Destierro y prisión para los gays
Elena González
Túnez | Enero 2016
Ni Fadil ni Houssam quieren dar su verdadero nombre. Escondido bajo la capucha de su cazadora, a Fadil le cuesta levantar la vista y empezar a hablar: «Mi padre quiere que me haga un test anal para saber si he tenido relaciones homosexuales. No le dije que he sido arrestado, para protegerme. No le he dicho a mi familia dónde estoy». En diciembre, un tribunal tunecino condenó a tres años de cárcel a Fadil, a Houssam —ambos tienen 21 años— y a otros cuatro jóvenes por mantener relaciones homosexuales.
Además de castigarles con la pena máxima que prevé el Código Penal, el juez les prohibió la entrada a su ciudad, Kairouan (en el centro de Túnez), durante cinco años. A la espera de la apelación, están en libertad bajo fianza de 500 dinares cada uno, unos 250 euros. La investigación policial y el arresto les hizo vivir un infierno.
La policía les afeitó la cabeza y los sometió a exámenes rectales para humillarlos
Según relatan, la policía afeitó la cabeza a uno de ellos para humillarle. Fueron golpeados y sometidos a exámenes rectales que constituyen, según organizaciones como Amnistía Internacional, una forma de tortura o maltrato de acuerdo con el artículo 1 de la Convención contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, un tratado internacional firmado por Túnez.
Fadil y Houssam pasaron dos semanas bajo arresto, en una celda con otros 190 presos que estaban al corriente de los cargos. Fueron acosados por los reos, vejados y obligados a bailar desnudos. Fadil soñaba con la muerte. Intentó quitarse la vida mediante una sobredosis de insulina —provoca una bajada de glucosa que puede derivar en coma hipoglucémico— que le robó a uno de los presos.
«Mis amigos me han abandonado. Me han amenazado en Facebook, dicen que soy una vergüenza para ellos», explica Houssam, ocultando bajo un gorro de lana las marcas de los golpes. Los dos jóvenes se atrevieron a desafiar la prohibición del juez de volver a su ciudad para poder hacer los exámenes de la facultad. Houssam estudia árabe y Fadil cursa Filología Inglesa. «No pude estar ni una hora allí. Me acosaron y me insultaron. Tuve que salir para salvar la vida», recuerda Houssam.
«No puedo volver a mi ciudad. No tengo futuro. Quiero salir de Túnez, pero no sé adónde puedo ir»
«No puedo volver. No tengo futuro. Quiero salir de Túnez, pero no sé adónde puedo ir», lamenta Fadil. Kairouan es una ciudad conservadora, considerada la cuna del islam en el norte de África. En esa región, la tasa de analfabetismo es del 32,9 por ciento, una cifra que supera con creces la media nacional, del 18,5 por ciento. Houssem y Fadil le plantaban cara a esos números, pero ahora no podrán terminar el curso.
«Es escandaloso», se indigna Ahmed Ben Amor, vicepresidente de la asociación Shams, un grupo que lucha por la despenalización de la homosexualidad, a la vez que atiende al teléfono. Cree haber encontrado un médico dispuesto a certificar que Fadil es virgen y evitar así otro castigo para el joven. Esta vez, de su familia.
«Han destruido psicológicamente a unos jóvenes que estudian para trabajar por su país. Y ese país, que ha hecho una Revolución por la libertad, les tortura. Salieron a la calle para gritar libertad y ahora viven una situación aún peor», continúa. Houssam fue muy activo en las manifestaciones que acabaron con la dictadura de Zin Abidin Ben Ali en 2011. Después militó en el Frente Popular, una coalición de izquierda. También ellos le han abandonado. El partido niega que estuviera en sus filas.
Caminar con Ben Amor por las calles de la medina de la capital de Túnez supone tener que volver la cabeza casi a cada paso porque alguien le insulta o le señala. Su rostro se ha hecho conocido después de una intervención en Zitouna TV, un medio afín al ideario de los islamistas de Ennahda (que forman un gobierno de coalición con los laicos de Nidaa Tunis).
