Opinión

Mujeres del Muro

Uri Avnery
Uri Avnery
· 11 minutos

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Había un hombre israelí que de vez en cuando ponía tiras de papel en las grietas entre las piedras del Muro de las Lamentaciones, pidiendo favores a Dios, tal como han hecho los judíos durante siglos. Ellos creen que las puertas del cielo están situadas justamente encima del Muro, lo que facilita que sus misivas lleguen rápidamente.

Este hombre siempre se había preguntado qué es lo que las demás personas le pedían al Todopoderoso. Una noche su curiosidad pudo con él. A primera hora de la mañana se acercó al Muro, extrajo todos los trozos de papel y los comprobó. Todo ellos tenían el sello de “Denegado”.

Esta broma es típica de la actitud de muchos israelíes hacia la construcción que cada ciertos meses desencadena un alboroto político y religioso.

Ahora está ocurriendo de nuevo. Un grupo de mujeres judías feministas (la mayoría de origen estadounidense, por supuesto) insiste en rezar en el Muro vestidas con los velos de rezo (talith) y llevando filacterias (tefilin). Los ortodoxos las atacan físicamente, la policía tiene que impedirlo, la Knéset y los tribunales intervienen.

Las religiones están obsesionadas con el sexo: creen que si un hombre ve a una mujer se va a excitar

¿Por qué? De acuerdo con la ley religiosa judía, las mujeres no tienen permitido llevar velos de rezo ni por supuesto filacterias, las cuales se ponen los hombres ortodoxos en la frente y el antebrazo. No se les permite tampoco mezclarse con los hombres en el lugar más sagrado del judaísmo.

La parte del Muro dedicada a la oración mide unos 60 metros de largo. De ellos, doce están reservados a las mujeres, separados por una pequeña división.

Parece que la mayoría de las religiones están obsesionadas con el sexo. Suponen que si un hombre religioso ve a una mujer, sin importar su edad o aspecto, se va a excitar y no podrá pensar en nada más. Así que, lógicamente, las mujeres deben esconderse.

Las “Mujeres del Muro”, de las cuales muchas no son ni siquiera religiosas, quieren romper el tabú mediante la provocación. Ahí lo tenéis.

Dos años antes del nacimiento de Israel, fui a mirar el Muro de las Lamentaciones por primera vez. Fue una experiencia conmovedora.

Para llegar al lugar tenías que pasar un laberinto de estrechos callejones árabes. Al final te encontrabas en un estrecho enclave de unos tres metros de ancho. A tu izquierda estaba el Muro, una imponente estructura monumental compuesta por enormes rocas. Para ver la parte de arriba tenías que echarte para atrás y mirar al cielo.

Solimán el Magnífico ordenó  reservar un lugar de culto para los judíos de Jerusalén: el Muro

Al otro lado había un muro mucho más bajo, detrás del cual se encontraba el antiguo y pobre barrio de Mugrabi (maghribi, o sea magrebí, marroquí).

Muy poca gente sabe (o se interesa en saber) que este recinto no llegó a ser lo que es por accidente. En 1516 Jerusalén fue conquistada por el Imperio Otomano, la potencia mundial en auge que en aquella época era uno de los estados más modernos y progresivos. Poco después, el sultán Solimán el Magnífico construyó las (magníficas) murallas de Jerusalén tal como se yerguen actualmente, un trabajo extremadamente caro que testimonia la inmensa devoción de los turcos otomanos a esta ciudad lejana de su reino. El arquitecto jefe de Solimán era Sinan, quien también diseñó la Puerta de Damasco a la que mucha gente (yo incluido) consideran la estructura más hermosa de todo el país.

El benevolente sultán dio órdenes a Sinan de que reservara un lugar especial de culto para los judíos de la ciudad, por lo que el arquitecto creó este recinto en el Muro de las Lamentaciones (que no se ha de confundir con la muralla de la ciudad). Para que el muro fuera más imponente, rebajó el suelo del callejón y colocó el muro bajo paralelo separándolo de los alrededores. (Si alguien está interesado en esta historia debería leer el libro “Jerusalén” de Karen Armstrong, una exmonja e historiadora británica).

La leyenda dice que cuando la muralla de la ciudad fue terminado en 1541, con sus 34 torres y siete puertas, el sultán estaba tan asombrado con su belleza que ordenó matar al arquitecto. No quería que construyera nada más que pudiera competir con él.

Hasta entonces, el Muro de las Lamentaciones no era el principal lugar de oración de los judíos.

Peregrinos de todo el mundo llegaban a Jerusalén y rezaban en la cima del Monte de los Olivos, con vistas a Monte del Templo. Pero este lugar sagrado ya no era seguro porque mientras que el Imperio de los Mamelucos estaba desmoronándose, beduinos vagabundos había estado robando a los peregrinos.

Además, para los judíos de la ciudad que vivían junto a los musulmanes, el Muro de las Lamentaciones estaba mucho más cerca de sus hogares. Así que se abandonó el lugar sagrado del Monte de los Olivos. Hoy encontramos allí un hotel de lujo.

No hay nada sagrado en el Muro; fue construido por el rey Herodes, ni siquiera un verdadero judío

Desde entonces, el Muro de las Lamentaciones sigue siendo el lugar más sagrado del mundo para los judíos, un lugar donde se reúne la multitud en los días de fiesta, donde las unidades del ejército juran lealtad al Estado de Israel, donde los judíos ricos de todo el mundo traen a sus hijos para el Bar Mitzva y las Mujeres del Muro están armando el último jaleo.

