Asesinos en serie
Ilya U. Topper
Dudas ya no hay, acorde a las filtraciones policiales en la prensa turca, no sólo en la crítica sino también en los diarios portavoces del Gobierno: el atentado de Ankara del sábado fue perpetrado por yihadistas turcos.
Tienen los nombres, aseguran: Yunus Emre Alagöz y Ömer Deniz Dündar. Miembros de una red de seguidores del Estado Islámico (a partir de ahora lo llamaré Daesh) en la ciudad de Adiyaman, sureste de Turquía. Venían de Gaziantep – la ciudad retaguardia de todos los grupos armados que combaten en Siria – cuando se dirigían en coche a Ankara para reventar la Marcha por la paz, el trabajo y la democracia, el sábado 10 de octubre.
La policía clausuró la tetería cuando las familias denunciaban el adoctrinamiento de sus hijos
Alagöz era el cabecilla de la red de yihadistas: la había montado él. A partir de 2013, según reconstruye el diario Cumhuriyet. Viajó a Siria y a Arabia Saudí y a la vuelta fundó una “tetería islámica” en Adiyaman, donde se rodeaba de jóvenes e impartía enseñanzas moldeadas acorde a la ideología inhumana del Daesh o de Arabia Saudí, que es la misma. El grupo tenía el mote “Dokumacilar” (Tejedores), por un tal Mustafa Dokumaci del que ahora poco se sabe.
La policía hizo dos redadas en el local y finalmente lo clausuró, tras recibir numerosas quejas de familias que denunciaban el adoctrinamiento de sus hijos en este entorno. Pero no desmanteló la red. El 5 de junio, Orhan Gönder, asiduo del grupo, colocó una bomba, cargada de bolas metálicas de rodamientos, en un mitin del partido de la izquierda kurda y turca, el HDP, en Diyarbakir. Faltaban dos días para las elecciones. Hubo 4 muertos.
Gönder, que se declara inocente, fue condenado. El 20 de julio, otra explosión sacudió Turquía: 33 activistas de la izquierda fueron despedazados por una bomba cuando se congregaban en el municipio de Suruç con el objetivo de llevar ayuda a la ciudad kurda de Kobani en Siria.
«Detened a mi hijo y metedlo en la cárcel» pidió el padre. La policía lo liberó
La policía no tardó en dar con el culpable: un joven de nombre Seyh Abdurrahman Alagöz se había inmolado en la asamblea, con un cinturón de 5 kilos de TNT cargado con bolas de rodamientos. Era el hermano de Yunus Emre Alagöz, el de la tetería; también había viajado a Siria. El padre había denunciado la desaparición de ambos; la policía no hizo mucho caso.
Después tampoco: toda la prensa publicó en julio el nombre de Yunus Emre pero el cabecilla pudo continuar con su labor mortífera. Las grandes redadas de la policía a partir de julio llevaron a la cárcel a un millar de izquierdistas, pero sólo a 126 potenciales yihadistas, entre ellos un conocido predicador extremista. Condenados hay sólo dos. No por falta de alertas: el padre de Ömer Deniz Dündar ha declarado a la prensa que él mismo fue a la policía al notar la deriva de su hijo: “Detenedlo y metedlo en la cárcel”, les pidió. Lo interrogaron y lo liberaron.
Así las cosas, no sorprende la amarga sensación de traición en amplios sectores de la sociedad turca, que se siente arrojada a las fauces de la fiera yihadista por un gobierno que no para de subrayar sus credenciales islamistas, no para de equiparar a la izquierda, y especialmente a la izquierda prokurda, con el terrorismo y que ha aprovechado la tragedia de Ankara para lanzar diatribas contra el PKK, la guerrilla kurda, bajo el lema de que “todos los terroristas son iguales”. La prensa progubernamental dejó traslucir que las 100 víctimas de la masacre (106 según el Colegio de Médicos) se lo habían buscado: marchar por la paz y la democracia, pedir el fin de la guerra kurda, marchar contra el gobierno, a quién se lo ocurre.
