Opinión

De médico a objetor

Irene Savio
Irene Savio
· 6 minutos

Medio indignada, medio rabiosa, esta semana una amiga italiana hizo un comentario en una red social: “O son médicos o son objetores de conciencia, no las dos cosas”. Cuestión que llevaba largo rato yo pensando lo mismo sobre un preocupante fenómeno social que está ganando terreno en Italia. Esto es el creciente aumento de médicos que se niegan a practicar el aborto en hospitales públicos, arguyendo la llamada objeción de conciencia, o sea, la negativa a ejecutar una acción invocando motivos éticos y religiosos.

La última investigación anual del Ministerio de Salud de Italia, que escupen la realidad de un derecho que a menudo es negado, da escalofríos. Amparándose bajo el artículo 9 de la ley 194/78 de la legislación italiana sobre la interrupción voluntaria del embarazo, el porcentaje de ginecólogos abiertamente objetores de conciencia —y que por tanto, se niegan a practicar el aborto— ha ido en fuerte aumento en los últimos veinte años y es actualmente de 69.6% en este país. Es decir, dos de cada tres, y un 6% más que en 2005 (58.7%).

En la región de Nápoles, sólo uno de cada tres hospitales realiza abortos, en Roma, la mitad

Además, tampoco hay equidad entre las diferentes regiones del país. Pues, para las mujeres del centro y sur el aborto es una opción menos factible, sea cual sea la razón de esta difícil y delicada decisión. En regiones como el Lazio (cuya capital es Roma), Apulia, Calabria, Sicilia y Basilicata sólo la mitad de los hospitales practican el aborto. En Campania, la región de Nápoles, lo hacen sólo 26 de las 79 clínicas que hay allí (un 32%), mientras que en Molise, sólo uno de los cuatro hospitales existentes. Un dato únicamente superado por la provincia autónoma de Bolzano, la única del norte con una cifra tan negativa, donde sólo el 22% de las estructuras aceptan practicar esta intervención. Por el contrario, regiones como Valle de Aosta, Emilia Romaña, Toscana, Umbria, Las Marcas y Cerdeña, tienen porcentajes del 80% o incluso más altos.

Ahora no, ahora sí; ahora no. Así se entiende que incluso el oficial informe admita claramente que, a pesar de que son ya más de 30 años que es legal, el porcentaje de abortos en Italia es “uno de los más bajos de los países industrializados”, y ha caído un 56% con respecto a 1982, el año en el que más se recurrió a esta práctica. Y todo esto a pesar de que justamente la legalización en un gran número de supuestos se remonta a 1978. Es decir, a antes de que esto ocurriera en otros países europeos como Portugal (2007), Bélgica (1990), España (1985), Grecia (1986), Holanda (1981).

La razón son los Papas y el Vaticano, que sigue despotricando públicando contra el aborto

La razón, dicen las feministas y las asociaciones en defensa del aborto —como LAIGA y Vita di Donna—, son los Papas y el Vaticano. O la religión católica, que es casi lo mismo en Italia pues Roma hospeda en sus entrañas al pequeño reino del jefe de esta Iglesia. Él, ellos, nunca se han dado por vencidos y siguen despotricando públicamente contra el asunto, y a menudo también en contra de la clase política. De esta manera empezó a aplicarse cada vez más la práctica de la objeción de conciencia, a pesar de que en un principio esta posibilidad había sido pensada para los pacifistas que preferían aplicarse en tareas ciudadanas y evitar alistarse en el ejército.

Además, claro, todas las historias que de esta situación derivan son, por supuesto, muy difíciles de deglutir. Pero desde que vivo en Italia, he leído de algunas especialmente espantosas y alarmantes. Una de este tipo la encontré el año pasado en el diario La Repubblica, en el cual Valentina Magnanti denunciaba haber sido abandonada a abortar sola en un baño de un hospital público de Roma tras que ni un médico aceptara practicarle un aborto que estaba efectuando por motivos de salud. En otro caso, en Génova, una chica de 19 años tuvo que llamar a la policía tras que nadie la ayudara luego de haber ingerido las píldoras que habían dado inicio a la intervención.

Dicho esto, lo que es paradójico es que ser madre no es precisamente de color rosa en Italia. A las normales dificultades para conciliar la vida familiar con la profesional, se suman una serie infinita de problemáticas que en parte explican por qué en Italia la tasa de ocupación laboral femenina (47%) es claramente inferior al promedio europeo (sólo por encima de la griega) y afecta significativamente al PIB del país. Así es también que una de cada dos mujeres no vuelven a trabajar después de dar a la luz.

Los sociólogos lo explican con el usual argumento de las sociedades fuertemente patriarcales, como las mediterráneas, en las que los hombres eran hasta hace poco considerados por ley los jefes de la familia (hasta 1975, en el caso italiano). No se puede negar. Sin embargo, lo más cierto es que lo de una completa emancipación de las mujeres todavía es una batalla sin acabar.

Otro ejemplo es la lucha que sigue en el Parlamento para agregar el apellido materno al del padre (como ocurre en España y en numerosos países latinoamericanos) a los hijos. En el otoño pasado, tras años de idas y venidas, en los que incluso la izquierda no fue ajena a deslices varios, finalmente la Cámara de Diputados aprobó esta opción. Resultado: inmediatamente se levantaron las voces de los más conservadores y religiosos en contra, lo que quizá explica por qué el Senado todavía no ha ratificado la norma.