Crítica

El secuestro del pueblo pied-noir

Diana Mandia
Diana Mandia
· 7 minutos
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Alain Ruscio
Nostalgérie. L’interminable histoire de l’OAS

Género: Ensayo
Editorial: La Découverte
Páginas: 255
ISBN: 978-27-0718-564-8
Precio: 21 €
Año: 2015
Idioma: francés

“Argelia es nuestro paraíso, como decía y dice todavía mi madre”. Robert Ménard pronunciaba estas palabras mientras la calle 19 de marzo de 1962, en Béziers – la pequeña ciudad del sur de Francia de la que es alcalde desde 2014 –perdía su nombre. El político y antiguo presidente de Reporteros sin Fronteras, que hoy ocupa un cargo sin siglas del Frente Nacional pero con su abrazo ideológico, borraba de la calle la fecha del alto al fuego impuesto por los Acuerdos de Evian – los que marcaron el fin de la guerra y la independencia de los antiguos departamentos franceses en África- para reemplazarla por el nombre del Comandante Hélie-de-Saint-Marc, implicado en el putch de los generales franceses de Argel contra Charles de Gaulle en 1961.

El de Ménard no es, ni mucho menos, el único ejercicio reciente de melancolía de los franceses de Argelia, que durante la guerra (1958-1962) empezaron a ser conocidos como pieds-noirs. Es más, la resistencia a la independencia de Argelia – para los hoy nostálgicos, el abandono del gobierno de París de una tierra que importantes efectivos de los europeos entendía suya- tuvo consecuencias mucho más letales y siniestras que los banzados en el callejero.

Alain Ruscio, historiador de la Guerra de Indochina, especialista en el imperialismo francés y sus añicos, sacó hace meses de la imprenta un libro de título irresistible para los apasionados por la historia colonial: Nostalgérie, L’interminable histoire de l’OAS (Éditions La Découverte), un documentado recorrido por una Francia reaccionaria y violenta.

La nostalgia por Argelia es todo un subgénero francés, y rebrota con cierta frecuencia gracias al revisionismo que nutren tertulias y betsellers ávidos por saltar al ruedo de la espinosa historia colonial. La derechización de la sociedad francesa, evidente en los resultados de citas electorales bien recientes, alimenta –o retroalimenta – el afán de resistencia de la vieja guardia nostálgica.

La derechización de la sociedad francesa retroalimenta la resistencia de la vieja guardia nostálgica

El libro de Ruscio ofrece un inquietante recuento de la “sorprendente permanencia de los nostalgériques”-el término no es suyo, ya se usó en el siglo XIX para expresar una imagen idealizada de Argelia por parte de los colonos– en la Francia contemporánea, una generación ya longeva cuya punta de lanza más radical llegó incluso a empuñar las armas y a cometer atentados terroristas indiscriminados bajo las siglas de la OAS – Organisation de l’Armée Secrète-, forjada por cierto en la España franquista.

Por Nostalgérie deambula la avidez autorial de los ultras: muchos de los ex-OAs, como Jean Claude Perez o Jacques Susini, han escrito memorias sobre aquellos años sangrientos, con poco lugar para el arrepentimiento. Una cierta «fobia al cerco» subyacente al relato de los nostálgicos emparenta hoy con el éxito de autores como Max Gallo y su apología de la identidad francesa.

El historiador relata la visión de la masa indeterminada de los árabes como amenaza – Argelia fue junto a Nueva Caledonia la única colonia de población francesa, y esta fue siempre minoritaria-, la obsesión por la debilidad numérica, la ruptura con los gaullistas – el cambio de opinión de De Gaulle sobre la independencia, que pasó a defender, fue un divorcio de pasión en un matrimonio unido por la razón, juega Ruscio- , así como el grupo heterogéneo de cargos militares y clases medias urbanas que nutrieron la causa perdida de la Argelia Francesa.

