Reportaje

La factura del oro negro

Laura J. Varo
Laura J. Varo
· 9 minutos

libia-petroleo
Trípoli | Diciembre 2014

A solo unos metros del cuartucho donde se quejan Evans, Collins e Ibrahim, varias llamaradas señalan, en pleno día, una localización estratégica en la costa libia. Mellitah apenas se conoce por dos cosas: el centro de detención de inmigrantes sin papeles que figura en medio de la nada y la planta de gas de la Compañía Nacional de Petróleo (NOC) desde la que se distribuye al resto del país buena parte de los hidrocarburos que llegan del sur. La cercanía de uno y otro preocupa a algunos. «Si los inmigrantes se escapan», dice Salah, guarda jefe del centro, «pueden crear problemas».

Medio centenar de nacionales de Nigeria, Ghana, Mali y otros países al sur de Libia permanecen retenidos en el edificio. A veces arman barullo, otras, se escapan. «Ni siquiera tenemos todoterrenos para patrullar o salir a buscar (a posibles inmigrantes huidos)», continúa el guardia, «ni siquiera en un sitio tan importante como Mellitah». Según Salah, la precariedad les expone a que los africanos detenidos por deambular buscando trabajo de peón o por pretender embarcarse en patera a Europa se venguen de su presidio cruzando la alambrada y provocando algún destrozo en uno de los centros neurálgicos de distribución de petróleo y gas nacional.

El petróleo y gas aportan a Libia un 80% del PIB y hasta un 99% del dinero acumulado en las arcas municipales

Más que vivir del petróleo, Libia está secuestrada por él. La dependencia de su economía de los ingresos generados por la venta de crudo mantiene al país pendiente de un hilillo de chapapote, susceptible a las fluctuaciones inclementes del mercado. El sector energético aporta un 80% del PIB y hasta un 99% del dinero acumulado en las arcas municipales. El oro negro lo empapa todo: desde la política migratoria, hasta los enfrentamientos entre milicias herederas de la revolución que tumbó en 2011 a Muammar Gadafi.

En Mellitah, el cambio de rasante se intuye en el barrio de barracas de hormigón casi vacías que se extiende al otro lado de la carretera, donde los uniformes al sol sustituyen las prendas de faena. De los establecimientos que antes servían café y pitanza a los obreros, solo dos cafeterías permanecen abiertas para atender a los milicianos misratíes desplegados en el cuartelillo que enfrenta las instalaciones de la NOC.

“Tras la revolución, solo nos llevó seis meses incrementar la producción de petróleo a los niveles gadafistas”

A pocos cientos de metros de la colonia se desparraman los esqueletos de cemento que prometían convertirse en una urbanización de semilujo planificada por Gadafi, según los locales. Nadie quiere retomar lo que empezó Gadafi, así que ahí se quedó después del levantamiento que acabó con cuatro décadas de cerrazón, estancada, en un inmutable estado «en construcción». La estampa es la metáfora definitiva de la Libia anárquica que renquea en su transición a la democracia.

“Tras la revolución, solo nos llevó seis meses incrementar la producción de petróleo a los niveles gadafistas”, recuerda Mashallah Zwei, ex rebelde y, a la sazón, ministro de Petróleo y Gas apuntado por el “Gobierno de Salvación Nacional” con sede en Trípoli y no reconocido por la comunidad internacional. “Durante la época de Gadafi, la producción era de entre 1,2 y 1,5 millones de barriles diarios, pero tras la revolución lo incrementamos hasta los 1,7”, apostilla, “y esto noqueó al planeta”.

Libia, con tan solo seis millones de habitantes, exporta en torno a un 80% de los hidrocarburos que produce, lo que la convierte, para la comunidad internacional, en una de las joyas de la corona de la OPEP, con las novenas mayores reservas del mundo, según el World Fact Book de la CIA. Sus recursos naturales la sitúan como décimoquinto exportador de petróleo a nivel mundial y el 37 de gas. Es un socio comercial clave para España, Italia o Reino Unido, no solo porque operen allí Repsol, ENI o BP, sino también porque de sus recursos depende buena parte del combustible que va a parar a los coches y calderas de Europa.

Cuando el país comenzaba a recuperarse de casi un año de bloqueo petrolífero a manos de una milicia con aspiraciones federalistas, la violencia ha vuelto a tomar como rehén el mayor activo libio. Los choques entre combatientes tuareg y tubu, dos etnias no árabes que controlan el desierto de la provincia austral de Fezzan, obligaron a principios de noviembre a echar el cierre de la planta de Sharara, operada por Repsol. La compañía española tuvo que evacuar a todo su personal y detener una producción de más de 300.000 barriles diarios. La misma suerte corrió el pozo de El Fil, gestionado por la italiana ENI.

Repsol tuvo que evacuar su personal y detener una producción de más de 300.000 barriles diarios

“El primer año tras la revolución fue muy bueno y calmado”, apunta Zwei. “Comenzamos a levantar nuestro país, muchas compañías vinieron a Libia para construir refinerías y plantas de gas y otras infraestructuras”. “Pero de algún modo, hay una agenda exterior”, teoriza, en referencia a la crisis en la que ha vuelto a sumirse el país, donde dos gobiernos, dos parlamentos y dos alianzas militares con apoyos extranjeros se disputan el poder.

