Crítica

La ley del más callado

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 4 minutos
Goodbye Morocco
Dirección: Nadir Moknèchemokneche-goodbye

Hay un muerto. Hay una mujer que quiere vivir. Vivir con su hijo, cueste lo que cueste. Pero la ley no está de su parte. La ley le da al padre la custodia, porque fue ella la que pidió el divorcio. Y encima, ahora vive con un amante. Uno extranjero. Encima.

En Marruecos no pasa nada por ser una mujer independiente y vivir con un amante, mientras tengas dinero. Con dinero, todo está permitido. Y Dounia tiene dinero. Trabaja de jefa de personal en unas obras de bastante envergadura, ahí en la periferia de Tánger. Tiene incluso un chófer propio, un fiel amigo de la infancia. Ay.

Lo malo es que si el padre de tu hijo tiene más dinero que tú, y la ley es la que hay, lo de tu hijo se queda en los días de visita precisos y medidos, un desgarro de corazón. Claro, si de repente tuvieras mucho dinero, mucho mucho, entonces…

Y si en las obras donde trabajas, de repente descubren unas catacumbas cristianas con un fresco, de repente puedes soñar. A condición de que todo quede entre nosotros, claro. Silencio, se negocia. Y si por una estúpida casualidad, de repente hay un muerto, pues hay un muerto, y el mar es grande y se encarga. Lo malo es que siempre hay testigos. En Marruecos, siempre hay testigos. Y hasta el amigo más fiel se te puede volver majara. Sobre todo cuando entre amigo y amiga hay un abismo de clase. Clase, dinero, sexo, dos Marruecos distintos separados por una sorda rabia, la rabia del de abajo, del que siempre ha estado abajo. Por mucho que te quiera.

Esta es una película muy marroquí. Lo pone incluso en el cartel, en árabe, film maghrebí, una especie de pequeño contrapunto al absurdo título inglés. (El título el árabe, Wadaan al Maghreb, es lo único que no es magrebí, porque en el bled nadie dice wadaan: dirá bslama el chófer, y bye-bye Dounia. Bye-bye Maroc habría sido realmente la frase. Ah, merde, ya estaba cogido el título, o casi).

Es una película muy marroquí, tanto que uno se queda sorprendido cuando descubre que el director, Nadir Moknèche, es francés, nacido en París de padres argelinos, y la protagonista, Lubna Azabal (Dounia), belga de Bruselas, con padre marroquí y madre española. Porque así es el bled, así es. Guión y actriz, un acierto en cada fotograma, y grande el trabajo de Faouzi Bensaïdi, el chófer, el verdadero protagonista de este drama.

Es un filme muy marroquí en su tratamiento de la violencia: casi no hay. La mínima, la imprescindible

Además hay que agradecer que sea producción francesa: habría sido una hazaña recibir financiación de un Ministerio marroquí para un filme en el que la actriz se pasea en tetas desde el segundo fotograma. Contarlo así también es muy marroquí, tener esa relación visual desacomplejada con el cuerpo, sólo que en Rabat no te lo subvencionan. Y ya que estamos, se agradece que un cineasta llame la atención sobre la vida en penumbra de los inmigrantes nigerianos, malienses, subsaharianos, que hacen su vida en Marruecos.

Es un filme muy marroquí también en su tratamiento de la violencia: casi no hay. La mínima, la imprescindible para conseguir un drama cargado. Hay un muerto. Con esto basta en Marruecos. Hay una pareja de policías obtusa pero no tan tonta como para no saber usar su poder. En nombre de la ley, salvo cuando alguien tiene dinero. No les voy a contar el final, pero es como la vida misma. La rabia, la lealtad, el amor, el sexo y el dinero, ese dinero que significa libertad para unos y silencio para otros, hacen mala cama redonda. Bye bye, Dounia.

Esto también es muy marroquí, este diálogo casi final entre los dos policías:
“Entrégaselo, pues”
“Pero ¿y la ley, colega?”
“¿Ley? ¿Qué ley?”

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© Ilya U. Topper | Especial para MSur

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