Miljenko Jergovic
«Hace tiempo que trabajo para no ser de ninguna parte»
Alejandro Luque
Entre los escritores originarios de la antigua Yugoslavia que han venido asomando en el panorama editorial español en los últimos años, el nombre de Miljenko Jergovic merece un lugar destacado. Nacido en Sarajevo en 1966 y afincado desde 1993 en Zagreb (Croacia), este escritor y periodista ha logrado consolidar una obra más que estimable con títulos como Buick Rivera, La casa del nogal, Freelander o Ruta Tannenbaum, que le han valido galardones como el Erich Maria Remarque, el Grinzane Cavour o el premio Napoli, así como el premio de la Asociación de Escritores de Bosnia y Herzegovina.
En España vio la luz recientemente Volga, Volga, como los anteriores editado por Siruela. Una nueva demostración de pegada de un novelista en plena madurez, que indaga con su prosa en las viejas, y no tan viejas, heridas balcánicas. El autor aceptó responder a este cuestionario vía mail, cuyas respuestas han sido vertidas del serbocroata por los traductores de sus libros, Luisa Fernanda Garrido Ramos y Tihomir Pištelek, a quienes agradecemos su labor.
«El automóvil ha cambiado globalmente nuestra vivencia del espacio, nos ha hecho más libres»
En Freelander era un Volvo del 75, luego fue un Buick Rivera, ahora un Volga… ¿La historia de los Balcanes se cuenta bien como road movie?
No, no es el caso. Simplemente se trata de que al escribir estos libros me interesaba la relación entre el hombre y el coche. No es algo específico de los Balcanes, el automóvil ha cambiado globalmente nuestra vivencia del espacio, nos ha hecho más libres, y de alguna manera ha ampliado los espacios del escenario en el que se desarrolla el drama vital literario, teatral, cinematográfico o de cualquier otro tipo. Antaño nuestro mundo estaba determinado por la fuerza y resistencia de los caballos, luego por la ramificación del ferrocarril, y después, con la aparición del automóvil y la posibilidad de que cualquiera pueda convertirse en conductor, las fronteras de nuestro mundo se han desplazado mucho más allá de nuestros lugares de nacimiento, patria e idioma. Un hecho que por sí mismo ya es interesante.
Usted es bosnio por nacimiento y croata por residencia. ¿Le produce algún tipo de controversia esta dualidad, aparte de la necesidad de no olvidar sus dos pasaportes?
Existiría controversia si fuera diferente. Para mí el único estado natural es vivir en un lugar y en realidad ser originario de otro, igual que el hecho de que hoy día para los croatas soy bosnio, y para los bosnios, croata. Es bueno ser de ninguna parte. Yo hace tiempo que trabajo para no ser de ninguna parte.
Lingüísticamente, ¿siente también que cruza alguna frontera entre el croata y el bosnio, o todo es un mismo territorio?
«Yugoslavia no ha desparecido, ni desaparecerá mientras sigamos vivos los que la recordamos»
El serbio y el croata son dos idiomas que se diferencian entre sí mucho menos que, digamos, el alemán y el inglés dentro de ellos mismos. O de lo que se diferencia el español teniendo en cuenta si el que lo escribe o lo habla es un hispanohablante cuya patria es Madrid, Lima, Buenos Aires o Texas. Yo trato en mi literatura el serbio y el croata como un idioma. De las dos variantes cojo lo que necesito.
Le oí decir en una entrevista que Yugoslavia no había desaparecido del todo. ¿En qué sentido lo siente así?
Yugoslavia no ha desparecido, ni desaparecerá mientras sigamos vivos los que la recordamos. Y luego vivirá como un fantasma del recuerdo en las generaciones que nacieron después de su desintegración. ¿Acaso usted cree que ha desaparecido la España de Franco? Por supuesto que no. Yugoslavia existió alrededor de setenta años, Franco gobernó aproximadamente treinta y cinco. Observándolo desde la perspectiva de la memoria y de la vida humana se trata de grandes fragmentos temporales que no se borran tan fácilmente. Además para eso está la literatura, para mantenerlos vivos incluso cuando tengamos la sensación de que ya no existen.
También ha dicho que Sarajevo no es hoy la ciudad que fue. Sin embargo, este verano estuve allí y aparentemente vi convivir musulmanes con judíos, ortodoxos y cristianos. ¿Qué se ha perdido?
Naturalmente que viven los unos con los otros. Como en cualquier otra parte del mundo, salvo, quizás en Riad o en las ciudades donde manda el Estado Islámico. Sin embargo, Sarajevo es algo más que el lugar del mero contacto físico entre gente de diferentes religiones y pueblos. Y otra cosa: ¿por qué debería Sarajevo ser tal como era cuando yo vivía allí? Me fui de allí hace veinte años. En este tiempo cambian la gente y las ciudades.
También es cierto que vi todas esas fachadas con señales de disparos. ¿Cuándo cree que serán curadas las heridas de la guerra?
