Crítica

El derecho al desnudo

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 7 minutos
Madrid 1987
Dirección: David Truebatrueba-madrid1987

Género: Largometraje
Produccción: Buenavida Producciones
Intérpretes: José Sacristán, María Valverde
Guión: David Trueba
Duración: 102 minutos
Estreno: 2011
País: España
Idioma: castellano

 

Está claro que éste es un filme a mayor gloria de una vieja gloria – José Sacristán – y de las gloriosas tetas de una joven actriz – María Valverde – . Nada extraño: se han hecho miles de películas con sólo uno de estos dos argumentos como sustento principal. Juntarlos en un solo filme es ya un golpe inteligente por el que hay que quitarse el sombrero – o la ropa interior, si prefieren – ante David Trueba.

Sacristán y el guionista – Trueba, quién si no – cumplen lo que uno se espera de ellos y ponen en perfecta escena, con las dosis de cinismo justas, largos monólogos sobre el oficio del periodismo, los cambios políticos, el desgastado compromiso con una causa y lo difícil que es ligar a los sesenta años. Cito de nebulosa memoria los tres primeros temas pero es de lo que usted y yo hablaríamos si tuviéramos sesenta años y quisiéramos ligar con una estudiante de periodismo de veinte.

Tanto Sacristán como el guionista conocen su oficio y si uno quiere, puede agarrar el boli e ir apuntando frases sueltas del monólogo para ponerlas en práctica la próxima vez que se encuentra frente a una becaria con cara de Ángela. Es decir, lo suficiente tímida como para que haya que intentar seducir – no te lo da hecho – y lo suficientemente idealista como para escuchar con interés lo que sobre periodismo, estilo o causas perdidas le tiene que decir el viejo periodista, que escribe su columna diaria golpeando furiosamente las teclas de una olivetti en el Café Comercial. He sido bastante fiel a mi caricatura, es una de mis favoritas.

No sé si es olivetti o cualquier otra marca, no me he fijado, pero además, eso de dejar caer las palabras míticas de las profesión, como un rockero diría fender stratocaster, ya no debe funcionar con las chavalas que nacieron con un ipad bajo el brazo. Pero todo esto no importa. Cuando vemos la peli, ya sabemos que esperamos el momento en el que se produce el nudo: ¿se desnudará ella cuando él se lo pide o no?

Recuerden el circo que se ha montado por los 10 segundos que se le ven las tetas a la de ‘Titanic’

Es en el minuto 22. Y a partir de ahí y hasta el final – 80 minutos – Trueba arrastra la tensión sostenida por verle por fin las tetas a la chavala hacia una nueva dimensión: las banaliza. Si ustedes han visto algún tráiler, sabrán que los dos acaban encerrados en el baño sin más ropa que una toalla de mano. Tendremos a Ángela en tetas – y a él en bolas – durante todo lo que dure la peli, y pronto nos daremos cuenta de que eso es lo de menos.

¿Y? se preguntarán. Repitan conmigo: eso de estar en tetas durante toda la peli es lo de menos. Y luego recuerden el circo que se ha montado por los diez segundos, generosamente contados, durante las que se le ven las tetas a la de ‘Titanic’. Yo, que no soy aficionado a los icebergs, casi me desespero para dar con la escena en original: incluso cuando te la ponen como mejor desnudo del cine (¡perdonen un poco!) en un famoso programa norteamericano, te la pixelizan.

“A Kate Winslet todavía le persigue el retrato desnudo de Titanic, 17 años después”, titulaba recientemente un diario. Es decir que hemos llegado a una cultura cinematográfica en la que el tabú del cuerpo se utiliza como reclamo y como medio de hacer muchísimo dinero. Pero para que funcione ese reclamo hay que convertir una teta en un trauma, hay que suprimir el cuerpo al máximo. Y el cine es cultura: somos lo que vemos.

Una generación que desde críos aprende que una teta nunca ha de verse, no puede verse, porque es una guarrería que nadie puede enseñar, es una generación privada de un valor esencial, un valor que ha fundado nuestra civilización mediterránea desde las estatuas griegas: aceptar el cuerpo humano como algo bello en su entereza. Y entender la belleza es fundamental: quien olvida lo bello se torna malo, dijo Erich Kästner.

Por eso el viejo periodista, whisky a palo seco, le dice a Ángela: desnúdate por mí como si fuera un regalo. Te miraré como si estuviera en el Museo del Prado. No sé si el puritanismo de nuestra generación ya ha llegado tan lejos como para que alguien tache esta petición de abuso. Olvidaría algo esencial: precisamente la adoración estética que el viejo Miguel siente por el cuerpo desnudo de Ángela es respeto. Ella puede irse cuando quiere: sabe que todo lo que hará, lo hará libremente. Porque eso es antes de quedarse ambos encerrados en el baño.

La violencia no forma parte ni de la belleza ni del sexo. Porque el sexo es bello

Una vez encerrados, si esto fuera una película norteamericana, quizás daría lugar a un soterrado miedo: ¿me violará? En la película de Trueba es imposible siquiera evocar esta posibilidad: la violencia no forma parte ni de la belleza ni del sexo. Porque el sexo es bello. A nadie se le ocurre rajar el cuadro de las Meninas.

Ahora me dirán que visto así, la mujer es un objeto. Veamos: si ustedes piensan que para admirar el cuerpo de una persona, con la vista, con el tacto, con el olfato y demás sentidos, es una condición ética imprescindible establecer primero una profunda relación de intercambio intelectual o emocional, a ustedes ya les ha hecho efecto el puritanismo con el que intentan domeñarnos. Con el que intentan reducirnos a almas en pena, sin cuerpo.

Claro que este filme sólo muestra el lado de siempre, el acostumbrado. El viejo mendigando belleza a la joven. Falta otro filme. Aunque probablemente, una periodista de sesenta años, vieja gloria de la olivetti, a la que le gusten los chicos de veinte, preferiría atragantarse con el whisky antes de hacer otro tanto. Por miedo al ridículo. Los hombres no tienen sentido del ridículo, iba a decir. Pero no es eso. Lo triste es que consideremos ridículo que a cualquiera, tenga la edad que tenga, le pueda gustar la belleza.

Belleza, erotismo, sexo. No, dividir las emociones humanas en dos categorías, las eróticas y las decentes, no es natural. Tan victoriano no era ni el amor platónico de los griegos. Un país que no permite a sus ciudadanos ver cuerpos desnudos en el cine, cuerpos eróticos también, en un cine normal para un público normal, está vulnerando un derecho básico a la salud mental. Y los derechos sólo se pueden proteger de una manera: ejerciéndolos. Haciendo un filme sobre gente que habla de sexo (y luego habla de amor y de emociones y se cuentan cuentos como dos niños y durante una hora tienen confianza: sí, véanla: el filme es esa segunda parte) cuando está casualmente en pelotas. Ese es el valor fundamental de Madrid 1987.

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