Así lo entendieron ciertos hinchas del partido Turquía-Islandia el miércoles: cuando el estadio observaba un minuto de silencio por las víctimas de Ankara, ellos empezaron a cantar consignas nacionalistas por los gloriosos soldados caídos por la indivisible patria turca. Esencialmente lo mismo que habían hecho antes el primer ministro, Ahmet Davutoglu, y el presidente, Recep Tayyip Erdogan, que no se referían a la masacre sin añadir un contrapeso, enumerando las víctimas del PKK. El mensaje está claro: Hay dos Turquías, la patriota y la traidora, la nuestra y la “izquierdista, atea, terrorista”, como resumió Erdogan en 2013, durante las protestas de Gezi.
En otras palabras, el Gobierno turco, aparte de dar vía libre al yihadismo, ha puesto la diana en el enemigo público. La cuestión es por qué los yihadistas atacan a ese enemigo de la Turquía patriota. ¿Son tan patriotas turcos?
Si Erdogan no apareciera en público como enemigo del Daesh tendría un problema
Nadie lo diría. En agosto, un vídeo pidió a los seguidores del Daesh rebelarse contra el “traidor” Erdogan, llamándolo tirano y hereje porque había abierto las bases aéreas turcas a los cazas estadounidenses; otro vídeo similar se vio en las redes turcas esta semana. ¿Es realmente una señal de enemistad entre Raqqa y Ankara? Antes al contrario: el gesto parece destinado a salvar la imagen del presidente. Si Erdogan no apareciera en público como enemigo del Daesh tendría un problema.
Pero visto el escasísimo esfuerzo que Turquía ha hecho para desmantelar redes yihadistas, poner coto a sus captadores o bombardear sus instalaciones en Siria, se puede concluir que la enemistad es fachada en ambos bandos Nada se ha demostrado sobre un supuesto apoyo directo, pero no debe olvidarse que están en la cárcel los fiscales y gendarmes que intentaron registrar un camión acompañado por agentes de los servicios secretos turcos que se dirigía a Siria.
Con todo, no imaginamos a un yihadista formado en Raqqa para imponer el califato en el mundo inmolándose para castigar a quienes traicionan la gloriosa nación turca pidiendo paz con el PKK. Tampoco vale invocar la (falsa) dicotomía kurda-turca: los yihadistas de la red de Adiyaman son kurdos y entre las víctimas, la mayoría no lo son.
No imaginamos a un yihadista partidario del califato castigando a los traidores de la patria turca
El misterio del motivo, desde luego, lo comparte Daesh con lo que fue Al Qaeda antes de pasarle el testigo. Salvo si damos por supuesto que la meta de cualquier yihadista es matar al mayor número de personas posible, ningún atentado alqaedista tenía sentido, ninguno tenía visos de facilitar la expansión de lo que ellos llaman “islam”. Todos eran, en palabras del genial doctor Mabuse (1933) “tan absurdos que ni los entienden quienes los cometen”.
El origen de las bombas está fuera de duda: “Un experto en bombas puede reconocer por el uso de ciertas piezas o la manera de empalmar cables, dónde alguien ha aprendido a hacer bombas. Éstas eran modelo Daesh”, explicaron en julio altos cargos del Gobierno turco. Y las de Ankara usaban el mismo explosivo que la de Suruç, y las mismas bolas de rodamiento.
Esto no quiere decir que la orden llegó desde Raqqa. “Cualquier terrorista puede cometer un atentado por cuatro motivos: Por orden de la cúpula, por decisión de una célula local, en solitario, o porque lo capta, sin que él lo sepa, otra organización, tal vez unos servicios secretos, que le hacen llegar órdenes que él cree emanan de la cúpula”, acota la misma fuente gubernamental.
“Nos van a matar. El Estado nos va a matar uno por uno”, escribió un amiga en mensajes entrecortados, horas después de la masacre, esperando cola en un hospital para donar sangre. Cubierta de sangre ella misma: había estado a pocos metros de las bombas humanas. “Hasta el paquete de tabaco en el bolsillo lo tengo empapado de sangre”. Como gran parte de la izquierda turca y kurda desde antes del atentado, la joven no tenía ninguna duda de que las redes yihadistas en Turquía no son más que sicarios bajo mando de los servicios secretos turcos. Hasta lo dijo el líder del HDP, Selahattin Demirtas: “El Estado no es un asesino. Es un asesino en serie”.
