Opinión

El emperador

Uri Avnery
Uri Avnery
· 15 minutos

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A mediados de los años 70, Ariel Sharon me pidió que organizara algo para él: una reunión con Yasser Arafat.

Pocos días antes, los medios de comunicación israelíes habían descubierto que yo mantenía contacto habitual con la cúpula de la OLP, catalogada por entonces como una organización terrorista.

Le dije a Sharon que mis contactos en la OLP probablemente preguntarían qué tenía pensado proponer a los palestinos. Me dijo que su plan era ayudar a los palestinos a derrocar a la monarquía jordana, y convertir Jordania en un Estado palestino, con Arafat como presidente.

‘‘¿Y qué hay de Cisjordania?’’ le pregunté.

‘‘Una vez que Jordania se convierta en Palestina, ya no habrá un problema entre dos pueblos, sino entre dos Estados. Eso será mucho más fácil de resolver. Encontraremos alguna forma de partición, territorial o funcional, o gobernaremos el territorio juntos.’’

Mis amigos hicieron llegar la petición a Arafat, que se la tomó a risa. Pero no perdió la oportunidad de decírselo al rey Hussein. Hussein reveló la historia a un periódico kuwaití, Al Rai, y así es como volvió a mí.

El plan de Sharon era revolucionario en aquel entonces. Casi toda la clase dirigente israelí (incluyendo al primer ministro Yitzhak Rabin y al ministro de Defensa Shimon Peres) creía en lo que se llamaba ‘‘la opción jordana’’: la idea de que debíamos hacer las paces con el rey Hussein. Los palestinos eran ignorados o considerados archienemigos, o ambas cosas.

Mi idea era crear un Estado palestino en Cisjordania, la de Sharon era crearlo en Transjordania

Cinco años antes, cuando los palestinos estaban luchando allí contra el régimen hachemí, Israel acudió a la ayuda del rey a petición de Henry Kissinger. Yo proponía lo contrario en mi revista: ayudar a los palestinos. Sharon, general por entonces, me dijo que le había pedido hacer lo mismo al Estado Mayor, aunque con un fin diferente. Mi idea era crear un Estado palestino en Cisjordania, la suya era crearlo en Transjordania.

(La idea de convertir Jordania en Palestina tiene un trasfondo lingüístico por lo general desconocido. En el uso hebreo, ‘‘Eretz Israel’’ es la tierra a los dos lados del río Jordán, donde las tribus hebreas antiguas se asentaron de acuerdo con el mito bíblico. En el uso palestino, ‘‘Filastin’’ es sólo la tierra del lado oeste del río. Por lo tanto, es bastante natural en israelíes ignorantes pedir a los palestinos que funden su Estado más allá del Jordán. Para los palestinos, eso significa fundar su estado en el extranjero.

En aquella época, Sharon estaba exiliado de la política.

Sharon podría ser un oficial militar ejemplar, si pudiera abstenerse de mentir

En 1973 dejó el ejército, después de darse cuenta de que no tenía oportunidad de convertirse en jefe del Estado Mayor. Esto puede parecer raro, pues ya era reconocido como un destacado comandante en el campo de batalla. El problema es que también era conocido como un oficial insubordinado, que menospreciaba a sus superiores y a sus iguales (así como a todo el mundo). Además, su relación con la verdad era problemática. David Ben-Gurion escribió en su diario que Sharon podría ser un oficial militar ejemplar, si pudiera abstenerse de mentir.

Cuando dejó el ejército, Sharon creó el Likud prácticamente sin ayuda al unir a todos los partidos de derechas. Fue ahí cuando lo elegí hombre del año de Haolam Hazeh y escribí un largo artículo biográfico sobre él. Pocos días después, estalló la guerra de Yom Kippur, y se reclutó de nuevo a Sharon en el ejército. Algunos consideran su papel en este conflicto como una pura genialidad, otros como una historia de insubordinación y suerte. Una foto suya con la cabeza vendada se convirtió en su marca distintiva, aunque sólo era una herida leve que se causó al golpearse la cabeza con su vehículo de mando. (Fue herido de verdad en batalla, como yo, en 1948, todo hay que decirlo).

