Reportaje

¿La próxima gran burbuja?

Andrés Mourenza
Andrés Mourenza
· 12 minutos
Los viejos astilleros del Cuerno de Oro en Estambul | © Ilya U. Topper / MSur
Los viejos astilleros del Cuerno de Oro en Estambul | © Ilya U. Topper / MSur

Estambul | Septiembre 2014

A finales de agosto, el Consejo de Estado de Turquía ordenó demoler un conjunto de tres rascacielos de lujo en Estambul en los que, según la prensa, un ministro del Gobierno de Recep Tayyip Erdogan había comprado varios apartamentos. La sentencia del alto tribunal se basa en que la presencia de estas moles de cemento manda al traste el skyline de la llamada península histórica estambulí, en la que se hallan bellezas sin igual como la basílica de Santa Sofía, el Palacio de Topkapi o la Mezquita Azul. Pero al margen de contadas decisiones conservacionistas como esta, lo cierto es que bajo el mandato del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), y pese a su origen en el movimiento islamista, las metrópolis turcas han cambiado sus siluetas. Se ha pasado de cielos dominados por los estilizados minaretes de los templos musulmanes a las grúas de construcción, los rascacielos y los inmensos centros comerciales.

Es el símbolo de la pujante Turquía, un país que, en los 12 años de Gobierno del AKP, ha pasado de ser una economía en quiebra y bajo los estrictos programas del Fondo Monetario Internacional a convertirse en un importante actor internacional. El PIB turco se ha multiplicado 3,5 veces, creciendo a un ritmo medio del 5% anual y sorteando la crisis económica global. La inflación ha sido domeñada -relativamente– y se ha reducido del 70% a cifras de un solo dígito; se ha incrementado la capacidad adquisitiva de sus ciudadanos; se ha mantenido la tasa de paro por debajo del 10% y la economía se ha estabilizado, una de las principales razones que dan los electores para haber votado una y otra vez al polémico Erdogan.

El PIB turco se ha multiplicado 3,5 veces, creciendo un 5 % anual de media, y la inflación se ha reducido del 70 % a un solo dígito

Una visita a los países de los Balcanes, el Cáucaso u Oriente Medio ofrece una buena perspectiva de cómo los grandes grupos empresariales turcos han conquistado estos mercados. E incluso más allá: el 50% de los televisores que se adquieren en Europa son ya de empresas turcas después de que Beko –la marca que ahora adorna la camiseta del FC Barcelona– adquiriese el gigante alemán Grundig, tras su quiebra en 2003.

Potencia exportadora

La flota de camiones turca es la más grande de Europa, y cada vez es más habitual ver los largos trailers con nombres terminados en “oglu” surcar las carreteras del Viejo Continente. Otro ejemplo: la segunda mayor fábrica de Renault fuera de Francia está en Turquía, donde también existen factorías de Fiat, Ford, Hyundai, Toyota y Honda. El país euroasiático ofrece al mismo tiempo bajos costes laborales y cercanía a los mercados más maduros de la UE. Una tercera vía entre Europa y Asia. De hecho, un ejecutivo de una gran empresa turca de electrodomésticos explica a MSur que las recientes subidas salariales en China “hacen que cada vez compense menos producir allí”, lo que favorece la producción industrial en Turquía.

La balanza comercial sigue siendo negativa debido a que Turquía debe importar ingentes cantidades de energía

Pero, pese a la importancia de la industria turca y a que Turquía ha multiplicado en 2,5 veces sus exportaciones desde 2004, su balanza comercial sigue siendo negativa debido a que el país euroasiático se ve obligado a importar ingentes cantidades de energía para un mercado interno en expansión –es cada vez más urbano y menos rural– y a que su industria, en el fondo, tiene muy poco valor añadido. “Muchas de las piezas y maquinaria que usamos tenemos que importarlas desde fuera”, lamenta una fuente de la industria turca.

El balance negativo del comercio exterior es una de las razones –junto al reducido nivel de ahorros– del constante déficit por cuenta corriente que presenta Turquía y que en 2013 fue de 60.700 millones de dólares, equivalente al 7,1 % de su PIB. El propio Gobierno reconoce que, en números absolutos, el déficit por cuenta corriente continuará en aumento en los próximos años, aunque espera que la subida del PIB sirva de colchón relativo. Sin embargo, las instituciones internacionales creen que el crecimiento económico de Turquía está entrando en una etapa de ralentización.

