha recibido tanto amenazas como intentos de soborno por parte de Bagdad. Asegura no ser el único: «¿Ves aquellos hombres en el tejado de ese edificio?», dice Alabed señalando uno de los edificios anexos. «Son policías y se pasan el día haciendo fotos de los manifestantes para identificarles».

Pero es casi misión imposible. Hay decenas de miles de niños y ancianos; desempleados, asalariados, políticos prominentes y líderes tribales. El jeque Safed Maula es uno de estos últimos. «Quien manda hoy en Iraq es Irán. Bagdad está en manos de los safávidas -nombre con el que se designa a los chíes persas- y los suníes estamos sometidos a una marginación sistemática», denuncia este líder de clan tocado con un turbante rojo.

No es un sentimiento nacionalista sino sobre todo una rebelión ante las injusticias sufridas, subraya Alabed: “Mujeres y niños son encarcelados sin cargos. Esta niña que ve aquí se llama Diyar -muestra una foto en el teléfono- , tiene siete años y fue arrestada junto con su madre y su abuela. Llevan dos años en prisión sin haber sido acusadas de nada. Sabemos que han llegado a colgar a la madre del techo y la han torturado delante de su hija. Muchas de las mujeres que se suman a las protestas hablan de compañeras en la cárcel que han sido violadas y han quedado embarazadas. También se arresta a mucha gente inocente porque a quien se busca realmente es a sus familiares. Cuando van a visitarles a prisión no vuelven a salir”, denuncia.

«Se arresta a mucha gente inocente porque a quien se busca realmente es a sus familiares»

Las protestas contra el Gobierno empezaron a tomar cuerpo en diciembre de 2012, tras el arresto de los guardaespaldas de Rafie Issawi, prominente líder suní en el Ejecutivo. El 25 de enero, unos soldados mataron a tiros a nueve manifestantes, al abrir fuego sobre una marcha de protesta en Faluya, 60 kilómetros al oeste de Bagdad. También hubo manifestaciones en Ramadi, a 110 km al oeste de la capital. Nuri Al-Maliki habló de la mano de «agentes extranjeros» y, al igual que Asad en Siria, trató de «aislar el virus». Con ese fin se cerraron las fronteras con Siria y Jordania, limítrofes con las regiones suníes, y se bloqueó el acceso a la prensa.  Las imágenes de las manifestaciones ahora llegan como las de la vecina Siria: en vídeos grabados desde teléfonos móviles y colocados en el canal de vídeo en red Youtube.

Ali Aldevoashi, editor jefe del diario Iraqyoon -«Iraquíes»- denuncia el acoso que sufren él y sus colegas a la hora de realizar su trabajo: «La policía requisa nuestras cámaras a la vez que arresta y hostiga a los informadores», asegura Aldevoashi, recordando que la suya sigue siendo una de las ciudades más peligrosas de Iraq para los informadores. 43 periodistas han perdido la vida en Mosul desde la invasión en 2003.

Alabed lamenta que prácticamente ningún medio extranjero haya cubierto las protestas de Mosul. Rechaza de plano que haya apoyo foráneo. “El año pasado hice la peregrinación a La Meca y allí, un saudí me dijo que amaba a los suníes de Iraq. Le dije que era un mentiroso, que fueron ellos, junto con Kuwait y Qatar, los que apoyaron a Estados Unidos durante la invasión en 2003. Para nosotros resulta una paradoja muy triste escuchar que los mismos que participaron en la invasión y destrucción del país nos estén hoy apoyando”, señala.

El contagio de Siria

Nadie niega que la guerra de Siria influya en el desarrollo de la crisis, que no deja de formar parte una pieza de un rompecabezas geopolítico. “No podemos aceptar que nuestro Gobierno, un títere de Teherán, apoye a Bashar Asad, porque esto no hace más que espolear la división sectaria entre chiíes y suníes. Lo que no acabamos de entender es cómo dos países antagonistas como Estados Unidos e Irán pusieron a un régimen como el actual en el poder”, se cuestiona Alabed.

También lo denuncia Atheel Nujayfi. “No estamos de acuerdo con la ayuda que Bagdad está proporcionando al régimen sirio. No tenemos ninguna objeción respecto a cualquier tipo de apoyo económico pero rechazamos enérgicamente contribuir a que Asad mate a su pueblo”, declara.

 «Estados Unidos convirtió Mosul en un campo de batalla en 2004 para combatir a Al Qaeda»

Por otra parte aleja la idea de una asociación con yihadistas radicales como los que se aliaron con los rebeldes en Siria y desmiente que Mosul sea un refugio seguro para grupúsculos extremistas. “Si bien la seguridad ha mejorado notablemente en los últimos años, todavía quedan grupos armados operando en nuestra zona, principalmente milicias respaldadas por Irán”, expone. “Después de la invasión en 2003, Siria e Irán apoyaron algunas células de Al Qaeda en las zonas de mayoría suní para evitar una reestructuración de la sociedad civil local. Así las cosas, no es sorprendente que la mayoría de los ataques en ese momento se realizaran en las regiones suníes para echarnos la culpa a nosotros después. Los estadounidenses también contribuyeron convirtiendo la zona en un campo de batalla en 2004. Se ordenó a la policía local de la ciudad que salieran y nos dejaron en manos de Al Qaeda para poder combatirlos aquí”, denuncia.

Eso sí, admite que Mosul, a diferencia de otras regiones suníes, se negó a unirse al programa de los Consejos del Despertar, una milicia local suní respaldada por Estados Unidos en 2005, que combatió con éxito las células categorizadas como “Al Qaeda”. “Históricamente, Mosul tuvo vínculos muy estrechos con Sadam Hussein. Las personas aquí eran más leales al régimen anterior y tomaron esa iniciativa como ilegal por lo que se rechazó el proyecto”, explica.

