Reportaje

Egipto se rompe

Nuria Tesón
Nuria Tesón
· 10 minutos

 

Manifestación de coptos en El Cairo (2011)  | ©  Daniel Iriarte /M'Sur
Manifestación de coptos en El Cairo (2011) | © Daniel Iriarte /M’Sur

Egipto se desangra. O lo desangran. Y casi siempre por viejas heridas. La nueva explosión de violencia sectaria que ha vivido en los últimos días ha dejado al menos seis cristianos y dos musulmanes muertos, y un hecho incontestable que a muchos les ha dolido más que cualquier deceso: la catedral de San Marcos, en la capital del país, el lugar más sagrado de la Iglesia Copta Ortodoxa, ha sido atacada con el Papa Tawadros II dentro.

El temporal ha pasado por el momento, aunque sigue el intercambio de acusaciones, pero las suturas se mantienen tan frescas que es fácil que, a poco tirar, estas se abran y dejen que el país se debilite una vez más, o aún más si cabe, dejando el suelo cubierto de sangre. No es la primera vez: el enfermo es crónico, y ya se sabe que abierta la herida siempre hay peligro de infección.

“Antes nos sentíamos discriminados, pero ahora nos enfrentamos a un genocidio”, expone Mina Thabet, líder de la asociación juvenil copta Maspero.

“Antes nos sentíamos discriminados, pero ahora nos enfrentamos a un genocidio”

“En toda mi vida nunca he visto la catedral atacada. Ni siquiera durante las épocas más duras”, apunta con la voz apagada por la afonía que achaca “al efecto de los gases lacrimógenos”, que la policía lanzó hacia el interior del templo. Allí se protegían cientos de coptos que celebraban exequias por las víctimas de los enfrentamientos ocurridos días antes. El acceso sólo estaba permitido mostrando el tatuaje de la cruz que los coptos lucen en sus manos.

“¿Cómo es posible que la policía sea capaz de defender la sede de los Hermanos [Musulmanes, atacada recientemente], y no pueda hacer lo mismo con la catedral?”, se pregunta Thabet. “Muchos activistas musulmanes estuvieron defendiéndonos, pero el problema no son esos muchos que nos apoyan sino los extremistas que quieren acabar con los cristianos en Egipto”, puntualiza Thabet, de 24 años.

Nada nuevo bajo el sol

La violencia sectaria no es nueva en Egipto, como expone este activista. El régimen de Hosni Mubarak, derrocado (el dictador, no el régimen), en 2011, acostumbraba a usar con eficacia dichos enfrentamientos en su beneficio.

Un atentado en Alejandría apenas tres semanas antes del inicio de la revolución del 25 de enero, atribuido a islamistas, acabó con la vida de 24 personas. Un mes más tarde, la Fiscalía General abría una investigación para determinar la implicación, como autor intelectual, de Habib Adly, ministro de Interior en el momento de ocurrir los hechos.

La plaza de Tahrir  vivió momentos de armonía entre musulmanes y cristianos coptos

El objetivo del ataque habría sido encender los ánimos entre miembros de ambas confesiones, lo que les mantenía distraídos de asuntos más acuciantes: pobreza, desempleo, torturas… Si unos y otros andaban a la gresca no era fácil que se volvieran contra un Gobierno corrupto.

Pero lo hicieron y la plaza de Tahrir donde se desarrollaron las principales protestas vivió momentos de armonía entre ambas comunidades que celebraron plegarias conjuntas o se protegieron mutuamente de las Fuerzas de Seguridad del régimen. Una paz que no tardó en desaparecer pasados esos 18 días de revolución.

El argumento de la distracción sirve ahora también para el primer Gobierno de la democracia egipcia que ha batido el récord de impopularidad y de protestas en menos de un año. Sólo en marzo se produjeron 73 manifestaciones pidiendo el fin del régimen, según un estudio del Centro Internacional de Desarrollo de Egipto. Pero las raíces del problema discurren más profundas.

El primer presidente elegido democráticamente, Mohamed Morsi, procede de la alta jerarquía (de la cofradía islamista de los Hermanos Musulmanes (aunque haya renunciado formalmente a su membresía) y, según muchos ciudadanos, sigue comportándose más como un guía de la Hermandad que como un representante de todos los egipcios. En marzo se organizaron otras 25 marchas contra la ijuanización, término derivado del nombre de la hermandad en árabe, al Ijuán al Muslimun, al entender los manifestantes que desde el Gobierno, todos los puestos clave se van pasando a manos de afiliados a la cofradía, lo que les da el poder de imponer a todo el país sus puntos de vista religiosos, más estrictos que la tradición egipcia.

Su Gobierno, así como la cofradía, defiende que remanentes del viejo régimen tratan de desestabilizar el país: «Los últimos incidentes están arrastrando la nación hacia el caos, [una situación] de la que sólo los enemigos de Egipto y sus agentes se beneficiarán», argumentaban en un comunicado tras los últimos ataques contra cristianos los Hermanos Musulmanes.

Pero en las calles y entre la comunidad cristiana cala la idea de que los islamistas utilizan la hostilidad latente entre algunos ciudadanos musulmanes, para eliminar a la minoría copta, que representa un 10% de los casi 90 millones de habitantes de Egipto.

