Reportaje

Refugiados de lujo y de miseria

Laura F. Palomo
Laura F. Palomo
· 11 minutos
Refugiados sirios en el campo de Zaatari (2013)  | © Laura F. Palomo
Refugiados sirios en el campo de Zaatari (2013) | © Laura F. Palomo

La celda de la prisión en la que pasó sus últimos días en Siria era exactamente como el contenedor metálico del campo de refugiados en el que ahora vive. En aquella estuvo hacinado con otros 100 detenidos y en éste se refugia con sus diez hijos y su mujer.

“No había apenas espacio, la gente estaba herida. Cuando les advertíamos a los oficiales que estaban empeorando, nos decían: Cuando mueran, los sacamos y metemos a otros. Así hacían”. Abu Ala Mahmud fue arrestado durante la masacre de Sanamin, en la provincia de Deraa, en la que murieron, recuerda, más de 50 personas el pasado mes de abril a manos de milicias prorrégimen, los temidos shabbiha.

Dos años de conflicto, más víctimas familiares, y una larga noche durante la que estuvo colgado de las muñecas mientras le azotaban en la espalda fueron suficientes. Sobornó a los carceleros con 7.000 libras sirias (unos 70 euros), cogió a su familia y atravesó la frontera jordana. Ahora se siente, además de a salvo, privilegiado, porque no está en el aterrador campo de refugiados de Zaatari, sino en el segundo que se abrió en Jordania el pasado mes de abril, Mrajeeb Al Fhood.

Financiado por Emiratos, Mrajeeb Al Fhood es un recinto de “lujo” que hospeda a 2.700 sirios

Financiado íntegramente por Emiratos Árabes Unidos, este campo es un recinto de “lujo” – si deja de considerarse la indeseada condición en la que se encuentran los refugiados – que ofrece ropa y comida caliente a los más de 2.700 sirios que hospeda.

Un descomunal panel con el retrato del rey jordano, Abdulá II, y del monarca emiratí, Sultan bin Khalifa bin Zayed Al Nahyan, preside la entrada al recinto que vigilan la policía, los mujabarat (policía secreta) y el Ejército jordanos. A ellos les corresponde la seguridad. El resto del personal del campamento, ataviado con pines del sultán y de las banderas de los dos países, ha llegado directamente de Emiratos Árabes Unidos.

Los refugiados aseguran no saber los motivos por los que llegaron allí en vez de ser trasladados a Zaatari. Rabaa incluso prefería estar en el primer campamento porque allí tiene a parte de su familia, pero su marido insistió en quedarse. “Nos costó una pelea”.

Zaatari se ha convertido en menos de un año en el segundo campo de refugiados más grande del mundo, después del de Dadaad en Somalia. Siempre al borde de su capacidad, Zaatari se ha inundado con las lluvias, las tiendas de campaña han volado literalmente con los temporales, se han producido incendios en los que han fallecido refugiados y se propagan enfermedades entre los residentes, mientras las organizaciones internacionales denuncian la falta de fondos para hacer frente a las necesidades de los más de 170.000 refugiados.

Siempre al borde de su capacidad, Zaatari ha sufrido incendios, temporales, inundaciones…

Sin infraestructura básica desde su planificación y ubicado en medio del desierto, un terreno militar cedido por el Gobierno jordano en la provincia de Mafraq, Zaatari abrió el pasado verano, después de que el país llevara más de un año recibiendo a sirios que llegaban al país de forma irregular y sin recibir ayuda estatal alguna ni registro.

Con el aumento de la violencia en Siria, el flujo aumentó hasta una cifra de miles de refugiados diarios que desbordaron las previsiones del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) que coordina el campamento junto a las instituciones jordanas.

Mientras, el segundo campo, gestionado por la Media Luna Roja de Emiratos Árabes Unidos, recibe a entre 50 y 200 refugiados diarios y se mantiene a poco más del 60% de su capacidad. Cuando se llenen las caravanas que pueden dar cobijo a 5.000 personas, ya están preparados recintos similares colindantes que se irán abriendo de forma progresiva. Todo está calculado y adaptado para que las necesidades de los refugiados no sobrepasen los confortables servicios que pretende ofrecer el campamento.

