Reportaje

Comienza el curso en el frente kurdo

Karlos Zurutuza
Karlos Zurutuza
· 8 minutos
Profesores en un colegio público de Ceylanpinar (2013)  |  ©  K. Zurutuza
Profesores en un colegio público de Ceylanpinar (2013) | © K. Zurutuza

“La mía fue la opción número 26, ‘dispuesto a ir a donde me manden’. Pero tengo que reconocer que hoy estoy asustado”. Volkan Esen no esperaba que el ruido de las balas le fuera a mantener en vela cada noche en su primer destino como profesor de inglés.

Recién licenciado por la Facultad de Educación de Ankara, Esen es uno de los 173 profesores recién llegados a Ceylanpinar -en la provincia de Sanliurfa, mil kilómetros al sureste de Ankara- hace dos días. “Obtuve el número 3.500 entre los 5.000 que nos presentamos a las oposiciones. No esta mal pero me quedé sin margen de elección”.

Por el momento, este joven de 22 años tendrá que pasar un mínimo de tres en esta pequeña ciudad fronteriza de 40.000 almas que, a día de hoy es la localidad en suelo turco más castigada por la guerra en Siria.

En realidad, Ceylanpinar no es más que la parte hoy bajo control de Ankara de la localidad kurda de Serekaniye, mientras que la parte siria recibe el nombre de Ras al Ayn. Salvando las distancias, hablamos de la versión local del Berlín dividido aunque aquí el muro es sustituido por una vía de tren flanqueada por alambradas a ambos lados.

Procedente de Balikesir, una localidad próxima a Estambul, Esen afirma que venía preparado para las diferencias culturales entre el desarrollado oeste del país y el este de mayoría kurda. Pero las sorpresas parecen constantes.

El alojamiento de los profesores está lleno de impactos de bala

“¿Has visto la fachada de este edificio? ¡Esta llena de impactos de bala!”, exclama. Se refiere a la pensión municipal en la que se alojaban los profesores llegados a Ceylanpinar antes que el. Pero la situación ha cambiado de forma dramática en los últimos meses.

Natural de Ankara, Halit Çetin también es un recién llegado pero cuenta con 12 años de experiencia a sus espaldas en la enseñanza privada. Para el, Ceylanpinar no es más que un trámite más hasta convertirse en funcionario de educación.

“En la red pública tenemos un sueldo bruto de 2.000 liras turcas –unos 740 euros- más incentivos. El sueldo apenas varía respecto de la escuela privada pero puedes contar con este ingreso el resto de tu vida”, explica este profesor de matemáticas de 37 años. Çetin tiene suerte ya que el curso que viene podrá pedir el traslado: está casado con una funcionaria.

En el caso de Arafat Kocigigit serán cinco años, ya que este profesor de Ciencias Sociales es, quizás, uno de los pocos que escogió Ceylanpinar en su solicitud. Viene desde Konya pero su familia es originaria de Van, una de las principales ciudades kurdas de Turquía. Insiste en la necesidad de introducir la lengua kurda en la enseñanza.

“Espero que algún día podamos tener la opción de estudiar en kurdo en nuestra tierra, así como en las localidades del oeste de Turquía donde exista una demanda”, apunta este veinteañero.

La lengua apartada

Ell kurdo se enseña en los colegios públicos de Turquía desde el año pasado… en teoría. En la práctica, aún falta mucho camino por recorrer.

Por primera vez, tras casi un siglo de exclusión del kurdo de todo espacio público, en septiembre de 2012 se implantaba el kurdo – en concreto, el kurmanchi, la variante hablada en Turquía y Siria, y también el zazaki, una lengua iraní más cercana a las caspias, hablada en el centro-este de Anatolia – en las escuelas. Se ofrece como materia optativa entre el grado 5º y el 8º, es decir para niños de 11 a 14 años.

Según los planes del Ministerio, se enseña leer y escribir en kurdo, así como algunos diálogos básicos, números, horas… Las optativas se ofrecen si hay al menos diez niños en el aula que la pidan – algo muy fácil en zonas kurdas como Ceylanpinar – y «siempre que haya profesores». El año pasado, cuando se lanzó la iniciativa apenas dos meses después de anunciarla en público, no había profesores. O casi. Ni libros de texto. Dos universidades turcas, Harran y Artuklu, abrieron asignaturas para formar a profesores, pero los primeros diplomas se entregarán en 2014.

