Reportaje

Infancias reventadas por las minas

Lluís Miquel Hurtado
Lluís Miquel Hurtado
· 9 minutos
Bezhat | © Lluis Miquel Hurtado
Casim Özer muestra la foto de su sobrino Behzat, muerto por una mina en 2013 | © Ll. M. Hurtado

Semdinli (Kurdistán turco) | Noviembre 2013

Oscurecía en Incesu, un puñado de casas asentadas en la falda de uno de los muchos montes terrosos que pueblan la zona. Entre unos matojos a quinientos metros de su hogar Behzat Özer, un vivaracho niño de ocho años que acababa de salir de clase, halló un objeto curioso. “¡Mira!”, le espetó a su amigo Tayfun Can, un año mayor que él. Y aquello explotó. “Al llegar nos encontramos al niño despedazado”, musita abatido su tío Casim.

Como suele pasar con los sucesos incómodos, pocos medios turcos se detuvieron a contar la historia de Behzat y Tayfun, que salvó la vida. La casa familiar, rodeada de frutales, es rigurosamente austera. El salón principal, como es costumbre en las viviendas kurdas, carece de muebles y está contorneado por cojines coloreados que reposan encima de enormes alfombras. Los padres del niño fallecido no pueden atender a Desalambre pues Huseyin, su padre, está enfermo en el hospital. Toda la familia Özer, una colección de miradas compungidas, se sienta y acompaña a Casim.

La muerte del pequeño Behzat, ocurrida precisamente en el 90 aniversario de la República de Turquía, el 29 de octubre pasado, ha devuelto de las tinieblas la tragedia de los explosivos abandonados en el campo turco. Son consecuencia de la guerra librada desde 1984 en esta zona, cerca del vértice confluyente con las fronteras de Irán e Irak, entre la milicia del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y las fuerzas de seguridad turcas.

Pocos medios turcos contaron la historia de la mina que mató a Behzat Özer, de ocho años

Las crestas del valle de Şemdinli son los muros pétreos de un inmenso suplicio para sus once mil habitantes. Sobre las cumbres se aposentan torretas de vigilancia del Ejército turco. Los soldados se turnan para pasear el detector de minas por el arcén de sinuosas carreteras colmadas de puestos de control. De noche, potentes focos de luz que iluminan las laderas del monte siguen buscando fantasmas con kalashnikov.

El hecho de que Şemdinli sea la vía más rápida hacia la sierra iraquí de Qandil, santuario de los guerrilleros desde hace una década, ha estigmatizado la zona y a sus habitantes. “Siempre nos vieron como miembros del PKK –recuerda Casim Özer–. Nos prohibían ir a nuestras tierras y nos obligaron a venderlas. En ocasiones nos forzaban a abandonar los pueblos. Nos prohibían, entre palizas, hablar el kurdo, la única lengua que sabíamos”.

Los Özer no han sido los únicos golpeados en este lugar por el mal agazapado a ras de tierra. “Behzat es el primer muerto en nuestra aldea –señala Casim–, pero aquí cerca, en el pueblo de Yayla, tres pastoras pisaron una mina hace siete u ocho años. Dos de ellas murieron. El verano pasado, mientras daba de pastar a los animales, un hombre falleció al estallar otra mina a su paso”.

Seferi Yılmaz, hoy regente de una conocida librería local, dedicó quince años de su vida a purgar en la cárcel los excesos cometidos anteriormente en las filas del PKK. Habla de minas con conocimiento de causa: “Colocaron minas por todas partes para evitar que la gente trabajara la tierra. Recuerdo a mujeres que dejaron huérfanos al morir en los huertos. También a infantes fallecidos mientras llevaban las bestias a pastar, en vecindarios incluso más cercanos al centro de Şemdinli que Incesu”.

Cifras opacas

Según la Fundación Turca para los Derechos Humanos (TIHV), 128 menores sufrieron entre 1999 y 2011 un destino similar al de Behzat Özer. En el último registro del suizo Observatorio de Minas y Munición de Dispersión (CMC), de 2011, se cuentan al menos ocho niños entre los 19 civiles afectados por explosivos desperdigados por el campo. Son minas convencionales, minas improvisadas (IED) u otros artefactos de guerra.

Según la Fundación Turca de Derechos Humanos, 128 menores fueron afectados por las minas entre 1999 y 2011

Debido al interés político en Turquía por mimetizar las cifras, especialmente las no militares, hay pocos informes concluyentes. El International Crisis Group calcula que en casi 30 años de guerra entre el PKK y Turquía ha habido unos 40.000 muertos. El Ministerio de Interior turco dio cuenta en 2010 de 644 civiles fallecidos por minas desde ese periodo. Sumó a esa cifra 5.091 heridos más, sin especificar su estatus.

