Crítica

Mucho ruido y pocos Gladios

Daniel Iriarte
Daniel Iriarte
· 6 minutos
Gladio

Benjamín Prado
Operación Gladio

Perdonen la analogía facilona, pero no se me ocurre mejor modo de explicarlo: las series de televisión que se hacen últimamente en Turquía –que cuentan con unos presupuestos que multiplican varias veces los usuales por estas latitudes- están experimentando un ‘boom’ de crítica y público que no se limita a las fronteras del país, sino que se exportan a todo Oriente Medio, los Balcanes, Asia Central y hasta Latinoamérica. Pero tienen un problema: están concebidas siempre para todos los públicos, que en este caso significa que tienen que gustar tanto a niños y jóvenes como a sus madres y abuelas.

Así, incluso las presuntas tramas de acción acaban convirtiéndose en telenovelas de formato clásico: es lo que sucedía incluso con la famosa “Kizil Elma” (“Manzana Roja”), una tentativa de serie de espías -retirada de la parrilla porque, al parecer, al Estado Islámico no le gustaba la forma en la que se le retrataba y amenazaba con decapitar a algún camionero turco secuestrado en Mosul- donde importaban más los secretos familiares no resueltos, las confrontaciones verbales de eterna duración o los romances imposibles que los tiros que pegaran ocasionalmente los personajes. Si no le gustan los culebrones sudamericanos, hay poco a lo que aferrarse.

Algo así le sucede a “Operación Gladio”. A priori, el tema escogido no podía ser más interesante: la red Gladio fue una organización secreta anticomunista establecida en todos los países de la OTAN durante la Guerra Fría, con el propósito de crear milicias que pudiesen operar tras las líneas enemigas en caso de una invasión del Pacto de Varsovia. Caben pocas dudas de su implicación en una serie de atentados en lugares como Italia, Bélgica o Alemania, aparentemente como entrenamiento extremo de sus miembros, o, según algunos observadores –es la tesis a la que se acoge Benjamín Prado-, como una forma de mantener la “estrategia de la tensión” que evitase que los partidos comunistas europeos adquiriesen demasiada influencia.

En países como Turquía, sus miembros fueron utilizados para acciones de “guerra sucia” contra los supuestos enemigos del estado, desde operaciones antigriegas en Chipre a la eliminación extrajudicial de militantes kurdos. La impunidad de la que gozaban estos grupos les empujó paralelamente, cada vez más, hacia el crimen organizado. La línea nunca ha estado demasiado clara.

Gladio fue una organización secreta creada para oponerse a una invasión soviética en Europa occidental

De modo que, para un estudioso de la violencia política, una novela que vinculase elementos como la matanza de los abogados de Atocha en 1977, el terrorismo fascista en la Italia de los años 70 y la red Gladio en su conjunto no podía sino resultar atractivo de entrada. Pero a la hora de la verdad, la novela entrega muy poco de lo que promete, perdiéndose en las relaciones de pareja de los personajes y abordando el tema de forma apenas periférica.

Se le podría perdonar, en todo caso, si se tratase de una buena novela. Pero no es el caso. Benjamín Prado es un poeta bastante competente –allí está su premio Hiperión para demostrarlo-, pero a juzgar por “Operación Gladio”, como narrador deja mucho que desear, demostrando una vez más que esa frase hecha que repiten algunos periodistas metidos a novelistas, de que “todo es lo mismo, juntar palabras”, es una soberana tontería (lo descubrió el pobre Manu Leguineche, maestro de plumillas, cuando decidió escribir una novela sobre corresponsales de guerra y le salió aquel engendro titulado La tribu. Tuvo la sabiduría de no volver a intentarlo).

Y es que es muy difícil sentir empatía por las cuitas de los personajes de Prado, que son verosímiles pero dejan frío al lector: ni la periodista iracunda cegada por la ambición, ni la jueza de lengua venenosa, ni el escritor centrado en sí mismo, ni la arqueóloga mitómana nos resultan atractivos, y en general, uno no puede quitarse la sensación de que les da absolutamente igual lo que les suceda (la única excepción son la pareja de ancianos republicanos embarcados en su cruzada personal para que les permitan sacar los restos de su padre del Valle de los Caídos, orgullosos pero entrañables). Porque además, la mayoría de ellos no aportan casi nada a la trama, ni tienen una función clara en la historia, aparte de servir de interlocutores a otros individuos, a través de cuyos diálogos se va explicando la historia de la red Gladio.

No hay nada más inverosímil que dos personajes explicándose el uno al otro el mismo tema

Y ese es tal vez el mayor problema del libro. Prado podría haber imaginado una trama novelesca que relacionase efectivamente a las escuadras de choque de Fuerza Nueva con la CIA, al comisario Conesa (el trístemente célebre torturador “Billy el Niño”) con Henry Kissinger, y los atentados de Milán con la Operación Cóndor, y a lo mejor le habría salido algo entretenido. Pero eso habría requerido trabajar las situaciones, las descripciones, las motivaciones de los protagonistas. En lugar de eso, tira por el camino fácil: se inventa una investigación periodística y hace que los personajes lo expliquen todo de forma oral. El resultado raya en lo ridículo: no hay nada más inverosímil que una conversación en la que dos personajes se dan la réplica explicándose el uno al otro el mismo tema.

No me meteré en cómo Prado mezcla hechos históricos y fantasía de una forma que resulta problemática, pero que entra dentro de las prerrogativas de un novelista. Según Daniele Ganser, autor de Los ejércitos secretos de la OTAN, que hasta ahora es el único estudio académico importante sobre este asunto, no existió un Gladio español porque las propias fuerzas anticomunistas ya estaban en el poder con el régimen franquista, aunque vincular a través de los fusilamientos de la posguerra al fascismo español con la red Gladio resulta bastante forzado. El experimento falla a todos los niveles. Si usted, como lector, desea informarse sobre en qué consistió el fenómeno Gladio, este no es su libro. Pero si lo que desea es simplemente pasar un buen rato con una amena novela de espías, tampoco. Mejor vaya a los clásicos.

¿Te ha interesado esta reseña?

Puedes ayudarnos a seguir trabajando

Donación únicaQuiero ser socia



manos