Kirkuk, ciudad disputada

Las movilizaciones en Kirkuk son mucho más modestas dado el carácter mixto de su población. Aún así, el coordinador local de los comités de protesta, Bunyan Ubaidi, murió tiroteado frente a su casa, el 10 de marzo. «Es nuestro primer mártir en esta nueva etapa», lamenta Ahmed Ubaidi, miembro de la misma tribu que el asesinado y portavoz del Proyecto Común Árabe, la principal coalición política que engloba a 24 organizaciones árabes de Kirkuk.

«Primero sufrimos la invasión de los americanos (estadounidenses) y luego la de Irán. No somos baazistas, pero tampoco queremos vivir bajo un régimen gobernado por políticos leales a Teherán», denuncia este antiguo oficial del ejército de Sadam Hussein.

Ubaidi niega que las revueltas sean espoleadas por la guerra civil en la vecina Siria e insiste en que las protestas «no reclaman otra cosa que derechos y democracia para todos los iraquíes». Sin embargo, el veterano activista no vacila a la hora de denunciar el despliegue en la región de Unidad Tigris, un grupo militar compuesto por 60.000 hombres, todos árabes chiíes.

«Maliki ha desplegado esa unidad en la región con la excusa de garantizar nuestra seguridad, pero su único objetivo es proteger al régimen en caso de que la crisis se agudice», aseguró Ubaidi. Su resumen de las últimas protestas resulta mucho más gráfico: «Los manifestantes han plantado una palmera y ahora esperan recoger los dátiles».

¿Hacia otra guerra?

Desde Ramadi a Faluya, desde Kirkuk a Mosul, las protestas parecen por el momento una iniciativa pacífica. Ghanem Alabed niega categóricamente que exista un “Ejército Libre Iraquí”, modelado según el Ejército Libre de Siria, bajo el que se agrupan los opositores a Asad. “No es más que una campaña de propaganda de Bagdad para inyectar miedo en la población y criminalizar nuestras protestas. Es la excusa perfecta para meter a nuestra gente en la cárcel. Si existiera, no llevaríamos tres meses manifestándonos pacíficamente”, señala. Eso sí, no es imposible que la tensión actual derive hacia una guerra religiosa, admite.

“Maliki vivió 20 años fuera de Iraq y tiene mentalidad de refugiado y eso no hace más que aumentar la brecha sectaria en Iraq, y es uno de los responsables de la difícil situación actual. Maliki teme a Mosul porque es la segunda ciudad del país y el lugar donde Sadam tuvo mayor apoyo. De hecho, las revueltas comenzaron a las tres semanas de que Maliki dijera que odiaba a Mosul en televisión”, recuerda.

Tampoco lo descarta Salem Jubury. «Nosotros seguiremos buscando la caída del régimen y un Gobierno de transición de forma pacífica», pero, advierte, «de no producirse cambios, todas las opciones están abiertas».

Atheel Nujayfi (Mosul, 2013)  |  © K. Zurutuza
Atheel Nujayfi (Mosul, 2013) | © K. Zurutuza

Atheel Nujayfi

Gobernador de Mosul

En marzo pasado, Bagdad decidió suspender las elecciones locales previstas para abril en Anbar y Nínive. ¿Por qué razones?
[El primer ministro Nuri] Al-Maliki sabe que no goza de ninguna popularidad en estas provincias y los resultados sólo serían una prueba flagrante de ello. Sea como fuere, estoy convencido de que las manifestaciones se intensificarán tras esta medida.

Las relaciones entre Nínive y el gobierno del Kurdistán autónomo también han sido tensas debido principalmente a los territorios en disputa entre Mosul y Erbil. Sin embargo, el año pasado, usted logró romper un boicot de tres años de los políticos kurdos en Nínive.
La prioridad es llevar la democracia a todo el país. Hoy reconocemos la región federal de los kurdos y también creemos que nosotros merecemos una entidad similar, dado que la administración está demasiado centralizada en Bagdad. El tercer punto de encuentro es el presupuesto. Según la Constitución iraquí, Mosul debería obtener un 11% de todo el presupuesto iraquí pero apenas recibimos un 2%. Sin embargo, todavía no hemos llegado a un acuerdo con Erbil en torno a las zonas en disputa.

Bagdad le ha acusado de «vender Nínive a los kurdos» tras las conversaciones que mantuvo con el Gobierno de Kurdistán y la petrolera Exxon en torno a la explotación del petróleo en su provincia.
Maliki ha tratado de retirarme de mi puesto en varias ocasiones tras acusarme de firmar «acuerdos secretos» con los kurdos. Lo cierto es que no hay acuerdo ninguno firmado entre nosotros, únicamente conversaciones sobre problemas de coordinación que nos afectan. La gran paradoja es que, después de toda aquella controversia, Bagdad finalmente llegó a un acuerdo con los kurdos dejándonos a un lado. El gobierno regional de Kurdistán está gestionando el problema por su cuenta y, a día de hoy, Nínive no obtiene beneficio económico ninguno del petróleo que está bajo nuestros pies.

¿Puede Iraq hacer frente a la supuesta injerencia constante de Teherán, Washington o las potencias del Golfo?
Si las fuerzas extranjeras pierden la autoridad directa que hoy tienen en Iraq seremos capaces de equilibrar el poder entre kurdos y árabes chiíes y suníes. Las raíces de nuestro problema se hunden en el sistema que los americanos nos impusieron tras la ocupación. Lamentablemente, Washington nos privó de nuestra propia «Primavera Árabe».