Reportaje

Hartazgo electoral

Alicia Alamillos
Alicia Alamillos
· 10 minutos
Carteles electorales en Egipto (Oct 2015) |  © Alicia Alamillos
Carteles electorales en Egipto (Oct 2015) | © Alicia Alamillos

El Cairo | Octubre 2015

En las calles del Cairo se empiezan ya a retirar los carteles y pancartas que desde el comienzo de la descafeinada campaña electoral han anunciado los numerosos partidos y candidatos que concurren. Más de 2.500 para 596 asientos en la Cámara de Representantes.

Cada aspirante, entre los que se encuentran partidarios de Al Sisi o caciques locales, cuenta con un símbolo que lo represente, y que van desde un león hasta un ojo de pupila azul, pasando por unos alicates, un halcón, una brújula -“para guiar a Egipto”- o los conocidos “caballos de Mubarak”, un recuerdo del viejo régimen, supuestamente acabado tras las multitudinarias protestas en Tahrir.

Es la tercera cita de los egipcios con las urnas en dos años, pero sólo ha acudido un 26 % del censo

Es la tercera cita de los egipcios con las urnas en menos de dos años, y esta vez votan para elegir su Asamblea Legislativa, disuelta por orden judicial en 2012, un año antes del golpe de Estado que depuso a Mohamed Morsi y colocó al exgeneral Abdelfattah Sisi en el poder.

A las 9:00 de la mañana del domingo 18 de octubre abrieron los colegios electorales en catorce provincias egipcias, entre ellas las de Giza (parte del área metropolitano del Cairo) y Alejandría y las sureñas Luxor y Asuán. Pero el proceso continuará, en otras provincias y con segundas vueltas, hasta principios de diciembre. El Gobierno de Sisi ha desplegado más de 300.000 vigilantes, entre policías y militares, para proteger a los votantes. Sin embargo, en las primeras horas del domingo, los cairotas trabajaron como de costumbre, y muy pocos ostentaron una marca rosada de tinta en el dedo, señal de que habían votado.

“Tenía mejores cosas que hacer”, admite Rehab, de 32 años, quien no pretendía ir a votar. “Pero mi madre insistió, y al final fuimos juntas” cuenta la funcionaria, que aprovechó las horas libres que el Gobierno decretó el lunes para espolear la participación, dado que el domingo fue tan baja que ni siquiera los periódicos más leales al régimen la han podido maquillar como triunfo.

El desconocimiento del programa de los más de 2.500 candidatos, así como el agotamiento político y la falta de confianza en el sistema son algunas de las razones por las que muchos han preferido quedarse en casa. Según datos de la Comisión Electoral Suprema, a los colegios electorales se han acercado poco más del 26% de los censados, y la media de edad de los votantes supera los 50 años en un país donde más del 50% de la población tiene menos de 30 años y la media de edad es de 25.

El desencanto se palpa especialmente entre los jóvenes, protagonistas de las protestas de Tahrir

La escasísima participación en estos comicios apenas logra dar legitimidad a la última fase de la “hoja de ruta” en tres pasos esbozada por el Ejército tras el golpe de Estado: Elecciones presidenciales, Constitución y finalmente una Cámara legislativa que llenará el vacío dejado tras la supresión de las dos Cámaras decretada por la Judicatura durante el Gobierno de Morsi.

El desencanto se palpa especialmente entre los jóvenes, antiguos protagonistas de las protestas contra el régimen de Hosni Mubarak por un Egipto más justo. “No veo que ninguno de los candidatos sea digno de confianza”, señala Said, de 23 años, cuando explica por qué no ha acudido a las urnas. Otro joven egipcio, que ha preferido permanecer en el anonimato, añade que ir a votar “no sirve para nada, los problemas económicos del país serán los mismos”. Aunque considera que Egipto “está mejor con Sisi que con Morsi”, tacha de “inútiles” estas elecciones, en las que brillan por su ausencia los Hermanos Musulmanes, declarados grupo terrorista en diciembre de 2013.

Ahmed, de entre 40 y 50 años y que tampoco ha ido a votar, considera que en estas elecciones “sólo ganarán los que tienen dinero y contactos en el poder”, mientras un candidato -en persona- le entrega un panfleto electoral adornado con un gallo en Dokki, un barrio de clase media egipcia. “¿Ves? Es un doctor con mucho dinero y hace campaña en la calle…”, explica con desdén tras echar un vistazo al folleto.

No han hecho efecto las multas anunciadas por la abstención ni el transporte gratuito

Ni siquiera han hecho efecto las amenazas de multas de más de 50 euros (cerca de la mitad del salario mensual medio) a los abstencionistas anunciadas por el Ministerio de Desarrollo Local y Administrativo, comunes en época de elecciones pero que nunca han llegado a materializarse. Tampoco el transporte gratuito hasta los colegios electorales ofrecido por el Gobierno en zonas rurales del país, ni los ocasionales camiones militares lanzando arengas por las calles de la capital han logrado inflar la participación electoral de los egipcios, que siempre había sido escasa.

