Crítica

Matar a la madre

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 5 minutos

Alessandra Lavagnino
Nuestras calleslavagnino-nuestrascalles

Género: Novela
Editorial: errata naturae
Páginas: 168
ISBN: 978-84-1521-795-4
Precio: 15,50 €
Año: 1969 (2015 en España)
Idioma original: italiano
Traducción: Martín López-Vega
Título original: I lucertoloni (Via dei Serpenti, 2005)


“No es cierto que los padres quieran que sus hijos sean mejores que ellos. Quieren que tenga sus mismos defectos”. La idea me la comentó hace poco una amiga, después de una atenta observación de la típica merienda de familias que empieza con batidos y se alarga a los gintonics. Y no tuve más remedio que recordar aquella otra frase de la protagonista de Nuestras calles, que al hablar de su madre evoca cómo “quería que fuera como ella, más ella que ella misma”.

Más ella que ella misma. Claro que la madre de Marzia no es una madre cualquiera. Es la primera mujer abogado de Roma, una señora que en los años 30 saluda a su marido jocosamente dándose la mano, como buenos colegas; un pico de oro que se desenvuelve con la mayor soltura en sociedad, una mujer audaz y comprometida que incluso apoya la lucha clandestina contra el fascismo, una fémina de armas tomar que reprende al ama cuando habla a la niña como si fuera tonta. Anna es, en resumen, es todo lo contrario que Marzia, una chica apocada, más bien pava, con graves problemas para expresarse (salvo cuando lee poesía, ahí sí va todo de corrido), extremadamente tímida e insegura.

Por suerte o por desgracia, Marzia no va a necesitar matar a su madre

La novela, que comienza como un inocente recuento de evocaciones de infancia, va poco a poco revelando las tensiones internas de esta relación, que se desarrolla sin el probable obstáculo del padre, prematuramente fallecido. Cada una de las calles habituales que rodean la romana Piazza Cavour remite a un recuerdo de la chica.

Pero Marzia parece condenada a elegir entre tres opciones: perecer aplastada por la arrolladora personalidad de su madre, seguir sus pasos en la abogacía, como desea ésta a fin de legarle en un futuro el negocio familiar, o rebelarse, matándola a la manera freudiana. Por suerte o por desgracia, Marzia no va a necesitar matar a su madre: ya la naturaleza, con la ayuda de una temporada en la prisión de Regina Coeli a cuenta de sus actividades subversivas, va a encargarse de ello, si bien lenta y dolorosamente.

Estamos ante una obra en la que, bien mirado, ocurren pocas cosas, aunque está llena de tribulaciones, miedos, silencios elocuentes que mantienen muy efectivamente la tensión. Hubiera sido fácil describir una confrontación permanente entre dos seres antagónicos, con un crescendo explosivo, violento. La autora, en cambio, destila grandes dosis de sutileza y no permite que olvidemos que el vínculo más fuerte entre ambas es el amor. La trama se complica ligeramente cuando irrumpe Lúcia, la enérgica compañera de estudios que representa, en cierto modo, todo lo que Anna querría que fuera su hija. Está llamada a ocupar el puesto que el destino tenía reservado a Marzia. Y ésta, por su parte, decide estudiar Químicas y se echa un noviete de barrio y un tanto simplón…

¿Debemos entenderlos a los hijos como prolongaciones de nuestras vidas? Y a los padres, ¿cómo se les educa?

Con una prosa limpia –y una solvente traducción de Martín López-Vega–, Alessandra Lavagnino, napolitana afincada en Palermo que en España descubrimos gracias a otra estupenda novela, Un granizado de café con nata –donde, por cierto, también aparecía el argumento de las dificultades para comunicarse–, se afilia a la línea de Natalia Ginzburg y Elsa Morante para cuestionar la institución familiar sin imponer conclusiones. Es cierto que el hecho de que la historia tenga a Marzia como narradora en primera persona tiende a aumentar nuestra simpatía en ella, y nos tienta a condenar a Anna como mujer demasiado estricta y poco sensible.

Pero solo es una tentación: precisamente lo que hace de Nuestras calles una novela redonda es la dificultad para tomar partido por los personajes, lo que no es sino un reflejo de la dificultad de fondo: cómo educar a los hijos, qué desear para ellos. ¿Debemos entenderlos como prolongaciones de nuestras vidas, pretender que sean mejores que nosotros? Y a los padres, ¿cómo se les educa? ¿Hay que responder a sus indicaciones con sumisión? ¿En qué momento es legítima, y hasta recomendable, la desobediencia, o incluso la sedición?

Para terminar, me gustaría consignar varias sorpresas: una, que la novela data de 1969, lo que para empezar es motivo de asombro por su perfecta vigencia. La otra es que su título original sea Via dei Serpenti, la calle de las Serpientes, al otro lado del Tíber, donde vive Diego, y que solo aparece en la historia al final. Y que un primer título fuera I lucertoloni, es decir, los lagartones, que no son otros que las tallas que decoran la casa del novio, y que creí un simple detalle anecdótico.

¿Qué sentido tiene titular así una novela que poco tiene que ver con reptiles? ¿Se me ha escapado algo al respecto? Confieso que no he encontrado ninguna entrevista con la autora que despeje la incógnita. Prometo preguntárselo personalmente si nos cruzamos por la capital siciliana, de modo que dejo la respuesta en blanco, a continuación de estos dos puntos:

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