Crítica

La vida se impone

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 6 minutos

keret-abundancia
Etgar Keret
Los siete años de abundancia

No es la primera vez que lo digo en estas páginas: estoy convencido de que la mayor parte de los problemas del mundo se resolverían bajo una sencilla fórmula: “Póngase en su lugar”. Ponerse en el lugar de quien sufre un bombardeo serviría para abolir para siempre las guerras; ponerse en el lugar de quien se juega la vida en una patera acabaría con las fronteras; ponerse en el lugar del que pierde su hogar en un desahucio obligaría a replantear las actuaciones bancarias…

Sin embargo, la cosa se pone un poco más difícil cuando se trata de meterse en la piel del malo de la película. En el conflicto palestino-israelí, por ejemplo, clave para la convulsión permanente de Oriente Próximo, nos resulta más fácil simpatizar con los palestinos inermes que con los prósperos y prepotentes israelíes, que una y otra vez respaldan a un presidente difícil de calificar sin incurrir en exabruptos. ¿Por qué habríamos de hacer el esfuerzo? ¿No se califican ellos solos con su política interna y externa?

Keret es un señor normal que se gana la vida escribiendo y es padre de un hijo, quizá como usted mismo

Etgar Keret, tal vez sin pretenderlo, nos invita a ponernos en la piel de un israelí medio de Tel Aviv. Y nos da a entender que ese juego no puede ser una abstracción, sino que implica conocer al otro, asomarse a su realidad y desterrar prejuicios. Keret es un señor normal que se gana la vida escribiendo y dando clases, que no viste sistemáticamente de negro ni lleva kipa, ni luce esos tirabuzones que llaman peyot ni le cuelgan de la camisa esos hilos que llaman tzitzit. Que puede sentarse perfectamente junto a una mujer en un avión sin que sienta amenazada su identidad. Que seguramente puede comer lo que le pongan en ese avión sin necesidad de un certificado kosher. Un señor que es padre de un hijo, quizá como usted mismo, lector. Solo que el mismo día en que su mujer está de parto, llegan al hospital un montón de heridos ensangrentados por un atentado, una bomba. Bienvenido a Israel, bienvenido al mundo, pequeño Lev.

Keret se propone registrar durante los siete primeros años de la vida de su hijo algunos aspectos de la vida cotidiana. No se trata de un diario, sino de notas en forma de relato breve, que incluyen apuntes del natural, anécdotas, crónicas de viaje a vuelapluma por Bali, Sicilia o Ámsterdam, recuerdos íntimos. Y lo hace siempre con un arrebatador sentido del humor, que bien entendido empieza necesariamente por uno mismo.

Vive en un país levantado en armas desde su fundación, y eso puedes contarlo con dramatismo o desenfado

Como en el episodio del hospital, cuenta con la misma naturalidad un café en la universidad bajo las sirenas de alarma, y no es raro que al llamar a una compañía telefónica para formular una queja, le respondan: “Señor, ¿no le da vergüenza? Estamos en guerra. A la gente la están matando. Están cayendo misiles en Haifa y Tiberíades, y ¿en lo único que piensa usted es en sus 50 shékels?” Keret, sí, vive en un país en guerra, levantado en armas desde su fundación, y eso puedes contarlo con dramatismo o con desenfado. Él lo hace con una sonrisa.

Es cierto que en este ejercicio de desdramatización salen en su ayuda algunos personajes algo más que peculiares: Kobi, su amigo obsesionado con que un misil iraquí destruya su torre Eiffel hecha de palillos; los padres de niños pequeños que hablan en el parque sobre el momento en que sus hijos serán reclutados para el ejército; su hermana, que según Keret murió en un salón de bodas de Bnei Irak diecinueve años atrás, “y ahora vive en el barrio más ortodoxo de Jerusalén” con once hijos y ocho nietos, y un hermano medio objetor de conciencia a pesar de haber hecho la guerra contra el Líbano, y partidario de la legalización de la marihuana; o el arquitecto que se empeña en hacer para él una casa en el estrecho espacio entre dos edificios de Varsovia, de donde procedían sus padres, sobrevivientes del Holocausto.

Si el rollo judío y el rollo árabe le traen al pairo, hay otra razón para leerlo: es un narrador extraordinario

A través de 35 piezas, Keret nos revela un Israel que no solemos ver en las noticias, y si me apuran casi tampoco si hacemos turismo por Israel. Un país lleno de extremismos y contradicciones, pero donde la vida normal, con sus pequeños milagros y sus pequeñas miserias, se impone cada día sobre los grandes titulares. No obstante, si usted pasa tres kilos de este agitado rincón del planeta, si el rollo judío y el rollo árabe le traen al pairo por igual, hay otra razón para leer a este hombre: es un narrador extraordinario, cuente lo que cuente. Lea una crónica como Taxi, y compruebe qué clase de escritor es: preciso, rico, con ritmo, siempre inspirado.

Las últimas noticias que tuve de él eran que había tenido problemas en su propia tierra. Al parecer, su esposa pidió en un acto público un minuto de silencio por los niños palestinos masacrados en una playa de Gaza durante las últimas incursiones del ejército israelí, y esa afrenta desató una oleada de amenazas e insultos que han hecho recomendable que el matrimonio acepte alguna invitación extranjera para una residencia prolongada, lejos de sus feroces vecinos. Se nota que no han leído Los siete años de abundancia. Y si lo han hecho, no saben ponerse en el lugar de Keret.

¿Te ha gustado esta reseña?

Puedes colaborar con nuestros autores. Elige tu aportación