Entrevista

Enrique Vila-Matas

«La única vez que me sentí mediterráneo, pensé en suicidarme»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 7 minutos
Enrique Vila-Matas (Sevilla, 2014) |  © Antonio Acedo
Enrique Vila-Matas (Sevilla, 2014) | © Antonio Acedo

Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) es un escritor estrechamente vinculado a sus ciudades, las que lo han adoptado y le han inspirado muchas de sus novelas: Veracruz, Lisboa, Sevilla, Dublín, por supuesto París… Sin embargo, a pesar de haber nacido y residido casi toda su vida en la Ciudad Condal, cuesta etiquetarlo como autor mediterráneo. “Siempre lo he sido de manera natural, no he sentido nunca la necesidad de subrayarlo. En literatura, por el contrario, busco siempre diferenciarme del tópico”, afirma.

¿Un barcelonés que da la espalda al mar? Eso parece. “Aprendí a nadar y lo olvidé, es cierto”, admite el escritor. Nunca me ha gustado la playa, eso de salir en barco, comer sandía… La única vez que me sentí mediterráneo, comiendo al sol en un pueblo de la costa catalana, pensé en el suicidio. Me pareció el colmo de la felicidad y pensé, sí, en el suicido a la manera de Kleist: matarse como una manera de perpetuar el momento”.

Pero fue una impresión pasajera. Lo normal en él, asegura Vila-Matas, ha sido tender a la hidrofobia. “Cuando he navegado en barco he sentido miedo a que me lanzaran al mar y ahogarme. Y me acuerdo mucho de un sociólogo francés, amigo de Serrat, que en casa de Marguerite Duras empezó una vez a cantar aquello de ‘Nací en el Mediterráneo…’  me pareció horroroso, porque soy incapaz de identificarme con esa letra. Prefiero la lluvia, los días grises y el invierno”.

Un autor de secano, pues, pero siempre dispuesto a enfilar nuevos horizontes. “Siempre soy del lugar en el que estoy”, asevera. “Por eso se ha dicho que soy el más argentino, o el más portugués de los escritores españoles. Los lugares a los que voy son los lugares a los que pertenezco”. Y con todos ellos pueden los lectores trazar algo parecido a una cartografía vilamatiana, la trazada en su bibliografía. “El viaje me lleva, sobre todo, a iniciar una historia con principio y final, a la vez que me alejo de la rutina domiciliaria”.

Producto de un viaje es precisamente su última novela, Kassel no invita a la lógica (Seix Barral), donde recrea una experiencia real como invitado en la célebre Documenta, la cita con el arte de vanguardia por excelencia, en 2012. A esta ciudad alemana fue invitado para exponerse a la vista del público escribiendo en un restaurante chino, lo que hizo decorosamente, además de disfrutar de otras atracciones: un perro con una pata pintada de rosa, un keniata pernoctando en una tienda llena de objetos de uso cotidiano en su tierra, o una corriente de aire artificial bautizada como El impulso invisible, que Vila-Matas acabaría relacionando con el concepto nietzschiano de fuerza.

«Hace 20 años, reivindicar el arte no habría tenido gracia, pero en tiempos de penuria es diferente»

El resultado es un libro que, según su autor, “se levanta contra las excesivas críticas negativas hacia el arte, contra esas mentes preclaras que continuamente hablan de su decadencia actual”, dice. “Pero si todo el mundo me diera de repente la razón, escribiría lo contrario. Sterne decía que todas las novelas se escriben contra una idea o un tópico, y coincido con él. Hace 20 años, pretender poner el arte en el centro de nuestras vidas no habría tenido ninguna gracia, pero reivindicarlo en tiempos de penuria es diferente”.

Claro que el barcelonés trata de distinguir entre el arte que vio en el corazón de Europa y “cualquier chorrada que pueda verse en ARCO”, ya que Kassel representa una concepción de la creación artística bastante alejada del mercado. “En general hay mucha desidia y poca curiosidad, poco afán por conocer algo nuevo. Cuando hablo de arte en mi novela, quiero situarlo en el centro del mundo. La Kassel de la que hablo es una ciudad de cultura, de valores estéticos, de diálogo y de inteligencia, como imagino que eran las ciudades del siglo pasado. Y me hizo preguntarme, ¿por qué no pueden existir otras ciudades así?”, inquiere.

Claro que esa pasión por el arte de última generación no tiene, a su juicio, fácil trasposición en el terreno de las letras. “La literatura y el arte de vanguardia son más distintos de los que creemos. En literatura, si tu lenguaje no comunica no va a ser leído. El discurso vanguardista o innovador tiene que ir dentro de algo asequible. Kassel estaba abarrotado de gente interesada en cosas que, si fueran escritas, no atraerían a nadie”.

¿Ni siquiera si lo hiciera su admirado Raymond Roussel? “Mi visita a la ciudad fue, de algún modo, un paseo por un jardín de maravillas, como el Locus Solus”. “Es un libro de viajes, que se lee como El paseante solitario de Robert Walser. Reivindica el andar y el ver, una de las pocas cosas en las que el capitalismo aún no ha puesto su pezuña. Si corres, te venderán zapatillas, te venderán agua embotellada. En cambio, paseando estás a salvo”.

«Amo mucho Cataluña, y me disgustaría verla fuera de Europa, acaso dirigida por un inepto»

Sus paseos por la ciudad le hicieron tomar distancia de una Barcelona que, mientras tanto, hervía de consignas nacionalistas e independentistas, como queda reflejado en la novela. “Cuando llevaba cinco días en Kassel, Barcelona me parecía estar en la otra punta del mundo”, recuerda el escritor, quien no oculta su amor a la comunidad autónoma, y también a la lengua catalana, que habla continuamente aunque siempre se haya decantado por el castellano para escribir. Sobre los polémicos vientos secesionistas, no tiene dudas: “Amo mucho Cataluña, y me disgustaría verla fuera de Europa, acaso dirigida por un inepto. Confío en un diálogo que aporte soluciones para todos los bandos”, sentencia.

«Europa está muerta. Acabaremos de camareros para los turistas que vengan a ver nuestras ruinas»

Aunque se siente a gusto en todas las ciudades, Vila-Matas desliza en las páginas de Kassel no invita a la lógica la idea de que Europa está amortajada desde la I Guerra Mundial. “Está muerta desde hace un siglo. Soy consciente de que, si digo esto en una entrevista, quedo como extravagante y loco, pero el libro es un espacio ideal para decir la verdad. Acabaremos todos siendo camareros para recibir a los turistas que vengan a ver nuestras ruinas”

“Y, al mismo tiempo, la vieja civilización occidental es la única que me interesa”, prosigue. “Ha cometido grandes errores, pero también es artífice de grandísimas obras, aunque sea consciente de que es un continente arruinado”.

Sea como fuere, Kassel forma parte ya del mapa vilamatiano con rango de capital. Y aunque cree que su obra conforma un todo unitario, no disimula su entusiasmo: “Si digo que es mi libro más luminoso, voy a quedar como tonto o engreído. Pero debo reconocer que es un libro optimista, o al menos en él busco más la luz que la tiniebla. Todo el viaje que narra es una búsqueda del sentido del arte y de la vida, y llega a buen puerto”, apostilla.