Tras la muerte del niño Behzat Özer, los soldados turcos dieron su pésame a los familiares. “Algunos uniformados vinieron al entierro. Les pesaba lo ocurrido”, asegura el tío de Behzat. Pero las Fuerzas Armadas de Turquía (TSK) eximieron responsabilidades en la tragedia. “Inspeccionaron brevemente la zona. Luego nos dijeron que el explosivo había sido una granada de mano rusa y se fueron”, añade Casim, que no ha vuelto a verles por ahí.

“Todas las minas esparcidas llevan grabadas las siglas TSK, sentencia Seferi Yılmaz. Casim Özer no lo ve tan claro y opina que el “Partido [PKK]” pudo dejarse algún explosivo abandonado hace años durante sus movimientos de tropas. Turquía, que firmó en 2004 la Convención sobre la prohibición de minas antipersona –que pretende acabar con la fabricación, venta y uso de minas que puedan ser activadas por la víctima–, sólo detalló voluntariamente en su último informe de transparencia las bajas provocadas por minas del PKK.

Pese a que Ankara aseguró en 2011 haberse deshecho de todas sus minas antipersona, y que el Estado Mayor declaró haber prohibido su uso ya en 1998, la prensa turca ha informado en al menos dos ocasiones posteriores de la colocación de estos artefactos por parte del ejército. Por otra parte, Yılmaz recuerda que la guerrilla se adhirió a la llamada a dejar de usarlas. Desde 2006, el PKK reconoce usar sólo dispositivos detonados por control remoto, un tipo de dispositivo no vetado por la Convención.

Frontera siria

“Ya no estamos en guerra”, insiste Seferi, el exmiliciano que ahora es librero. “Por eso Turquía debe retirar todas las minas inmediatamente”. En marzo de este año, el PKK declaró el cese de la lucha armada y su retirada paulatina de suelo turco. Interrumpió el proceso en septiembre denunciando al Gobierno turco de falta de iniciativa. Entre otras agravios, estaba el de no disminuir, sino incluso aumentar, el músculo militar en Şemdinli.

Según las autoridades turcas, hay 977.922 minas en sus fronteras, y 67 zonas minadas en otras zonas

En el informe de transparencia, los turcos advierten de la presencia de 977.922 minas en sus líneas fronterizas. Señalan, sin dar más datos, que hay 67 zonas minadas en “otros lugares no frontera”. “Turquía anunció que acabaría de limpiar el país de minas en 2014, pero aún anda lejos de cumplir con los requisitos de la Convención”, denuncia al medio kurdo ‘Rudaw’ Muteber Ögreten, coordinadora de la Iniciativa para una Turquía sin Minas. Y remacha: “Han pedido una prórroga de esta labor hasta 2022”.

El otro foco de tensión regional son los 911 km de línea divisoria que separan Turquía del norte de Siria, una zona donde se está consolidando una autonomía kurda simpatizante del PKK. Allí, según las cifras de Ankara, hay escondidas 613.715 minas. “En vez de retirarlas, plantan un muro para supuestamente tapar esos campos minados”, se queja Seferi Yılmaz. La tapia, en construcción, ha puesto a los kurdos en pie de guerra.

Pobreza

De la presencia de minas entre pastos y surcos de tierra se deriva otro problema añadido al riesgo de saltar por los aires. “Con tantos terrenos fértiles repletos de explosivos, muchos vecinos no pueden ganarse la vida”, critica Yılmaz. Esto agrava la pobreza atroz de esta región, que tras años de combates ha llevado a los adultos al hastío y a los jóvenes a la histeria; muchos de ellos acabaron enrolados en las filas del PKK.

«Hay familias que no han podido llevar su causa a los tribunales por falta de medios», denuncia un local

“Hay familias perjudicadas por las minas que no han podido llevar su causa a los tribunales sólo por falta de recursos económicos”, pone de relieve Yılmaz. “Quienes van a juicio en ocasiones consiguen una pequeña indemnización y en otras se van con las manos vacías”. Casim Özer, con 53 años y parado, plantea tímidamente la posibilidad de ir ante el juez, aunque la versión de los hechos del ejército le genera confusión y desconfianza.

Las redes de asistencia a las víctimas de minas u otros explosivos son peregrinas y están descentralizadas, lo que no permite hacer un seguimiento a las compensaciones que reciban los afectados por minas antipersona. Turquía, que insiste en destacar en sus informes de transparencia sólo los estragos provocados supuestamente por artefactos puestos por el PKK, ofrece únicamente números exactos de personal militar atendido: ni rastro de civiles.

“No sabemos dónde puede haber más bombas”, dice preocupado Casim Özer. “Hay miedo a que esto se repita”. En la aldea hay más de 45 menores que en un año aparentemente placentero, alega el tío de Behzat, se han dado de bruces de nuevo con el sangriento ayer. “Ya sólo queremos paz. Vivir libres y tranquilos”, pide con los ojos humedecidos. “No me gusta usar la palabra ‘guerra. Pero si mi niño se ha muerto, es porque algo sigue ocurriendo”.

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