Brazos en cabestrillo, muletas, sillas de ruedas… Los heridos de guerra pasean por la calle principal que se extiende desde la entrada de Zaatari hacia el interior del campamento. En Mrajeeb Al Fhood, ningún refugiado aparenta estar convaleciente. El doctor Mohamed asegura que los afectados por el conflicto son atendidos en un hospital que Emiratos gestiona en la cercana ciudad de Mafraq, por lo que son transferidos al campamento ya totalmente recuperados.

“Aquí no tratamos temas graves, solo ofrecemos atención primaria, todo tipo de convalecencias y sobre todo atendemos a muchas mujeres embarazadas”, argumenta el médico desde la sección clínica, vallada y dispuesta en torno a una plaza simulada con bancos de madera y techado, donde los pacientes esperan a que les llegue su turno.

Sin embargo, diversos trabajadores del campamento de Zaatari, que prefieren mantener el anonimato, sospechan que la ausencia de heridos en el campamento emiratí responde a una selección previa que hacen de los refugiados.

Refugiados de segunda

Lo cierto es que los dos campos emplazados en parajes desérticos, e incluso el segundo, a 20 kilómetros de Zarqa y más retirado de cualquier atisbo de civilización, ofrecen aspectos notablemente contrapuestos. Las placas solares que dispensan agua caliente y calefacción y el sistema de agua corriente que cerca uno de los laterales del campamento de Mrajeeb Al Fhood permiten intuir las condiciones en las que viven los refugiados.

Todo el campo en su totalidad está levantado con contenedores metálicos de distintos tamaños que se entregan a las familias, dependiendo del número de miembros. Las estructuras más grandes del campamento corresponden a la mezquita, la lavandería, tres salas de estar, con televisión plana: una para mujeres, otra para hombres y una tercera para niños; los almacenes, una cocina industrial en la que se prepara toda la comida y se reparte individualmente y, finalmente, un supermercado al que solo suelen ir a comprar los trabajadores porque el resto de refugiados recibe, además, suministro de productos básicos que utilizan en las cocinas comunes.

Los refugiados de Zaatari compran y venden en un mercadillo propio porque hay escasez

En Zaatari, los puestos de productos, comida y ropa antes se concentraban en la calle de entrada y desde hace tiempo se han extendido entre las tiendas de campaña que se multiplican diariamente; ahora, mezcladas con contenedores metálicos en lo que parece un mejora paulatina del campamento.

Los refugiados utilizan su propia moneda siria al lado del dinar jordano y venden y compran en su propio mercado para, según argumentan, compensar la escasez de productos que reciben de las organismos internacionales de ayuda y los países donantes. Algunos reciben dinero de familiares o de organizaciones de apoyo y en consecuencia han ido afluyendo productos de necesidad desde las localidades jordanas más cercanas.

Ahmed (nombre ficticio) reconoce tener más calidad de vida desde que afronta su minusvalía en una caravana y no en una tienda de lona, donde ha vivido durante meses con sus nueve hijos. Llegó a Zaatari al poco tiempo de su inauguración después de que un proyectil de uno de los bombardeos del régimen cayera en su terraza.

Lo que no ha mejorado es su economía. Al contrario, la falta de recursos económicos le impide comprar el pollo para la makluba (comida típica con base de arroz y patata) que nos ofrece. Se disculpa. “Solo quiero recordar que cuando nuestros vecinos han estado en guerra, los sirios los acogimos en nuestras casas”, se lamenta, en referencia al enorme número de refugiados iraquíes que llegaron a Siria en la última década. “A nosotros nos han puesto en medio del desierto”.

Zaatari es bullicioso, caótico, transitado; se producen manifestaciones semanales contra las condiciones del campamento. “Prefiero a mis hijos debajo de las bombas que esto”, se retuerce Mohamed con una frase bastante repetida entre los refugiados. Los servicios han llegado de forma desigual a cada una de las secciones en las que se divide el campo que debido al crecimiento constante no sale del círculo de la desigualdad.

