Reportaje

¿Una bomba contra el turismo?

Javier Pérez de la Cruz
Javier Pérez de la Cruz
· 9 minutos
Bazar de la capital tunecina | © Daniel Iriarte
Bazar de la capital tunecina | © Daniel Iriarte/MSur

Berlín | Noviembre 2013

No hubo ni víctimas, ni heridos. Y aun así, la bomba que estalló el pasado 30 de octubre en la mediterránea ciudad de Susa, la bomba que hizo explotar el joven Khalil Issawi de 21 años con su propio cuerpo, hizo saltar todas las alarmas. Podía haber sido mucho peor. Ese mismo día, a Aymen Saadi, otro joven de 17 años en el momento, le detenía la policía justo cuando se disponía a volarse a sí mismo en el mausoleo del fundador de la República Habib Bourguiba, en Monastir.

El ataque es un golpe directo a la industria más importante de la agonizante economía tunecina, el turismo. Más relevante si cabe aún es que se trata de una forma de violencia que no se había vivido en Túnez, con la única excepción del atentado de Al Qaeda contra la sinagoga de la isla de Yerba en 2002. Una piedra demasiado grande en el camino ya empedrado de la transición democrática hacia las próximas elecciones.

El único precedente en el país es el atentado de Al Qaida en la isla de Yerba en 2002

“En mi opinión, siempre que se acerque el momento de una decisión o medida importante en el plano político, habrá riesgo de que se produzca un ataque terrorista”, cree el tunecino Mohsen Dridi, que además es miembro de la Fédération des Tunisiens pour une citoyenneté des deux rives, una organización frances centrada en la inmigración tunecina. Y la situación política que vive el país es muy delicada. Desde el asesinato de Mohamed Brahmi, un opositor laico, de izquierdas y miembro de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) el pasado 25 de julio, Túnez vive inmerso en el desgobierno.

La muerte de Brahmi se sumaba a la de Chokri Belaïd, también laico y de izquierdas, asesinado en febrero. Y la oposición dijo basta. Decenas y decenas de diputados de la ANC dimitieron para obligar a que se deshiciera el gobierno, al que consideraban que había hecho poco o nada para detener los asesinatos.

El Ejecutivo, formado por una coalición liderada por los islamistas de Ennahda, terminó cediendo y presentó la renuncia. El problema es que desde entonces las negociaciones de las diferentes fuerzas políticas, en las que también participa el poderoso sindicato de la Unión General Tunecina de Trabajo (UGTT), han quedado en promesas vacías.

No hubo forma de ponerse de acuerdo para elegir una persona que desempeñara el cargo de primer ministro. Primero se retrasó el plazo límite para la designación y después se cancelaron las conversaciones. Y eso que el nuevo jefe de gobierno simplemente tiene que estar en el despacho unos pocos meses, los necesarios para organizar las nuevas elecciones una vez se haya finalizado el trabajo de redactar la Constitución.

¿Quién está detrás de los ataques?

Casi nadie en Túnez cree que la bomba de Susa, así como el intento de atentado en Monastir, y la actual y, hasta ahora, interminable crisis política sean dos hechos desconectados.

Los autores del ataque, según el Ministerio del Interior, pertenecían a Ansar-el Charia, un grupo religioso radical que desde el triunfo de la revolución popular contra Ben Ali, en 2011, ha ido creciendo y brotando en diferentes zonas de Túnez. Sus enfrentamientos con los agentes de seguridad son continuos. Pequeñas escaramuzas, más bien, pero continuas. La última, sin ir más lejos, fue el 12 de noviembre en un pueblo cerca de Kebili, al sur del país. Un terrorista murió y dos policías resultaron heridos tras el tiroteo. Ocho personas fueron detenidas.

El Ministerio del Interior culpa al grupo radical Ansar-el Charia, pero muchos lo dudan

Sin embargo, hay un pero a la tesis de que Ansar-el Charia fuera el responsable en última instancia de la bomba de Sousse: no ha reivindicado el ataque, lo que para muchos tunecinos significa que puede haber alguien más detrás.

“Hablamos sobre esto entre amigos y creemos que hay un intento de interrumpir la situación general que vive el país y de calcar la violencia de otros país como Líbano o Iraq. Y debemos tomar en consideración la edad de la persona que se hizo estallar: es un chaval joven. Es fácil manejarlo y que acepte todo lo que se le dice de forma pasiva”, cree la periodista Manel Derbeli.

Nacef Bennour, un tunecino de mediana edad licenciado en Economía, apunta como culpable a otro grupo político muy diferente: al de los miembros vinculados al dictador derrocado Ben Ali. “Estamos casi convencidos de que las operaciones terroristas están estrechamente vinculados a promover intereses políticos de ciertos actores del país”.