La mayoría de analistas coincide en que este déficit por cuenta corriente es uno de los mayores lastres de la economía turca, ya que la hace dependiente de la financiación externa. Desde que comenzase la crisis financiera global de 2007, esto no fue un problema demasiado grande, ya que, como ocurrió en otros mercados emergentes, los inversores buscaron refugio en Turquía, donde los intereses que se lograban –reflejo del riesgo país– eran muy suculentos en comparación con los ofrecidos por los países de la UE y Estados Unidos, más aún tras la espiral de bajadas de tipos en que se embarcaron los bancos centrales occidentales para tratar de reanimar sus economías.

Pero por algo a estos flujos financieros se les llama hot money: en cuanto la Reserva Federal de EEUU decidió el pasado febrero reducir su recompra de bonos, miles de millones de dólares escaparon de los llamados Fragile Five (Brasil, Indonesia, Sudáfrica, India y Turquía) provocando una verdadera crisis de sus divisas. En sólo dos años, la lira turca ha perdido el 30 % de su valor, algo que, según el analista Ege Cansen, puede ayudar a las exportaciones pero sólo a cambio de que su cotización se mantenga estable: “Si prosiguen las subidas y bajadas bruscas, ningún empresario invertirá en la industria”.

En dos años, la lira turca ha perdido el 30 % de su valor, lo que puede ayudar a las exportaciones pero solo si su cotización es estable

Pero volvamos a la calle, fuera de los datos macroeconómicos. En abril, Ayse, una joven turca de profesión autónoma y familia de origen humilde, decidió invertir sus ahorros en la compra de una piso. No era la primera de su grupo de amigas, en el que varias habían decidido adquirir un inmueble como instrumento de inversión para evitar que sus ahorros se viesen afectados por el constante vaivén cambiario de la lira turca. Ya se sabe, el precio de la vivienda siempre sube. En el caso que nos ocupa, Ayse adquirió un pequeño apartamento en un tercer piso con un inquilino que un mes antes de la compraventa había firmado un contrato de alquiler a razón de 1.100 liras al mes (unos 385 euros). Cinco meses después, en la misma calle se pagan alquileres de hasta 1.800 liras.

El problema de la vivienda

En 2008, el vicegobernador del Banco Central de Turquía, Ibrahim Turhan, avisaba en una conferencia en EEUU de “la falta de viviendas, que requiere la construcción de más de 500.000 nuevas cada año”, subrayando la tremenda oportunidad de negocio que ello representaba. En un país en el que el 40 % de la población tiene menos de 25 años, la demanda está asegurada. Además, a raíz del terremoto en la provincia oriental de Van en 2011, que provocó la muerte de 644 personas y fue el más letal desde el que en 1999 mató a unas 17.000 personas en la región del mar de Mármara y Estambul, el Gobierno de Recep Tayyip Erdogan prometió la reconstrucción del parque inmobiliario del país para que todos los edificios incluyeran medidas antisísmicas.

El gobierno ha aprovechado la amenaza de terremoto para lanzarse a la recalificación de terrenos y expandir el negocio constructor

Esto lo ha aprovechado el Ejecutivo para lanzarse a la recalificación de terrenos –no en vano, la revuelta de Gezi del pasado año se inició por una crítica a las políticas urbanistas del partido de Erdogan– y expandir el negocio constructor mientras en otros países del entorno este hacía agua. Por si fuera poco, en los últimos años han llegado a Turquía 1,5 millones de refugiados, fundamentalmente sirios, pero también libios y egipcios, lo que añade presión demográfica al mercado y en varias provincias ha provocado increíbles aumentos del precio de los alquileres.

Según datos del propio Banco Central, entre enero de 2011 y mayo de 2014, el precio medio por metro cuadrado de vivienda nueva ha pasado de 950 a 1.400 liras (333 a 491 euros), pero hay que tener en cuenta que Turquía es un país que presenta profundas desigualdades entre las regiones. En Estambul, por ejemplo, la evolución del precio de la vivienda nueva ha sido del 80 % en ese periodo.

