Crítica

Los playboys también lloran

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 6 minutos

Waguih Ghali

Cerveza en el club de snooker

Género: Novela
Editorial: Sajalín
Páginas: 216
ISBN: 978-84-9390-767-9
Precio: 18 €
Año: 1964 (2012 en España)
Idioma original: Inglés
Título original: Beer In The Snooker Club
Traducción: Güido Sender Montes.

Snooker

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El snooker es una especie de billar, muy popular en el Egipto de los años sesenta. Popular quizás no sea la palabra para una diversión de las clases adineradas, y de eso se trata, porque se juega por dinero. Hay dos ricos armenios, propietarios de la zapatería de abajo, y tras media hora, uno de ellos habrá perdido cuarenta libras, es decir el equivalente a cinco meses del salario del mozo que atiende en el negocio. El ganador es el joven copto Ram, sin más ingresos que los del juego, pero de buena familia. Por eso puede jugar, pero no puede trabajar: sería una desgracia.

La vida es un juego, nunca debe darse la impresión de que sea otra cosa. Ésta es la máxima del playboy de verdad. Por eso, cuando el armenio hace trampa y mueve una bola, Ram no dice nada sino que mueve otra. Has hecho trampa, dice el armenio al notarlo. Sí. El árbitro —Font, el mejor amigo de Ram, que además atiende el bar— entrega el dinero apostado al armenio. Éste se encamina hacia la escalera. Y Ram no dice nada. En esto consiste ser jugador: arriesgar lo que para otros sería medio año de sueldo, por la simple gracia de fingir que a uno no le importa. El armenio se dará la vuelta.

Ram tiene mala fama porque tiró a su primo a la piscina del club y nadie cree que haya sido un accidente

A Ram nada le importa mientras bebe cerveza Bass —“la cerveza de los intelectuales”, que Font prepara con whisky y vodka—, discute de Somerset Maugham o del último análisis político en el New Statesman y dice sí a todo lo que diga su madre, aunque no le haga caso nunca. Tiene mala fama porque el otro día tiró a su primo, que es rico, a la piscina del club delante de lo más granado de la sociedad cairota, y nadie cree que haya sido un accidente. Las chicas lo quieren, sí, y le prestan el bañador cuando necesita seducir a alguna americana. En el club, los cairotas de buena familia hablan francés.

—Tu trouves qu’elle est plus jolie que moi?
—No me importa quién es más jolie; ella no es virgen como tú.
Salaud.

Desde luego, Ram desprecia a su primo, su tía —quien paga sus facturas y le da sermones— y toda esta sociedad feudal que se pulverizará cuando triunfe la revolución. Ram es comunista, aunque no se le note mucho. Tal vez sea demasiado inteligente como para lanzarse a una revolución que debería acabar primero con él mismo. Tal vez piense que es más útil militar en una organización clandestina sin aparentarlo. O tal vez sea simplemente demasiado jugador como para tomarse en serio a sí mismo. Pero sí se toma en serio su amor por Edna. La chica que le ha pagado meses de estancia en Inglaterra, bajo la ficción de un viaje de estudios. La chica con la que se ha ido a manifestaciones en Trafalgar Square. Edna es comunista de verdad y milita de verdad. Es judía.

—¿Por qué te afiliaste, Ram?
—Si alguien ha leído una enorme cantidad de literatura y tiene un sólido conocimiento de la historia contemporánea, y tiene imaginación y es inteligente y es justo y es honrado y es sincero, le pueden pasar dos cosas: que se afilie al Partido Comunista y lo deje, regodeándose en sus defectos, o que se vuelva loco. O, si es buen actor y no es consciente de ello, puede irse a vivir a cualquiera de las muchas ciudades progresistas de Europa y disfrutarlo.

Pero Ram es egipcio.

Hagamos un fast forward. Esta novela transcurre en los años sesenta en Egipto, cuando la clase dominante aún era la misma que había sido colocada en el poder y aleccionada por los dueños colonialistas (que la heredaron, por su parte, de la época otomana). Cuarenta años más tarde sigue siendo la misma. En Egipto, en Túnez, en Marruecos. Y el dilema para un joven inteligente y lector y justo y honrado es el mismo que entonces: no puede hacer la revolución, porque es su propia familia la que explota al pueblo. Y el pueblo no lee, no toma cerveza con los intelectuales, ni puede pagarla.

No puede hacer la revolución, porque es su propia familia la que explota al pueblo

El pueblo, cada vez más desesperado, y cada vez con menos comunistas en el país (algunos se habrán ido a disfrutar de las sociedades progresistas de Europa, otras habrán acabado torturados, encarcelados, muertos), acabará siguiendo a quienes se proclaman emisarios de Dios y prometen derrocar la tiranía no en nombre de la justicia humana sino en nombre de los libros santos. Serán mayoría y se apropiarán de todo cuando por fin, veinte, treinta años tarde, arde Tahrir.

Esta es la tragedia de Egipto del siglo XX y limítrofes, y está contenida en las 216 páginas de la novela de Waguih Ghali, la única que escribió este estudiante de Cairo, comunista con primos ricos y exiliado en Londres, antes de morirse a los 39 años. Egipcio como él solo —“habríamos muerto hace tiempo de no ser por nuestro sentido de humor”—, Ghali ha escrito una novela para divertir, con personajes dibujados a carboncillo, con diálogos hilarantes y magistrales (apúntenle una tanda de bolas de snooker al traductor: ha clavado todas) con una ligereza que hace flotar la risa en el aire, con una sonrisa de tahúr propia del jugador que nada se toma en serio. O eso pretende.

Porque cuando nadie mira, cuando Edna se ha ido, cuando saben que no les queda nada por hacer por este pais que tanto quisieran que fuera suyo, pero en el que siempre serán una clase aparte, unos parias escupidos hacia arriba, cuando sólo les queda de confidente Didi, rica y sin embargo amiga, cuando se resignan a convertirse en actores para los restos, en vivir sin más remedio la vida que llevan tiempo fingiendo, cuando piden matrimonio, entonces los playboys también lloran.  Hagan juego, señores. Rien ne va plus.

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© Ilya U. Topper | Abr 2013 | Especial para MSur