Opinión

Siria después de Siria

Laura J. Varo
Laura J. Varo
· 12 minutos

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Las líneas rojas en Siria
se han acabado. Mientras los inspectores de Naciones Unidas intentan determinar el uso de gas sarín en el ataque del pasado 21 de agosto en Ghouta, en Damasco, Occidente ya se ha allanado el camino ante una posible intervención. El límite se ha cruzado, esta vez sin remilgos.

O eso parece, porque a falta de un dictamen del organismo internacional (que ha anunciado que aún tardará al menos tres semanas en sacar conclusiones de las pruebas recogidas sobre el terreno) Estados Unidos ya ha decretado su absoluta certeza en que el régimen de Bashar Asad ha provocado la muerte de más de 1.400 personas, muchos de ellas niños, en un ataque que duró menos de 48 horas contra el suburbio rebelde de la capital.

Solo Rusia e Irán, el eje oriental alineado con Damasco, han proclamado en voz alta su disenso, señalando que también están en posesión de pruebas que apuntan, precisamente, al bando contrario como responsable de la masacre.

Los islamistas radicales que se han hecho con el control en casi toda la zona norte «liberada»

Ni los dimes y diretes de los aliados con la oposición y el régimen sirios respectivamente, ni la amenaza de desestabilizar toda la región (empezando por un Líbano precario dominado por Hizbulá, el brazo armado de Siria e Irán en el país del cedro) parecen poder detener una intervención militar directa de Occidente que ha pasado de “inminente” y unilateral (el veto de Rusia en el Consejo de Seguridad de la ONU hace imposible legitimar con una resolución cualquier operación armada contra el régimen baazista) a llenarse de peros y rectificaciones en menos de una semana.

De momento, el propio presidente estadounidense Barack Obama ha echado el freno mientras aceleraba anunciando su decisión de emprender una “misión delimitada en duración y alcance” que deberá esperar a conseguir el respaldo del Congreso el día 9 de septiembre.

Las palabras de Obama sucedían a la negativa de Reino Unido a participar en una ofensiva contra Siria y a la moderación del tono del Ejecutivo francés, cuya agresiva postura había sorprendido con las primeras declaraciones de François Hollande después de conocerse la masacre. En buena parte el recule se debe a la incertidumbre ante los retos a los que se enfrenta la comunidad internacional en un territorio y un timing que se antoja hostil y volátil. Y entre ellos, el mayor es la aparición de un relativamente nuevo y potentísimo actor: los grupos islamistas radicales que se han hecho con el control en la práctica totalidad de la zona norte “liberada”.

Obama echó marcha atrás en su intención de armar a los rebeldes ante el temor de fortalecer a los radicales

Efectivamente, son estos grupos más o menos radicales quienes han tomado el relevo de una Coalición Nacional de Fuerzas de la Oposición y la Revolución Siria (CNFORS) que no ha sido capaz de vertebrar un proyecto de gobierno coherente. El ejemplo de dos ciudades paradigmáticas, Alepo (la segunda ciudad más importante de Siria tras Damasco y primera en población) y Raqqa (primera capital de provincia totalmente gestionada por los rebeldes) no deja lugar a dudas.

En ambas el resultado es una creciente frustración en buena parte de la población, que se ha tornado en activista de doble cuño, y el sabotaje a las instituciones civiles dependientes de la Coalición Nacional Siria, el grupo más importante bajo el paraguas de la CNFORS.

Es esta situación la que ha mantenido paralizado a Occidente hasta que su propio nivel de compromiso le ha golpeado más duramente que nunca.  Obama ya se vio obligado a echar marcha atrás en su intención de armar a los rebeldes tras la promesa hecha en mayo ante el temor de fortalecer a los radicales que ganaban terreno en las áreas rebeldes. Ese temor es el que ha llevado a apostar por ataques disuasorios y selectivos (contra almacenes y silos armamentísticos localizados) que no están destinados, según el propio Obama, a acabar con Asad, como pide la oposición.

De hecho, la vía diplomática sigue abierta (y es deseable), tal y como proclamaba el secretario de Estado estadounidense John Kerry solo un día antes del anuncio del jefe de Estado. Se trata de una pirueta retórica difícil de encajar, pero lo cierto es que una intervención encuentra ahora los mismos riesgos que hace meses la desaconsejaban: el peligro a destruir las estructuras de poder del régimen y generar un vacío de poder sin haber construido estructuras alternativas.