En la comunidad cristiana cala la idea de que los islamistas quieren eliminar a la minoría copta

La proliferación de islamistas rigoristas de tendencia salafí en Egipto es uno de los detonantes de ese temor, unido a la necesidad del Ejecutivo de recabar apoyos entre los adeptos a dicha rama extremista del Islam, importada de Arabia Saudí, para mantener su hegemonía. Esto ha propiciado entre los líderes políticos de la hermandad musulmana como el propio presidente Morsi, un doble discurso orientado a contentar por un lado a los más radicales y, por otro, a apaciguar al ala más liberal de los islamistas y a los sectores laicos de la sociedad.

Así, sus aseveraciones sobre la aplicación de la charia (ley islámica), se radicalizan o suavizan dependiendo del auditorio. Igual que los comentarios sobre la comunidad copta.

Retórica sectaria

La retórica discriminatoria tampoco es nueva, si bien los líderes islamistas egipcios acostumbran a ejercitarla sólo en árabe y cuando se dirigen a según que públicos. Una práctica habitual de los Hermanos Musulmanes que mutan de discurso dependiendo del público ante el que se encuentren.

Siguiendo esa práctica, Mohamed Beltegy, ex parlamentario y miembro preeminente de los Hermanos Musulmanes, señalaba en un programa de televisión de un canal satélite afín a la hermandad, que la mayoría de los que protestaban frente al palacio presidencial de diciembre pasado eran cristianos.

El discurso del candidato Morsi era distinto en la capital y en el Egipto rural

Pero no ha sido el único. Durante la campaña presidencial de mayo de 2012 esta corresponsal pudo comprobar lo distinto que era el discurso del entonces candidato Mohamed Morsi cuando éste se encontraba en la capital (más expuesto a la atención internacional), hablando de apertura y entendimiento, del que usaba en remotas poblaciones del Egipto rural, más pegado a una aplicación política del islam más conservador.

Para denunciar esa doble cara, la web mbinenglish (‘Hermanos Musulmanes en inglés’), tras la que se encuentran los periodistas Sarah Carr y Basil El-Dabh, ha comenzado a traducir artículos o tuits de páginas relacionadas con la hermandad desvelando cómo en muchos de ellos se culpabiliza a los cristianos de cosas como dirigir el voto contrario a la Constitución en los centros de urnas y financiar grupos radicales que coordinan manifestaciones contra Morsi.

La preocupación en la comunidad cristiana va en aumento y muchos son los que en el último año, desde la llegada de los islamistas al poder, han preferido poner tierra de por medio. “Yo no quiero dejar mi país”, lamenta el activista copto Mina Thabet, “tengo esperanza”. “Todos somos egipcios, pero vivimos en un país que no respeta a su propia gente. Los extremistas que nos gobiernan están dispuestos a acabar con nosotros”, argumenta. “Mis amigos se van. Los únicos que se quedan son los que no tienen dinero suficiente para marcharse. Sólo podemos rezar para evitar que nos maten”.

Si bien Thabet no confía en que la jerarquía eclesiástica tenga nada que hacer porque “es muy débil”, ésta intenta usar también los medios de difusión a su alcance para cambiar las tornas en su favor.

El Papa copto Tawadros II denunció «la negligencia y la mala gestión» de las autoridades egipcias durante los disturbios del pasado 7 de marzo en la catedral, en una entrevista con el canal privado de televisión local ONTV: “Veo que los sucesos que ocurrieron sobrepasaron todas las líneas rojas. La mala gestión, la negligencia y la mala evaluación están muy claras en tratar la crisis que ocurrió”, apuntaba culpabilizando al presidente Morsi por haber “prometido hacer todo” y no haber hecho nada.

De poco sirvió al presidente manifestar que “cualquier ataque contra la catedral” era como un ataque contra él. “Necesitamos acción, no palabras”, concluyó el pontífice.

La discriminación de los cristianos respecto a los musulmanes es una cuestión de Estado

Khosus, un vecindario de Qaliubiya, cerca de El Cairo, ha sido la última llaga que se ha abierto. Los medios egipcios apuntaban en primer lugar a una disputa entre un copto y un musulmán porque este último acosaba verbalmente a la esposa del primero. Más tarde otras informaciones señalaban como presuntos culpables a algunos niños coptos que habrían dibujado esvásticas en la pared de un edificio perteneciente a la sagrada institución del islam suní, Al-Azhar, y que los musulmanes habían tomado por cruces.

Estos enfrentamientos tienen siempre “una raíz sectaria”, explicó la profesora Amira Nowaira, profesora de Literatura Inglesa en la Universidad de Alejandría, a esta corresponsal tras uno de los ataques más graves contra la comunidad cristiana, en octubre de 2011, cuando el Ejército mató a 24 manifestantes coptos e hirió a otros 200 frente al Maspero, el edificio de la televisión de El Cairo, en octubre de 2011. En aquella protesta, la cadena estatal instó a los “buenos musulmanes” a proteger a los soldados que, según la versión difundida por la emisora, estarían siendo atacados por los coptos.

Es la consecuencia, apuntaba Nowaira, “del retraso del Gobierno en la toma de decisiones fundamentales como la equiparación en los requisitos para la construcción de templos etcétera”. Es decir, la discriminación de los cristianos respecto a los musulmanes es una cuestión de Estado, y el hecho de que el primer Gobierno de la democracia egipcia sea islamista y a la luz de la irresponsabilidad de los líderes de la congregación que respalda al presidente Mohamed Morsi, el futuro no parece muy alentador. “Egipto nos odia”, concluye Thabet.