Pero básicamente no hay nada sagrado en el Muro. Fue construido por el rey Herodes, un gran constructor y un monstruo sangriento, que ni siquiera era un verdadero judío. Pertenecía al pueblo de Edom, que recientemente había sido convertido al judaísmo a la fuerza. Dudo que el actual rabino jefe lo reconociera como judío y le permitiera entrar en el país, casarse con una mujer judía o ser enterrado en un cementerio judío.

Al contrario de lo que se cree, el Muro no era parte del templo que Herodes construyó. Para crear la gran plataforma sobre la que se encontraba el templo (y sobre la que ahora se localiza la magnífica Cúpula de la Roca y la mezquita Al Aqsa), tuvo que traer un montón de tierra y elevar el suelo. Para mantener esta masa junta, construyó un muro a su alrededor. El Muro de las Lamentaciones no es más que un resto de este muro de contención.

Cuando el ejército israelí conquistó Jerusalén Este en la guerra de junio de 1967, una de las primeras acciones del estado fue una atrocidad. En aquella época el alcalde de Jerusalén Este era Teddy Kollek, un ateo convencido. Pero rápidamente se dio cuenta de la importancia política y turística del lugar y ordenó la expulsión de toda la población del vecino barrio de Mugrabi, unos 650 musulmanes. Después arrasó el barrio por completo.

Tras la conquista de 1967, el alcalde arrasó por completo el vecino barrio de Mugrabi

Aquel día yo estaba en la ciudad antigua de Jerusalén y nunca olvidaré lo que vi, especialmente a aquella niña de trece años con su cara cubierta de lágrimas que llevaba un enorme armario en su espalda.

En el sitio del barrio destruido se había creado un gigantesco espacio vacío. Actualmente es la plaza del Muro de las Lamentaciones, similar a un aparcamiento enorme, que atrae a turistas y mujeres con velo de rezo. Está enfrente del Muro de las Lamentaciones, que ha perdido por completo su carácter imponente y ahora parece un gran muro como cualquier otro.

El difunto profesor Yeshayahu Leibowitz, judío ortodoxo, lo llamó el Diskotel (kotel significa muro). Se deshacía en elogios para los wahabíes, un grupo suní fundamentalista que tras conquistar La Meca destruyó inmediatamente la tumba del profeta Mahoma, afirmando que venerar piedras como lugares sagrados no era más que idolatría. Seguro que también habrían condenado a los rabinos del Muro de las Lamentaciones como paganos fanáticos.

En la mitología judía, se desconoce el lugar de sepultura de Moisés para que no se convierta en centro de adulación.

En cuanto a Kollek hay que reconocer que evitó otra atrocidad. Tras la destrucción del barrio de Mugrabi, David Ben-Gurion (por entonces un simple diputado de la Knéset) pidió que toda la muralla de la ciudad antigua fuera también demolida. Según afirmó, no había sitio para un muro turco en la recién unida capital judía. Kollek, antiguo ayudante jefe de Ben-Gurion, consiguió calmar al viejo hombre.

Muchos israelíes creen que el Muro de las Lamentaciones debería ser declarado monumento nacional laico, independientemente de sus connotaciones religiosas. Pero el Estado de Israel lo ha declarado lugar sagrado y lo ha puesto bajo la única jurisdicción del rabino jefe. Una pena para las Mujeres del Muro.

Recientemente Nathan Sharansky ha propuesto un compromiso: acomodar un espacio adicional cerca del muro y permitir que pueda rezar allí todo el mundo: hombres o mujeres, con o sin velo de rezo, presuntamente hetero o gay o lesbiana. La panacea.

¿Por qué el Estado ha dado control absoluto de este lugar a los rabinos?

(Sharansky, el que fuera tan admirado como rebelde contra la KGB en la Unión Soviética y que después fracasara como político en Israel, ha conseguido asegurarse una sinecura como jefe en la Agencia Judía, una institución anacrónica que se ocupa principalmente de recaudar dinero para los asentamientos).

Puede que los rabinos acepten el compromiso, o puede que no. Puede que se permita que las mujeres recen sin arriesgarse a ser arrestadas, o puede que no. Pero la verdadera pregunta es por qué el estado ha dado control absoluto de este lugar, que es tan importante para tanta gente, a los rabinos. Después de todo, solo representan a una minoría de Israel como para todos los judíos del mundo.

Puede que la respuesta sea política, pero afecta a un asunto mucho más importante: la falta de separación entre estado y religión.

La situación ha sido justificada – incluso por israelíes ateos – con el argumento de que Israel depende del apoyo del mundo judío. ¿Y qué une al mundo judío? La religión. (Por cierto, Leibowitz me dijo una vez que lo que une al mundo judío es el recuerdo del holocausto).

Bajo una doctrina de estado, Israel es la nación-estado del pueblo judío. Bajo la doctrina sionista, el pueblo judío y la religión judía son una única y misma cosa. Por lo tanto, no hay ni puede haber separación.

Si alguien quiere convertir Israel en un país normal debe rechazar estas dos doctrinas. Los israelíes son una nación y el Estado de Israel pertenece a su nación. Cada ciudadano, hombre o mujer, debería poder rezar a quién quiera, en cualquier sitio público, incluido el Muro de las Lamentaciones.

El Monte del Templo (conocido por los musulmanes como Haram Sharif, el santuario venerable), incluyendo el Muro de las Lamentaciones y, a una corta distancia, la Iglesia del Santo Sepulcro, son inmensamente importantes para miles de millones de personas y deberían ser un factor para la paz.

Solo podemos esperar que en algún momento en el futuro cumplirán con esta misión.