“Quieren que combatamos al régimen y a los radicales al mismo tiempo, y todo esto sin Gobierno”, se queja en su refugio de Alepo Hussein Ghajar, un joven activista suní de 26 años. Su crítica deja entrever el hartazgo ante una revolución fracasada: “¿Qué tenemos que hacer, combatir al régimen, a Al Qaeda, a quién? Nos manifestamos pacíficamente durante seis meses. Ahora, antes de perseguir a los radicales, deberían preguntarse por qué se han vuelto radicales”.

«Antes de perseguir a los radicales, deberían preguntarse por qué se han vuelto radicales»

El único germen de gobierno efectivo que puede apreciarse en las zonas rebeldes es el que han impuesto las diferentes fuerzas islamistas, entre las que existen enormes diferencias que derivan en el grado de aceptación por parte de la población. Entre los moderados de Liwa al Tawhid, el mayor grupo militar en Alepo y abanderado del Frente Islamista de Liberación Sirio (FILS), y los yihadistas de Estado Islámico de Iraq y el Levante (ISI-L), la marca de Al Qaeda que se ha colado en la guerra, media un mundo ideológico y programático.

Mientras los primeros son considerados un relevo aceptable dentro del futuro (o temporal) gobierno de Alepo, los segundos afrontan manifestaciones casi diarias de ciudadanos hastiados por imposiciones arbitrarias como las críticas a la vestimenta de las mujeres o el temor a ser acusados de mal musulmán.

Dentro del espectro se suceden, en orden creciente de radicalización, grupos con una fuerte presencia en ambas provincias como las Brigadas Farouq, integradas en el mismo FILS y protagonistas de una llamativa escisión tras la difusión del vídeo en el que su líder comía lo que parecía el corazón de un soldado del régimen ajusticiado; los salafistas de Ahrar Sham, la mayor fuerza en el país y líder del Frente Islámico de Siria (FIS), que gobierna de facto en Raqqa, y los yihadistas de Yabhat al Nusra, el brazo de ISI en Siria hasta el pronunciamiento de lealtad a Ayman Zawahiri del líder, Abu Mohamed Joulani, y la separación en abril de ambas marcas, aún imprecisa en lugares como Raqqa, donde ambos grupos se hacen intercambiables ante la visibilidad de Nusra, que concentra las críticas de los activistas.

Cualquier acción militar contundente de Occidente en Siria debería contemplar la oposición islamista

“Las fuerzas islamistas continúan creciendo hasta un punto en el que deben tomar decisiones estratégicas sobre si dejan que otros grupos controlen ciertas áreas o si deberían consolidarse y expandirse”, apunta el experto en Siria del Carnegie Endowment for Peace, Yezid Sayigh. Ese momento ha llegado, y cualquier acción militar contundente de Occidente en Siria debería contemplar en status quo actual, derivado de la configuración de esa oposición islamista (frente a la oposición secular de la CNFORS y el Consejo Militar Supremo que guía el Ejército Libre Sirio, a quien pretende apoyar una presunta intervención estadounidense).

El camino no ha sido fácil. El posicionamiento de las fuerzas islamistas ha provocado enfrentamientos más o menos velados entre distintos grupos, que se suceden, prácticamente, desde la toma de los primeros pasos fronterizos con Turquía en Tel Abyad, Jarablous o Ras al Ain, donde combatientes kurdos de las Unidades Kurdas de Protección popular (YPG), milicianos del ELS o simpatizantes de los Farouq han luchado contra muyahidines de Nusra e ISI-L.

Pero, ¿cómo han llegado los islamistas a hacerse con el control de las áreas rebeldes? ¿Cómo han desplazado a los aliados de Occidente? Su toma del poder tiene, paradójicamente, mucho que ver con la inacción de la comunidad internacional hasta ahora, que ha permitido que se diesen dos factores fundamentales: el poderío militar de los islamistas y la falta de recursos económicos de las autoridades civiles.