¿Una paranoia? Turquía tiene un historial demostrado de ataques camuflados contra su propia población. El accidente de Susurluk (1996) expuso las conexiones entre políticos, mafiosos y policía, y nadie duda hoy de que en los años noventa, el Jitem, unos servicios secretos ilegales de la gendarmería llevaban a cabo masivas desapariciones, torturas y asesinatos. Tampoco, que la herramienta del Jitem fuera el grupo islamista Hizbullah (no relacionado con el partido libanés), que se formó en las provincias kurdas en los últimos ochenta y se dedicó a hacer la guerra sucia – secuestros, asesinatos, torturas – contra los simpatizantes del PKK, contra activistas de la izquierda. Hizbul-Contra lo llaman aún hoy en la prensa. No se sabe si el Estado lo creó de cero o simplemente lo captó para sus fines. Que lo financió y protegió no se duda.
Daesh es Al Qaeda 2.0, empresa de sicarios planetaria, y sus redes turcas son Hizbul-Contra 2.0
Los líderes de Hizbullah fueron encarcelados en 2000, juzgados durante 10 años y liberados en 2011 por acabarse el margen legal de prisión preventivo. Sus simpatizantes crearon un nuevo grupo: Hüda-Par (Partido de Dios, en kurdo, 90.000 votos en las locales de 2014) y no tardaron en renovar sus enfrentamientos sangrientos con el ala izquierdista kurda en universidades y en tiroteos en la calle. Sus dirigentes han rechazado todo vínculo ideológico o práctico con el Daesh: Hüda-Par es un movimiento político y social, como puede ser Hamás u otros movimientos islamistas radicales con una visión local o nacional. Daesh es Al Qaeda 2.0, una empresa de sicarios planetaria, y las redes turcas de Daesh son Hizbul-Contra 2.0.
No conocemos el funcionamiento de estas redes, ni cómo confluyen los cuatro factores mencionados: decisión individual, local, de la cúpula y de servicios secretos interferentes (un servicio secreto que no tiene infiltrada una organización como el Daesh no merece su salario). Los esfuerzos de Davutoglu en destacar pistas del PKK en el atentado – se ha detenido a dos supuestos simpatizantes de la izquierda kurda a los que se les atribuyen mensajes en Twitter mencionando la posibilidad del atentado antes de que sucediera – sólo subrayan este factor. Una colaboración entre PKK y Daesh, una decisión conjunta de masacrar a cien personas, como la describe el primer ministro, es totalmente inverosímil. Salvo a través de los agentes infiltrados en ambos bandos, claro.
La masacre no cambiará los resultados de las urnas el 1 Noviembre: no los cambia ni la guerra kurda
¿Y ahora? La masacre no beneficiará al AKP en las urnas, el próximo 1 de noviembre. Puede que tampoco le perjudique: desde hace muchos meses, las frentes están claras entre las dos Turquías, la derecha islamista, la izquierda laica. Y son inamovibles. Tres meses de guerra kurda, con 150 muertos entre militares y policías y un número probablemente mayor de guerrilleros kurdos, con decenas de civiles muertos en el fuego cruzado, el verano del PKK más sangriento en décadas, no han cambiado los porcentajes en las encuestas más que un punto porcentual por arriba o abajo respecto a los resultados de junio.
Quizás una oleada de violencia general como respuesta a un atentado percibido como obra del Estado habría traído un caos del que el poder saldría reforzado, como único garante del orden. Pero el caos no se ha producido. La izquierda turca y kurda que se fusionó en Gezi ya probó el pulso en la calle, ya comprobó que la capacidad de la policía de convertir cualquier marcha pacífica en violencia es ilimitada y que esta violencia no atrae a los votantes. Y aunque hubo protestas en muchas ciudades después del atentado, algunas con su ración de agua a presión y gas, no hubo una reacción de gran envergadura. Porque ya se conocía la estrategia del gobierno de provocar, reprimir y dividir.
Ankara era una tragedia. Pero no era una sorpresa.
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