Crítica

Tiene narices

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 8 minutos
saviano-cerocerocero

Roberto Saviano
CeroCeroCero

Género: Ensayo.
Editorial: Anagrama
Páginas: 496.
ISBN: 978-84-3397-883-7.
Precio: 22,90 €.
Año: 2014.
Idioma original: Italiano.
Título original: ZeroZeroZero.
Traducción: Mario Costa García.

Nada más pasar la última página del último libro de Roberto Saviano, CeroCeroCero, leí en internet la noticia de la detención de El Chapo Guzmán, el capo mexicano más buscado del mundo. Me pareció que la vida quisiera apostillar el ensayo del italiano, concederle un final feliz, aunque sabemos que el cuento está muy lejos de acabar. De hecho, el espacio marginal concedido a dicha operación en las portadas, acaparadas por Ucrania, ponen de relieve que el escurridizo narco ya era una pieza secundaria en el complejo entramado de la mafia mexicana, y hasta se dice que su detención puede reforzar a otros grupos criminales, como los feroces Zetas. Hace mucho que la hidra aprendió a recomponerse.

De todo ello habla Saviano en su bien escrito y mejor documentado libro alrededor de la sustancia que mueve el mundo, la cocaína. Esa que está por todas partes aunque no la veamos, aunque no queramos verla. El periodista italiano, que vive desde 2006 rodeado de escoltas policiales –a los que dedica la obra– debido a las amenazas recibidas tras publicar su superventas mundial Gomorra, ha buceado durante mucho tiempo entre informes y noticias, ha acompañado a las fuerzas policiales de varios países en distintas operaciones, y se ha propuesto trazar el mapamundi de la farlopa con el estilo y la amenidad que cabe esperar de él.

África, el continente negro, ya es blanco gracias a las montañas de coca que se mueven allí

Casi 500 páginas de historias personales –capos, mulas, sicarios, periodistas, políticos, policías…– que proyectan la lucha contra el narcotráfico de los últimos años sirven para asomarnos de un modo muy didáctico a los grandes focos de producción, distribución y consumo: de Medellín a Moscú, de Sinaloa a Beijing, de Los Angeles a Sicilia, sin olvidar África, el último territorio colonizado por la droga, el continente negro que en palabras de Saviano ya es blanco gracias a las montañas de coca que se mueven en la actualidad.

¿Por qué la coca? ¿Por qué ahora? ¿Qué tiene que no tengan las otras sustancias proscritas? Muy sencillo: el cannabis y sus derivados han pasado a ser tan habituales que puede decirse que se han despojado de su condición de coco social; la heroína, que llenó de zombies las calles de medio mundo entre los 70 y los 90, se volvió por el contrario tan impopular que ha quedado muy relegada en las preferencias de los usuarios; las drogas de diseño han quedado encasilladas en un ámbito lúdico muy concreto.

Solo la cocaína ha sabido conservar su vitola de panacea universal –parece tener propiedades para todos, solo comparables en polivalencia al tabaco–, a la vez que ha seguido siendo signo de distinción, una droga limpia y elegante, ¡invisible!, cuyos efectos secundarios más graves aparecen a muy largo plazo. Y sobre todo, y en esto incide mucho Saviano, destaca por su capacidad para multiplicar su valor.

Esto último la convierte, en fin, en la droga más acorde con el mundo actual, con un sistema regido por la plusvalía y la especulación. Así, entre cadáveres que no son sino paradigmas de otros miles de cadáveres y mareantes cifras, Roberto Saviano apunta la clave definitiva del abrumador éxito de la cocaína: su condición de inacabable generadora de beneficios, beneficios que a su vez compran voluntades y corrompen cualquier institución, allí donde la droga planta sus blancos pies: vigilantes de frontera, policía de muelles, grandes corporaciones, judicatura, medios de comunicación, despachos ministeriales y presidenciales, todo el mundo tiene un precio, y la cocaína halla siempre el modo de calcularlo.