Egipto, ya desde tiempos del recordado Gamal Abdel Nasser, ha sido un Estado paternalista con sus ciudadanos, a los que se ha intentado despolitizar en los sucesivos Gobiernos. La presencia de miles de egipcios de todas edades y estratos sociales en las distintas revueltas que llevaron a la caída de Hosni Mubarak pareció cambiar esa tendencia. En noviembre de 2011, las primeras elecciones presidenciales realmente democráticas del país atrajeron a más del 50% de los censados, un porcentaje histórico en el país de los faraones.

Sin embargo, tres años más tarde y tras nuevas protestas ciudadanas -esta vez contra el presidente Mohamed Morsi y su gestión-, un golpe de Estado, persecuciones políticas a activistas y partidarios de los Hermanos Musulmanes y sucesivas citas con las urnas (dos rondas en las presidenciales, constitucionales y ahora parlamentarias), los egipcios se han vuelto a hundir en el hastío. La participación ya cayó drásticamente en las presidenciales que auparon al antiguo general Abdelfattah Sisi en 2014, que tuvieron que ser ampliadas ‘in extremis’ dos días más de los previstos, dada la baja afluencia de los egipcios a los colegios electorales.

Es poco probable que el nuevo Parlamento, fruto de estas elecciones, coarte el poder de Sisi

Para estas elecciones, el propio Sisi llamó al patriotismo en un discurso televisado, pidiendo “la participación activa de todos los egipcios”, especialmente las mujeres y los jóvenes, la mayoría sin expectativas para unos comicios que se prevén “sin sorpresas” según analistas políticos del país. Es poco probable que el nuevo Parlamento, fruto de estas elecciones, coarte el poder del actual presidente, que gobierna sin apenas contestación interna desde el golpe de Estado en julio de 2013, pero dará imagen de un Gobierno sólido, completo y competente.

El nuevo hemiciclo contará con 596 escaños, 120 reservados para partidos, 28 que serán elegidos por el Gabinete de Sisi y el resto para diputados independientes. En la primera vuelta, celebrada el 18 y 19 de octubre, la coalición “Fi Hob Misr” (Por el Amor de Egipto), favorable al presidente actual, ha ganado 60 escaños de los 120 reservados a listas cerradas de partidos. De los 448 escaños para candidatos particulares, sólo cuatro han sido elegidos ya con más del 50% de los votos en la primera vuelta, por lo que el resto deberán seguir concurriendo en la segunda vuelta, que se celebrará los días 26 y 27 de octubre.

“Además de usar la ley electoral para estructurar el Parlamento a favor del régimen, Sisi ha intentado despolitizar la elección parlamentaria pidiendo una ‘lista nacional unificada’ que él pudiera respaldar”, critica Timothy E. Kaldas, analista del Instituto Tahrir para la Política de Medio Oriente, en un artículo publicado esta semana, refiriéndose a la coalición ganadora, Por el Amor de Egipto.

Ausencia de oposición

“No es sorpresa” que la inmensa mayoría de candidatos en estas elecciones apoyen la administración actual, debido a la implacable persecución del exgeneral Sisi tanto de los Hermanos Musulmanes como de la oposición y los activistas surgidos de la revolución del 25 de enero de 2011, explica Mandeep Tiwana, director del grupo “Civicus”, un centro de análisis que estudia los procesos democráticos del país. “En el actual clima de autoritarismo, es muy difícil que las estas elecciones consigan realmente un gobierno democrático”, añade Tiwana. Desde la caída de Morsi en 2013, el Gobierno egipcio ha engordado sus listas de detenidos por sus ideas políticas con cerca de 41.000 personas. Ser un partido de la oposición es ahora un ejercicio peligroso en medio del clima de represión potenciado por Sisi.

Sólo se presenta una formación islamista  el Partido Nour,  wahabí, pero firme partidario de Sisi

Sólo una formación claramente islamista se ha presentado a estas elecciones, el Partido Nour, de corte radical y wahabí, pero firme partidario del exgeneral Sisi, por lo que se ha librado de la persecución que éste ha aplicado contra los Hermanos Musulmanes, aunque ha demostrado un pobre resultado en la primera vuelta. El resto han pedido el boicot. Aunque disuelto y prohibido por decisión judicial, el partido de los Hermanos Musulmanes, Libertad y Justicia, encabeza esta medida contra el “ilegítimo” gobierno de Sisi, decisión a la que se han unido el Partido Watan, el Partido Wasat, la Lista del Despertar Egipcio y el Partido de la Constitución, entre otros. Partidos centristas como Egipto Fuerte han decidido no participar en las elecciones, y el Movimiento del 6 de Abril se ha referido a éstas como “una farsa política”.

Desde el golpe de Estado y su posterior victoria en las elecciones presidenciales, Sisi ha gobernado sin contestación y a golpe de decreto. No es probable que esta nueva Cámara legislativa represente un desafío para sus ambiciones y, sin embargo, Sisi ya ha expresado sus temores a que el Parlamento tenga “demasiados poderes” y que quizá la Constitución, que él mismo orquestó, “necesitará ser enmendada”, en un movimiento que tiene como objetivo expandir sus ya sustanciales poderes como presidente de Egipto.

Mientras tanto, los egipcios, ya cansados del juego político, continúan con sus vidas como si no hubiera ocurrido la revolución de 2011, que derribó a Mubarak de un “trono” en el que se había perpetuado y demostró que, al menos entonces, los ciudadanos querían participar en la construcción política de un nuevo Egipto.

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