Reportaje

El largo invierno de Kiev

Irene Savio
Irene Savio
· 13 minutos
En la calle Institutskaya se recuerdan las víctimas del Maidán (Kiev, Nov 2014) | ©  Irene Savio
En la calle Institutskaya se recuerdan las víctimas del Maidán (Kiev, Nov 2014) | © Irene Savio

Kiev | Noviembre 2014

“¿Que si valió la pena estar en Maidán? Claro que sí, lo haría de nuevo”, asegura el obrero Myjaylo Malets, un ‘veterano’ de la plaza central de Kiev. Ahora, justo un año después de aquella revuelta de Ucrania, que derrocó al presidente Víktor Yanukóvich, ya no hay tiendas de campaña, ni barricadas, ni edificios ocupados.

A los últimos manifestantes, el Ayuntamiento los desalojó a la fuerza el verano pasado. El dolor fue desterrado a la vía Institutskaya, la única calle que sigue cerrada al tránsito. Allí, una tras otra, han sido colocadas, envueltas en flores y rosarios, las fotografías de los muertos en la rebelión. Decenas de hombres y mujeres los observan en silencio.

Nadie tiene cifras exactas sobre las víctimas, aunque se calcula que hubo alrededor de 100 muertos y unos 700 heridos. Malets es uno de ellos: lleva incrustada un fragmento de bala a pocos milímetros de su espina dorsal, que ni siquiera una operación en Austria ha podido eliminar. Pero lo que más le duele no es la cicatriz: “El problema es que la población se levantó exigiendo derechos y democracia, el poder al mando respondió con brutalidad y Europa y Estados Unidos vieron en ello una oportunidad; entonces llegaron los que no estaban en el poder y se lo quedaron”, dice el obrero.

Se calcula que en las protestas contra Yanukóvich hubo alrededor de 100 muertos y unos 700 heridos

Las elecciones parlamentarias de octubre pasado ratificaron la victoria: dieron el triunfo a los dos partidos proeuropeos. Prácticamente empataron el partido del actual primer ministro Arseni Yatseniuk, y el bloque del presidente, Petro Poroshenko. Este último, exministro de Yanukóvich que se pasó al Maidán y en mayo ganó las presidenciales, obtuvo un 21,8 por ciento, frente al 22,1 de Yatseniuk, cuyo Frente Popular es una escisión del partido de Yulia Timoshenko. La polémica política, cuyo mal carácter es ya proverbial, se quedó en un 5,6 por ciento con su formación Batkivshchyna (Patria).

Los dos ganadores llevan desde entonces negociando una coalición para formar Gobierno, pero aún no han cerrado un pacto definitivo. Aunque la semana pasada, el propio presidente señaló que debería conseguirse antes de este mismo jueves, cuando la Rada vuelve a iniciar sus sesiones.

“Europa ha ganado”, contestan muchos en Kiev cuando se les pregunta por el futuro de Ucrania. “Eso sí, ha sido una victoria amarga”, añaden segundos después. Ha ganado, sí. Siete meses después del derrocamiento de Yanukóvich, adverso a la Unión Europea, la Rada y el Parlamento Europeo ratificaron -en septiembre pasado- el Acuerdo de Asociación entre la Unión Europea y Ucrania, el pacto que el depuesto presidente se había negado a firmar el 21 de diciembre del 2013. El acuerdo entró en vigor a principios de este noviembre.

«Los nuevos dirigentes son la vieja oposición contra Yanukóvich. Las mismas caras de siempre», opina una anciana votante

Así, Ucrania se alejó de Rusia (y de la Unión Euroasiática que quería el presidente ruso, Vladímir Putin). Un cambio de rumbo histórico: los vínculos van mucho más allá de la reciente época soviética y se remontan al siglo XI, cuando el principado de los Rus de Kiev abarcaba territorios desde la actual capital ucraniana hasta Moscú. Como consecuencia, puede que el inmenso país pierda una importante franja de su territorio: en el tercio oriental siguen combatiendo milicias a favor de Rusia, y nada indica que Kiev será capaz de desalojarlos pronto de sus posiciones. Nadie votó allí en las elecciones. Tampoco en la península de Crimea, en paz pero que ya parece definitivamente perdida.

“El bando de Maidán obtiene una buena representación en el nuevo Parlamento ucraniano, lo que significa que por primera vez en la historia de Ucrania habrá personas con ideas similares dentro de ese hemiciclo”, dice Daryna Sokolova, politóloga de Centro Razumkov de Kiev. “En realidad, los nuevos dirigentes son la vieja oposición (contra Yanukóvich). En síntesis, las mismas caras de siempre”, opina una risueña señora de 85 años en un colegio electoral.

Uno de ellos es Vitali Klichko, un ex boxeador que ya antes de ser alcalde de Kiev estaba en el Parlamento ucraniano y fue uno de los políticos que supieron capitalizar el descontento –por la desesperante burocracia, corrupción y falta de meritocracia que hay en Ucrania– de la gente de a pie de calle de Maidán.