Para quienes creen que no lo tienen, o quienes se muestran demasiado dispuestos a discutirlo, se les tiene reservado el recurso de la violencia. Una violencia de la que Saviano da cuenta en algunos aterradores episodios, apenas un botón de muestra de la demencial escalada que se ha experimentado en zonas calientes como El Salvador, México, Rusia o Nigeria, donde el valor de la vida humana ha caído en picado y donde la muerte ya no es lo que más teme la gente corriente, sino las atroces rutinas de la tortura y la profanación de los cuerpos.

No obstante, creo que el autor se queda corto en un aspecto fundamental del asunto: el modo en que la ingente industria de la droga ha ido de la mano, al menos desde Vietnam hasta hoy, de la no menos poderosa industria de las armas, y cómo los ejércitos –además de luchar contra el crimen organizado junto a los otros servidores de la ley– han participado también del gran holocausto, a mayor gloria de la Dama de Blanco.

Cada raya es una infinitesimal participación en el enorme y sangriento circo que rodea la coca

Dice Saviano, buscando una justificación para sus desvelos, a todas luces carísimos, que conocer es empezar  a cambiar las cosas. No le falta razón. Hace veinticinco años, cuando mi generación empezó a familiarizarse con la cocaína en camerinos de músicos, en baños de discoteca, en fiestas caseras, en galerías de arte o en restaurantes de postín, todavía podíamos alegar cierta inocencia. Ahora nadie es ajeno al hecho de que cada raya es una infinitesimal participación en el enorme y sangriento circo que rodea a esta controvertida sustancia. Después de leer CeroCeroCero, donde el autor no escatima en datos minuciosos y nombres propios, la excusa es aún menor. Sí, el autor de Gomorra ha querido hacer el retrato de un problema, y el problema posee las dimensiones del mundo en que vivimos.

Ahora bien, el fenomenal esfuerzo de Saviano, que yo recomendaría completar con la lectura del excelente Mafia export de Francesco Forgione, publicado en la misma editorial, se queda corto al final, es decir, a la hora de señalar la única posible solución a un problema que, como él mismo admite, “no es un producto de la tierra, sino de los hombres”. Y esa solución se llama legalización.

Saviano se queda corto al sólo insinuar a medias que «la legalización podría ser realmente la solución»

Tres décadas atrás la gente se santiguaba ante esa palabra, hoy hasta los más conspicuos intelectuales e incluso algunos políticos se han atrevido a pronunciarla. Saviano, en efecto, lo hace: “… estoy convencido de que la legalización podría ser realmente la solución”. Pero el uso del condicional, todos los circunloquios que rodean a esta afirmación, la duda en una mano que hemos seguido durante muchas páginas con un pulso firme, nos invitan a pensar que un impertinente pudor ha frenado al napolitano a la hora de rematar la faena.

Ello no invalida, ni mucho menos, el mérito de Saviano, su esfuerzo clarificador y su compromiso. El maestro Vincenzo Consolo me dijo una vez que el Sciascia de hoy era este joven napolitano, a quien conoció y albergó en su casa cuando era estudiante. Pienso que no iba descaminado, aunque se trata de dos escritores difíciles de homologar, con una formación completamente diferente, y sobre todo testigos de dos mundos que, a pesar de sus similitudes, ya no son el mismo mundo. El de Sciascia, sin ir más lejos, era un mundo sin cocaína.

PS.- Una prueba de la fuerza no solo narcótica, sino también simbólica de esta droga, es la imagen de portada elegida por Feltrinelli, y reproducida en la edición española: simplemente tres rayas de cocaína sobre un fondo negro. Poco sutil, sin duda, pero irresistible. Los miles y miles de adictos o simpatizantes que se crucen con ella ante el escaparate de una librería se sentirán inmediatamente atraídos hacia el libro. O marcarán el teléfono de su dealer. O ambas cosas a la vez. Solo una cosa no hay, y es la indiferencia.