Después de la guerra de Yom Kippur, la discusión sobre su papel en esta se convirtió en el centro de ‘‘la batalla de los generales’’. Empezó a visitarme a mi casa para explicarme sus estrategias, y empezamos a llevarnos bastante bien.
Dejó el Likud cuando se dio cuenta de que no podría convertirse en su líder mientras Menachem Begin estuviera en escena. Empezó a trazar su propio rumbo. Fue entonces cuando me pidió la reunión con Arafat.

Estaba pensando en crear un partido nuevo, ni de derechas ni de izquierdas, pero liderado por él y por ‘‘personalidades destacadas’’ de todo el panorama político. Me invitó a unirme, y tuvimos largas conversaciones en su casa.

Yo había estado buscando a alguien con credenciales militares para liderar una campaña por la paz

Debo explicar aquí que durante un largo tiempo yo había estado buscando a una persona con credenciales militares para liderar una gran campaña por la paz. Un líder con semejante trasfondo haría mucho más fácil que ganásemos apoyo público para nuestros objetivos. Sharon encajaba en la fórmula. (Como después lo hizo Yitzhak Rabin). Sin embargo, por nuestras conversaciones me quedó claro que seguía siendo básicamente una persona de derechas.

Al final Sharon fundó un partido llamado Shlomtzion (‘‘La paz de Sión’’), que fue un fracaso deprimente el día de las elecciones. Al día siguiente, volvió a unirse al Likud.

El Likud había ganado las elecciones y Begin se convirtió en primer ministro. Si Sharon había esperado que se le nombrase ministro de Defensa, pronto se desengañó. Begin no confiaba en él. Sharon parecía un general capaz de organizar un golpe de Estado. El poderoso nuevo ministro de Finanzas dijo que si Sharon llegaba ser comandante en jefe, ‘‘enviaría sus tanques para rodear la Knesset.’’

(Una broma circulaba por entonces: el ministro de Defensa Sharon convocaría una reunión del Estado Mayor y proclamaría: ‘‘¡Camaradas, mañana por la mañana a las 6:00 h tomamos el gobierno!’’ Por un momento, la audiencia se quedó estupefacta, y después estalló en una risa descontrolada.)

Sin embargo, cuando el ministro de Defensa preferido de Begin, el antiguo jefe de la Fuerza Aérea Ezer Weizman, dimitió, Begin se vio forzado a nombrar a Sharon como su sucesor. Por segunda vez elegí a Sharon como hombre del año de Haolam Hazeh. Se tomó esto muy en serio y se sentó conmigo muchas horas, en varias reuniones en su casa y oficina, para explicarme sus ideas.

Las  ideas de Sharon estaban basadas generalmente en una ignorancia abismal del otro bando

Una de ellas, que expuso al mismo tiempo a los organizadores estratégicos de Estados Unidos, era conquistar Irán. Cuando muera el ayatolá Jomeini, decía, empezará una carrera entre la Unión Soviética y Estados Unidos para determinar quien llegará primero a la escena y tomará el poder. Estados Unidos está lejos, pero Israel puede hacer el trabajo. Con la ayuda de armas pesadas que Estados Unidos almacenará en Israel mucho antes, nuestro ejército tendrá pleno dominio antes de que los soviéticos se muevan. Me enseñó mapas detallados del avance, hora por hora y día por día.

Esto era típico de Sharon. Su visión era amplia y global. Dejaba sin aliento a su oyente, que lo comparaba con los pequeños políticos ordinarios, faltos de visión y amplitud. Pero sus ideas estaban basadas generalmente en una ignorancia abismal del otro bando, y por tanto se quedaban en nada.

Al mismo tiempo, nueve meses antes de la guerra de Líbano, me reveló su gran plan para un Oriente Medio nuevo creado por él. Me dio permiso para publicarlo, siempre y cuando no lo mencionase a él como fuente. Confiaba en mí.
Era básicamente el mismo que quería proponerle a Arafat.

El ejército invadiría Líbano y conduciría a los palestinos de ahí a Siria, desde donde los sirios los introducirían en Jordania. Allí los palestinos derrocarían al rey y fundarían el Estado de Palestina.