En el primer caso, es notable como ejemplo la “liberación” de Raqqa en marzo de este año, gracias al esfuerzo conjunto de Yabhat al Nusra (entonces aún parte de ISI) y Ahrar Sham o el florecimiento de tribunales basados en la ley islámica (charia) apoyados por unas fuerzas de seguridad milicianas más contundentes, como es el caso de Alepo, donde conviven un Tribunal “unificado”, heredero de la justicia impartida de forma independiente por cada una de las brigadas durante la resaca de la batalla por la ciudad en 2012.

Es en la capital del norte sirio donde se aprecia más claramente el secuestro de las estructuras seculares. El Consejo Civil de Alepo achaca su ineficiencia a la escasez de financiación. “Nuestra situación es muy débil, hay una gran falta de dinero”, confirma el propio presidente. Solo en recogida de basuras dice necesitar tres millones de libras sirias mensuales (unos 60.000 dólares) por cada uno de los cinco sectores que gestionan. El presupuesto de la entidad alcanza, a duras penas, los 300.000 dólares al mes, gracias a las transferencias de la oposición en el exilio turco.

Los islamistas ponen en marcha líneas de autobuses y controlan rutas de abastecimiento

La conclusión es el reparto en áreas de influencia, que ha derivado en convenios surrealistas, como el mantenimiento del tendido eléctrico en barrios como Al-Ansari (donde se suceden las sedes de Liwa al Tawhid, Yabhat al Nusra e ISI-L). El Consejo Civil envía a los trabajadores, que cobran de los islamistas.

En este contexto, los grupos islamistas han conseguido poner en marcha servicios públicos como las líneas de autobuses, significativo logro de Ahrar Sham en Raqqa. A ello se suma el control sobre las rutas de abastecimiento y el campo, que permiten hacer llegar a la ciudad víveres para la población, la gestión en algunas zonas de las panaderías y los silos (por los que ha habido disputas, por ejemplo, en Tel Abyad entre el emir de Nusra y uno de los principales terratenientes cristianos) y, en un caso más definitivo, la toma de los pozos de petróleo en Rumelan, cuyo control se disputan las milicias kurdas y Nusra.

Todo, amén de la acción caritativa. Una muestra es la organización Qahatein, en Alepo, una ONG local que reparte alimentos en ramadán, además de aliviar las necesidades de refugio, salud o educación de las familias de “mártires” en los 12 sectores en los que se divide la zona rebelde. “Lo más importante es cuidar de las niñas y viudas hasta que se vuelvan a casar”, puntualiza Mustafa, el joven jefe de 26 años, que admite estar financiado por “todos los grupos” islamistas.

Algunos creen que las milicias islamistas se irán cuando caiga Asad; otros, que querrán gobernar

A estas alturas, la raigambre islamista en Siria es tanto o más “innegable” (como les resulta a EE UU, Francia y Reino Unido el uso de armas químicas en Ghouta) que los ataques con gas sarín. Por esta razón, cualquier potencia decidida a intervenir en Siria de forma directa debería contemplar qué escenario dibuja el ataque, ya sea una posible respuesta de un Asad acorralado y desafiante o la supuesta caída del régimen, sin dejar de considerar quién puede sacar ventaja dentro de las fronteras sirias.

El acento se coloca sobre los radicales. “Yabhat al Nusra es uno de los muchos grupos de Al Qaeda”, explica desde el frente en Alepo Abu Alderrahman, uno de los comandantes de Liwa al-Tawhid. “Vinieron aquí para apoyar a la gente y cuando expulsemos al Ejército de Asad, se irán. No tienen programa político”. Sayigh tacha esta creencia de “naïve”: “Han luchado y querrán participar en el futuro Gobierno y en la Constitución”.

“(Occidente) comete un error intentando excluir a los islamistas”, concluye el experto. “Grupos como Ahrar Sham o Liwa al Tawhid, incluso siendo salafistas, aportan una cierta riqueza política basada en el islam pero sin una agenda profundamente ideologizada o religiosa, y aportan una solución siria (a diferencia de Nusra e ISI-L), tanto si se organizan de manera política y pacífica a través de partidos como en Egipto o se mantienen como movimientos armados, como en Iraq”.

Antes de atacar, Occidente debe haberse planteado qué dejarán tras de sí los misiles Tomahawk lanzados desde el Mediterráneo porque en gran parte de ello depende lo que quede, no solo de Siria, sino de una región que podría devolvérsela.