Cruzar los Balcanes
Daniel Iriarte
Skopie / Tabanovtse (Macedonia) / Presevo (Serbia) | Septiembre 2015
“Tenemos que llegar a Hungría antes de que terminen la valla. De lo contrario, cruzar ilegalmente se va a poner difícil”. Lo dice Hassan Nouh, uno de los miles de sirios que deambulan por Tabanovtse, el último pueblo de Macedonia antes de la frontera serbia.
Nouh es ingeniero y hace las veces de cabecilla de un grupo de doce jóvenes sirios que entra caminando en el campamento establecido en Tabanovtse por el ACNUR. Son algunas tiendas para que los refugiados puedan guarecerse del inclemente sol, así como un par de váteres químicos. Pero desde que se reabriera el paso a finales de agosto, ya nadie se queda aquí mucho tiempo.
“Llegan en tren, en bus, en taxi, en todos los medios posibles, las veinticuatro horas del día”
“Cada día vemos pasar a unas tres mil personas”, explica el doctor Abdulsalam Sabuj, un sirio formado en la Yugoslavia de Tito, que tras la violenta descomposición del país se instaló en Skopje, donde da clases en la Facultad de Medicina. “Llegan en tren, en bus, en taxi, en todos los medios posibles, las veinticuatro horas del día”, afirma.
“Aquí solo comen y descansan, usan el cuarto de baño, y siguen para Serbia. Aquí les damos comida y agua, y si lo necesitan, tenemos algunas medicinas”, dice Sabuj, que está trabajando con la Cruz Roja macedonia. “Muchos llegan con pequeñas dolencias del estómago por la comida, insolaciones y problemas en las piernas por haber caminado mucho”, comenta.
Hassan Nouh y sus amigos salieron de la capital siria hace diez días, dice. “Los terroristas tienen rodeado Damasco y es demasiado peligroso”, afirma. Los últimos 171 kilómetros desde Gevgelia, en la frontera con Grecia, los han hecho en taxi, y ahora esperan montarse en el próximo tren hacia Serbia. Saben que no son los únicos. “Hay muchísimo más sirios en camino”, confirma Nouh.
Han seguido la misma ruta que muchos otros: volar de Damasco a la ciudad libanesa de Trípoli, desde donde se desplazan a la ciudad turca de Mersin. De allí, a Estambul o Izmir, donde aguardan los preparativos para la lancha. Entonces los llevan en camión hasta algún punto de la costa turca, que ni ellos mismos saben identificar, donde embarcan para la isla griega de Lesbos.
“Está muy cerca de Turquía”, indica Khaled, que salió de Alepo el 14 de agosto con su mujer y sus dos hijos, un niño de 13 años y una niña de 12. “Allí esperamos durante tres días a que nos dieran un ‘permiso de ruta’ para llegar hasta Atenas, y desde allí directamente hasta aquí, en tren, sin parar”, comenta este técnico alimentario de 50 años, que hasta hace poco trabajaba para una empresa italiana. La familia acaba de llegar a Tabanovtse un par de horas antes, y saldrá en el primer tren hacia el norte de Serbia.
«Ya no se puede vivir en Alepo. Cuando mis hijos se van a la escuela, no sé si van a volver vivos o no»
Ante la ofensiva lanzada este verano por la aviación del régimen de Bashar Al Assad en Alepo, la más intensa desde el inicio de la guerra, Khaled decidió que había llegado el momento de marcharse. “Ya no se puede vivir en Alepo. Cuando mis hijos se van a la escuela, no sé si van a volver vivos o no”, dice con amargura. “La ciudad vieja ya no existe, ha sido totalmente destruida. Faltan agua y electricidad desde hace un año, y mucha gente no puede pagar el combustible porque no hay trabajo”, relata.
No sólo hay sirios aunque son la mayoría, entremezclados con iraquíes y afganos. Todos quieren llegar al espacio Schengen antes de que el ejército húngaro consiga terminar la valla de 174 kilómetros de longitud que está edificando a contrarreloj. La medida ha sido criticada por la ONU y por varias instituciones de derechos humanos, que consideran que “refuerza la xenofobia en la sociedad húngara”.