Antiguo campeón del mundo en la categoría de pesos pesados, Klichko integró su partido Udar en el Bloque de Poroshenko y se convirtió en cabeza del cartel de la formación vinculada al presidente y hombre de negocios multimillonario. A la prensa responde con evasivas o deja flotar las respuestas en un enorme vacío, como si hubiese ya un guión preestablecido. Poco, o nada, de lo que dice es definitivo y mucho es repetición de eslóganes políticos. ¿No le entristece la extrema confrontación política que vive Ucrania? “No hay confrontación en Ucrania”, responde el boxeador. ¿Qué opina de los oligarcas? “Los oligarcas… ¿quiénes? Yo también soy millonario. ¿Eso es malo?”, continúa.

¿Cómo se puede poner fin a la guerra en el Este? “Es una guerra creada por Rusia”, opina. ¿Está Ucrania preparada para perder parte de su territorio? “Rusia quiere reconstruir su imperio…”, observa Klichko.

Héroes ultra

Más radicales son algunos otros partidos que formaban parte del panorama del Maidán y se oponen ahora a cualquier pacto con los prorrusos del este y con Rusia. Svoboda, una formación ultraderechista y ultranacionalista, que ya llevaba unos años en el Parlamento, se desplomó a última hora en los recuentos y se quedó en el 4,7 %, por debajo del umbral del 5 por ciento. Sí llegó al hemiciclo el Partido Radical, de Oleh Lyashko, que durante toda la campaña electoral fue señalado como uno de los favoritos (alcanzó un 7,4%).

Casi desconocido hasta hace un año, Lyashko tiene un currículo en el que se incluyen toda clase de trifulcas en sitios públicos, secuestros de rebeldes prorrusos e incluso el haber apoyado activamente a varios grupos de paramilitares –entre otros, el batallón Azov– que son pagados para operar en medio de la guerra que prosigue en el este ucraniano.

El único partido que representa a los simpatizantes del Maidán es Samopomich (‘Autoayuda’), dirigido por Andrei Sadovyi

Para muchos, explica Sokolova, Lyashko encarna el fantasma más negro del nacionalismo populista que se ha agudizado en estos meses en Ucrania, a raíz del conflicto con Rusia. Pero también es un reflejo del ascenso al poder de aquellas elites que apoyaron el Maidán. “Su talento en la retórica y su carisma le han permitido capitalizar el enorme descontento que hay en el país. Los seguidores de Lyashko son gente decepcionada; muchos viven en zonas rurales donde la educación es escasa y la gente lucha por sobrevivir”, opina Sokolova.

Prácticamente el único partido que sí representa directamente a los simpatizantes del Maidán, con caras nuevas, es Samopomich (‘Autoayuda’), dirigido por Andrei Sadovyi, el alcalde de Lvov, la metrópoli del noroeste del país. Obtuvo un 11 % de los votos. Sin embargo, en las listas electorales de esta formación también había varios miembros de los batallones de voluntarios que han ido a luchar contra los prorrusos en el este de Ucrania. Situación que ha dejado perplejo a más de un observador. “En estas elecciones tenemos que elegir entre malos y buenos, entre comunistas y nacionalistas. Y Ucrania elige a los nacionalistas”, explicaba un elector de la capital.

Ucrania está al borde del colapso. Se prevé que este año el PIB descienda entre un 7 % y un 10 %

Para los optimistas, las urnas han servido para que el paralizado sistema político del país arranque de nuevo y para expulsar a los partidarios del destituido presidente Yanukóvich. Pero los oligarcas ucranianos no han soltado prenda. Más bien todo lo contrario. Poroshenko es uno ejemplo. Otro es Igor Kolomoisky, quien, desplazado el clan de Yanukóvich, se ha convertido en el indiscutido dueño de la estratégica ciudad de Dñepropetrovsk. Con Ejército privado incluido, según afirma Andrew Wilson en su libro Ukraine crisis. “En el Parlamento quizá entrarán unos 150 o 200 nuevos diputados, pero los oligarcas ya se han amoldado a la revuelta de Maidán y han conseguido utilizarla para su beneficio”, añade el politólogo Alexei Tolpygo. “Las turbulencias ucranianas han frenado una vez más la democratización del país”, concluye.

El dinero cuenta. Ucrania está al borde del colapso. Se prevé que este año el PIB descienda entre un 7% y un 10%, mientras que un estudio ruso incluso calcula pérdidas adicionales anuales de 33.000 millones de dólares, o del 19% del PIB, hasta 2018, a raíz de la caída en picado del comercio bilateral entre Rusia y Ucrania.

