Reportaje

Dos muertes asedian la Asamblea

Javier Pérez de la Cruz
Javier Pérez de la Cruz
· 10 minutos
Palacio de El Bardo en Túnez, sede del Parlamento | moumu82
Palacio de El Bardo en Túnez, sede de la Asamblea Constituyente | moumu82

Berlín | Agosto 2013

«Después de la revolución, que fue pacífica, Túnez conoce ahora una transición violenta hacia la democracia». Así lo resume Hatem M’rad, profesor de Políticas tunecino. Túnez, explica,  es un país históricamente pacífico; lo ha sido durante la mayor parte de sus 57 años de independencia. No obstante, tras las primeras elecciones libres en la historia del país, «la violencia explotó en todos los sentidos».

M’rad sabe de lo que habla.  Además de su cargo en la Facultad de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales de Túnez es fundador y presidente de la Asociación Tunecina de Estudios Políticos. A principios del mes de junio, su organización llevó a cabo una conferencia titulada «La violencia política en Túnez», con la que se intentaba explicar las causas y las consecuencias del asesinato del líder opositor izquierdista Chokri Belaïd, el 6 de febrero pasado.

Tras el asesinato de Belaïd en febrero, el Gobierno dimitió y se formó un Ejecutivo más independiente

Belaïd era una personalidad carismática y su muerte conmocionó al país. Solo con ver las imágenes multitudinarias de su entierro, se hace uno una idea bastante aproximada de lo que significó para miles de tunecinos su asesinato. Y la cosa no acabó ahí: la calle continuó clamando durante días contra el gobierno por su tolerancia con los extremistas violentos. La presión tuvo su efecto: el Gobierno dimitió y se formó uno nuevo con mayor presencia de figuras independientes, quienes debían guiar el país temporalmente hasta la aprobación de la Constitución.

Sin embargo, ni tan siquiera seis meses después, la frágil estabilidad de Túnez volvía a saltar por los aires con el asesinato de Mohamed Brahmi, también un político laico y de izquierdas. Brahmi era diputado en la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) y miembro de la coalición Frente Popular, en la que también militaba Belaïd.

La agitación social que siguió al asesinato, el 25 de julio, fue parecida a la de febrero, solo que esta vez las protestas se han dirigido también hacia la disolución de la ANC.  Ya desde junio, Túnez contaba con su movimiento cívico rebelde, llamado Tamarod (Rebelión), tomando prestado el nombre a la iniciativa egipcia que recogía firmas para deponer al presidente Mohamed Morsi.

Tamarod  mantiene un campamento de protesta y pide disolver la Asamblea Constituyente

El Tamarod tunecino se propone algo similar: exige la caída del Ejecutivo y la disolución de la Asamblea Constituyente porque consideran que el gobierno de Ennahda «está directamente involucrado en el asesinato de opositores políticos». Así lo explicaban a M’Sur varios miembros que comenzaran una huelga de hambre en una acampada instalada frente al palacio del Bardo,  la sede de la ANC, en protesta por el asesinato de Mohamed Brahmi. Según aseguran, su movimiento ya ha recogido más de 1.300.000 firmas.

Decenas de diputados apoyan la demanda: «El problema no reside en el gobierno, sino que reside en la ANC, que ha fallado claramente al pueblo, necesita ser disuelta», declaraba a Tunisia-Live Noomen Fehri, del Partido Republicano, después de abandonar sus funciones en la cámara.

Ante este incierto panorama, y en un momento en el que se supone que la Constitución está a punto de ser finalizada después de acumular casi un año de retraso, el presidente de la Asamblea, Mustapha Ben Jaafar, anunció la suspensión de la ANC hasta que los diferentes partidos políticos se sienten a dialogar y a encontrar una solución a la crisis política, social e institucional que vive el país.

Mientras, las protestas no se detienen. La acampada frente al palacio del Bardo continúa pidiendo la disolución de la Cámara y del gobierno para formar un gobierno de unidad nacional. En cambio, desde Ennahda, el partido islamista que lidera la coalición ejecutiva, no están dispuestos a aceptarlo. «No vamos a permitir la división de nuestro país y no vamos a rendirnos ante aquellos que buscan imponer sus planes golpistas», exclamaba recientemente el líder de Ennahda, Rachid Ghannouchi.

La última muestra de fuerza de los manifestantes se dio el pasado 13 de agosto, Día Nacional de la Mujer, un día que se está convertido en jornada tradicional de defensa de derechos sociales.  Miles de personas volvieron a acusar al gobierno de haber permitido el clima de inseguridad y violencia en el que vive hoy Túnez. «La ineptitud de los líderes del partido y de los miembros del gobierno islamista en la gestión del poder de acuerdo a los preceptos modernos también genera violencia», sostiene M’Rad.

Milicias de Ennahda

El profesor va más lejos: «El gobierno ha permitido la violencia. Ha sido pasivo y ha creado las milicias denominadas ‘Ligas de protección de la revolución’, que siembran el terror en el país. Estas milicias fueron creadas con el fin de aterrorizar a todos los recalcitrantes, individuos, partidos políticos o miembros de la sociedad civil, que no quieren reconocer la dominación de un gobierno islamista».

