Reportaje

Maloma. Crónica de un secuestro

Alejandro Ávila
Alejandro Ávila
· 17 minutos
Maloma Morales, durante un viaje a Londres | Cedida
Maloma Morales, durante un viaje a Londres | Cedida

Sevilla | Mayo 2016

Mairena del Aljarafe (Sevilla), 26 de abril. Suena el teléfono móvil de Ismael Arregui, pareja de hecho de Maloma, la joven de origen saharaui y nacionalidad española secuestrada por su familia biológica desde el pasado mes de diciembre en los campamentos de refugiados de Tinduf (Argelia).

-Ismael: “Hola, sí. ¿De Maloma? Yo sólo quiero verlo. Estoy ahora mismo con Pepe”. Ismael se dirige a Pepe, el padre adoptivo de ella: “Le han enviado a M. un vídeo de Maloma”.
-Pepe (nervioso): “Ponlo ahí… ¿Cuántos minutos dura?”

El último mensaje de Maloma, el día de Navidad, fue claro: “Sacadme de aquí, que me muero”

Se escuchan diálogos en árabe procedentes del móvil de Ismael. Ambos miran en la pantalla de móvil a una mujer joven, ataviada con una melhafa (vestimenta típica del pueblo saharaui), sirviéndole el té a otras dos. Es un plano secuencia borroso y tembloroso, que apenas dura medio minuto.

-Ismael: “Es un vídeo que parece robado”.
-Periodista: “¿Es ella?”.
Pepe: “Sí, lo es”.

Es la primera vez en cuatro meses que la familia y la pareja de Maloma Morales de Matos escuchan la voz de la joven de 22 años. La última vez fue el 25 de diciembre. Su mensaje de aquel día de Navidad fue claro: “Sacadme de aquí, que me muero”.

El azar dispone que esta primera vez en cuatro meses ocurra delante de este periodista. Ocurre mientras le realiza una entrevista a Pepe Morales, el padre adoptivo de Maloma desde hace dos años.

Él fue el último en verla en persona y ahora, casi cinco meses después de su secuestro el 12 de diciembre, es el primero en volver a verla. Aunque sólo sea en vídeo. La conversación con él tiene lugar en el bar que regenta en Mairena. Es un local situado junto a una piscina comunitaria, donde una Maloma de tan solo 7 años vio por primera vez tal abundancia de agua. Era el verano de 2001.

Visitó a su madre y hermanos en los campamentos de refugiados de Tinduf tras casi una década

“Le gustaba muchísimo la piscina y se pasaba todo el tiempo en el agua. Solo salía para comer. Mientras yo trabajaba, ella estaba disfrutando y relacionándose con todo el mundo”, cuenta Pepe, mientras Lala, la perra de Maloma, juguetea entre las piernas de él.

Morales cuenta con orgullo que su hija adoptiva hace muy buenas migas con él. Juntos se embarcaron en una gran aventura el pasado puente de diciembre: visitar a la madre y los hermanos biológicos de ella en los campamentos de refugiados de Tinduf después de casi una década sin verlos. Acababa de recibir la nacionalidad española y ya podía viajar sin mayores trámites burocráticos.

Lo hacían en un momento en el que, tras los atentados perpetrados en París, el gobierno español consideraba la región argelina de Tinduf como una zona de riesgo.

El ministerio de Asuntos Exteriores recordaba que había riesgo de atentados terroristas y que éstos “mantienen como objetivo preferente el secuestro de occidentales, contando para ello con el apoyo de redes de delincuencia organizada, especialmente vinculadas con el tráfico de armas y contrabando”.

«La habían agarrado entre dos primos y un hermano. Consiguió zafarse y gritar»

Sin embargo, aquel 12 de diciembre, el día en el que ambos debían volver a casa, el peligro no iba a venir ni de Al Qaeda ni de los Soldados del Califato en Tierras de Argelia. Aquel 12 de diciembre el peligro estaba en casa.

Pepe lo reconoce: «Veía cosas muy raras y no estaba tranquilo. Incluso intenté adelantar el vuelo, pero no pude porque había que cambiar el visado».

“Estábamos en casa de la familia biológica de Maloma. No salimos para nada aquel día, preparamos la maleta y un par de horas antes de irnos, nos dijeron que fuéramos a despedir a la tía. Tras visitarla, me pidieron que les acompañara a preparar la cena en casa de Maloma, pero ella se quedó en la tienda de su tía. A los tres o cuatro minutos la escuché llamándome «papá, papá». La habían agarrado entre dos primos y un hermano. Consiguió zafarse y gritar, pero le pegaron para amedrentarla y la metieron en un coche, que estaba arrancado desde hacía dos minutos”. No dudó de que aquello era un secuestro.