Unas 140.000 personas han entrado este año en la Unión Europea a través de Hungría, el triple que el año anterior, y el flujo se ha multiplicado desde el anuncio de la construcción del muro fronterizo. Una situación que disgusta enormemente al ejecutivo de Víctor Orban, cuyos representantes aseguran que los 8 millones de euros de la Comisión Europea destinados a la protección fronteriza están lejos de ser suficientes.
En Macedonia, la presión parece haberse relajado desde que las autoridades del país revocasen a finales de agosto las medidas de emergencia adoptadas pocos días antes, que provocaron dramáticas escenas en la frontera con Grecia, donde la policía macedonia cargó con contundencia contra los refugiados. “Hace apenas seis meses, la policía macedonia llevaba a cabo redadas en los hostales del centro de Skopje en busca de inmigrantes y refugiados sin papeles”, explica Gorjan, un activista social que trabajaba en uno de estos hostales.
“Cerraban toda la zona, detenían a todos los que encontraban, los metían en camiones y los deportaban sin miramientos, a pesar de que muchos pedían de rodillas que les dejasen quedarse”, comenta. Ahora, las fuerzas de seguridad de todos los países balcánicos tienen órdenes de permitir su paso sin molestarles.
Los que pueden embarcan en trenes desde la ciudad fronteriza macedonia de Gevgelia y viajan hasta Presevo, en Serbia. Todo un avance respecto a la primavera, cuando muchos de ellos se embarcaban en un peligroso viaje a pie, siguiendo esas mismas vías de ferrocarril, en las que se produjeron numerosos accidentes. En abril, la prensa internacional reportó la muerte de 14 migrantes, atropellados por un tren en Veles, en Macedonia central.
Seguramente hay muchos más casos sobre los que no se ha informado”, dice Marija, una habitante de Skopje que participa en un movimiento ciudadano para intentar ayudar a estas personas. “Hemos intentado hacer carteles de advertencia, pero la mayoría de ellos no los entiende porque están en lenguas que no hablan”, se lamenta.
Serbia pide ayuda
Ahora mismo es la vecina Serbia la que está soportando la presión: más de 90.000 inmigrantes han entrado en el país de forma más o menos clandestina, 23.000 en las últimas dos semanas. Algunas fuentes duplican estas cifras. Y la situación no lleva visos de mejorar.
“Actualmente, estimamos que las llegadas continuarán en los próximos días a un ritmo de 3.000 personas cada día”, asegura la portavoz de ACNUR, Melissa Fleming, una situación que, según este organismo, durará entre seis y ocho semanas. En el mismo sentido se expresa el Comisario para Refugiados y Migraciones de Serbia, Vladimir Cucic. “No se trata de un número que nosotros no podamos enfrentar”, aseguró Cucic en una entrevista televisada, pero Serbia “no puede permitir que tenga que enfrentarse sola a ese peso”.
En Presevo, la fila de gente esperando ante el campamento se extiende hasta donde alcanza la vista
Pero ninguno de los refugiados quiere quedarse en los Balcanes y todos tienen la misma prioridad: atravesar estos países sin ser registrados por las autoridades. La Normativa de Dublín estipula que un refugiado debe pedir asilo en el primer país de la Unión Europea en el que pone el pie. O en el que quede constancia legal de haber puesto el pie. Una vez registrado allí no puede solicitar asilo en ningún otro país miembro del Tratado (toda la UE, Noruega, Islandia y Suiza), reciba o no una respuesta favorable.
Ese es el motivo de que miles de personas traten de cruzar media Europa clandestinamente para llegar a Alemania, Holanda o los países escandinavos, famosos por aceptar más de la mitad de las solicitudes de asilo, una proporción mucho mayor que los países balcánicos: Grecia rechazó en 2014 el 75% de las solicitudes, Rumanía el 80%, Hungría el 95%, Croacia el 100%, según datos de Eurostat.
Quienes ya han conseguido pasar de Macedonia a Serbia, descansan en Presevo, a poco más de diez kilómetros al otro lado de la frontera. La fila de gente se extiende hasta donde alcanza la vista. Algunos afortunados han logrado colocarse bajo una rama, pero la mayoría suda bajo el sol de agosto. Esperan que les franqueen el acceso al pequeño campamento que las autoridades serbias han instalado para aliviar la situación. “Llevo aquí desde las ocho de la mañana, y nada”, dice Ahmad, un refugiado de Damasco. “Algunos han pasado la noche”, afirma.
