Reportaje

Kobani, ciudad bajo asedio

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 18 minutos
Un refugiado kurdo de Kobani camina hacia la frontera turco-siria (Sep 2014) | © Ilya U. Topper
Un refugiado kurdo de Kobani camina hacia la frontera turco-siria (Sep 2014) | © Ilya U. Topper

Suruç (Urfa, Turquía) | Septiembre 2014

«Iré al frente como sea. Que me den un fusil y combatiré contra el ISIL. Y si no quedan fusiles, iré armado con un palo. O con piedras». Zidán, abogado kurdo de Siria, acaba de regresar a la frontera tras unos años exiliado en Estambul. Levanta una bolsa de plástico con algo de ropa: «Esto es todo lo que me he traído. Cuando vi que Kobani, mi ciudad, está bajo asedio de los yihadistas, me vine de inmediato. Quiero estar al lado de mi gente».

Zidán espera desde hace horas ante la barrera de Mürsitpinar, el paso fronterizo oficial de Turquía a Kobani (Ain al Arab, en árabe), la ciudad kurda más importante en el noroeste de Siria. Junto a él hay varias decenas de jóvenes que tienen la misma intención: regresar a Kobani y alistarse en el frente. Confían en saber manejar las armas que se les den: «Todos hemos hecho el servicio militar obligatorio en Siria», apunta Mustafa Ahmed, un conductor de autobús que regresa a Kobani, como miles de sus paisanos, tras llevar a su familia a Turquía para dejarla con parientes, donde estará a salvo.

La mayoría de los refugiados ha llegado a Turquía hace pocos días: el viernes anterior, las autoridades turcas abrieron la valla fronteriza en ocho puntos y permitieron el paso de miles o decenas de miles de personas que esperaban agolpados ya dos noches ante la alambrada.

«He visto cómo los del ISIL mataron 300  ovejas, y a tres pastores los degollaban y los dejaron tirados al sol, sin cabezas»

Todos huían del ISIL, la guerrilla que se hace llamar Estado Islámico y que días antes lanzó una gran ofensiva contra Kobani, un enclave kurdo entre grandes regiones del norte de Siria que ya están bajo control de los yihadistas. La fama que precede a estas milicias es terrible: donde llegan, nada queda vivo, dicen los refugiados.

«Donde hay un árbol, lo queman. Roban todo lo que hay en la casa. He visto cómo mataron a trescientas ovejas, y a los tres pastores que los cuidaban. Los degollaban y los dejaron tirados al sol, sin cabezas; por suerte pude escaparme», relató Azad Mohamed,un maestro de colegio de un pueblo al este de Kobani. Muestra una foto, realizada con su móvil, de lo que a su juicio es una bomba de fragmentación sin explotar, supuestamente disparada por el ISIL; «una munición ilegal».

Todos los refugiados coinciden en señalar que el simple hecho de ser kurdo es una inmediata condena a muerte en manos de los yihadistas. «Seamos musulmanes, cristianos, lo que sea, para ellos todos somos infieles», apunta uno. «Tienen una fetua de su dirigente según la que es lícito matar o saquear todo lo que sea kurdo, apoderarse de nuestros bienes o de las mujeres», añade otro. «Antes vivíamos en paz en Kobani: justo allí enfrente hay una iglesia. Pero los del ISIL matan a todos; ellos no tienen religión ni humanidad», insiste un tercero.

El único punto habilitado ahora para entrar desde Kobani a Turquía no es más que un agujero en la alambrada fronteriza

Lo que nadie entiende es la extraña y terrible manía de los yihadistas a cortarles la cabeza a la gente. Matar, sí, pero ¿así? «Degollar sólo se hace con animales. Y hasta a un animal le tapas los ojos para que no se asuste cuando lo sacrificas», se estremece Faruj, otro campesino de Kobani. No comprende ni el motivo de la guerra. «Nosotros somos pobres, no estamos metidos en política, no queremos ni al Estado Islámico, ni al PKK (la guerrilla kurda de Turquía) ni al YPG (las milicias kurdas sirias) ni a nadie. Pero aún así vienen a matarnos», se queja.