«Fue el peor día de mi vida. Llegué a Argel a las cuatro de la mañana y no salimos a Madrid hasta las tres de la tarde. Estuvimos allí tirados 12 horas. Maloma me llamó a las nueve de la mañana y le dije que comiera para seguir teniendo fuerzas y que no discutiera. Me dijo que ella ya sabía lo que tenía que hacer. A la vuelta, yo quería que se hundiera el avión. Hablé con mi mujer y no fui capaz de decírselo. Cuando Maloma me llamó, le pedí que colgara y llamara a Mari Carmen (su madre adoptiva). «Como yo le diga que no vienes y encima no oiga tu voz, mi mujer se me muere”, le dije. Desde entonces sólo hemos hablado cuatro veces con ella».

El delegado del Frente Polisario en Andalucía prometió gestionar el caso y pidió silencio

Pepe denunció el secuestro tanto en Argelia, como en España. El delegado del Frente Polisario en Andalucía, Abidin Bucharaya, le prometió gestionarlo en persona y le pidió silencio. Sería la primera, pero no la última vez que intentarían silenciar el delito perpetrado en tierras argelinas contra su propia hija. Un representante del movimiento asociativo, cuenta Pepe, le llegó a decir que lo aceptaran “como unas vacaciones”.

La familia Morales de Matos no hizo caso de las ‘recomendaciones’ y, junto a Ismael, desplegó una intensa campaña social, mediática y política para exigir que su hija fuera liberada. El 5 de enero, menos de un mes después de su secuestro y días después de oírla por última vez, organizaron una rueda de prensa en Valencia. A las manifestaciones y la recogida de firmas (casi 75.000 a través de una campaña por internet en Change.org), se han ido uniendo los encuentros con representantes políticos de su propio municipio, la Junta de Andalucía y el Gobierno español

No es un caso aislado

El caso Maloma ha visibilizado un problema social que va más allá de casos aislados o de «guerra entre familias», como ha llegado a mantener el representante del Frente Polisario en Andalucía.

Contabilizan a más de 100 mujeres secuestradas por sus propias familias saharauis

Aunque no hay datos oficiales, porque no existe una organización que se ocupe de este problema, cada caso denunciado públicamente actúa como un aglutinante de otros nuevos. Es así como las familias de acogida españolas han llegado a contabilizar más de 100 mujeres que han sido secuestradas por sus propias familias saharauis, en datos no oficiales.

«Antes sólo se sabía dos o tres casos, porque las familias españolas tienen miedo a denunciar. Las asociaciones de amistad con el pueblo saharaui y los representantes del Polisario nos recomiendan que no lo saquemos a la luz, porque nos dicen que si no, no van a volver. Pero es justo al revés: no conozco ningún caso que haya vuelto sin que haya salido a la luz pública, a no ser que se haya escapado», abunda Bienvenida Campillo, madre de la familia de acogida de Koria Badbad. “Llevamos cinco años sin saber si Koria está viva o muerta. No nos han dejado ni verla ni llamarla por teléfono. Es como si se la hubiera tragado la tierra», explica.

“Llevamos cinco años sin saber si Koria está viva o muerta. Es como si se la hubiera tragado la tierra»

Tras permanecer diez años en España, Koria visitó a su familia en el Sáhara. Era diciembre de 2010 y estaba a punto de cumplir los 18 años. Con una salud muy delicada, que la mantuvo durante una década en España para someterse a operaciones y controles médicos, Koria desapareció. Cuenta Bienvenida que la familia hizo «un teatro espectacular para que no sospecháramos nada. Le compraron regalos para la vuelta, le preguntaban por la selectividad a la que se iba a presentar, pero el 5 de enero de 2011 la mandaron a la tienda y nunca más supimos de ella».

A los casos de Maloma y Koria se unen el de Nadjiba Mohamed Kacem y el de Darya Embarek Selma quien, según Ángeles Deniz, su madre de acogida, “lo que más echa de menos de España es la libertad”.

Tienen miedo las familias de acogida y tienen miedo las mujeres saharauis, a las que se doblega, muchas veces, «con maltrato físico y psicológico». Una psicóloga, especializada en este tipo de casos, asegura que «esto afecta más que la muerte de un ser querido. Cuando alguien muere, pasas un duelo y puedes seguir con tu vida, pero en estos casos se les arrebata a las familias la posibilidad de poder seguir viviendo con normalidad». La depresión, la soledad y las tentativas de suicidio son moneda común entre las mujeres saharauis a las que se priva de libertad.

