Opinión

El tratado

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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¿Y qué pasaría sí todo el drama no fuera más que una maniobra de engaño?

¿Qué pasaría si los taimados persas ni siquiera soñaban con fabricar una bomba atómica sino que usaban esa amenaza para avanzar hacia sus verdaderas metas?

¿Qué pasaría si Binyamin Netanyahu cayó en la trampa de convertirse, sin saberlo, en el colaborador principal de las ambiciones iraníes?

¿Suena a locura? No tanto. Veamos los hechos.

Irán es una de las potencias más antiguas del mundo, con una experiencia política de miles de años. Una vez, los persas dominaban un imperio que abarcaba todo el mundo civilizado, incluyendo nuestro pequeño país. Su reputación de astutos negociantes no tiene parangón.

Los iraníes son demasiado inteligentes como para fabricar una bomba nuclear. ¿Para qué la querrían?

Son, de lejos, demasiado inteligentes para fabricar una bomba nuclear. ¿Para qué la querrían? Costaría ingentes sumas de dinero. Saben que nunca tendrían ocasión de usarla. Al igual que le ocurre a Israel, con su enorme almacén nuclear.

La pesadilla de Netanyahu de un ataque nuclear iraní contra Israel es precisamente esto: una pesadilla (diurna) de una aficionado ignorante. Israel es una potencia nuclear con una sólida capacidad de devolver un golpe nuclear. Como vemos, los líderes iraníes son personas realistas a prueba de bombas. ¿Soñarían siquiera con invitar a Israel a asestarles ese contragolpe que erradicaría de la faz de la Tierra su civilización de tres milenios de antigüedad?

(Si Israel en realidad no tiene esa capacidad, a Netanyahu habria que acusarlo y condenarlo por negligencia criminal).

Incluso si los iraníes engañaron de hecho a todo el mundo y fabricaron una bomba nuclear, no ocurriría nada, salvo que se crearía un “equilibrio del terror”, similar al que salvó el mundo en los momentos álgidos de la guerra fría entre Estados Unidos y Rusia.

La gente que rodea a Netanyahu finge creer que, a diferencia de los soviéticos de entonces, los mulás iraníes son una pandilla de locos. Pero no hay nada que lo demuestre. Desde la revolución de 1979, los líderes iraníes no han dado ni un solo paso importante que no fuera absolutamente racional. Comparado con las meteduras de pata de Estados Unidos en la región (para no hablar de las de Israel), los líderes iraníes han seguido una estricta lógica política.

Intercambiaron sus planes nucleares inexistentes por la ambición de la hegemonía en el mundo musulmán

De manera que tal vez hicieron un trueque: intercambiaron sus planes nucleares inexistentes por unas ambiciones políticas muy reales: convertirse en la potencia hegemónica del mundo musulmán.

Si éste es el caso, deben mucho a Netanyahu.

¿Qué ha hecho la República Islámica de Irán en sus 45 años de existencia para dañar a Israel?

Sí, claro. En la televisión se pueden ver muchedumbres en Teherán que queman banderas israelíes y gritan “Muerte a Israel”. Nos llaman “el Pequeño Satanás”, comparándonos con Estados Unidos, el “Gran Satanás”, lo cual no es precisamente un piropo.

Terrible, sí. Pero ¿qué más?

No mucho más. Quizás algo de apoyo a Hizbulá y Hamás, organizaciones que no crearon ellos. La verdadera lucha de Irán se dirige contra las potencias que pueda haber en el mundo musulmán. Quieren convertir los países de la región en vasallos iraníes, como ya lo fueron hace 2.400 años.

Irán utiliza el islam como Israel utiliza el sionismo y como Rusia utilizaba el comunismo en el pasado

Esto tiene muy poco que ver con el islam. Irán utiliza el islam como Israel utiliza el sionismo y la diáspora judía (y como Rusia utilizaba el comunismo en el pasado): como herramienta para sus ambiciones imperiales.

Lo que sucede ahora en esta región recuerda las “guerras religiosas” del siglo XVII en Europa. Una docena de países se combatía mutuamente en nombre de la religión, bajo las banderas del catolicismo y el protestantismo, pero en realidad utilizando la religión para hacer avanzar sus planes imperiales muy terrenales.

Estados Unidos, dirigido por una pandilla de idiotas neoconservadores, destruyó Iraq, país que durante muchos siglos había servido de baluarte del mundo árabe contra la expansión iraní. Ahora, bajo la bandera de la corriente chií, Irán extiende su poder sobre toda la región.

El Iraq chií es ahora en gran medida un vasallo de Irán (del Daesh ya hablaremos). Los líderes de Siria, un país suní dominado por una pequeña rama religiosa semichií, dependen de Irán para sobrevivir. En Líbano, Hizbulá, también chií, es un aliado cercano cuyo poder y prestigio siguen creciendo. Al igual que Hamás en Gaza, que es enteramente suní. Y luego están los rebeldes huthi en Yemen, que son zaidíes, una escuela de la rama chií.

Los que defienden el status quo en el mundo árabe son una pandilla corrupta de dictadores y jeques medievales, como los dirigentes de Arabia Saudí, Egipto y los potentados petroleros del Golfo.

Es obvio que Irán y sus aliados son la oleada del futuro; Arabia Saudí y sus aliados pertenecen al pasado.