Sevgi Bay dice que su estancia será de seis años. Ha llegado desde Estambul acompañada por su padre para iniciar una nueva vida aquí, en todos los sentidos:

“Mi familia estaba asustada pero yo me voy a casar aquí con mi novio de la universidad el mes que viene”, explica a joven profesora de inglés que cubre su cabello con un velo amarillo. Agradece la hospitalidad local y apunta a que, “a diferencia del oeste del país, los profesores aquí son valorados”.

Otros foráneos

Sea como fuere, la convivencia en esta ciudad fronteriza se ha visto visiblemente afectada por la guerra al otro lado de la vía del tren.

Ismail Arslan, alcalde de Ceylanpinar por el BDP –la coalición dominante entre los kurdos de Turquía-, lamenta profundamente la situación a la que se han de enfrentar los recién llegados.

“Al margen de los cuatro muertos y los más de cuarenta heridos hasta el momento, la gente tiene miedo de salir a la calle. A menudo damos avisos para que nadie salga de sus casas pero algunos han resultado heridos incluso dentro de ellas”, explica este antiguo abogado kurdo.

El alcalde denuncia que Ankara está dando cobertura logística a células próximas a Al Qaeda para que combatan contra los kurdos de Siria. “Turquía hará todo lo que esté en su mano para evitar que nuestros hermanos al otro lado de la frontera obtengan sus derechos”.

Por su parte, Musa Çeri el Gobernador del Distrito y miembro del AKP –el partido en el poder en Turquía- niega tajantemente tales acusaciones. “Mi Gobierno nunca sería capaz de tal cosa”, transmite a M’Sur. Otros, como Nuri Özturk, responsable de la adaptación de los nuevos profesores, prefieren no pronunciarse al respecto.

«La inmensa mayoría de los profesores se irá de aquí en cuanto acabe su turno obligatorio»

“Mi trabajo consiste en coordinar una operación encaminada a satisfacer las necesidades de las 55 escuelas en el distrito”, explica este kurdo local de 42 años. “Hablamos de 25.000 alumnos a los que tenemos que sumarles los 8.000 refugiados llegados desde Siria”.

Özturk espera que todo acabe “cuanto antes” pero sabe que nisiquiera una mejora de la seguridad en su ciudad redundará en una consolidación de la plantilla lectiva a largo plazo. “La inmensa mayoría de ellos se irá cuando acabe su asignación aquí. “Hacemos lo que podemos para que se sientan cómodos y cuentan con el respeto de la población local, pero no parece ser suficiente”, añade.

De vuelta en el alberque municipal, el joven Esen coincide con Özturk en lo que respecta a la hospitalidad local. “Los kurdos y los árabes locales son gente muy cálida y humilde”. No obstante, este turco del oeste del país dice que se sentirá más cómodo en cuanto pueda abandonar su habitación con vistas a la línea del frente.

Como cada anochecer, la llamada del muecín se antoja como a una llamada al alto el fuego que nadie parece escuchar entre las continuas e interminables ráfagas de disparos.

“Necesito encontrar un piso de alquiler cuanto antes, y lejos de aquí”, exclama el profesor novel, demorando conscientemente el momento de irse a dormir.

Sala de espera

El sistema escolar turco divide el país en tres regiones: la costa egea y mediterránea, la zona centro y las grandes ciudades (incluida Estambul) y el Sureste (donde se sitúa Ceylanpinar). Al sureste nadie quiere ir: una zona predominantemente rural, poblada por kurdos y que dista hasta dos horas en avión de la vibrante costa oeste. Pero es obligatorio: todo profesor incipiente debe trabajar al menos tres años en esta zona, antes de poder trasladarse fuera de ella.  Eso sí, hay ventajas, como el alojamiento gratuito o a bajo precio.

Alternativamente, si uno saca una buena puntuación en el examen de fin de carrera, también puede escoger la opción de quedarse un mínimo de cuatro años en la «zona 2», como Estambul, explica Ebru Akar, profesora de inglés en un colegio de la metrópoli turca. Eso sí, aquí, el alquiler se come fácilmente la mitad del sueldo.

Cada año, los profesores pueden pedir traslado, pero hay que acumular puntos para ello, añade la maestra. Y trabajar en la «Zona 3», es decir el denostado sureste, otorga muchos puntos: al cabo de pocos años, uno puede ver cumplido el sueño de tener un aula con vistas al Mediterráneo. Quien escogió Estambul, probablemente sólo podrá jubilarse en un colegio cerca de la playa.