Mrajeeb Al Fhood, en cambio, es tranquilo, ordenado, a veces hasta ostentoso al estilo de las monarquías del Golfo; presume de parques perfectamente equipados para los niños y un campo de fútbol. Ninguno, eso sí, ha sido elegido por los refugiados, obligados a huir de su país, aunque la espera por retomar sus vidas en el segundo se hace más llevadera que en la ciudad de exiliados de Zaatari.

“¿Cuánto tiempo crees que tendremos que estar aquí?” Alooh busca desesperadamente una respuesta entre los transeúntes de Zaatari. Como la mayoría de sus conciudadanos de Mrajeeb Al Fhood no están dispuestos a volver a Siria hasta que caiga el presidente Bachar Asad.

“Si Asad cayera hoy, ellos saben que tendrán que estar aquí varios meses más. Tardarán en volver”, valora un adinerado empresario emiratí que se ha ofrecido como voluntario en el campo que sustenta su país y que sólo se quiere identificar como Khaled. Orgulloso de los servicios que enseña con entusiasmo, se muestra comprensivo cuando los refugiados se quejan y protestan por sentirse atrapados. “Si salen del campo, saben que no pueden volver, pero la vida ahí fuera (en Jordania) es difícil. ¿De qué van a vivir? No es fácil encontrar trabajo”.

Si los refugiados salen sin autorización del campamento, no pueden regresar

De hecho, los refugiados en los campamentos están en cierta manera encerrados. Para salir deben solicitar un permiso, bastante difícil de conseguir en Mrajeeb al Fhood, y últimamente algo más fácil de gestionar en Zaatari. Si salen sin autorización, no pueden volver: deberán sumarse a los otros cientos de miles de compatriotas que subsisten en Jordania, pero sin derecho a casa o a soporte oficial, aunque sigue habiendo organizaciones locales que distribuyen ayuda privada.

Hace un año y medio, en Jordania se contabilizaban unos 5.000 exiliados sirios. Ya era una cifra que inquietaba. La mayoría residía en la capital, Ammán, o en ciudades fronterizas como Ramtha. Carecían de estatus que les garantizara una protección. Llegaban heridos de bala a un país de seguros médicos privados, no podían trabajar y las familias sobrevivían con 21 dinares diarios (22 euros) que les daban las organizaciones locales.

Llegó también un buen número de jóvenes y exiliados de clase media alta. Cambiaban dólares con soltura para sobrevivir en esta economía inflaccionaria, pero las historias de sangre y represión que habían dejado atrás eran las mismas. Las que se ven en los vídeos que enviaban desde el interior y que, para ellos, contenían nombres y apellidos.

Algunos de los exiliados contaban con historial de activista y presagiaban el deterioro de la situación, porque ya habían sufrido persecuciones y habían conocido las prisiones del régimen. “Qué no será capaz de hacer”, ganaba el cinismo. Aunque en general, pensaban que habría un límite de “un año”, “y triunfaría la revolución.”

Sólo un tercio de los 530.000 refugiados en Jordania vive en los campamentos

El centro de Ammán comenzó a tener acento sirio; en las azoteas de la calle Rainbow se organizaban encuentros, con guitarras y música popular, versionada y dedicada a la revolución. Quienes asistían, recién llegados de Homs y de Damasco, coincidían en los relatos de conocidos muertos, francotiradores en los funerales de los manifestantes y bombardeos.

Actualmente hay registrados más de 530.000 refugiados sirios en el país, pero menos de una tercera parte vive en campos de refugiados.  A mediados de mayo, Jordania impidió por primera vez la entrada de miles de sirios, según han denunciado activistas y cooperantes. Apenas unas decenas ingresaron en Zaatari en los días siguientes.

No hay versión oficial. Unos relacionan la negativa con la Conferencia de Amigos de Siria, que se preparaba para el 22 de mayo en Ammán, otros con la incapacidad del país por seguir acogiendo refugiados. Cualquiera de los dos motivos responde a la sensación de inseguridad que tiene el país ante la llegada masiva de refugiados. Las previsiones calculan un millón para finales del año. Un cifra que, según fuentes oficiales, la economía jordana no podría soportar.

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