Convento de clausura

por Fernando Ruso

Cádiz secreto

Si hay un Cádiz secreto, yo me lo conozco. Desde las marismas hasta la cala detrás del faro. O eso decía yo. Porque siempre resulta que hay un Cádiz más secreto aún, en pleno centro, por Benjumeda o por Feduchy, probablemente a dos azoteas de mi casa, que yo nunca he visto.

Afortunadamente, Fernando Ruso sí lo ha visto. A través de su lente. No sé cómo lo ha hecho, probablemente ya sea fácil hoy entrar por la puerta de un convento de clausura y plantar la cámara en el patio. O en la cocina de los dulces, donde uno imagino cierto olor a santidad o a amarguillos. O en el tejado, ese tejado ocre sobre el que las monjas vuelan cual grandes palomas blancas.

Es un Cádiz que ya no queda. Hay aún tres conventos de clausura en la ciudad, según la Diócesis, y consta que prácticamente no llegan ya novicias. Las pocas jóvenes que se apuntan suelen venir de África o bien de Latinoamérica, en un extraño retruécano de la historia que en el siglo XVI pobló México y los Andes de monjas españolas. Ahora quedan unos 950 conventos y monasterios en España, y unos 14.000 religiosos, se estima, la gran mayoría mujeres. Sí: apenas una decena larga de monjas por cada convento. Conforme pasan los años, menos.

Es un Cádiz que desaparece, pero uno no sabe si lamentarlo: demasiado claro tenemos que hasta anteayer, meterse a monja no era precisamente una opción de espiritualidad o búsqueda de remanso, sino muy a menudo una salida forzada por la economía familiar o por el qué dirán de los vecinos. En el fondo uno no lamenta que la vida haya cambiado y ya no sea necesario recluirse entre paredes encaladas de por vida, con el mar sólo al fondo de las torres vigía, para hallar la paz.

Precisamente por eso, porque no es tan fácil simpatizar con la institución, uno agradece doblemente a Fernando Ruso que haya cargado su cámara con un rollo de doble cariño y haya ajustado el diafragma al modo sonrisa. Que sea una alegre sinfonía en blanco la que revolotea entre claustro y tejado y azotea. Los últimos acordes de una sinfonía secreta de Cádiz.

 [Ilya U. Topper]