Crítica

Tiempo perdido

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 6 minutos


Rabee Jaber

Los drusos de Belgrado

Género: Novela
Editorial: Turner
Páginas: 216
ISBN: 978-84-1583-246-1
Precio: 19,90
Año: 2010 (2013 en España)
Idioma original: árabe
Traducción: Francisco Rodríguez Sierra
Título original: Druz Belgrad

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Hay gente que está en el momento equivocado en el lugar equivocado. Eso le pasa a Hanna Yaqub, un modesto vendedor de huevos cocidos que pregona su mercancía a buena hora por los muelles de Beirut. Con la mala suerte que en estos muelles están a punto de embarcar a setenta drusos apresados por las fuerzas del sultán tras haberles hecho la guerra a sus vecinos cristianos. Y falta uno.

Falta uno y hay que dar el cambiazo. Le tocará a Hanna Yaqub, que casualmente es cristiano, pero qué más da. A partir de ahora será hijo de una importante familia drusa, y como tal, castigado por los crímenes de guerra que no cometió, vivirá la cárcel, las mazmorras, los trabajos forzados allende el mar, en la frontera norte del Imperio Otomano, la dulce Bosnia. Estamos en 1860. Dulce para alguien que no está condenado a pasar sus días bajo tierra o encadenado a los demás, levantando muros.

La novela histórica casi siempre presenta meros figurantes para poblar el escenario. Aquí no

Rabee Jaber (Beirut 1972) construye con maestría tanto el arranque del relato, creíble como todas las casualidades de la vida que no tienen más motivo que el de suceder, como el contraste entre el paisaje primaveral balcánico y la pesadumbre de un preso, que nada puede disfrutar porque todo le falta: la libertad. Alguien que sólo sueña con volver, día tras día, durante siete años.

Esto no es una novela histórica al uso, al menos si tomamos como ejemplo las que conocemos, de Amin Maalouf para abajo: casi siempre (díganme una excepción) encontraremos una trama sencilla, diálogos facilones, una superficialidad de caracteres creados más bien en forma de siluetas, de figurantes necesarios para poblar el escenario histórico del que se trata. Porque se trata del escenario, de recrear una época histórica, aún en el caso de Ismael Kadare (El cerco), y ya no digo en el de los bestsellers anglosajones que descubren el Mediterráneo.

Aquí no: Rabee Jaber apenas roza de pasada el contexto histórico, las guerras del Imperio Otomano con los reinos balcánicos, la presencia de los embajadores de las potencias vecinas, los tejemanejes de bajás y beyes, aunque los caracteriza a trazos rápidos, certeros, no exentos de humor. Aquí lo que importa son los personajes, sus sueños, sus pesadillas. Hay un enorme lirismo en las descripciones, las frases breves, los diálogos entrecortadas, como palabras lanzadas al viento, los imprescindibles. Hay un lenguaje denso y bello y sin embargo sencillo, preciso. Al menos en la traducción del original árabe que hace Francisco Rodríguez Sierra.

Lo de siempre: han muerto cuatro romanos y cinco cartagineses. Dios, en esta novela, no existe

No: el escenario histórico no importa. Y se agradece que Jaber haya escogido, como quien no quiere la cosa, una guerra entre drusos y cristianos, de entre las muchas posibles en Líbano (musulmanes contra alevíes, cristianos contra musulmanes, y si quieren seguir, léanse los diarios de hoy, no hace falta que acudan a las hemerotecas de 1860).

E igualmente se agradece – pero eso a Jaber, siendo libanés, se le supone de entrada – que dibuje esta guerra entre vecinos como lo que es: una guerra entre vecinos, entre clanes que se identifican bajo un nombre de religión sin tener de religioso nada. Aquí pasó lo de siempre, han muerto cuatro romanos y cinco cartagineses. Es los Gómez contra los García. Dios, en esta novela, no existe. Y esto es muy real, créanmelo, que vengo de esa región donde una esquela cristiana pegada en el muro, y una musulmana a su lado, ambas escritas en árabe, se encabezan con la misma fórmula.

Hanna Yaqub se convierte en druso, por imperativo legal, pero la cuestión no es espiritual: es de adopción, de sangre casi. Un cortijo le pondrán al lado del suyo, entre frutales, así sueñan los hermanos drusos en las mazmorras, anhelando su monte.

Y sin embargo… Sin embargo, Los drusos de Belgrado es una novela histórica, no pasa de ahí. Al alcance de la mano tuvo Rabee Jaber el reto más hermoso y más noble en la literatura: contar como una persona se convierte en su enemigo, contar cómo pasa a través del espejo para adoptar el rostro de su adversario, ser su adversario. Hanna Yaqub es un druso más en Belgrado, pero el desafío se plantearía cuando regrese a Líbano, cuando deberá elegir entre las dos identidades.

Y no hay tal elección, porque la novela ha perdido fuerza en los últimos capítulos, ha resumido varios años de repente en un rápido sobrevuelo de años y errantías, de tiempo perdido en vano, donde se desperdigará el hilo al igual que los personajes, desmadejado en una sucesión de golpes que se antojan injustificados tras el minucioso recuento de la cohesión que iba forjando el clan de los presos.

Como por la mano de un deus ex machina malvado, todo lo que ha construido Jaber en los dos primeros tercios se viene abajo, pero sin que constituya un apocalipsis: un mero descalabro. Hanna Yaqub nunca fue druso, nunca pasó de verdad a través del espejo, Jaber no se atrevió a esta coronación del quest. Podría haber sido una gran novela.

Aún así, Los drusos de Belgrado ganó el Premio Internacional de Ficción Árabe (el llamado «Booker árabe») en 2012 y no seré yo quien diga que no lo merece. Y sobre todo merece aplauso la línea Turner Kitab que acaba de arrancar en España con el ánimo de presentar obras de la literatura árabe moderna. Porque casi nada sabemos de esta literatura, y para juzgarla hace falta que la tengamos a mano, que leamos quizás decenas de obras que nos convenzan a medias para dar con las joyas que, como en toda literatura, existen. O que deben de existir (no olviden los millares de bodrios que Hollywood ha regalado a la humanidad por una Casablanca). Las descubriremos conforme vaya avanzando la colección. Tengan un ojo en ella. Ya les contaremos.

Especial para M’Sur