Las autoridades saharauis ha mantenido una postura ambigua durante todo este tiempo. Fueron ellas las que supuestamente liberaron a Maloma el 21 de abril y la volvieron a entregar en menos de 24 horas a su familia biológica, claudicando así ante el poder de la tribu de Maloma, una de las más numerosas del campamento de Tinduf. Pepe lo describe “como el segundo peor día de mi vida. Aquel día estaba tan perdido que arañé el coche sin querer enfrente del bar”.

Con noticias confusas sobre su paradero, el gobierno español y el Frente Polisario ha mantenido reuniones con la propia familia, sin conseguir ningún resultado en más de dos semanas. Aunque el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, ha lanzado varios mensajes de tranquilidad a la familia, esta misma semana la confianza de la familia adoptiva hacia él saltó por los aires. Lo acusaban de «abandonar a su suerte a una mujer española secuestrada en territorio extranjero” y consideraban una “decepción” las “negociaciones ineficaces” para traer a Maloma de vuelta a casa.

Ismael se ha mostrado dispuesto a convertirse al islam para traer de vuelta a casa a Maloma

Ante la «inacción» del Gobierno, su pareja, Ismael Arregui, se ha mostrado dispuesto «a convertirse al islam para traerla de vuelta a casa». Arregui ha puesto así su propia conversión religiosa sobre la mesa de negociaciones. Abrazar el islam es la condición previa para poder casarse con una ciudadana según las leyes argelinas que también rigen en Tinduf.

La familia saharaui de Maloma había exigido que hubiera una pedida de mano «como debe ser» y tras varios días de reuniones lanzó un comunicado este lunes en el que subrayaba que la situación no se resolvería «a costa de nuestras tradiciones sociales, culturales y religiosas».

Cisma en el movimiento

Mientras tanto, la polémica por el caso Maloma ha abierto un cisma en el movimiento prosaharaui. Mientras unos acusan a la familia adoptiva de «incumplir» con los compromisos de acogida (contacto con la familia biológica y arraigo), otros prefieren permanecer en silencio para no dañar su compromiso con el Frente Polisario, que desde hace más de 40 años lucha por la independencia del pueblo saharaui.

«Era mayor de edad cuando decidió ser nuestra hija. Lo decidió tras diez años arreglando papeles»

Un certificado de la Delegación Saharaui de Andalucía, avalado por la Asociación de Amistad con el Pueblo Saharaui de Sevilla, autorizaba en el año 2005, cuando Maloma contaba con 12 años, su acogida por parte de José Morales y Carmen de Matos, que se convirtieron, cuando ella cumplió la mayoría de edad, en sus padres adoptivos.

Según Morales, «ella era mayor de edad cuando decidió ser nuestra hija. Lo decidió después de que lleváramos diez años arreglando papeles. Se nos está acusando de tenerla secuestrada o de no arreglar sus papeles».

Acusado por miembros del movimiento de acogida saharaui de no mantener el arraigo de Maloma mientras se encontraba bajo su tutela, Morales señala que no solo «se comunicaba con su familia casi todas las semanas», sino que la llevaba él mismo en coche a ver a primas suyas que se encontraban en Extremadura o Valencia. «Hemos hecho todo para que mantenga el contacto con sus raíces y su pueblo, pero cuando ha sido mayor, ha tomado su decisión (de ser adoptada) y eso es algo que no están respetando».

La asociación prosaharaui de Córdoba ha roto el silencio y critica el «silencio cómplice»

El clamor de este silencio se ha visto roto tanto por una asociación de jóvenes estudiantes de Zaragoza, como de la asociación prosaharaui de esta misma ciudad. Sin embargo, el paso adelante más duro ha sido el de la asociación de Córdoba (Acansa) que el miércoles pasado lanzó un comunicado en el que acusaba al movimiento de asociaciones prosaharauis de mantener un «silencio cómplice» al no manifestarse contra los casos de «retenciones de una ilegalidad manifiesta».

La organización critica «actos tan atroces como son las privaciones de libertad de jóvenes saharauis», señalando como caldo de cultivo la «cadena de errores que durante años se han consentido por el Frente Polisario, las familias biológicas y las familias de acogida», pero defendiendo en todo momento y por encima de todo el derecho a «decidir su lugar de residencia». Maloma es mayor de edad y se trata de «una clara violación de los Derechos Humanos», zanja el texto de Acansa.