Nacef habla directamente de un ataque bajo “bandera falsa” e insiste en “el retorno, la intensa presencia de los hombres del antiguo régimen y la forma en la que invierten en ataques terroristas para justificar su regreso”.

La inestabilidad que se respira hoy, social y políticamente, permite que nadie se crea nada y que florezcan todo tipo de teorías. El único hecho irrefutable es que la violencia ha ido aumentando desde el estallido de la revolución a finales de 2010.

El origen del extremismo

Túnez es un país pacífico. O lo era hasta hace tres años. En 1956 se independizó de Francia, y desde entonces siempre había tratado sus problemas internos sin violencia. Con tensiones, dictaduras y represión, pero nunca con muertes políticas o atentados terroristas.

Los ataques protagonizados por grupos salafistas, caracterizados por su extremismo religioso, comenzaron inmediatamente después de la huida a Arabia Saudí de Zine El Abidine Ben Ali, derrocado en enero de 2011. Y lo que empezó con asaltos a galerías de arte y enfrentamientos entre los estudiantes universitarios ha desembocado en asesinatos políticos selectivos y ataques suicidas en enclaves turísticos.

Los ataques salafistas comenzaron inmediatamente después de la huida de Ben Alí

Mohsen Dridi cree que el gobierno liderado por Ennahda ha permitido estas actuaciones y que incluso ha ido más allá con la creación de las Ligas de Protección de la Revolución (LPR). “Se alternan con los grupos salafistas y encuentran apoyo de las altas esferas de la Troika», en referencia al nombre que recibe el Ejecutivo tripartito: Ennahda, Cogreso por la República y Ettakatol.

Los expertos coinciden en afirmar que el paro, la pobreza y la falta de una sensación de mejora en el futuro son algunas de las causas de la expansión de las organizaciones salafistas, que han conseguido también reclutar a soldados para luchar en Siria.

El propio Dridi detallaba en el prestigioso blog colectivo Nawaat otra razón. “La brutal represión y la política de castigo colectivo contra los islamistas en el marco del régimen de Ben Ali está detrás de la radicalización de las víctimas y sus familias”. A lo que, según él, hay que añadir la “influencia de cientos de canales por satélite y sus mensajes” que llevan décadas emitiéndose y que “han facilitado el paso al terrorismo”.

En cambio, desde las instancias oficiales se señala otra posible causa de este auge del yihadismo. Yosri Dali, exdirector de estudios y desarrollo de competencias en el Ministerio del Interior, señalaba a la eliminación de las estructuras de seguridad del viejo gobierno de Ben Ali. “Los funcionarios despedidos, independientemente de su participación en el régimen, pueden distinguir las redes terroristas en Túnez dada su experiencia y el estado de alerta adquiridos. Esta caída, así como la eliminación de otros altos responsables, ha sido la primera condición necesaria para que el terrorismo se propague”, explicaba durante una conferencia titulada “La seguridad nacional y el terrorismo”.

Los tunecinos temen que el atentado en Susa afecte al turismo, el gran carro que tira de la economía. Hasta hace unos pocos meses, el ministro de Turismo, Jamel Gamra, se mostraba muy positivo. “Este año tenemos el objetivo de volver a las cifras de 2013”, contaba a la BBC. Tras la espantada de turistas provocada por la revuelta de 2011, poco a poco comenzaban a volver los visitantes al país norteafricano.

La alemana Kerstin Grube fue una de ellas. Junto a su novio visitó varias ciudades tunecinas, entre ellas Sousse, durante la pasada primavera. “Me gustó mucho Túnez y sí que me sentí segura, aunque muchas mujeres vestían velo integral y sentía como si yo tuviera que haber hecho lo mismo”. A pesar de los últimos acontecimientos en el país, Kerstin asegura que volvería “porque la gente fue muy agradable y todas las vacaciones fueron muy buenas”.

Muchos tunecinos temen que pueda haber nuevos atentados

Sin embargo, los ciudadanos tunecinos no comparten su optimismo. La mayoría coincide en que dada la situación actual, no se deben descartar posibles nuevos ataques. “La situación del país es muy mala y nos arriesgamos a perder la seguridad”, confiesa la periodista Manel Derbeli. “Por un lado, como los autores de la violencia salen siempre libres y, por otro, la inestabilidad política, el riesgo sigue siendo virulento”, opina Nacef Benour.

Por su parte, Mohsen Dridi apunta al partido islamista: “Si Ennahda, al menos el ala llamada ‘moderada’, no revisa su estrategia global y continúa actuando como una hermandad mundial que no tiene nada que ver con Túnez, existirá siempre el riesgo y la tentación de respaldar la violencia”.

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