Opinión

Mi terrorista, tu terrorista

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

opinion

¿Es Hizbulá una organización terrorista?

Claro que no.

Así pues, ¿por qué la Liga Árabe ha decidido que sí?

Porque la mayoría de los Estados miembros de la Liga son musulmanes suníes y Hizbulá es una organización chií, que apoya el Irán chií y alauí (cuasi-chií) con Bashar al-Assad en Siria.

Entonces, ¿los partidos israelíes árabes tenían razón al condenar las resoluciones de la Liga?
Tenían razón, sí. Pero no era prudente.

Empecemos con Hizbulá. Aunque nos sorprenda, esta organización es de cierta manera una creación de Israel.

Líbano es un Estado artificial. Durante siglos se consideraba parte de Siria. Debido a su terreno montañoso, era un sitio ideal para pequeñas confesiones perseguidas que podían defenderse allí. Entre ellos se encuentra la comunidad cristiana maronita, nombrada así por el monje Marón.

Después de la Segunda Guerra Mundial, las grandes potencias vencedoras repartieron el Imperio Otomano entre sí, Francia insistió en la creación del Estado cristiano libanés bajo su dirección. Tal Estado habría sido muy pequeño y carente de un gran puerto. Así pues, imprudentemente, los territorios de otros colectivos religiosos diversos se unieron para crear un Estado más grande, formado por diversas comunidades mutuamente antagónicas.

Los chiíes, habitantes del sur de Líbano, eran la confesión más pobre, débil y explotada

Entonces, se encontraban: a) los maronitas en su bastión en la montaña, b) otras diversas corrientes cristianas, c) los musulmanes suníes que fueron asentados en las grandes ciudades portuarias por el Imperio Otomano suní, d) los drusos, escindidos del islam muchos siglos antes y e) los musulmanes chiíes.

Los chiíes son los habitantes del sur. Era la confesión más pobre y débil, despreciada y explotada por todas las demás.

En esta federación de confesiones que es Líbano, la Constitución otorga a cada una de ellas un alto cargo. El presidente del Estado es siempre maronita. El primer ministro es suní, el comandante del ejército es druso. No le quedó nada a los pobres chiíes, excepto el puesto del presidente del Parlamento, un título sin poder.

Durante más de una generación, la frontera entre Israel y Líbano, que en realidad es la frontera ente Israel y los chiíes, era la única zona tranquila de Israel. Los campesinos en ambos lados trabajaban unos muy cerca de los otros sin vallas ni incidentes. Se decía que Líbano sería el segundo Estado árabe que haría las paces con Israel, porque no se atrevería a ser el primero.

Una vez, a principios de los años cuarenta, crucé la frontera no marcada por equivocación. Un agradable gendarme libanés me paró y me mostró el camino de vuelta de forma educada.

Después del “Septiembre Negro” en Jordania (1970), cuando el rey Husein aplastó las fuerzas palestinas, el sur de Líbano se convirtió en la nueva base palestina. La frontera más tranquila ya no era tan tranquila.

En los años 40 crucé la frontera libanesa por error; un agradable gendarme libanés me devolvió

A los chiíes no les gustaban los palestinos ni los problemas que ellos causaban. Cuando el ejército israelí invadió Líbano en 1982, con la finalidad implícita de echar a los palestinos y de instalar una dictadura maronita, los chiíes estaban muy contentos. Las imágenes de los aldeanos recibiendo a los soldados israelíes con pan y sal eran reales.

Al cuarto día de enfrentamiento, crucé la frontera para verlo por mí mismo. Un soldado yemení recordaba vagamente haber visto mi cara por la televisión, pensó que era alguien importante del gobierno y me abrió las puertas. Viajé con dos compañeras en coche particular por los pueblos chiíes con la matrícula israelí amarilla y me recibieron con gran júbilo en todas partes. Todos querían que visitasemos sus casas y tomasemos un café.

La razón de esta espontánea amistad era obvia. Los chiíes suponían que los israelíes les librarían de los arrogantes palestinos, que se despedirían y se irían. Pero a los israelíes no se les da bien irse. Al cabo de unos meses, los chiíes se dieron cuenta que en vez de una ocupación palestina tenían una ocupación israelí. Y empezó la clásica guerra de guerrillas. Los campesinos chiíes, dóciles y oprimidos de la noche a la mañana se convirtieron en feroces guerreros.

El partido moderado chií, que los representaba durante mucho tiempo, fue sustituido por el nuevo y muy militante Hizbulá, “Partido de Dios”. Un enemigo invisible tendía emboscadas a las tropas israelíes. Los soldados se movían ya sólo en convoy. Una vez me uní a un convoy militar así. Algunos soldados literalmente temblaban de miedo.

Netanyahu cree que el arco chií es una amenaza para Israel y se alía secretamente con Arabia Saudí

Después de 18 años, las tropas israelíes se fueron para siempre, casi en pánico. Dejaron un miniestado gobernado por Hizbulá. Su líder fue asesinado por Israel y su puesto ocupó Hassan Nasralá, una persona muchísimo más capaz.

Hoy en día, los chiíes son, por mucho, la comunidad más potente del Líbano. Forman una parte importante del poderoso “arco chií”: Irán, Iraq, Siria con Bashar Asad, y Hizbulá.

Binyamin Netanyahu cree que este arco constituye una amenaza mortal para Israel. Se alió secretamente con Arabia Saudí, que a su vez creó una contrafuerza suní con Egipto y las monarquías del Golfo, e indirectamente conectada con Dáesh, el “Califato” islámico.