El miedo sigue cundiendo y cada día llegan cientos de refugiados más a Turquía; el miércoles y jueves fueron entre 1.300 y 1.500 al día, según las cifras de Seline Ünal, la portavoz del ACNUR en Turquía. La joven observa el goteo de familias campesinas en el paso de Yumurtalik, a una decena de kilómetros al oeste de Mürsitpinar, el único punto habilitado ahora para entrar desde Kobani a Turquía.

En realidad no es más que un agujero en la alambrada, unas cuantas vallas azules, una unidad de registro móvil atendida por ACNUR, una tienda de atención médica y vacunación coordinada por AFAD, la agencia de emergencias turca, y una enorme extensión de terreno llano donde grupos de refugiados esperan recostados contra fardos de mantas o sacos con sus pertenencias para que alguna camioneta o un bus fletado por Afad los traslade a Suruç, la ciudad más cercana.

Refugiados kurdos de Kobani poco después de llegar a Turquía (Sep 2014) | © Ilya U. Topper
Refugiados kurdos de Kobani poco después de llegar a Turquía (Sep 2014) | © Ilya U. Topper

El sol de septiembre ha dejado reseco los campos donde sólo restos de paja dan testimonio de la siega, y el viento racheado levanta enormes nubes de polvo, se transforma por momentos en tormenta de arena. Los voluntarios de AFAD reparten botellines de agua y a veces algunas galletas a los recién llegados, pero nada más, En Suruç habrá algo de sombra, comida gratuita, poco más. Las autoridades turcas no han levantado un campamento nuevo para los refugiados que, según cifras oficiales, el viernes sumaron ya 150.000, todos ellos supuestamente repartidos en casas de familiares o amigos.

La cifra es muy exagerada, cree Mustafa Aygün, diputado del partido CHP, el mayor de la oposición de Turquía, que el jueves visitó Kobani. Según él, las autoridades kurdas de la ciudad calculan que unos 65.000 personas han huido. De hecho, entre domingo y viernes, Turquía registró la entrada de 53.750 personas, asegura un compañero de su partido, Veli Agbaba.

Unos cien pueblos alrededor de Kobani se han vaciado del todo y ahora conforman la línea de frente donde combaten los del ISIL contra las milicias kurdas, las YPG, el brazo armado del partido kurdo-sirio PYD. La afiliación política es lo de menos: gran parte de los combatientes son simples jóvenes de la zona que han acudido al frente para defender Kobani, aseguran todos. Como varios otros refugiados, también Faruj niega que las YPG hayan obligado a nadie a alistarse. «Aceptan a quien llega como voluntario, pero a nadie se le fuerza».

«Los kurdos tenemos apenas unos kalashnikov, mientras que los del ISIL tienen tanques modernos. No sé de dónde los sacan»

Otro refugiado, Hanán, apunta que también hay algunos «del monte», como se les conoce a los miembros del PKK, la guerrilla kurda de Turquía, acuartelada en las montañas del norte de Iraq. «Estos sí tienen experiencia en combate, pero el problema es que faltan armas. ¿Por qué será que Europa y Estados Unidos no envían armas a los kurdos?» pregunta.

Los combates son duros. «Los kurdos tenemos apenas unos «rusos», es decir fusiles kalashnikov, y algo de artillería, mientras que los del ISIL tienen tanques modernos. No sé de dónde los sacan. Pero si les destruimos tres o cuatro tanques, llegan con otros veinte», asegura un anciano. Hay quien apunta que vienen desde Iraq: tras tomar Mosul, los yihadistas se hicieron con importantes arsenales del ejército iraquí. Otros creen que «se los da Turquía». Esta teoría suena rocambolesca, y nadie sabe precisar a qué modelo pertenecen los tanques.

Pero un rumor corre por la frontera, tan insistente que más de uno declara haberlo visto con sus propios ojos: el tren de mercancías que circula justo en la linde entre los dos países serviría a Ankara para entregar armas y munición a los yihadistas. El tren existe: es fácil ver los vagones en Mürsitpinar. Y la vía transcurre ora por territorio sirio, ora por turco, aunque está operada por los Ferrocarriles turcos.

