Opinión

Un capítulo vergonzoso

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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¿Cómo reaccionaría Estados Unidos ante una declaración de que los palestinos no llevarían a cabo negociaciones con un gobierno israelí que incluye partidos semifascistas?
Con indignación, por supuesto.

¿Cómo reacciona Estados Unidos ante una declaración de que Israel no negociará con un gobierno palestino que incluye a Hamás?

Con total aprobación, por supuesto.

Para cualquiera al que le interese la paz palestino-israelí, la perspectiva de una reconciliación nacional palestina es una buena noticia.

Hace años que escuchamos a los portavoces israelíes declarar que es inútil hacer las paces con la mitad del pueblo palestino y seguir en guerra con la otra mitad. Mahmoud Abbas es un pollo desplumado, como lo expresó Ariel Sharon con su habitual tacto. Hamás es lo que cuenta. Y Hamás planea un segundo holocausto.

Conforme al reciente acuerdo de reconciliación palestina, Hamás se compromete actualmente a aceptar un gobierno que englobe a todos los palestinos, formado por tecnócratas que hayan convenido los dos partidos. El gobierno de extrema derecha israelí está estallando de ira. Nunca, nunca y nunca negociará con un gobierno palestino apoyado por Hamás.

¿Ver a los ministros de Netanyahu declarar su apoyo al Estado Palestino? El Mesías llegará antes

En primer lugar, Hamás debe reconocer a Israel, detener toda actividad terrorista y comprometerse a respetar todos los acuerdos anteriores firmados por la OLP.

Está bien, responde Abbas. Yo nombraré al próximo gobierno, y cumplirá cada una de las tres condiciones.

Eso no es suficiente, declaran los portavoces de Netanyahu. El propio Hamás debe aceptar las tres condiciones, antes de que tratemos con un gobierno apoyado por Hamás.

Abbas podría responder del mismo modo. Antes de tratar con el gobierno de Netanyahu, podría decir, todas las facciones del gobierno de Israel deben manifestar su apoyo a la solución de los dos Estados, como lo ha hecho Netanyahu (una vez, en el llamado discurso de Bar-llan). Al menos dos partidos, Habayit Hayehudi, de Naftali Bennett, e Israel Beitenu, de Avigdor Lieberman, así como gran parte del Likud, se negarían a hacerlo.

Uno puede imaginarse una ceremonia en la Knesset, en la que cada ministro de gabinete se levantaría y declararía: ‘‘¡Yo, por la presente, juro solemnemente que apoyo completa y sinceramente la creación del Estado de Palestina junto al Estado de Israel!’’ El Mesías llegará antes de que esto ocurra.

Por supuesto, eso es irrelevante. La posición de partidos individuales o de ministros es insignificante. Lo que cuenta es la política del gobierno. Si el próximo gobierno palestino reconoce a Israel, renuncia a la violencia y respeta todos los acuerdos previos, debería ser suficiente.

¿Por qué es una buena noticia para la paz el acuerdo de reconciliación palestina?

Al unirse a la OLP, y finalmente al gobierno palestino, Hamás acepta en la práctica reconocer a Israel

En primer lugar, porque uno hace las paces con una nación entera, no con la mitad. Un acuerdo de paz con la OLP, sin Hamás, sería inefectivo desde el principio. Hamás podría sabotearlo en cualquier momento mediante actos de violencia (alias ‘‘terrorismo’’)

En segundo lugar, porque al unirse a la OLP, y finalmente al gobierno palestino, Hamás acepta en la práctica la política de la OLP, la cual reconoció hace bastante tiempo el Estado de Israel y la partición de la Palestina histórica.

Se debería recordar que antes de los Acuerdos de Oslo, Israel (al igual que Estados Unidos) describía oficialmente a la propia OLP como una organización terrorista. Cuando se produjo la firma en el césped de la Casa Blanca, los estatutos de la OLP seguían vigentes. Éstos exigían la destrucción del Estado ilegal de Israel y el regreso de prácticamente todos sus ciudadanos a sus lugares de origen.

Durante muchos años, los políticos y académicos israelíes denunciaron que estos estatutos suponían un obstáculo infranqueable para llegar a la paz.

Sólo después de que los Acuerdos de Oslo entraran en vigor, la OLP abolió estos artículos de sus estatutos en una ceremonia festiva, a la que acudió Bill Clinton, a la sazón presidente de Estados Unidos.

El apoyo que Israel proporcionó a Hamás en su lucha contra la OLP es una de las ironías de la historia

Hamás tiene unos estatutos parecidos. Éstos también se modificarán cuando Hamás se una al gobierno.

El apoyo encubierto que Israel proporcionó en el pasado a Hamás en su lucha contra la OLP es una de esas ironías de la historia. Mientras se reprimía toda actividad política palestina en los territorios ocupados, se permitía la actividad de Hamás en las mezquitas.

Una vez le pregunté a un antiguo jefe del Shin Bet si él había creado a Hamás. Su respuesta fue: ‘‘No los creamos, los toleramos’’.