Según cifras de Eurostat, hasta julio de este año las ventas europeas a Rusia sumaron 70.504 millones de euros, unos 8.000 millones menos que en el mismo periodo del 2013. Y esta contracción también se registra en las exportaciones europeas hacia Ucrania, que han caído un 15%.
A esto se suma la huida de capital del país y la estrepitosa depreciación de la moneda nacional, la grivna, así como la extendida corrupción y el alto déficit comercial.

Ucrania “tardará décadas” en recuperarse, cree Dmytro Ostroushko, experto del Instituto Gorshenin de Kiev. “Este año han aprobado nuevas leyes para combatir la corrupción y mejorar ese Estado ineficiente que posee Ucrania, pero no hay garantías de que no será papel mojado”, añade.

“A diferencia de la Revolución Naranja de 2004, esta vez ha habido más cohesión entre los protagonistas de aquella revuelta. No obstante, las reformas necesarias para revitalizar la economía del país no han llegado todavía”, afirma Maksym Bugriy, del Centro Internacional de Defensa de Kiev (ICDS). “Y eso a pesar de que todo indica que hay un acuerdo informal entre los principales oligarcas, los cuales tienen presencia en la casi totalidad de los partidos”, sugiere Bugriy.

La guerra en el este está pasando una grave factura no sólo económica sino también social al país. De nada sirvió el acuerdo de Minsk en septiembre, cuando Ucrania, Rusia y los insurgentes prorrusos del este se sentaron en una mesa para pactar una tregua que nunca se cumplió. El conflicto ya se cobró la vida de al menos 4.100 personas y ha provocado casi 10.000 heridos y medio millón de desplazados internos, según Naciones Unidas. Probablemente, otro medio millón ha huido a Rusia.

El conflicto en el este ya se ha cobrado la vida de al menos 4.100 personas y ha provocado casi 10.000 heridos

Yulia Yevgenyevna, oriunda de Donetsk, lleva horas caminando por Kiev con sus ancianos padres, desplazados como ella. “Quizá sea culpa de la televisión, pero el rechazo se siente. Desde que estamos aquí, he oído todo tipo de insultos contra la gente del este”, cuenta Yulia, quien trabajaba en la Universidad de Donetsk y fue allí una activista proucraniana. Saca de su bolsillo un móvil y muestra un anuncio colgado en un portal de alquiler de viviendas en Kiev. “Abstenerse gente de África, de Donetsk y Lugansk”, se lee.

Además de todo esto, el invierno está en las puertas y se prevé que será uno de los más duros de las últimas décadas. Nadie sabe cómo los ucranianos, en particular los de las zonas rurales y los más desfavorecidos, lograrán superar los próximos seis meses. Aunque Rusia ha prometido no cortar el suministro de gas, no todos los establecimientos de Kiev pueden ofrecer calefacción. Ante cualquier incidente, en el campo persiste, literalmente, el peligro de morirse de frío.

El Maidán

“Dramático, sí. Por eso me pregunto: ¿de qué ha servido Maidán?” dice una anciana en la plaza de la Independencia. “Catastrófico, diría”, añade Ekaterina, quien recuerda que una de las reclamaciones de Maidán era precisamente que Ucrania fuera liberada de la ruina en la que la han hundido sus oligarcas desde que el país se independizara, en 1991.

Nadie ha aclarado qué sucedió en la plaza entre el 18 y el 20 de febrero, cuando 74 manifestantes y 12 policías murieron bajo las balas. Hay 500 casos judiciales abiertos, 30 de ellos contra el expresidente Víctor Yanukóvich y colaboradores suyos, pero pese a que se ha interrogado a cuatro mil testigos, todavía no hay resultado alguno, asegura el oficialista Ukrainian Crisis Media Centre. Sólo las flores de la calle Institutskaya siguen ahí.

Nadie ha aclarado qué sucedió en Maidán entre el 18 y el 20 de febrero, a pesar de que se ha interrogado a cuatro mil testigos

Vitaliy Andreev, un ingeniero de 29 años, sin afiliación política, que perdió un ojo en la protesta, asegura: “Hay días en los que me enloquece ver cómo sigue el país. Queríamos ser como Europa para que los políticos no nos roben hasta el alma”.

Algunos de los activistas de entonces intentaron presentarse en las pasadas legislativas, pero pocos tuvieron éxito. “Los más afortunados fueron engullidos por los partidos de siempre”, cuenta resignado Oleksander Ivashkov, otro activista. “Los manifestantes de Maidán fueron héroes por muy poco tiempo. Cuando finalmente el objetivo parecía alcanzado, Ucrania estaba metida en una guerra”, dice la doctora Oksana Syvak, de la organización E+, surgida para atender a los heridos de Maidán. “Muchos se sienten confundidos y marginados. El mundo los ha dejado rápidamente en segundo plano”.

Ivashkov suspira resignado: “Pensábamos que podíamos cambiar Ucrania, pero no ha sido así”. “Volveremos, más numerosos y más enfurecidos”, promete el obrero Myjaylo.