Acusan a Ankara hacer causa común con el ISIL: «El objetivo no es sólo Kobani: es todo el pueblo kurdo»

A esta teoría se apuntan también altos cargos de HDP, el partido izquierdista turco dominado por kurdos, el cuarto del Parlamento de Turquía. Emin Irmak, alcalde de un pueblo de Mardin, cree incluso conocer los lugares exactos donde personas de paisano, pero sin duda parte de los servicios secretos, lanzan paquetes a los yihadistas.

La diputada Gülser Yildirim también está convencida de que Ankara hace causa común con el ISIL para aumentar la presión contra los kurdos. «El objetivo no es sólo Kobani: es todo el pueblo kurdo, tanto en Turquía como en los países vecinos», asegura. Según ella, el proceso de paz surgido hace casi dos años entre la guerrilla del PKK y el gobierno está en serios aprietos debido al percibido apoyo de Ankara a los yihadistas. «No se puede hacer la paz con sólo un parte del pueblo kurdo», asegura.

Irmak, Yildirim y cientos de activistas de varias provincias acampan bajo un árbol a pocos centenares de metros de la frontera. Una decena de coches y minibuses se alinea al fondo. De vez en cuando, desde el otro lado se escuchan detonaciones de artillera: el frente está a pocos kilómetros. Alguien ha sacado un laúd y algunos empiezan a bailar el ‘halai’, la danza kurda. Aseguran que se van a quedar toda la noche para impedir, con su presencia, que por la zona pasen yihadistas para unirse al ISIL o se transporten armas.

Activistas kurdos de Turquía cerca de la frontera siria (Sep 2014) | © Ilya U. Topper
Activistas kurdos de Turquía cerca de la frontera siria (Sep 2014) | © Ilya U. Topper

Eso, si la policía no los echa empleando gas lacrimógeno y blindados con cañones de agua, como ha pasado varias veces en los últimos días. Una señal más, según los activistas, de que Ankara hace todo lo posible para aumentar la presión sobre Kobani.»Trajimos dos camiones llenos de comida y bebida para repartirla entre los refugiados, y la policía turca nos los inmovilizó al llegar a Sanliurfa (la capital provincial): ni ayudar nos permiten», afirma, indignado, Gökmen, un estudiante de Ankara.

Una escena similar se repite el viernes, cuando un millar de activistas llegados en dos decenas de autobuses desde Estambul y otras ciudades, consigue acercarse a la alambrada a un kilómetro al oeste de Mürsitopinar y echarla abajo, ante la sorpresa de los pocos soldados que la vigilan. Apenas pasarán una hora en Kobani, entre enormes muestras de fraternización y alegría, según relata Daniel Iriarte, periodista de M’Sur que consigue acompañarlos.

Pero a la vuelta, los gendarmes han sellado la frontera con un contingente de una decena de tanquetas. Lanzan incluso algunos botes de gas lacrimógeno para acosar la columna humana cuando se repliega finalmente a Kobani. Después la toman con el pueblo cercano en el lado turco, donde un centenar de jóvenes y mayores se ha reunido. El gas empieza a envolver casas, patios, jardínes, gallineros y campos, sin que mediara provocación alguna.

Los gendarmes la toman con el pueblo fronterizo. El gas lacrimógeno empieza a envolver casas, patios, jardínes, gallineros…

Finalmente, un blindado «limpia» la carretera con cañones de agua, forzando a todos los coches a regresar a Suruç. La zona se sella: nadie más puede acercarse a la frontera. Iriarte consigue salir en otro lugar poco vigilado, pero cuando llega el grueso de los activistas, de nuevo se enfrentan a una pared de gas lacrimógeno.