El ejército también conduciría a los sirios fuera de Líbano. En Líbano, Sharon elegiría un oficial cristiano y lo instalaría como dictador. Líbano firmaría la paz oficial con Israel y se convertiría prácticamente en un Estado vasallo.

Yo publiqué todo esto debidamente, y nueve meses después Sharon invadió Líbano, después de mentir a Begin y al gabinete acerca de sus propósitos. Pero la guerra fue un desastre, tanto militar como políticamente.

Militarmente fue una demostración del ‘principio de Peter’: el gran comandante de batalla era un pésimo estratega. Ninguna unidad del ejército israelí alcanzó su objetivo a tiempo, si es que llegó a alcanzarlo. El dictador que instaló Israel, Bachir Gemayel, fue asesinado. Su hermano y sucesor firmó un tratado de paz con Israel, que a estas alturas se ha olvidado por completo. Los sirios permanecieron en Líbano por muchos años. El ejército israelí se retiró después de una guerra de guerrillas que duró 18 años completos, durante los cuales los menospreciados y pisoteados chiíes en el sur de Líbano ocupado por Israel se convirtieron en la fuerza política dominante del país.

Desde Sabra y Shatila, Sharon y yo no intercambiamos una sola palabra, ni un saludo

Y lo peor de todo es que, para provocar la huída de los palestinos, Sharon dejó que los bárbaros cristianos falangistas entraran en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila, donde perpetraron una terrible masacre. Cientos de miles de israelíes indignados protestaron en Tel Aviv, y se destituyó a Sharon del Ministerio de Defensa.

En el apogeo de la batalla de Beirut crucé las líneas y me reuní con Yasser Arafat, que se había convertido en la némesis de Sharon. Desde entonces, Sharon y yo no intercambiamos una sola palabra, ni siquiera un saludo.

Parecía el final de la carrera de Sharon. Pero para Sharon, cada final era un nuevo comienzo.

Uno de sus vasallos de los medios de comunicación, Uri Dan (que había comenzado su carrera en Haolam Hazeh) acuñó una vez una frase profética: ‘‘Aquellos que no le quieren como jefe del Estado Mayor, conseguirán que sea ministro de Defensa. Aquellos que no lo quieren como ministro de Defensa, conseguirán que sea primer ministro.’’ Hoy se podría añadir: ‘‘Aquellos que no lo querían como primer ministro, están consiguiendo que sea un icono nacional.’’

Un exgeneral, Yitzhak Ben-Israel, me dijo ayer: ‘‘¡Era un emperador!’’ Encuentro esta descripción muy apropiada.
Como un emperador romano, Sharon era un ser supremo, admirado y temido, generoso y cruel, genial y traicionero, hedonista y corrupto, un general victorioso y un criminal de guerra, rápido a la hora de tomar decisiones y firme una vez las había tomado, superando los obstáculos por pura fuerza de personalidad.

Uno no podía conocerlo sin quedarse deslumbrado por la sensación de poder que emanaba de él. El poder era su elemento.

Sharon creía que el destino lo había elegido a él para liderar a Israel

Creía que el destino lo había elegido a él para liderar a Israel. No es que creyera esto: lo sabía. Para él, su carrera personal y el destino de Israel eran lo mismo. Por tanto, cualquiera que quisiera cerrarle el paso era un traidor a Israel. Menospreciaba a todos los que le rodeaban: desde Begin hasta el último político o general.

Su personalidad se formó en su infancia temprana en Kfar Malal, una aldea comunal que pertenecía al Partido Laborista. Su madre, Vera, dirigía la granja familiar con una voluntad de hierro, riñendo con todos los vecinos, las instituciones de la aldea y el partido. Cuando el pequeño Arik se hirió al caerse sobre una horqueta, no lo llevó a la clínica de la aldea, que odiaba, sino que lo montó en un burro y lo llevó varios kilómetros a un doctor en Kfar Saba.
Cuando corría el rumor de que los árabes en las aldeas vecinas estaban preparando un ataque, al pequeño Arik se le escondía en un pajar.