Todo para desembocar en conclusiones poco optimistas para la Francia actual, desastrosas sin duda para un pueblo pied-noir que Ruscio no duda en calificar de secuestrado, con su nostalgia e idealización de Argelia confiscada e instrumentalizada por elementos reaccionarios que han callado cualquier otra voz. “Los ultras se han beneficiado del desarraigo del pueblo pied-noir para hablar en su nombre”, escribía ya en 1961 el también historiador Pierre Nora, uno de los grandes teóricos de la memoria nacional francesa.

Nostálgerie se detiene con paciencia en episodios fascinantes de la historia de la OAS y de los defensores de la Argelia Francesa, desde su nacimiento a las trayectorias posteriores a la amnistía de sus miembros. Pero para el caso que nos ocupa -la pervivencia en el discurso político de la Argelia Francesa- la obra sigue siendo oportuna.

El revisionismo, cree Ruscio, ha contaminado a una parte de la sociedad francesa

Benjamin Stora, el principal investigador de la Guerra de Argelia –hasta este nombre costó poner a los “sucesos” de África entre 1958 y 1962; fue Chacques Chirac el que lo hizo, oficialmente, en 1999- recuerda con frecuencia que los defensores del colonialismo en el Magreb han pertenecido a la UMP, el principal partido conservador, desde su creación, desbordando los márgenes de la extrema derecha que representa el Frente Nacional.

El revisionismo, cuando no el negacionismo o el uso de palabras como genocidio para definir la salida de los franceses de Argelia en 1962 -una salida que agravó la crisis de vivienda en la metrópoli y que dibuja el rostro de la Francia contemporánea- , ha contaminado, cree Ruscio, a una parte no despreciable de la sociedad francesa. El historiador diseña un argumento útil para abordar los miedos y fanatismos de la Francia de hoy: la historia colonial sigue explicando el país del siglo XXI, el miedo al otro por sus orígenes o sus creencias religiosas.

“Millones de hombres y mujeres que viven en nuestra tierra, que no se corresponden a los criterios de los franceses que se creen «de pura cepa» –de souche, muletilla molesta a la par que común- son resultado directo de esta historia”, concluye Ruscio.

Los buenos resultados de la extrema derecha en el sur de Francia se explican con la proporción pied-noir

La proporción de la población pied-noir se usa para explicar, todavía hoy, los buenos resultados históricos de la extrema derecha en las poblaciones del sur de Francia y la Costa Azul . Más al norte, la cantinela suele encaminarse hacia el declive industrial.

En Fréjus, un pueblo provenzal de manual, con sus casitas de colores y pequeñas plazas con fuentes y sombra de árboles, el pretexto pied-noir hizo acto de presencia cuando en la primavera de 2014 yo hablaba con un periodista de la ciudad sobre la victoria del Frente Nacional en las últimas elecciones municipales. Su alcalde, David Racheline, inauguró el pasado mayo una estela en honor a todos los que dieron su vida «para que Francia continuara viva en Argelia».

En Béziers – donde Robert Ménard regala calles a los más reaccionarios militares, aunque también permite paneles publicitarios en los que bajo la imagen de una pistola se indica que la policía municipal tiene “un nuevo amigo”- ocurrió otro tanto. Es tierra de pieds-noirs, y de empleos estacionales ligados al campo, decían algunos políticos, sin embargo pasmados, que se quedaron en la oposición en 2014.

Aunque la voz secuestrada de los europeos procedentes de Argelia que Ruscio denuncia en Nostalgérie bien podría ilustrarse con el ceño fruncido de un amabilísimo vecino de Martigues, ciudad industrial vecina a Marsella, que después de una visita a un poblado chabolista de inmigrantes rumanos a los que prestaba ayuda deslizó que había nacido en Argelia y que estaba intentando crear, junto a otros compañeros de condición, una asociación de pieds-noirs progresistas. No sé si lo habrá conseguido.

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