Después, ya nadie tiene dudas de que el Gobierno turco tiene un enemigo declarado: los kurdos. Suruç, una ciudad de 100.000 habitantes, se declara en huelga indefinida el viernes al mediodía. Todos los negocios están cerrados. Aquí, las simpatías son obvias: los autobuses de Estambul, con las siglas del HDP, con banderas rojas e incluso con alguna fotografia de Abdullah Öcalan, el líder del PKK, sobre el radiador, fueron aclamados el jueves en lo que parecía una entrada triunfal. Los kurdos de uno y otro lado de la valla son un solo pueblo, en esto concuerdan todos. Y Turquía apoya a los yihadistas. Si cae Kobani, es el fin, dice alguno.

La diputada Yildirim tiene incluso por posible que el episodio del secuestro y la posterior liberación de los 49 rehenes turcos de Mosul por parte del ISIL pudo ser un simple «show» para justificar la inactividad de Ankara frente a los yihadistas: de hecho, éstos empezaron su asalto a Kobani precisamente al día siguiente de la liberación de los rehenes. Recuerda que el propio primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, había confirmado que hubo un «regateo político» para liberar a los secuestrados. «Ya vemos qué ha sido el precio: Kobani», concluye.

«Los bombardeos estadounidenses no han destruidos los tanques; no han infligido ningún daño importante al ISIL»

¿Un regateo internacional? Porque hasta el país que encabeza la coalición anti-ISIL, Estados Unidos, no parece hacer demasiado. Los primeros bombardeos, sobre Raqqa, el cuartel general del ISIL en Siria, no cambiaron gran cosa en el frente. Luego, en la tarde del miércoles, hubo bombardeos aéreos en la región de Kobani, pero numerosos residentes denuncian que curiosamente nunca dan en el blanco.

Así lo asegura por teléfono Mustafa Bale, un periodista local kurdo que observa el frente con las milicias kurdas. «No han destruidos los tanques; no han infligido ningún daño importante al ISIL», denuncia. Varios refugiados aseguran lo mismo, tras comunicarse con sus familiares en el otro lado. Alí, un médico de Kobani que regresó de Turquía al frente dos días antes, sí cree que han influido en que los yihadistas se hayan tenido que retirar unos kilómetros, pero horas más tarde llama de nuevo para advertir que ahora una enorme columna de yihadistas avanza desde Manbiy, en la carretera de Alepo a Kobani, para lanzar un asalto desde el suroeste.

El frente se sigue hallando a entre 10 y 15 kilómetros al sur y al este de la ciudad, precisa Bale el jueves, que destaca los encarnizados combates la noche anterior. De todas formas, aseguran otros, los avances y retrocesos han sido moneda corriente los últimos días. Según un refugiado, Mohamed Ahmed Turk, las milicias kurdas – bien parte del YPG, bien simples voluntarios – cifran unas 20.000 personas, mientras que otros 15.000 civiles quedan en la ciudad, donde la situación es casi de normalidad, con las tiendas abiertas, tras unos días de pánico, observa Bale. Entre los combatientes, apunta el médico Alí, no sólo hay hombres sino también numerosas mujeres, como es habitual entre los grupos guerrilleros kurdos tanto de Siria como de Turquía.

Refugiado kurdos de Kobani vuelven de Turquía a sus casas (Sep 2014) | © Ilya U. Topper
Refugiado kurdos de Kobani vuelven de Turquía a sus casas (Sep 2014) | © Ilya U. Topper

Los heridos se evacúan a Turquía mediante ambulancias enviados por la municipalidad de Suruç, en manos del partido prokurdo HDP/BDP. Reciben cuidados en el hospital público de Suruç, de forma gratuita, y entre muestras de simpatía de la población local.

«Hoy han venido cuatro», asegura un enfermero voluntario, que ha acudido desde otra provincia. Uno de ellos es Ismail, de profesión herrero, un joven de 25 años quien fue herido tres veces en los últimos días. «Primero en la cabeza – muestra una brecha apenas cicatrizada, donde le rozó la bala -, y seguí combatiendo. Luego en el abdomen, y también seguí en el frente. Pero finalmente me dieron de pleno en la barriga y tuvieron que evacuarme y operarme». Confía en que Kobani no caerá: «Los primeros días el ISIL avanzaba, luego el frente se estabilizó. Ahora ha empezado a retroceder», relata. En cuanto esté restablecido volverá al frente, asegura. «Por supuesto».

