Crítica

Sangre y hielo

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 3 minutos

Profeta
Un profeta
Dirección: Jacques Audiard.

Un profeta pertenece a esa rara clase de películas que se convierten en trabajos de culto prácticamente desde el día de su estreno. Ganadora del Gran Premio del Jurado en Cannes 2008, candidata al Óscar a la Mejor película extranjera al año siguiente, exhibida en festivales del mundo entero, sobre esta obra de Jacques Audiard recayeron los más floridos piropos y comparaciones con títulos como El Padrino o Scarface.

Resulta tan difícil poner pegas a una cinta tan aclamada como no sospechar de tan compacta unanimidad. Vista con perspectiva, Un profeta parece un producto irresistible, hecho con ambición y gusto, pero definitivamente sobrevalorado. La historia de Malik El Djebena, joven analfabeto condenado a seis años de prisión, comienza bien a pesar de la escasa expresividad del actor Tahar Rahim. El acercamiento del chaval a un grupo de reclusos de la mafia corsa, liderados por un despótico capo, culminará con la logradísima escena de un crimen por encargo, que andando el tiempo le provocará curiosas visiones.

Con este planteamiento, Audiard muestra sus mejores cartas: una poética austera pero atractiva, un interesante juego entre la realidad y lo imaginado, y una voluntad de refrescar los más conocidos códigos del cine carcelario y violento con mucha inteligencia, administrando los momentos de tensión, retorciendo la trama oportunamente y enfriándola cuando procede. Porque si algo domina el director, es la máquina del hielo…

Poco a poco, Malik irá ganando poder e influencia en el centro penitenciario, sobre todo por un hecho crucial: su conocimiento de la lengua, que le permite entender a unos y a otros y, por añadidura, jugar a varias bandas al mismo tiempo. Sin embargo, este brillante recurso amenaza desinflarse hacia la segunda mitad del filme, donde el prometedor guión empieza a enseñar costuras y los actores principales, Rahim y sobre todo el veterano Niels Arestrup se vuelven cargantes por momentos.

El cineasta francés tiene el mérito de jugárselo todo: fascinará al espectador, o acabará aburriéndolo. O Puerta Grande, o enfermería. Para la inmensa mayoría, Un profeta es una obra maestra. Para este modesto reseñista, sólo un trabajo interesante que deja en la retina dos o tres escenas magistrales, lo que tampoco es poca cosa, salpicadas de sangre y hielo.