Crítica

Genealogía del Aga Khan

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 8 minutos

Farhad Daftary
Breve historia de los ismailíes
daftary-ismailies

Género: Ensayo
Editorial: Akal
Páginas: 240
ISBN: 978-84-4604-208-2
Precio: 15 €
Año: 1998 (2015 en España)
Idioma original: inglés
Traducción: Yasmin Allibhoy
Título original: A Short History of the Ismailis

 

– Me pasa la sal, por favor.
– ¡Un infiltrado! ¡Fuera de aquí! ¡Ha dicho sal!
– ¿?
– Esto es el comedor de la Facultad de Químicas. Aquí se dice cloruro de sodio.

Uno se imagino que más o menos así debe de ser el ambiente en las Universidades, al menos en la de California donde estudió Farhad Daftary. En general, cualquier libro que se titule “Breve historia de…” debe inspirar cierto temor. Justificado, en este caso. No lo digo por el cuerpo de letra modesto ni los márgenes igualmente modestos que consiguen meter en 240 páginas lo que una editorial de novelas habría presentado en 500. Sino por la obvia erudición que rezuma cada una de esas páginas.

A menudo me pregunto a qué se debe ese hábito de rezumar erudición. ¿Un secreto deseo de empujar al lector a reflexionar sobre la genealogía del autor? ¿O quizás un obvio método para blindarse ante críticas de los colegas? A un señor que escriba shīʼies en lugar de chiíes y Ādharbāyjān en lugar de Azerbaiyán, y desde luego dāʼī por misionero, taqiyya por disimulo y dawla por Estado, nadie le puede recriminar que haya simplificado los hechos históricos, sólo para que, oh traición, los entienda un lego en la materia.

Un lego con la cuantía necesaria de voluntad (como es mi caso) entenderá perfectamente lo narrado por esta Breve historia…: todo está explicado, basta leer con atención y acostumbrarse a las cursivas y las letras con puntos y rayas arriba y abajo. Si además uno es estudiante de alguna carrera relacionada con estudios árabes, islámicos, persas o similares, este libro es una lectura obligada.

Por dos razones: Porque los ismailíes fueron un fenómeno enormemente revelador en la historia del islam que nos muestra lo que esta religión pudo haber sido y no fue, y porque el libro de Daftary parece ser el único en castellano dedicado al tema. Ahí sólo cabe felicitar a la editorial por esta obra absolutamente necesaria. Cuesta pensar que uno realmente sepa algo del islam si no ha leído sobre los ismailíes. Y ésta es la obra estándar en varios idiomas.

Lo que hoy conocemos como islam chií no viene en línea recta desde aquellas batallas entre Alí y suníes

¿Tan importantes son los ismailíes? me preguntará usted. No: es importante lo que podemos aprender a través de su historia y, sobre todo, a través de sus silencios. Cierto es que en esta Breve historia… también hay que leerse esos silencios, quedarse a reflexionar sobre media frase que indica que las cosas no son tan lineales como parecían. Porque Daftary cuenta la genealogía de los ismailíes, entonces simplemente chiíes, durante siglos, y sólo a partir del año 1501 hacen su aparición los duodecimanos, al tomar el poder en Irán. No: no dice que hasta entonces no existían, pero parece que no importaban.

Lo cual nos lleva a una reflexión: lo que hoy conocemos como islam chií – que es la rama duodecimana, precisamente – no viene en línea recta desde aquella historia (o leyenda) de batallas por el califato entre los partidarios de Alí y los hoy llamados suníes, sino que es una estandarización muy posterior. Una estandarización del islam entero, si me apuran, porque comparado con los ismailíes, los chiíes de hoy en día no se distinguen prácticamente de los suníes.

