Opinión

La derrota

Uri Avnery
Uri Avnery
· 11 minutos

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El mayor peligro para Israel no es la eventual bomba nuclear de Irán. El mayor peligro es la estupidez de nuestros dirigentes.

No es que sea un fenómeno exclusivamente israelí. Una enorme cantidad de líderes mundiales son simplemente idiotas y lo han sido siempre. Basta con mirar lo que pasó en Europa en julio de 1914, cuando una acumulación increíble de políticos estúpidos y generales incompetentes hundieron la humanidad en la I Guerra Mundial.

Pero últimamente, Binyamin Netanyahu y casi toda la clase política israelí han alcanzado una nueva plusmarca en lo que a estupidez se refiere.

Empecemos por el final.

Irán es el gran vencedor. Se le ha dado una cálida bienvenida, al regresar a la familia de las naciones civilizadas. Su moneda, el rial, se está disparando. Su prestigio y su influencia en la región se han vuelto enormes. Sus enemigos en el mundo musulmán, Arabia Saudí y sus satélites del Golfo, han quedado humillados. Es inimaginable ya que nadie, tampoco Israel, dé un golpe militar contra Irán.

Desaparece la imagen de Irán como una nación de ayatolás locos, fomentada por Netanyahu y Ahmadineyad

Ha desaparecido la imagen de Irán como una nación de ayatolás locos, que tanto fomentaron Netanyahu y Ahmadineyad. Irán parece ahora un país respetable, dirigido por líderes sobrios y astutos.

El gran perdedor es Israel. Se ha ido colocando en una posición de aislamiento total. Sus exigencias se han ignorado, sus amigos tradicionales se han distanciado. Pero sobre todo, su relación con Estados Unidos ha sufrido serios daños.

Lo que hacen Netanyahu y Cía es casi increíble. Están sentados en una rama muy alta y están muy entregados a la tarea de aserrar la rama.

Se ha hablado mucho sobre el hecho de que Israel depende totalmente de Estados Unidos en casi todos los campos. Pero para entender lo inmenso que es esta estupidez, hay que mencionar un aspecto en concreto. Israel controla, de hecho, el acceso a los centros del poder estadounidense.

Todas las naciones, especialmente las más pequeñas y más pobres, saben que para entrar en las salas del sultán norteamericano, para conseguir ayuda y respaldo, primero hay que sobornar al guardia de la puerta. El soborno puede ser político (privilegios por parte del gobierno), económico (materias primas), diplomático (votos en Naciones Unidas), militar (una base o «cooperación» en materia de espionaje) o lo que sea. Si es suficientemente grande, AIPAC les ayudará a recibir respaldo en el Congreso estadounidense.

Hace dos años escribí que un ataque militar contra Irán, sea por Israel o por Estados Unidos, es imposible

Esta incomparable ventaja se basa únicamente en la percepción de la posición única de Israel respecto a Estados Unidos. La derrota sin paliativos de Netanyahu respecto a las relaciones de Estados Unidos con Irán ha dañado enormemente esta percepción, si no la ha destruido ya. Las pérdidas son incalculables.

Los políticos israelíes, como la mayoría de sus colegas en otras partes del mundo, no tienen mucha idea de la historia mundial. Son ratones de partido que pasan su vida tejiendo intrigas políticas. Si hubieran estudiado Historia no habrían construido la trampa para ellos mismos en la que han caído ahora.

Me siento tentado a presumir con que hace ya dos años escribí que un ataque militar, cualquier ataque, sea por Israel o por Estados Unidos, es imposible. Pero no era una profecía inspirada por alguna deidad desconocida. Ni siquiera hacía falta ser especialmente inteligente. Era simplemente el resultado de echar una ojeada al mapa. El Estrecho de Ormuz.

Cualquier acción militar contra Irán iba a llevar, sí o sí, a una guerra mayor, algo en la categoría de Vietnam, junto al colapso del abastecimiento de petróleo en el mundo. Incluso si el público estadounidense no hubiera estado tan cansado de las guerras, para empezar una aventura de este calibre no sólo hacía falta ser idiota, sino prácticamente loco.

No es que la opción militar se haya quitado ahora «de la mesa»: nunca estuvo «encima de la mesa». Era una pistola sin cargar, y los iraníes lo sabían muy bien.

El único arma cargada eran las sanciones comerciales. Éstas hacían sufrir al pueblo. Y eso convenció al guía supremo, Ali Husseini Jamenéi, de cambiar el régimen arriba abajo e instalar un nuevo presidente, muy distinto al anterior.

Los norteamericanos se dieron cuenta y actuaron en consecuencia. Netanyahu, obsesionado con su bomba, no se dio cuenta. Lo que es peor, aún no se ha dado cuenta.

Si la obsesión por seguir intentando algo que ha fallado una y otra vez es un síntoma de locura, sí deberíamos empezar a preocuparnos por el estado del «rey Bibi».

Para salvarse de la imagen de un fracaso rotundo, AIPAC ha empezado a ordenar a sus senadores y diputados que elaboren unas nuevas sanciones que se podrían imponer a Irán en un futuro indeterminado.

La nueva consigna de la máquina de propaganda israelí es que Irán nos está engañando

La nueva consigna de la máquina de propaganda israelí es que Irán nos está engañando. Los iraníes simplemente no pueden hacer otra cosa. Engañar es algo que está en su naturaleza.

Esta idea puede funcionar porque está basada en un racismo de profundas raíces. La palabra bazar es de origen persa, y en la mente europea se asocia a regateos y triquiñuelas.

Pero la convicción israelí de que los iraníes engañan se basa en unos fundamentos más sólidos: nuestra propia actitud. Cuando Israel, en los años 50, empezó a construir su propio programa nuclear, con la ayuda de Francia, tenía que engañar a todo el mundo lo y hizo con efectos impresionantes.