Años más tarde, cuando su madre (que todavía dirigía la granja) visitó su rancho nuevo y vio un muro bajo con agujeros para regar, exclamó: ‘‘¡Ah, tienes troneras! ¡Muy bien, puedes disparar a los árabes a través de ellas!’’
¿Cómo pudo comprar un pobre oficial del ejército el rancho más grande del país? Simple: fue un regalo de un multimillonario norteamericano-israelí, con la ayuda del ministro de Finanzas. Lo siguieron varios grandes y sospechosos acuerdos con otros multimillonarios.

Sharon era el israelí más típico que podría imaginarse, personificando el dicho (del que modestamente me declaro autor): ‘‘Si la fuerza no funciona, inténtalo con más fuerza’’.

Por eso me quedé muy sorprendido cuando se pronunció a favor de la ley que eximía a decenas de miles de jóvenes judíos ortodoxos del servicio militar. ‘‘¿Cómo puedes hacerlo?’’ le pregunté. Su respuesta fue: ‘‘¡Antes que nada soy judío, y después de eso israelí!’’ Yo le dije que para mí era al revés.

Ideológicamente, fue el alumno y sucesor de David Ben-Gurion y Moshe Dayan, líderes que creían en la fuerza militar y en la expansión sin límites de Israel. Su carrera militar empezó de verdad en los años 50 cuando Moshe Dayan lo puso a cargo de un grupo no oficial llamado Unidad 101, que se envió más allá de la frontera para matar y destruir, como represalia por actos similares que los árabes habían cometido. Su hazaña más famosa fue la masacre de la aldea de Qibya en 1953, en la que se enterró a 49 aldeanos bajo las casas que él hizo estallar.

Después, cuando se le pidió que pusiera fin al ‘‘terrorismo’’ en Gaza, mató a todo árabe que fuera capturado con armas. Cuando más tarde le pregunté acerca de la matanza de prisioneros, me dijo: ‘‘Yo no maté a prisioneros. ¡Yo no hice prisioneros!’’

‘‘Yo no maté a prisioneros. ¡Yo no hice prisioneros!’’

Al principio de su carrera como comandante fue un mal general. Pero mejoró de una guerra a otra. Poco común en un general, aprendió de sus errores. En la guerra de 1973 ya se le consideraba el equivalente a Erwin Rommel y George Patton. También llegó a saberse que entre batalla y batalla se atiborraba de marisco, que no es kosher.

El empeño principal de su vida fue la iniciativa de los asentamientos. Como oficial del ejército, político, y jefe sucesivo de media docena de ministerios, su esfuerzo central fue siempre planear y fundar asentamientos en los territorios ocupados.

No le importaba si eran legales o ilegales de acuerdo con la ley israelí (todos ellos, por supuesto, son ilegales de acuerdo con la ley internacional, que no le importaba un bledo).

Planeó su ubicación, con el objetivo de cortar Cisjordania en franjas que hicieran imposible un Estado palestino. Después lo impuso en los gabinetes y los ministerios. Por algo se le apodaba ‘‘la excavadora’’.

El ‘‘ejército de defensa de Israel’’ (su nombre oficial en hebreo), se convirtió en el ‘‘ejército de defensa de los colonos’’, hundiéndose lentamente en la ciénaga de la ocupación.

Su esfuerzo central fue siempre planear y fundar asentamientos en los territorios ocupados

Sin embargo, cuando los asentamientos obstruyeron sus planes, no tuvo ningún reparo en destruirlos. Cuando estaba a favor de la paz con Egipto, para centrarse en la guerra con los palestinos, destruyó el pueblo de Yamit y los asentamientos adyacentes en el norte del Sinaí. Después hizo lo mismo con los asentamientos en la Franja de Gaza, suscitando el odio imperecedero de los colonos, sus antiguos protegidos. Actuaba como un general dispuesto a sacrificar una brigada entera con tal de mejorar su posición estratégica en general.

Cuando murió la semana pasada, después de yacer en coma durante ocho años, fue elogiado por la gente a la que precisamente despreciaba, y se convirtió en un trivial héroe popular. El Ministerio de Educación lo comparó con Moisés.

En la vida real era una persona muy compleja, tan compleja como Israel. Su historia personal está entrelazada con la historia de Israel.

Su legado principal fue catastrófico: las veintenas de asentamientos que implantó por toda Cisjordania. Cada uno de ellos es una mina terrestre que tendrá que ser retirada, con gran riesgo, cuando llegue el momento.