¿Hizbulá es nuestro enemigo más peligroso? Permítanme discrepar. Personalmente yo creo que nuestro enemigo más peligroso es Dáesh: no por su poderío militar, sino por su poderosa idea, que está fanatizando a cientos de millones de musulmanes. Las ideas pueden ser más peligrosas que las armas, pensamiento que no cabe en la mentalidad israelí.

Hizbulá tiene ahora tropas regulares que están combatiendo en Siria contra Dáesh y otros.
Sea como sea, lo que es definitivamente cierto, es que Hizbulá no es una organización terrorista.

¿Qué es el “terrorismo”? Ahora se ha convertido en un insulto carente de contenido.

Al principio terrorismo significaba solo una estrategia para sembrar miedo y alcanzar objetivos políticos. En este sentido, toda guerra es terrorismo. Pero el término se aplica precisamente a los actos de violencia individual, cuyo objetivo es sembrar terror en los corazones de la población enemiga.

Hoy en día, cada país y cada partido llama a sus enemigos “terroristas”. Es el insulto de moda

Hoy en día, cada país y cada partido llama a sus enemigos “terroristas”. Es el insulto de moda. No tiene nada que ver con el significado real.

Si el terrorismo existe, todo ejército es un instrumento terrorista. En tiempos de guerra, las fuerzas armadas siempre intentan atemorizar al enemigo para que acepte sus exigencias. Lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima era un acto terrorista, al igual que lo fue reducir a cenizas la ciudad de Dresde.

En el pasado se utilizaba el término “terrorismo” para describir las acciones de los revolucionarios rusos que mataban a ministros rusos (algo que Lenin condenaba), o al príncipe heredero de Austria (el acto que desencadenó la I Guerra Mundial, guerra que no se ha descrito como “terrorismo” porque mataba a millones y no a unos pocos).

Los terroristas no consiguen sus objetivos debido a la magnitud de sus actos, sino por el efecto psicológico que producen. Una matanza de cien personas puede olvidarse al día siguiente, el asesinato de una persona se puede recordar durante siglos. A Sansón, el arquiterrorista, la Biblia lo ha inmortalizado como el gran héroe de Israel.

(Dado que los efectos psicológicos son tan importantes, la mayoría de las reacciones tras un acto de terrorismo sólo benefician al terrorista).

Los terroristas modernos – los verdaderos – ponen bombas en mercados, disparan de forma aleatoria a civiles o atropellan personas. Hizbulá no hace nada de todo eso.

Se puede perfectamente odiar Hizbulá y detestar a Nasralá. Pero llamarlos “terroristas” es simplemente una estupidez.

Todo eso ha surgido ahora por una cadena de incidentes que ha sacudido Israel recientemente.

Declarar Hizbulá “terrorista” es sólo un gesto en la batalla entre la monarquía saudí e Irán

La Liga Árabe, dominada por Arabia Saudí, ha declarado que Hizbulá es una organización “terrorista”. Esto no significa prácticamente nada; es sólo un pequeño gesto en la batalla entre la monarquía saudí e Irán. O entre el “arco chií” y el “bloque suní”.

Dos pequeños partidos árabes en Israel, ambos miembros de la “Lista Conjunta”, que abarca cuatro partidos árabes, han condenado la declaración de la Liga y se han alineado con Hizbulá. Son el partido nacionalista árabe Balad (País) y el Partido Comunista (que está a favor de Asad).

La Knesset explotó. ¡¿Cómo se atreven?! ¿Defender a nuestros enemigos? ¿Negar que estos architerroristas son architerroristas?

Los diputados judíos, prácticamente de un extremo del espectro parlamentario al otro, han exigido prohibir estos dos partidos, expulsar a sus miembros de la Knesset, y no sé cuántas cosas más. Dado que en la práctica no existe en Israel legalmente la pena de muerte, no se les puede ahorcar. Qué pena.

¿Tenían razón estos diputados árabes con su comunicado? Por supuesto que tenían razón.

¿Era un comunicado lógico? Efectivamente, era lógico.

Los diputados árabes israelíes tienen derecho a opinar sobre el mundo árabe, pero no el deber

Pero la lógica puede ser un veneno en la política.

Para los israelíes judíos normales, Hizbulá es un enemigo mortal. Absolutamente todos detestan a Nasralá, con su estilo altivo, sus aires de superioridad. Al hacer esa declaración, que en realidad no tiene nada que ver con Israel, los diputados árabes de la Knesset no hacían otra cosa que provocar todo el público judío y darle motivos de enfado.

Desde luego, estos diputados árabes son parte del mundo árabe. Tienen derecho a expresar su opinión sobre todo lo que ocurre en el mundo árabe. El derecho, no el deber.

Los diputados árabes del Parlamento israelí se pueden sentir desgarrados entre dos tareas aparentemente opuestas: servir los intereses de los votantes a los que representan y adoptar posiciones respecto a asuntos que afectan a la nación palestina y al mundo árabe en general.

Al criticar la condena de Hizbulá formulada por la Liga Árabe, cumplieron con su segunda misión. Pero al ensanchar el abismo entre los ciudadanos israelíes árabes y los judíos, perjudicaron definitivamente la primera. Con ello también perjudicaron la posibilidad de una paz palestina.

Yo los entiendo, pero creo que no era lo más prudente que pudieron hacer.

¿Te ha interesado esta columna?

Puedes ayudarnos a seguir trabajando

Donación únicaQuiero ser socia



manos