«Lo mejor es perder la guerra. La literatura la escriben los vencidos»
Por lo general las consecuencias de una guerra en los Balcanes se notan hasta que empieza la siguiente guerra. Supongo que esta vez ocurrirá lo mismo. En parte también porque la gente no sabe qué hacer consigo misma si por un instante olvida su guerra y sus heridas de guerra. Y también porque disfruta un poco en su papel de víctima. Es algo que no debe extrañar. Desde el punto de vista literario existen dos graves consecuencias de las guerras: vencer y ser víctima. Ni lo primero ni lo segundo permiten una catarsis, y sin catarsis no hay gran literatura. Lo mejor es perder la guerra. La literatura la escriben los vencidos. No obstante, yo pienso que los vencidos también escriben la historia. Los vencedores están embriagados por la victoria y no escriben otra cosa que panegíricos de sí mismos.
¿Cómo han influido las noticias sobre el Daesh en la concepción que tienen sus compatriotas de los musulmanes? ¿Siente que haya nuevos brotes de islamofobia?
Sí, naturalmente, y eso representa por el momento el mayor triunfo del Estado Islámico. El objetivo del ISIL, o del Daesh, como lo denominamos por orden de la administración estadounidense, es el aumento de la islamofobia en el mundo. En esta tarea, los medios occidentales, pero también los políticos, se muestran como buenos aliados del ISIL. Por ejemplo, Donald Trump es momentáneamente el primer islamófobo del planeta. Dudo de que el autoproclamado califa Al-Baghdadi tenga mejor amigo que Donald Trump. El objetivo del ISIL es llevar a sus enemigos a cometer las mismas crueldades que ellos mismo practican. No hay que ser un gran estratega militar para darse cuenta de ello. Me extraña que este hecho no se detecte en general en occidente.
«La familia Le Pen no ha surgido ni con el Daesh ni con Al Qaida»
En Francia acaba de ganar las elecciones regionales la extrema derecha, en parte gracias al Daesh y a la crisis de los refugiados. ¿Se imagina giros parecidos en Croacia o Bosnia?
La extrema derecha obtuvo en Francia muy buenos resultados porque en Francia hay mucha gente afín al fascismo. ¿Por qué tenemos miedo a formularlo así? Y otra cosa: la familia Le Pen no ha surgido ni con el Daesh ni con Al Qaida. El padre de la señora Marine Le Pen ya hacía sus correrías desenfrenadas por Francia mientras todavía no se sabía que los principales enemigos de los fascistas franceses eran los musulmanes. No hay que olvidarlo. Y tampoco hay que olvidar sus resultados electorales. El señor Le Pen ganaba, entre otros, sus votos con temas antisemitas. No le bastaban las cacerías contra los franceses de origen árabe. Me preguntan por Croacia y Bosnia. Sí puedo imaginar las salvajadas de los fascistas locales. Además en los noventa he vivido cosas semejantes en el sentido más estricto de la palabra.
En Volga, Volga hay momentos de violencia que podríamos llamar “inexplicable”. ¿Ha habido en la historia de la ex Yugoslavia una crueldad sin un porqué? En caso afirmativo, ¿lo atribuye a la naturaleza de los habitantes de los Balcanes, a la política, a la religión…?
No creo que en los Balcanes la violencia “inexplicable” ocurra según un sistema local o específico que no exista en otras partes de Europa. Para mí, digamos, también es una violencia inexplicable cuando en Gran Bretaña incendian una mezquita, y nunca se encuentra al culpable. Europa está hoy día repleta de elementos de violencia balcánica. Inexplicable o explicable.
Usted usa la Historia para sus novelas, pero difícilmente podrían calificarse de “novelas históricas”. ¿Qué tipo de herramienta es la Historia para usted?
«Pasar la vida como lector de buena literatura y no buscar nada más tiene sentido»
La historia es el contexto de la narración, el marco para el drama, pero también un importante protagonista del drama.
¿Cuáles han sido sus maestros literarios dentro de la literatura balcánica, y qué aprendió de ellos?
Danilo Kiš, Ivo Andrić, Miroslav Krleža, Miloš Crnjanski, Mirko Kovač… Grandes escritores. ¿Qué he aprendido de ellos? En realidad, no sé formular una respuesta concreta a esta pregunta. Probablemente he aprendido algo. Por ejemplo que pasar la vida como lector de buena literatura y no buscar nada más tiene sentido.
¿Cree que la generación de escritores nacidos después de la guerra ha roto con la tradición anterior, de algún modo? ¿Sobre qué escriben los jóvenes de hoy?
«Vivimos recordando los buenos viejos tiempos. La nostalgia es un dique ante el horror»
El vínculo con la tradición es el mismo en todos los sitios. En Sarajevo igual que en Chicago o en Madrid y Barcelona. En todos los lugares, los jóvenes ajustan cuentas con la tradición para luego un día recurrir a ella. ¿De qué escriben los jóvenes escritores? Los que tienen talento sobre lo que debe escribir. Los que no lo tienen sobre lo que otros esperan que escriban. Es lo que sucede en todos los sitios.
Usted ha conocido una dictadura, una guerra, la pertenencia a la Unión Europea. ¿la palabra nostalgia tiene lugar en su vocabulario?
La nostalgia es una reacción psicológica, un elemento de nuestro mecanismo defensivo. Nosotros vivimos recordando los buenos viejos tiempos y así aguantamos los horrores del presente y el miedo ante el futuro. Y los buenos viejos tiempos son sin excepción tiempos pasados, a pesar de que uno los haya vivido durante la dictadura, la democracia o en un campo de concentración. La nostalgia es un dique ante el horror. Si me imagino el infierno, me lo imagino como una ausencia constante de nostalgia.
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