Esto sólo deja aparte a Daesh, el “Estado Islámico” suní en Siria e Iraq: también es un potencia en crecimiento. A diferencia de Irán, cuyo ímpetu revolucionario se agotó hace ya mucho, Daesh irradia un fervor revolucionario y atrae a simpatizantes de todas partes del mundo.

Daesh es el enemigo verdadero de Irán… y de Israel.

El presidente Obama y sus asesores se dieron cuenta de esto hace cierto tiempo. Su nueva alianza con Irán se basa en parte en esta realidad.

La alianza de EE UU con Irán contra Daesh debería incluir la Siria de Asad, pero Obama aún no se atreve a decirlo

Con la llegada de Daesh, la situación sobre el terreno ha cambiado completamente. Este desplazamiento de alianzas reafirma el viejo adagio británico que dice que los enemigos que uno tiene en una guerra pueden muy bien convertirse en sus aliados en la siguiente, y viceversa. Obama, que de ingenuo no tiene nada, está construyendo una alianza contra un enemigo nuevo y muy peligroso. Esta alianza debería incluir, lógicamente, la Siria de Bashar Asad, pero Obama todavía no se atreve a decirlo en voz alta.

Obama y sus asesores también creen que al levantarse las sanciones asfixiantes, los iraníes se concentrarán en ganar dinero, lo cual reducirá aún más su fervor nacionalista y religioso. Esto suena muy razonable.
(Netanyahu cree que el pueblo estadounidense es “ingenuo”. Veamos, para ser una nación ingenua, Estados Unidos ha tenido bastante éxito a la hora de convertirse en la única superpotencia del mundo).

Una consecuencia lateral de la situación es que Israel vuelve a estar peleado con todo el mundo político. El tratado de Viena no sólo lo firmó Estados Unidos sino todas las potencias importantes del mundo. Esto parece crear la situación que describe esa alegre canción popular israelí: “Todo el mundo está en contra de nosotros / Pero a nosotros nos importa un bledo…”

Desafortunadamente, y a diferencia de Obama, Netanyahu está anclado en el pasado. Continúa demonizando Irán, en lugar de unirse a este país en su lucha contra el Daesh, que es mucho más peligroso para Israel.

Hace no tanto, Irán era el aliado más estrecho de Israel en la región: incluso mandó armas a Jomeini

No hace falta ir atrás en el tiempo hasta Ciro el Grande (siglo VI a.C.) para darse cuenta de que Irán puede ser un aliado cercano. En las relaciones entre las naciones, la geografía se impone a la religión. Hace no tanto, Irán era el aliado más estrecho de Israel en la región. Incluso le mandamos a Jomeini armas para luchar contra Iraq. Los mulás odian a Israel no tanto por su religión sino porque éramos aliados del sah.

El régimen actual de Irán ha perdido hace mucho su fervor religioso revolucionario. Actúa conforme a sus intereses nacionales. La geografía sigue siendo un factor. Un gobierno israelí sabio utilizaría los próximos diez o quince años de un Irán desnuclearizado garantizado para renovar esa alianza… especialmente contra Daesh.

Esto se podría traducir también en relaciones nuevas con la Siria de Asad, con Hizbulá y Hamás.

Pero consideraciones políticas de esta envergadura están lejos de la mente de Netanyahu, el hijo de un historiador que carece totalmente de conocimientos o intuiciones históricas.

La lucha continúa ahora en Washington, donde Netanyahu se comprometerá a fondo como mercenario de Sheldon Adelson, el propietario del Partido Republicano.

Es una imagen lastimera: el Estado de Israel, que siempre gozaba del apoyo pleno e incuestionable de los dos partidos norteamericanos, se ha convertido en el apéndice de una cúpula republicana reaccionaria.

Casi todos los partidos israelíes competían entre ellos para demonstrar una pegajosa lealtad a Netanyahu

Una víctima de esto es la leyenda del lobby proisraelí “invencible”. Esta carta crucial se acaba de perder. A partir de ahora, el AIPAC será simplemente uno más de los muchos lobbies en el Capitolio.

Todavía más triste es observar la élite política y periodística de Israel al día siguiente de firmarse el tratado de Viena. Era casi increíble.

Casi todos los partidos se adhirieron a la línea política de Netanyahu, compitiendo entre ellos para demonstrar una pegajosa lealtad. Desde el “líder de la oposición”, el patético Yitzhak Herzog, hasta el locuaz Yair Lapid, todos se precipitaron para respaldar al primer ministro en esta hora crucial.

Los medios de comunicación eran incluso peores. Casi todos los tertulianos destacados, de izquierdas y derechas, se lanzaron desbocados contra el tratado “catastrófico” y enterraron al pobre Obama bajo montañas de desprecio y repulsión, como si estuvieran leyendo una “lista de argumentos” preparada por el Gobierno (que es lo que estaban, de hecho, haciendo).

No era el mejor momento de la democracia israelí y el “cerebro judío”, tan celebrado. Sólo un ejemplo miserable de un lavado de cerebro muy habitual. Algunos lo llamarían prenstitución.

Uno de los argumentos de Netanyahu es que los iraníes pueden engañar a los ingenuos norteamericanos y que lo harán y que fabricarán la bomba. Está seguro de que esto es posible. Bien, él debe de saberlo. Nosotros lo hicimos ¿no?

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