La razón era que por aquel entonces se consideraba a la OLP de Arafat como el enemigo. Se demonizaba sin descanso al propio Arafat llamándole el ‘‘segundo Hitler’’. Se consideraba aliado a todo el que luchara contra Arafat. Esta actitud siguió predominando durante un año después del estallido de la Primera Intifada, hasta que el Shin Bet se dio cuenta de que Hamás era mucho más peligroso que la OLP, y empezó a encarcelar (y después a asesinar) a sus líderes.

Actualmente prevalece un estado no declarado de alto el fuego (tahdiya o ‘‘calma’’) entre Israel y Hamás. Está claro que Hamás ha decidido que sus ambiciones como uno de los dos partidos principales de Palestina son más importantes que la ‘‘lucha violenta’’ contra Israel. Su objetivo central es alcanzar el poder en Cisjordania y la Franja de Gaza cuando se forme el futuro Estado de Palestina. Como tantas organizaciones de liberación anteriores en todo el mundo, incluido el Likud de Begin, está pasando de ser una organización terrorista a convertirse en un partido político.

Como se podría haber previsto, Estados Unidos ha hecho lo mismo que siempre y ha aceptado completamente la línea de actuación israelí. Ha amenazado a la Autoridad Nacional Palestina con lo que es prácticamente una declaración de guerra si el acuerdo de reconciliación se lleva a cabo.

La iniciativa estadounidense por la paz se ha parado en seco. Ahora se puede y se debe contar toda la verdad acerca de ella.

Estaba condenada al fracaso incluso antes de que empezara. No existía la más mínima posibilidad de que diera frutos.

Netanyahu no quiso cumplir la promesa de liberar a presos palestinos; prefirió poner fin a la negociación

Antes de que se entierren los hechos con una avalancha de propaganda, vamos a decir claramente cuál fue la causa de su final: no fue que Abbas se uniera a organismos internacionales; no fue la reconciliación palestina; fue la negativa de Netanyahu a cumplir con un compromiso solemne e inequívoco: liberar a unos prisioneros concretos en una fecha concreta.

La liberación de prisioneros es un asunto muy delicado para los palestinos. Afecta a seres humanos y a sus familias. Estos prisioneros en particular, de los cuales algunos son ciudadanos israelíes, han estado en prisión al menos 21 años. Netanyahu simplemente no tuvo la fuerza de carácter para cumplir su promesa y enfrentarse a una campaña salvaje de provocación desatada por la extrema derecha.

Prefirió el final de las ‘‘negociaciones’’.

La actuación de John Kerry sólo se puede describir como lamentable.

Empezó con el nombramiento de Martin Indyk como director de las negociaciones. Indyk había trabajado como empleado de la AIPAC, el lobby principal de la derecha israelí. La tarea principal de la AIPAC es intimidar al Congreso estadounidense, cuyos miembros – senadores y representantes – tiemblan tan solo con ver a los agentes del lobby.

Asignar el papel de mediador imparcial entre Israel y los palestinos a semejante persona fue simple y sencillamente una chutzpah (insolencia). Desde el primer momento, este hecho decía a los palestinos lo que les esperaba.

Asignar el papel de mediador imparcial a Martin Indyk, ex empleado del lobby AIPAC, es insolencia

El segundo acto de chutzpah fue comenzar las conversaciones sin obtener primero de Netanyahu una lista con las concesiones que estaba preparado para hacer. A lo largo de las negociaciones, Israel se ha negado a presentar un mapa con sus fronteras propuestas, incluso después de que el bando palestino elaborara su propio mapa.

Esta farsa continuó durante nueve meses, en los que no se progresó ni un centímetro. Los partidos se reunían y hablaban, hablaban y se reunían. Aparte de la exigencia ridícula de Netanyahu de que los palestinos reconocieran a Israel como ‘‘el Estado-nación del pueblo judío’’, no se discutió nada más.

Tzipi Livni, una política bastante secundaria, se regocijaba acaparando la atención de la glamurosa escena internacional, y le hubiera encantado seguir así para siempre, sin conseguir nada en absoluto.

A los representantes palestinos también les interesaba continuar, incluso sin un fin concreto, para que el tiempo pasase sin que se produjera una explosión interna.

Kerry se apresuró en pedir disculpas tras advertir que Israel se convertirá en un Estado del apartheid

Todo el proceso giraba en torno a una cuestión: ¿estaba preparado el presidente Obama para enfrentarse a la arremetida conjunta de las fuerzas de la AIPAC, el Senado, la Cámara de Representantes, los Republicanos, los evangelistas, la clase dirigente judía de derechas y la maquinaría de propaganda israelí?

Si no lo estaba, Kerry no debería haber puesto en marcha las negociaciones.

Esta semana, en una reunión privada, Kerry declaró lo que resulta obvio: que si Israel continúa con sus políticas actuales, se convertirá en un Estado que practica el apartheid.

No hay nada de revolucionario en esta declaración. El antiguo presidente Jimmy Carter usó este término en el título de su libro. En Israel, los comentaristas de izquierdas e independientes lo usan a diario. Pero en Washington, D.C., se desató la indignación.

El desafortunado Kerry se dio prisa en pedir disculpas. No lo decía en serio, ¡Dios no lo quiera! El secretario de Estado de los poderosos Estados Unidos de América pidió perdón al pequeño Israel.

Y de esta forma la pieza alcanzó su final, apagándose poco a poco con un acorde deprimente.