El campesino Alí, recién llegado a Turquía, se queja amargamente de que los países europeos parecen apoyar al ISIL en lugar de enviar ayuda a los kurdos. «Hay mil franceses entre los yihadistas, hay alemanes, británicos… ¿cómo pueden llegar todos sin que sus países se enteren? ¿No existen los pasaportes?» pregunta.

Aldeanos kurdos aseguran haber atrapado a cinco extranjeros que iba a Siria para alistarse en el ISIL

Alí apunta que recientemente, un grupo de aldeanos atrapó a cinco personas que cruzaron desde Turquía, supuestamente extranjeros que se iban a unir al ISIL. «No hablaban ni árabe, ni turco ni kurdo. Ahora están en la carcel en Kobani», agrega. También recuerda que de un grupo de 15 yihadistas abatidos recientemente en combate, cinco eran sirios, pero diez extranjeros. Otros aseguran que los únicos sirios en las filas del ISIL son «gente sin recursos que se han afiliado porque así reciben un salario».

El campesino pertenece a un grupo que llegó a Yumurtalik el jueves y se siente amargado por tener que dejar en la alambrada lo más preciado que tiene: su ganado. Rebaños de ovejas y numerosas vacas se alinean allí, rebuscan algunas briznas de hierba en el polvoriento descampado. Detrás, millares de coches relucen bajo el sol, van cubriéndose de polvo. Similares aglomeraciones se encuentran en otros puntos a lo largo de la frontera, testimonio del pánico de los primeros días, cuando decenas de miles huían a la frontera.

«Queremos que nos permitan traer nuestros coches», pide Husein, otro lugareño. «No queremos conducirlos en Turquía; simplemente pedimos que nos asignen un aparcamiento donde dejarlos estacionados hasta que podamos volver. Ahora los hemos tenido que dejar en la alambrada donde están rodeados de minas; nos los roban, y si llega el ISIL no dejará ni uno», vaticina.

Turquía ya no permite cruzar a los kurdos en otros puntos de la alambrada y hasta dificulta llevarles comida

Mayor pena dan las ovejas. «No hay agua en kilómetros a la redonda», se queja Alí. «Los trajimos porque pensábamos que podíamos salvarlos: hasta hace cinco días era normal que cruzáramos con las ovejas. Y no era contrabando: los soldados turcos nos dejaban pasar sin problemas. Es ahora, con la crisis, cuando han cerrado la frontera», asevera. Sus amigos kurdos en el lado turco ya le han señalado que no tendrían inconveniente en hacerse cargo. Hasta el Gobierno turco prometió que iba a delimitar corrales para los rebaños donde los animales podrían quedarse tras pasar un control sanitario, pero nada se ha hecho.

Es más, la presión parece aumentar. En algunos puntos de la alambrada, más al este de Kobani, sigue habiendo familias esperando para cruzar, pero los soldados turcos ya no lo permiten. Tampoco es fácil acercarse para llevarles comida. Faruj tiene a su hijo de nueve años al otro lado: «Cuando llegamos a la alambrada, se asustó al ver a los soldados y se escapó para irse con su abuelo, y ahora ya no puede venir, ni yo puedo ir a verle», añadió. Sabe que está la opción de Yumurtalik, pero duda de que el camino sea seguro para un anciano con su nieto. «Las bombas del ISIL pueden caer en cualquier parte», asegura. Las sordas detonaciones al fondo subrayan su temor.

Aún así, todas las mañanas se alinean en el paso de Mürsitpinar cientos de personas que prefieren regresar a Kobani antes de seguir como refugiados en Turquía. Algunos, jóvenes como Zidán, prometen enviar noticias del frente. Pero también hay mujeres, chicas jóvenes, familias con niños, viejos. «Que sea lo que Dios quiera», dice un anciano. «Antes que vivir en la calle es mejor morir en tu casa. La tierra es cara».

Publicado parcialmente en Efe