Ben Amor también fue arrestado, sometido al llamado «test de la vergüenza» y expulsado del liceo donde estudiaba. Según la ley, no podrá volver a estudiar en una institución pública porque tiene antecedentes. Ha tenido que mudarse a Túnez y a sus 19 años, es él quien asume la coordinación de Shams en el país. El presidente de la asociación, Hedi Sahly, se exilió a París después de recibir varias amenazas de muerte.
En mayo de 2015, la asociación acaparó los titulares de la prensa internacional cuando fue legalizada por el gobierno. Se habló entonces de la «primavera del arcoíris», pero la presión política y religiosa de una sociedad que todavía es muy conservadora a pesar de la tradición laica, ha vuelto a nublar los cielos de la comunidad LGTB.
«Si en la televisión se puede decir que deberían lapidarnos y no se castiga, es normal haya violencia»
El muftí de la República, consejero de Estado en materia religiosa, llamó a «revisar la autorización de comportamientos desviados». El líder de Ennahda, Rached Ghannouchi, dijo que «la Constitución y la religión garantizan la libertad y la protección de la vida privada, pero la creación de una asociación para defender la homosexualidad es otra cosa». Los editoriales de algunos diarios escribieron palabras como «patología» y «aberración». El 4 de enero, el Tribunal de Primera Instancia de Túnez decretó la suspensión cautelar de las actividades de Shems durante 30 días.
Tras una apelación, la medida fue levantada el 24 de febrero por una decisión judicial. Algo que la organización calificó de triunfo “histórico” en un comunicado, si bien matizaba: “Shams ha ganado una batalla pero no la guerra contra la homofobia en Túnez”. El escritor marroquí Abdellah Taïa, homosexual declarado, celebró la decisión en el portal francés Yagg: «Es un día histórico. Por la primera vez en la historia del mundo árabe, una asociación homosexual ha conseguido que la Justicia le reconozca el derecho a existir».
«La clase política dice que la sociedad tunecina no está preparada, pero Habib Bourguiba (el padre de la independencia) no pidió permiso a la sociedad cuando prohibió la poligamia en 1957 y despenalizó el aborto en 1964, y entonces la sociedad era más conservadora. Lo que ocurre es que si en la televisión se puede decir que deberían lapidarnos y eso no se castiga, es normal que se pase a una etapa de violencia contra nosotros «, analiza Ben Amor.
Salieron con bandera de arcoiris pero tuvieron que abandonar la marcha escoltados por la policía
El pasado 14 de enero, el día en que se celebraban los cinco años de la Revolución, Ahmed salió a la calle detrás de una bandera arcoíris junto a varios miembros de la asociación, representantes de colectivos feministas y Amina Sboui, la joven que en 2013 revolucionó las redes sociales con una fotografía en la que mostraba su pecho desnudo con una inscripción: «Mi cuerpo me pertenece». A los pocos minutos, en medio de los insultos, tuvieron que abandonar la avenida Habib Bourguiba escoltados por la policía. Otras veces es la policía quien amenaza a Ahmed: «Te vas a enterar’, me dicen cuando me reconocen».
El 25 de febrero se celebra la vista de apelación de los seis estudiantes de Kairouan. El artículo 230 del código penal penaliza la sodomía, pero «en comisión de flagrante delito». «Cuando entraron en la casa en la que fueron arrestados, se los llevaron por haber encontrado un vídeo de contenido homosexual en uno de los ordenadores. No es motivo suficiente», explica Ben Amor.
«Estos atentados contra los derechos humanos contradicen la imagen que Túnez comercializa. Es un código penal de 1913, de la etapa colonial, agravado por torturas medievales», denuncia Ben Amor. Cree que ningún partido político, ni de la derecha ni de la izquierda, ha hecho nada. Organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch han condenado los abusos policiales pero en este momento, dice, necesitan «algo más que palabras de condena».
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