Gamal Ghitany
«Egipto puede ser el salvador del mundo árabe»
Alejandro Luque
Sevilla | Junio 2015
Con dos premios Nacionales de Literatura de su país, además de otros galardones de peso, Gamal El-Ghitany (Gihena, Sohag, 1945) pasa por ser uno de los grandes escritores egipcios vivos. Su biografía informa de una curiosa dedicación a diseñar alfombras y de una temporada en la cárcel por sus críticas a Nasser, pero sobre todo de una obra narrativa larga y enjundiosa. Su última obra traducida al castellano, La llamada de poniente (Alianza Editorial), entronca con la línea del viaje iniciático y con la tradición árabe que tiene su cima en Las mil y una noches. Invitado por la Fundación Tres Culturas, el autor visitó Sevilla y conversó morosamente con M’Sur a través de una intérprete de árabe.
Revueltas, revoluciones, atentados, elecciones, golpes de estado, represión… ¿qué hace un escritor cuando ante sus ojos se precipitan los acontecimientos históricos?
Toda mi vida me he enfrentado a momentos complicados y decisivos. Estuve en prisión con Nasser, me propuse como corresponsal de guerra cuando estalló el conflicto con Israel… Estoy vivo de casualidad. Si llego a cambiar el punto en el que estaba por otro un poco más allá, no estaría hoy hablando contigo. Pero lo verdaderamente peligroso para un país es cuando el peligro viene de dentro. Esta situación se ha dado en Egipto cuando los Hermanos Musulmanes han llegado al poder a través de las elecciones, intentando imponer fetuas religiosas. Por supuesto, el pueblo ha rechazado esto y el 30 de junio salieron a la calle más de 30 millones de personas, a las que se unió el ejército. Cuento todo esto porque, casualmente, quienes empezaron la lucha contra los Hermanos fueron los escritores, que se manifestaron delante del Ministerio de Cultura y protestaron para cambiar el ministro. Yo estaba enfermo en aquel momento, pero aún así participé en las manifestaciones. Y sucedió el cambio.
«Los Hermanos Musulmanes usan la democracia para llegar al poder y, una vez conquistado, no lo sueltan»
Casi todo Egipto ha elegido bando: proislamistas o pro-Sisi. ¿Es posible quedarse equidistante, buscar una tercera vía?
La mayoría está con Sisi. No tanto con él como persona, como con la continuidad del Estado y con la paz del pueblo. Personalmente, rechazo cualquier poder que implique un uso de la religión. Los Hermanos Musulmanes tuvieron su oportunidad y gobernaron durante un año: gracias a dios que lo hicieron, porque así la gente supo la verdad, que atacaron al Estado, además de a minorías como los coptos. Cualquiera que no esté de su lado, está contra ellos. Lo suyo es usar la democracia para llegar al poder y, una vez conquistado, no lo sueltan. El ejemplo más claro es Hamas en Gaza…
¿No hay pues, un camino intermedio?
En este momento es difícil saberlo, el mundo árabe está en peligro: Siria, Iraq, Libia, Somalia… Si Egipto sigue fuerte y resistiendo, puede ser el salvador de ese mundo. Pero si hubieran seguido los Hermanos Musulmanes, estaríamos como los países que acabo de decirte. La verdadera democracia es la tercera vía, pero la situación actual impone que se mantenga el ejército para salvar el Estado. Por supuesto, no para siempre…
«Aunque fui encarcelado durante el mandato de Nasser, lo defiendo porque murió sin un duro, fue honrado»
Comparado con el Egipto de hoy, sumido en represión y con una moral islamista cada vez más conservador, muchos lamentan la desaparición de los ideales casi laicos del nasserismo. Pero usted estuvo en la cárcel bajo Nasser. ¿Cómo ve hoy su ideología?
La gente recuerda al Nasser que estaba de parte de los pobres, no al dictador. Aunque fui encarcelado durante su mandato, lo defiendo porque murió sin un duro, fue honrado y se fue con las manos limpias. Hoy reconocemos su esfuerzo por la justicia social, aunque sin democracia, y la ausencia de corrupción, pero nada de eso volverá. Sadat abrió las puertas de la corrupción, y Mubarak la abrazó y practicó sistemáticamente.
Hay quien cree que en el mundo árabe sólo hay dos opciones: dictadura o islamismo. ¿Es así?