Los islamistas rechazan estas acusaciones y sostienen que se está haciendo todo lo posible por perseguir a los asesinos y por mantener la estabilidad en el país. «El gobierno continuará trabajando, no vamos a aferrarnos al poder, pero tenemos una responsabilidad que ejerceremos hasta el final», clamaba el primer ministro Ali Larayedh. Sin embargo, para los acampados frente al Bardo, tanto como las miles de personas que se llevan manifestando desde la muerte de Brahmi, así como para el profesor M’Rad, el gobierno ha perdido ya toda legitimidad.

«Ennahda y los salafistas parecen medio amigos, medio enemigos»

«Ennahda y los salafistas parecen medio amigos, medio enemigos a veces en las relaciones diplomáticas, a veces en las belicosas. ¿Cómo es que los salafistas pudieron atacar la embajada de Estados Unidos el 14 de septiembre de 2012 en colaboración con las tropas de Ennahda y las Ligas de protección de la revolución, que están vinculadas organicamente a Ennahda y en particular a su líder, Rachid Ghannouchi?» pregunta el profesor.

También hay quien duda de las capacidades reales y de la legitimidad que en estos momentos tienen las fuerzas opositoras del país. «A pesar de que es verdad que el partido de Ghannouchi no ha mostrado mucha originalidad, uno puede cuestionarse las credenciales democráticas de ciertos elementos de la oposición», reflexiona Michaël Béchir Ayari en Tunisia-Live. El analista recuerda que la ANC surgió tras una elección libre y que los manifestantes están basando sus protestas en fomentar el «antiislamismo» y «el miedo a que el Estado colapse y se entregue a la violencia».

A las muertes de Brahmi y Belaïd, hay que sumarles los 11 soldados del ejército nacional abatidos cerca de la frontera de Argelia por miembros de Ansar al-Charia, el mismo grupo salafista que se sospecha detrás de los dos asesinatos políticos. Y el problema no acaba ahí porque las amenazas de muerte a políticos, periodistas y demás personalidades laicas del país continúan. Además, recuerda el profesor, el propio ministro del Interior ha reconocido que no puede garantizar la seguridad de todos los políticos o de los miembros de la Asamblea.

No es el único que piensa así. «Ennahda ya no puede cumplir con las expectativas que creó en los ámbitos económico y social», escribía el activista Mohsen Dridi en el respetado blog colectivo Nawaat. Y continuaba: «Tampoco hicieron nada o muy poco para evitar la espiral de violencia. Sobre todo, no hizo nada cuando todavía era posible desarmar y neutralizar a los partidarios de la violencia».

La estrategia gubernamental para apagar las protestas de la calle fue simple: poner fecha a unas elecciones generales después de que la Asamblea Constituyente terminara de redactar la Carta Magna, el 17 de diciembre. Pero hay dos problemas. El primero es que miles de ciudadanos no han detenido sus reivindicaciones y el segundo es que la Asamblea se encuentra en estos momentos suspendida. Y para el Gobierno parece añadirse un tercer problema: las encuestas muestran un desplome de Ennahda en cuanto a intención de voto.

«Una reciente encuesta, realizada en julio por un instituto independiente de Londres, solo da el 12% de los votos a Ennahda», explica M’Rad. De confirmarse esta previsión, la caída sería más que considerable si se compara con los resultados de las elecciones de octubre de 2011, cuando los islamistas convencieron al 41% del electorado.

Una encuesta da sólo un 12 % de votos a Ennahda, que ganó en 2011 con el 41%

¿Y sin ellos quién queda? El partido que lidera todos los sondeos es Nida Tounes, la formación liberal y laica de Beji Caid Essebsi, ex primer ministro de la Transición y criticado por diversos sectores debido a estar demasiado relacionado con el antiguo régimen de Ben Ali. Por otro lado se encuentra el Frente Popular, la alianza de movimientos izquierdistas, que también ha crecido considerablemente desde los comicios de 2011, sobre todo tras los famosos asesinatos de Belaïd y Brahmi, miembros suyos, y que se ha convertido en el tercer partido del país.

Si la existencia de una posible dicotomía entre islamistas y viejo régimen no fuera suficiente para extrapolar a Túnez un futuro a la egipcia, el nacimiento y explosión del movimiento Tamarod en la pequeña república norteafricana ha sido la gota que ha colmado el vaso. En Egipto, tras la campaña de firmas del Tamarod local, el ejército destituyó al presidente islamista Mohamed Morsi, que llevaba apenas 12 meses en el poder. ¿Es posible que Túnez siga ese mismo camino?

«No, no lo creo. En Túnez, el ejército nunca ha sido un actor político, puesto que se forjó bajo un régimen de neutralidad, siempre civil desde Bourguiba, aunque sí es verdad que esto cambió en ciertos aspectos de la policía bajo Ben Ali», opina Hatem M’rad. En Egipto, los militares nunca habían dejado el poder desde que lo tomaron en 1952: también Hosni Mubarak formaba parte de la cúpula castrense. Para el Ejército, tener que someterse a un civil como Morsi era una experiencia nueva, que no debió de gustarles.  En Túnez, nada hace prever que los generales quieran arrogarse la responsabilidad de gestionar el país.  Pero el agarre entre islamistas y laicos se anuncia largo.

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