El campo está abarrotado por la llegada masiva de migrantes, así que las autoridades serbias se han visto obligados a construir un segundo recinto en Miratovac, en la misma frontera. Todo ello a pesar de que la mayoría apenas se quedan una o dos noches y luego continúan camino hacia el norte, hacia Belgrado, y algunos directamente hasta Hungría.
Así lo prevé Sultan, un estudiante de Deir Az Zor, que después de dos jornadas en el campo se prepara para partir inmediatamente. “No hay problemas de abastecimiento y la policía también nos ha tratado bien. Pero somos demasiados para que se pueda estar en el campo”, explica.
«Los taxistas tenemos prohibido transportarles si no tienen el permiso de tránsito»
El caso de Presevo ejemplifica los problemas que esta situación supone para los países por los que transita la oleada migratoria. En esta localidad de apenas diez mil habitantes, los vecinos se han visto desbordados por la situación. “Así están las cosas. ¿Qué podemos hacer?”, dice Velin Ljutvi, un vendedor de pollos cuyo establecimiento está justo enfrente del campo. “El único problema es que arrojan basura por todas partes, y está todo sucio”, se queja, añadiendo que llegan hasta sesenta autobuses al día con recién llegados. Sin embargo, la mayoría de los locales, asegura Ljutvi, trata de ayudarles en lo que puede.
No es así en todas partes. “El mes pasado, en la estación de autobuses de Vranje, vi cómo la gente les ofrecía a los refugiados dinero serbio a una tasa de cambio realmente abusiva, o les pedían auténticas fortunas por cargar el móvil o ponerles saldo”, denuncia Gorjan, el activista social de la vecina Macedonia.
“No habrá valla”
El ministro de Exteriores serbio, Ivica Dacic, anunció en agosto que Serbia “no construirá una valla en su frontera con Macedonia” igual que la que se prepara en Hungría. No será necesario, explicó: debido a esta nueva fortificación, “los refugiados se dirigirán hacia Croacia y Bulgaria”, afirmó.
El cambio de política de las autoridades serbias ha relajado un poco la tensión sobre la población. “Antes, si intentábamos ayudarles y les metíamos en nuestra casa, podían acusarnos de tráfico de personas y encarcelarnos”, dice Alexander, propietario de un taxi. “Todavía ahora tenemos prohibido transportarles si no tienen el permiso de tránsito, aunque hay algunos taxistas que lo hacen, pidiéndoles mucho dinero”, comenta. “Simplemente quitan el letrero de arriba para que no se sepa que es un taxi, y los llevan al norte”.
Miedo a los traficantes
A Murad, las lágrimas le asoman a los ojos cuando relata su historia. Este barbero iraní de 35 años, originario de la región de Tabriz, cercana a Azerbaiyán, cruzó clandestinamente anoche la frontera junto a otros cinco amigos. Nada más atravesar la cerca, se topó con una mafia de traficantes de personas. “No sé si eran húngaros o albaneses. Nos dijeron que teníamos que pagar dos mil euros cada uno por entrar en Hungría, y por llegar a Budapest», explica. “Cuando nos negamos, nos amenazaron con cuchillos. Estalló una pelea, yo salí corriendo perseguido por los mafiosos, y desde entonces no sé nada de mis amigos”, relata.
Murad espera ahora en la estación de tren de Szeged, donde un grupo de voluntarios ha establecido un punto de información y apoyo a los inmigrantes, donde, además de agua y comida, ofrecen internet gratuitamente. El joven no se separa del lugar y cada pocos minutos revisa la pantalla de su móvil, su única esperanza para comunicarse con sus amigos. “Les he dejado un mensaje en Facebook, pero no lo han visto ni me han respondido. Tal vez la mafia los ha matado”, dice con voz trémula.
“Quiero comprar un billete a Budapest, pero no tengo los papeles de asilo, y hay demasiada vigilancia”, nos cuenta. “Los policías húngaros me están tratando muy mal, a diferencia de los serbios. ¿Por qué no se dedican a perseguir a los mafiosos en lugar de a nosotros? Yo no quiero quedarme en su país”.
D. Iriarte | Szeged (Hungría)
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