Lo peor que hay es el gobierno a un tiempo religioso y dictatorial, y a eso hemos llegado. ¿Cómo puedes discutir con quien te dice que gobierna en nombre de Dios? Yo rechazo ambas fórmulas, y creo que Egipto también ha cambiado a mejor en ese sentido. Ya no existe la figura nasseriana del gobernante como héroe, el simple nombre de Nasser era un sinónimo de claridad y limpieza que no ha vuelto a verse… Como te he dicho, estuve en prisión, donde escribí mi libro Zayni Barakat, estuve en contra de Nasser y Sadat, pero es la primera vez en mi vida que apoyo a Sisi, no como régimen, sino para salvar el Estado. Si éste cae, son más de cien millones de personas las que caen.
¿Por qué hoy tenemos un Egipto mucho más conservador moralmente que hace treinta o cuarenta años? ¿Por qué el niqab ha reemplazado al bikini de los setenta?
Hay dos razones: la pobreza por un lado, y el alza de los movimientos religiosos por otro. La mujer egipcia ha jugado un papel principal en la derrota de los Hermanos Musulmanes. No olvidemos que el 60 por ciento de las familias egipcias viven de la mujer, ella es la que soporta las cargas familiares, ya sea por ausencia o muerte del marido, ya sea porque éste gana muy poco… Una de las cosas positivas de este momento es que ahora se habla y se discute de todo, y esto ha empezado a darse tras la irrupción de los ‘Daesh’, del ISIL. En fin, me hace gracia que tanto Estados Unidos como Gran Bretaña hablen a veces de gente que es “islamista, pero no integrista”. No hay islamista que sea equilibrado, solo varían en el grado del color, pero todos son lo mismo. La situación es lo más parecido que hay a la Iglesia católica en la Edad Media.
«No hay islamista que sea equilibrado, solo varían en el grado del color, pero todos son lo mismo»
Los islamistas reivindican recuperar “la grandeza del islam”, pero ¿no rompen con siglos de civiliación islámica que ha leído en versión completa las historias eróticas de las Mil y Una Noches y los poemas irreverentes de Abu Nuwas?
Del mismo modo que toda religión cree que lo suyo es lo mejor, cada cual escoge lo que le interesa y rechaza lo que le sobra. Y con la tradición, igual. He entrado en conflicto con los islamistas en dos ocasiones, y he editado Las mil y una noches en un periódico literario de gran tirada llamado Akhbar el-Yom. Defiendo la libertad de expresión y he llegado a decirle a los integristas que todo me parece bien si me dan la libertad que tuvieron Abu Nuwas o Abul ʿAla Al-Maʿarri. No olvidemos que de todas las regiones donde hubo interconexión y mezcla de culturas, empezando por Al Andalus, creció otra cultura más rica. Para mí, Ibn Arabi de Murcia fue el intelectual más importante de su tiempo, y lo sigue siendo hoy.
A propósito de Al Andalus, ¿qué ha ocurrido para que perdiera esa capacidad de evolución científica y cultural?
En Egipto hubo un momento de mucho progreso, con la experiencia de Mohamed Ali Pasha. Luego el país envió a un montón de estudiantes a Italia, a Francia, a Rusia, y crearon el esqueleto del gobierno a partir de modelos europeos. Fíjate, en 1951, un estudiante de Francia creó el centro cultural hispano-egipcio, que sigue funcionando… Mi propia novela, La llamada de poniente, es un intento de fusión de lo antiguo con lo moderno.
«Sin entender el mundo de los mamelucos de la Edad Media no se puede entender nuestra situación actual»
Por eso iba a preguntarle. Usted escribe frecuentemente novelas históricas, imaginamos para reflejar en sus páginas también las luchas sociológicas y políticas actuales. ¿No tiene algo de cautela esta huida al pasado frente a los cataclismos políticos de hoy día?
Quiero aclarar que yo no escribo novela histórica, que es un modo de volver a contar la Historia. Lo que yo hago es enfrentarme al presente a través del pasado. Creo que sin entender el mundo de los mamelucos de la Edad Media no se puede entender nuestra situación actual. Por otro lado tengo ciertas inquietudes humanistas, el tema del tiempo me fascina y me obsesiona: para mí no existe el pasado, solo hay un ahora que tiene elementos del pasado y del futuro, y todo confluye. El esquema de mi novela es histórico, sí, pero estoy convencido de que la experiencia humana es siempre igual: el dolor en la época de los faraones era el mismo que hoy día, sentimos igual.