La asociación cordobesa carga con dureza contra el Frente Polisario por tratar de contextualizar o rebajar la importancia de dichos derechos y libertades. «En ningún caso pueden ser catalogados como «temas familiares» o «casos puntuales». «Nos resultan inaceptables las declaraciones del delegado del Frente Polisario en Andalucía» Abidin Bucharaya, concluye.

Tanto el caso de Maloma, como el del resto de mujeres retenidas, son, a juicio de la asociación cordobesa, «actos criminales, al vulnerar la Declaración Universal de los Derechos Humanos». «El Frente Polisario debe asegurar que estas mujeres puedan ejercer su libertad de circulación del mismo modo que castigar con delitos penales a aquellas personas que ejercen el secuestro o retención», añaden.

La federación andaluza prosaharaui no ha difundido su propio manifiesto aprobado a favor de Maloma

Acansa hace autocrítica y señala a la propia federación andaluza (Fandas), presidida por Geli Ariza, por su «silencio cómplice» al no haber hecho público el manifiesto aprobado por unanimidad para apoyar la liberación de Maloma. La asociación teme el «débil posicionamiento del Polisario» y su incapacidad para enfrentarse al tribalismo de los campamentos.

El paso delante de Acansa ha puesto contra las cuerdas a la propia Confederación Española de Asociaciones Saharauis (CEAS), que, un día después, sacó su propio comunicado. Ha sido la primera vez en cinco meses que pedían la liberación de Maloma.

“Ante el dolor y el sufrimiento por el que están atravesando tanto Maaluma (Maloma), como su familia saharaui y las personas que la acogieron aquí siendo una niña, en primer lugar, queremos apoyar -sin ningún género de dudas ni matices- el derecho de Maaluma a viajar donde quiera, a optar por la vida que desee: en los campamentos de población refugiada -viviendo y compartiendo con su familia y su pueblo las terribles condiciones impuestas por la inacción de España y la Comunidad Internacional- o en España con el apoyo de la familia que la ha acogido durante tantos años y sus amistades más cercanas”, señalan.

Ban Ki-moon ha recordado el caso de tres jóvenes retenidas al dirigente saharaui Mohamed Abdelaziz

El asunto ha llegado al máximo nivel diplomático: en su informe anual sobre el Sáhara, difundido el 19 de abril pasado, el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, señala en su punto 82:  «Durante mi encuentro con [el dirigente saharaui Mohamed] Abdelaziz mencioné el caso de tres mujeres jóvenes aparentemente retenidos contra su voluntad por sus familias en los campamentos. Abdelaziz me prometió prestar especial atención a estos casos, recordándome que ya se habían iniciado los procesos apropiados».

Aunque en familia, es secuestro

Según Sarah Leah Whitson, portavoz de la organización Human Rights Watch, «retener a un adulto contra su voluntad equivale a privación ilegal de la libertad, independientemente de si los captores son familiares que sienten un profundo afecto por esa persona. El Polisario debería asegurar que estas mujeres puedan ejercer su libertad de circulación y que los actos pasados y futuros de privación ilegal de la libertad sean castigados».

Eric Goldstein, subdirector de Human Rights Watch en Oriente Medio y África del Norte, sostiene que «Maloma es una adulta y tiene el derecho absoluto a decidir dónde quiere estar, si quiere quedarse en el Sáhara o prefiere regresar a España. No importa su nacionalidad; el cometido del Polisario es garantizar ese derecho. Si el Polisario no lo puede garantizar, debería dejar de hablar de los derechos de las mujeres, que han de tener los mismos que los hombres. Está secuestrada por su familia».

Un vídeo de una secuestrada, grabada en presencia de sus captores, no es una prueba

No ha sido así cómo se la ha visto en los vídeos difundidos por redes sociales desde los campamentos de Tinduf. En el segundo de ellos, Maloma, en un vídeo oscuro y rodeada de familiares, aseguraba lo siguiente: «Vivo en Smara, con mi familia, con mi madre y con mis hermanos. Nadie me maltrata, nadie me tiene secuestrada. Estoy bien y no me hace falta nada más».

Su familia adoptiva y su pareja le han restado credibilidad a este tipo de acciones propagandísticas lanzadas a través de redes sociales. Y muchos han señalado que un vídeo de una secuestrada, grabada en presencia de sus captores, no es una prueba. La vía más sencilla para convencer a la familia española de que Maloma se quedaba voluntariamente, creen, sería entregar a la chica un teléfono móvil con saldo para llamar a España. Si realmente quiere quedarse.

Por ahora, Maloma sigue retenida contra su voluntad en algún rincón de ese mar de arena llamado el Sáhara.

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