Por pura coincidencia – o quizás no fuera tanta coincidencia -, el Canal 2 TV de Israel emitió el lunes pasado una historia muy reveladora sobre este asunto, justo dos días después de que se firmasen los acuerdos de Ginebra. Su programa más prestigioso, «Hechos», entrevistó a un productor israelí de Hollywood, Arnon Milchan, un multimillonario y patriota israelí.

Durante el programa, Milchan presumió de haber trabajado para Lakam, la agencia de espionaje israelí entre cuyos agentes se hallaba Jonathan Pollard (y que después fue desmantelada). Lakam estaba especializada en el espionaje científico y Milchan hizo un trabajo muy valioso a la hora de conseguir, de forma secreta y bajo pretextos falsos, los materiales que Israel necesitaba para su programa nuclear en el que se produjo la bomba atómica.

Milchan señaló su admiración por el régimen de apartheid de Sudáfrica y por la cooperación en materia nuclear que Israel le prestaba. En aquel tiempo, una posible explosión nuclear en el Océano Índico cerca de Sudáfrica dejó a los científicos norteamericanos ante un enigma y hubo teorías – sólo pronunciadas en susurros – sobre un artefacto nuclear israelí-sudafricano.

Es una ironía de la historia que Israel ayudó a Irán a dar sus primeros pasos atómicos

Un tercer bando era el del sah de Irán, que también tenía ambiciones nucleares. Es una ironía de la historia que Israel ayudó a Irán a dar sus primeros pasos atómicos.

Los dirigentes y científicos israelíes hicieron lo imposible para esconder sus actividades nucleares. El edificion del reactor de Dimona se disfrazó como una fábrica textil. Si alguien de fuera era invitado a darse una vuelta por Dimona se le engañaba con muros falsos, pisos escondidos y otros trucos.

Es decir, cuando nuestros líderes hablan de engaños, trucos y falsedades, saben perfectamente de qué están hablando. Respetan la capacidad de los persas de hacer lo mismo y están bastante convencidos de que ocurrirá. Lo mismo lo piensan practicamente todos los israelíes y sobre todo los tertulianos en los medios de comunicación.

Uno de los aspectos más extraños de la crisis estadounidense-israelí es la queja israelí de que Estados Unidos mantuvo canales secretos de diplomacia con Irán «a nuestras espaldas».

Si existiera un premio internacional para la falta de vergüenza (jutspa en hebreo), esta queja tendría muchas posibilidades de ganar.

La «única superpotencia del mundo» mantenía comunicaciones secretas con un país importante y sólo informó Israel más tarde. ¡Pero qué cara tienen los estaounidenses! ¿Cómo se atreven?

Parece ser que el acuerdo verdadero no se forjó en las muchas horas de negociación en Ginebra sino en estos contactos secretos.

Nuestro gobierno, por cierto, no se privó de fanfarronear que ya lo sabía todo el rato a través de sus propias fuentes de espionaje. Insinuó que estas fuentes eran saudíes. Yo sospecharía más bien que se trataba de alguno de nuestros numerosos informadores dentro del aparato gubernamental de Estados Unidos.

Sea como fuere, se da por hecho que Estados Unidos está obligado a informar a Israel de antemano sobre cada paso que da en Oriente Próximo. Interesante idea.

El presidente Obama ha decidido, obviamente, que las sanciones y amenazas militares no pueden ir mucho más allá. Yo creo que tiene razón.

Se da por hecho que Estados Unidos está obligado a informar a Israel de antemano sobre cada paso que da

Una nación orgullosa no se somete ante amenazas abiertas. Frente a un desafío de este tipo, la nación tiende a unirse en un fervor patriótico y a respaldar a sus dirigentes, aunque nadie los soporte. Los israelíes reaccionaríamos así. Como cualquier otra nación.

Obama juega con el hecho de que el cambio de régimen iraní ya ha empezado. Una nueva generación, que se entera a través de los medios sociales de qué pasa en el mundo, quiere disfrutar de su parte de la buena vida. El fervor revolucionario y la ortodoxia ideológica se desvanecen con el tiempo, algo que los israelíes sabemos muy bien. Ocurrió en nuestros kibutz, ocurrió en la Unión Soviética, ocurre en China y en Cuba. Ahora también ocurre en Irán.

Qué deberíamos hacer, pues? Mi consejo sería muy simple: Si no puedes con ellos, únete a ellos.

Pongamos fin a la obsesión de Netanyahu. Demos la bienvenida al acuerdo de Ginebra (porque es bueno para Israel). Silbemos a los perros de presa del AIPAC para que dejen ya el Capitolio. Arreglemos las relaciones con el gobierno estadounidense. Y – eso es lo más importante – extendamos unas antenas hacia Irán para ir cambiando, por despacio que sea, nuestras relaciones mutuas.

La Historia nos enseña que los amigos de ayer pueden ser enemigos hoy, y que los enemigos de hoy pueden ser los aliados de mañana. Ya nos ocurrió una vez con Irán. Aparte de la ideología, entre nuestras dos naciones no hay un conflicto de intereses real.

Necesitamos un cambio de la cúpula dirigente, un cambio similar a aquel en el que Irán se está embarcando ahora. Desafortunadamente, todos los políticos israelies, de izquierda y derecha, se han sumado a la Gran Marcha de la Estupidez. Ni una sola vez del sistema política se ha levantado en contra. El nuevo líder del Partido Laborista, Yitzhak Herzog, es parte de ella, al igual que Ya’ir Lapid o Tzipi Livni.

Como se dice en yídish: Es espectáculo de los idiotas habría sido divertido, si no fuera porque eran nuestros idiotas.