Sus personajes, ¿hablan como egipcios antiguos, o como un cairota de la actualidad?
He conseguido crear una lengua específica, mía, utilizando expresiones antiguas que nadie emplea hoy. Escribo en fus·ha, en árabe clásico, pero el ritmo es el del árabe dialectal egipcio. Dentro de éste encontramos el copto, el idioma de la época de los faraones… Yo considero la escritura no un estilo, sino un “estado”. Un estado que cambia.
Hay quien cree que mientras que para la literatura no se utiliza el lenguaje hablado en cada país – egipcio, magrebí, iraquí -, la literatura árabe siempre se quedará un poco alejada de los lectores, no conquistará las masas. ¿Qué opina de los intentos de estandarizar los llamados “dialectos”?
Lo que nos unifica es el idioma oficial. Viajando por Marruecos, me di cuenta de que no entendía una palabra del árabe dialectal marroquí. Nada. Hay que encontrarse en la lengua común, ¿cómo hacen ustedes en España para unir lo viejo y las nuevas palabras?
Es tarea de la Real Academia, que unifica también el español de América Latina…
Pero lo importante no es la Academia, ¡es la vida! [risas]
«Hay países que antiguamente eran periféricos y ahora se han convertido en centrales, como Marruecos»
En todo caso, ¿cómo se explica que en árabe, sexta lengua mundial en número de hablantes, se publican cada año el mismo número de libros que en la República Checa?
Sobre todo, por el elevadísimo índice de analfabetismo. Y por el no menos elevado número de personas que, sabiendo leer, no leen jamás.
“Cairo escribe, Líbano publica e Iraq lee” dice un viejo dicho. ¿Sigue siendo así?
Eso fue así, ya no. La situación ha cambiado mucho. Había países que antes no producían y ahora lo hacen, como los del Golfo. Y hay otros que antiguamente eran periféricos y ahora se han convertido en centrales, como Marruecos. En Argelia, por ejemplo, la literatura es también muy importante. Pero Beirut sigue siendo el foco más importante. Todo esto es muy bueno para la literatura árabe, que se enriquece en la variedad.
Una curiosidad de traducción: En su novela La llamada de poniente, el nombre del país en la traducción española se pone como “país de poniente”. Del árabe, este nombre también se podría haber traducido como “Marruecos”. Usted está más cómodo con un nebuloso, quizás mítico “país de poniente” o con una ubicación histórica real?
«Me inspiré mucho en Ibn Battuta, gran viajero que no escribió por sí mismo sus andanzas»
En el fondo es un símbolo de la idea del tiempo. El protagonista es empujado a “seguir hacia poniente” en su camino, y cada vez que llega a un lugar, el poniente está más allá. Es el viaje de la vida. La historia tiene dos niveles, luego está el caso de ese otro hombre que no podía moverse, y a pesar de ello ambos acaban llegando, cada uno por sus medios, a distintas conclusiones. Yo me llamo Gamal Abdel Al-Ghitany, el personaje que viaja es Ahmad Ibn Abdallah y el otro, Ahmed Ben Abdallah. Es como si me hubiera duplicado. Me inspiré mucho en Ibn Battuta, gran viajero que sin embargo no escribió por sí mismo sus andanzas, sino que lo hizo otro, Ibn Yuzayy…
Y otra de traducciones: Donde en árabe pone “allah”, a menudo, también en su novela, se elige en español, inglés, francés o alemán “Alá / Allah”, en lugar de poner Dios, God, Dieu, Gott… ¿Mantener esa palabra en original no crea una distancia adicional hacia una cultura islámica exótica, distinta, lo que Edward Said llamaría “orientalismo”?
Yo lo dejaría en Alá. El nombre de Abdullah no se traduce, es una palabra que se entiende, ¿no? De acuerdo con el islam, Dios tiene 99 nombres, pero solo hay uno de verdad.
Pero insisto, parece entonces que hablamos de dos divinidades distintas, cuando sabemos que también los cristianos coptos llaman Alá a Dios…
En cierto modo es verdad, tengo mi propia teoría sobre la época de los faraones: creo que eran monoteístas, pero su dios, Ammon, “el que no se ve”, “el que desaparece”, se presentaba bajo distintas formas. En las otras religiones monoteístas, se mantiene. Los judíos tienen el credo “ani ma’ amin”, y los cristianos dicen “amén”…
[Especial para MSur]
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