Esa calma que rodeó las primeras elecciones democráticas en Libia en 2012 duró poco. Un año después, los inversores temblaban y el precio del barril se disparaba por obra y gracia de Ibrahim Jathran, héroe revolucionario y líder de la Guardia de Instalaciones Petrolíferas (GIP). La GIP se convirtió en una suerte de ejército con 16.000 hombres disponibles, según estimaba entonces un oficial afín al movimiento federalista que pedía la autonomía para la región de Cirenaica, cuya capital, Bengasi, es ahora pasto de una guerra entre grupos más o menos islamistas, alineados con el Ejecutivo de Trípoli, junto a Ansar al Sharia (definido como grupo terrorista por el Consejo de Seguridad de la ONU) por un bando, y por otro, las fuerzas leales al Gobierno de Tobruk, internacionalmente reconocido.

“Hemos tenido el peor presupuesto de la última década”, apunta el ministro; “antes, nuestro presupuesto era de unos 45.000 millones de dólares anuales, pero este año bajó a los 10.000”. El órdago secesionista se lanzó antes del verano. Desde entonces, se han recuperado entre 800.000 y un millón de barriles diarios, según Zwei. “Nos hemos estabilizado”, dice. El crudo comenzó a fluir de nuevo y el precio del barril bajó de golpe. “Podemos incrementar el ritmo a 1,2 millones de barriles diarios”, continúa, “pero de acuerdo al precio del crudo, debemos reducir la producción”.

En los brazos de la OPEP

“La OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) produce ahora unos 31 o 32 millones de barriles al día y tenemos que bajar hasta los 30”, vaticina Zwei, “en la reunión (celebrada a finales de noviembre) discutiremos quién tiene que reducir la producción para mantener el precio al alza y recuperar los niveles”. La paradoja se antoja insultante: “De hecho, parte del precio ha bajado debido a la estabilidad de nuestra producción en Libia: en 2013 alcanzó los 1,7 millones y a comienzos de este año era solo de 250.000 barriles diarios, pero hemos saltado a un millón y eso ha afectado al mercado”.

Las cifras no engañan. El precio del Brent alcanzó en junio su mayor pico, con 111,09 dólares el barril. Desde entonces, el crudo ha protagonizado una caída imparable hasta situarse en los 60 dolares en diciembre, su nivel más bajo desde 2009 aunque sigue cayendo.

Según las conclusiones de la última conferencia de la OPEP, los países compradores tienen la despensa llena, lo que se traducirá en un aumento más reducido de la demanda que el esperado en 2015. Eso ha llevado a discutir recortes hasta volver a situar la oferta en los 30 millones de barriles diarios para forzar el precio al alza. Libia tenía todas las papeletas y eso, también, inspira teorías de la conspiración hasta en el seno de la organización.

“El sector petrolífero durante el régimen de Gadafi no hizo ningún bien a este país”

“Algunos países saben que si Libia despega les afectará a ellos”, dice el ministro, que fue vetado en la reunión a favor de su contrincante, Mustafa Sanalla, presidente de la NOC y responsable de la cartera energética a ojos de Occidente. Zwei se refiere, sin veladura alguna, a los estados petrolíferos que apoyan al Gobierno de Tobruk y que han llegado a intervenir militarmente en Libia, con bombardeos aéreos contra Trípoli en apoyo del otro bando: Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí.

“Podemos dejar de construir el país sobre el petróleo”, reivindica Mohamad Tumi, miembro de Consejo Civil de Misrata y extesorero del Círculo de Empresarios de la ciudad. “Podemos concentrarnos en otros sectores como la agricultura, la industria o el pequeño comercio”. La propuesta no es inocente. Misrata lidera las fuerzas milicianas sobre las que se apoya el Gobierno de Trípoli para controlar la costa oeste del país. Comerciantes natos, los misratíes quieren exportar su modelo económico y de Gobierno al resto del Estado. Eso es en buena parte lo que subyace al actual conflicto, rayano en la guerra civil.

“El sector petrolífero durante el régimen de Gadafi no hizo ningún bien a este país”, explica Tumi, en referencia a la corrupción; “además, los hidrocarburos se ven afectados por el mundo exterior, así que en Misrata hemos empezado a abrir nuestra ciudad a todo tipo de inversiones”. Desde el turismo, hasta la industria, pasando por la zona franca del puerto. Los apoyan en la aventura Turquía y Qatar, afines a los Hermanos Musulmanes que lideran el Parlamento tripolitano. Ambos Estados apoyan con presupuesto y diplomacia la propuesta misratí, colaboran en la construcción y gestión de hospitales, envían a sus nacionales a negociar a la ciudad y acogen en sus clínicas a heridos de guerra, civiles y combatientes. “Tenemos que estar abiertos a la inversión extranjera”, dice Tumi. “Es nuestro objetivo de futuro”.