¿Tan diferentes eran los ismailíes? Según el breve resumen que ofrece Daftary – se lo ventila en tres o cuatro páginas – , tenían una cosmogonía que hoy no tendría cabida ninguna en el islam: la creación del mundo a través de la voluntad divina que hizo la luz, de allí nació la palabra, y de ella la determinación, pareja primigenia que creó a siete letras, de las que salieron doce seres de luz…

Más fundamental es la lectura del Corán en clave de dos niveles, reconociendo al texto sagrado un sentido oculto (batin) sólo accesible para los iniciados, y uno obvio (zahir), para el resto de los mortales. Entendemos que el obvio es el promulgado como conjunto de normas islámicas, con sus rezos, ayunos, charia y demás. El oculto explicaría que nada de eso es esencial, porque el mensaje divino verdadero es distinto. Cuál es, no me lo pregunten, nadie lo ha divulgado.

Las escisiones no eran por diferencias doctrinales: únicamente por la identidad del imam al que seguir

Donde el libro deja sabor a poco, incluso a avaricia, es en el capítulo final, donde el autor trata de los ismailíes que aún existen: en India sobre todo, también en Irán, en Asia Central y en un punto de Yemen. Sí, existen, y en su gran mayoría siguen al Aga Khan, ese príncipe rico y espiritual que ustedes quizás alguna vez se hayan encontrado como mecenas de bibliotecas o con más probabilidad en las revistas de papel cuché. Pero ¿en qué creen hoy?

Durante 200 páginas, Daftary traza una minuciosa genealogía de las diversas ramas, subramas, escisiones y subescisiones de esta rama confesional, que uno tiene la tentación de llamar secta, porque aparte del secretismo obligado, parece ser que el mayor artículo de fe era pagar puntualmente el diezmo al líder espiritual, aunque viviera en otro subcontinente. Las escisiones, parece, nunca eran por diferencias doctrinales: únicamente tenían por disputa cuál era la persona que debía reconocerse como imam. Escisiones de jerarquía, no de ideario. Una jerarquía minuciosamente elaborada, con toda una hilera de cargos altos, medios y bajos que se encargaba de mantener la fidelidad al imam, – oculto, es decir inexistente, imaginario, a veces, otras declarado, es decir real – . Para escapar a las persecuciones disimulaban su fe y practicaban el islam “normal” de sus vecinos, fueran suníes o chiíes. Pero ¿qué disimulaban exactamente?

¿Son válidos hoy para los ismailíes los 5 rezos diarios, el ramadán, las leyes de herencia, el ‘haram’?

Ahí se queda corto Daftary, y parece incluso intencionado cuando dice que en el siglo XX, el Aga Khan se encargó de reafirmar la identidad ismailí, enviando mensajes a las comunidades dispersas… para que dejasen de rezar en las mismas mezquitas que los demás musulmanes. ¿Algo más? ¿Son válidos hoy para la comunidad ismailí los cinco rezos diarios, el ramadán, las leyes de herencia, el ‘haram’ (alcohol y cerdo) y toda la parafernalia que determinan la interpretación zahir o sea obvia? Daftary calla sobre este punto. Y no es por ignorancia: el autor es un alto cargo del Institute of Ismaili Studies, que depende directamente del Aga Khan.

Ahí uno no se puede sustraer a la sensación que este libro es una pieza más en la obra de disimulo que intenta precisamente mantener ese escudo de blindaje ante el islam ortodoxo, haciendo ver que en el fondo los ismailíes son y han sido siempre buenos musulmanes. Tal vez hoy vuelva a ser muy necesario este disimulo, visto como está el patio.

El episodio más revelador del libro quizás sea el narrado en la página 145, cuando el 17 de ramadán del año 559 (1164 d.C.), el entonces dirigente “descendió al mediodía del castillo de Alamut”, se declara califa, anuncia la quiyyama, la resurrección espiritual de la comunidad, realizó la oración y acto seguido invita a los asistentes a compartir los alimentos y refrescos ofrecidos.

¿He leído bien? Era ramadán, era al mediodía, ¿e invitó a los fieles a comer? Eso quiere decir que Hasan abolió las normas ‘obvias’ de la religión a favor de una fe ‘interior’ sin los códigos sociales hoy conocidos como islámicos ¿no? ¿Sí?

Ay, esa necesidad de leer los silencios…

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