“El modelo de crecimiento del AKP se centra en la construcción y en el consumo interno”, sostiene el economista Mustafa Sönmez, a la vez que advierte de que este modelo está incrementando la gran brecha existente no ya sólo entre el oeste y el este de Turquía, sino también entre Estambul y el resto del país. Según Sönmez, capitales financieros en forma de “inversiones que buscan un rápido beneficio” fluyen a Estambul, detrayendo así inversión extranjera directa que podría ir a centros de producción industrial como Esmirna (oeste), Kayseri (centro), Mersin o Adana (sur), lo que ha incrementado el desempleo en estas provincias por encima de la media del país. Pero además, el problema es que estos flujos se retroalimentan y, mientras el margen de beneficio de las inversiones en productos financieros e inmobiliarios en Estambul crece, el de la inversión productiva se reduce.

La inflación ha sido siempre un problema muy grave en Turquía (los precios se han triplicado en los 12 años de gobierno del AKP según los cálculos del Banco Central) pero lo del sector constructor turco adquiere cada vez más los tintes de una burbuja inmobiliaria en toda regla y publicaciones internacionales especializadas avisan ya del riesgo de “sobrecalentamiento”. Es más: dos semanas después de asumir su cargo, el nuevo primer ministro turco, Ahmet Davutoglu, mencionó por primera vez la temida palabra «burbuja» y avisó de que «tenemos delante el mismo panorama que ha provocado crisis económicas en otros lugares».

El primer ministro Ahmet Davutoglu ha mencionado por primera vez la temida palabra «burbuja», similar a la de otros lugares

Es cierto que, hasta 2008, en Turquía no existía un mercado hipotecario como tal y que las hipotecas que se conceden están normalmente limitadas al 70 % del precio de mercado de la propiedad (al contrario de lo que ocurría en España en el momento álgido de la burbuja inmobiliaria, en que los bancos ofrecían préstamos superiores al 100% de su valor), pero desde que aquel año se aprobase la nueva ley de hipotecas, que permite la titularización de este tipo de créditos y su comercialización en el mercado –una de las principales razones de la crisis financiera a nivel global– se ha producido una explosión de concesiones.

Incremento de la deuda privada

Aunque aún inferior al nivel de los países desarrollados, la deuda privada en Turquía ha ido en aumento. De acuerdo a Vefa Tarhan, la deuda de los hogares “se ha incrementado en torno a un 25% anual durante los últimos 7 años” y el porcentaje de deuda de las 500 mayores empresas turcas equivalía en 2011 al 140% del PIB. Algo más preocupante, según este economista, si se tiene en cuenta “que los países desarrollados tienen una cultura de gestión de la deuda, pero la sociedad turca no está todavía en esta etapa de desarrollo”.

Durante el primer semestre de este año, 800.000 personas no pagaron sus deudas, un 22,7 % más que en el mismo periodo de 2013

El bajo nivel de ingresos de la mayoría de la población turca y un escaso nivel de ahorro que, además, se ha reducido significativamente durante el gobierno de Erdogan –los ahorros privados pasaron del 25,5 % del PIB en 2001 al 12,3 % en 2010– ha elevado el riesgo de morosidad, que, si bien inferior todavía al de los países periféricos de la UE, presenta una tendencia al alza. Los últimos datos de la Agencia de Regulación y Supervisión Bancaria (BDDK) muestran que, en el primer semestre de este año, 811.283 personas no pagaron sus deudas de las tarjetas de crédito o préstamos a los bancos, un 22,7 % más que en el mismo periodo de 2013.

Durante meses, Erdogan ha presionado al Banco Central para que reduzca los intereses –ante la opinión contraria del gobernador de la institución monetaria– y, desde su nuevo cargo de jefe de Estado turco, una posición supuestamente independiente, probablemente continuará pidiendo la rebaja de tipos para así poder mantener el flujo de créditos a la economía en un momento en el que Turquía ha perdido su segundo mayor mercado de exportación (Irak). Si el Banco Central cede, supondrá echar más leña al fuego que está haciendo expandir la burbuja económica, algo que en Turquía –un país tremendamente vulnerable a las influencias externas– puede hacer que esta explote y degenere en una crisis en toda regla.

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