Crítica

La soledad sonora persa

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 6 minutos

Yalal ud-Din Rumi
Rubayat
rumi-rubayat

Género: Poesía
Editorial: Alianza
Páginas: 206
ISBN: 978-84-2068-809-1
Precio: 11,20 €
Año: siglo XIII (2015 en esta edición)
Idioma original: farsi
Traducción:  Clara Janés y Ahmad Taherí
Título original: Rabaiat

 

¿Y qué pasa si no me gusta Juan de la Cruz? Es ese tipo de preguntas que no se pueden plantear, porque a los clásicos no se les cuestiona. No se puede, porque los juzgamos según nuestro gusto literario, y este gusto está formado por una literatura que no existiría sin los clásicos. Si Juan de la Cruz me parece aburrido, es porque desde el siglo XVII, toda la literatura está juandelacrucificada; no cabe imaginar poesía que no parta de la soledad sonora.

Lo mismo vale, con una vuelta de tuerca, para Yelaleddín Rumi: probablemente tampoco existiría el Cántico Espiritual, si no fuera por los versos del maestro persa. Aparentemente no tienen muy claro los entendidos si el de Ávila conocía la literatura sufí, pero sería extraño pensar que un bestseller de la época, como era la obra de Yelaleddin Rumi, no hubiera encontrado su camino hasta la otra punta del Mediterráneo. Como mínimo, a través del Maestro Eckhart, que tendría unos quince años cuando murió Rumi y del que sabemos que citaba en su escritos a maestros sufíes (sin nombrarlos).

El Amado al que se dirige el poeta es Dios y Dios es el Amado, como es habitual entre los enamorados

Por supuesto, Rumi tampoco era el primero: empezó a escribir poesía mística poco después de la muerte de Ibn Arabi, al que algunos tienen por el más grande. Pero tiene uno la impresión, al releer estos Rubayat, en nueva edición de Alianza, que el lenguaje de Rumi nos es más cercano que el del pensador murciano. Quizás por tratarse del farsi, un idioma indoeuropeo con cuya estructura estamos más familiarizados, quizás porque nos entra al oído mejor el cuarteto (eso significa el nombre ‘rubayat’) que los versos dobles de la métrica clásica árabe.

También es llamativo que Juan de la Cruz tuviera que camuflar las odas al Amado – elemento esencial de la poesía sufí – en un diálogo de Esposa y Esposo (o alma y Dios). Rumí no tenía necesidad: su biografía (recogida en el pequeño y muy recomendable ensayo que hace de prólogo a esta edición de las Rubayat) nos cuenta sin ambages que el teólogo y maestro se enamoró de un hombre, Shams de Tabriz. En Rumi, el Amado al que se dirige el poeta es Dios y Dios es el Amado, como es habitual entre los enamorados. Digo entre los sufíes.

¿Me gusta Rumi? Véase la respuesta arriba. ¿Quién soy yo para alabar o o criticiar el lirismo de sus versos? En estos casos, uno sólo puede dedicar su incontinencia crítica a la traducción ofrecida por la editorial. Firmada por Clara Janés y Ahmed Taherí, de los que ya leímos hace poco otro clásico persa, el Shahname.

Podemos leer las cuartetas casi como las leerían los alumnos de Rumi

Por supuesto, opinar sobre la calidad de la traducción será otra temeridad de mi parte, habida cuenta de que mis conocimientos del noble farsi se hallan sólo grados infinitesimales por encima de cero. Ni siquiera soy capaz de descifrar enteramente la bella caligrafía de esta edición bilingüe (el farsi tiene eso: en prensa parece árabe, por usar el mismo alfabeto, pero una vez que metan la cursiva ya no hay quien se aclare).

Janés y Taherí han optado, lo cual es muy de agradecer, por reproducir en gran medida el formato del rubay original, con formato de rima a a b a: riman todos los versos menos el tercero. Es decir que podemos leer las cuartetas casi como las leerían los alumnos de Rumi. Casi, porque los traductores han renunciado a llevar su esfuerzo hasta el final: muy a menudo se contentan con una rima asonante. Y no, la asonante no es rima, salvo en un romance español.

En otros muchos ejemplos, la traducción sigue al original en el juego de repetir al cabo de cada verso la misma palabra final, a guisa de insistencia poética y rima. Pero si nos fijamos en el texto persa veremos que la rima aquí va más allá: también busca la consonancia de la sílaba anterior a la palabra reiterada. Es decir, una cuarteta tipo

Oh tú, par al sol matutino, ven
Sin tu rostro, hoja y jardín palidecen, ven
Tierra y polvo es el mundo sin ti, ven
La fiesta gozosa es frío sin ti, ven

probablemente sonaría en la rima original más o menos así:

Oh tú, par al sol que amanece, ven
Sin tu rostro, la hoja y el jardín palidece, ven
Tierra y polvo es el mundo sin ti, ven
La fiesta gozosa sin ti de frío se estremece, ven

o eso creo, temerariamente (incluso diría que en este ejemplo concreto, también la tercera rima, pero ustedes entienden el modelo). Aunque desde luego no seré yo quien dirá en cuantos rubayat se podría reproducir un juego de sílabas equivalente en castellano, y si es posible, como dirían algunos, “sin alterar demasiado el sentido del original”.

Tengo por mí que en teoría abstracta es posible siempre, porque el poeta tuvo que luchar con la misma dificultad: no alterar demasiado el sentido del original, el que tenía en su cabeza, mientras buscaba palabras que encajasen en ritmo y rima. Y si el poeta pudo hacerlo, el traductor podrá.

Claro, para ello, el traductor tendrá que desplegar un ingenio, y sobre todo una disciplina de trabajo, tan grande como el poeta. Y quizás tardaría los mismos 16 años que tardó Rumi en componer el Divan de Shams de Tabriz del que están tomados los Rubayat. Y si bien la tenacidad es una virtud, no creo que haya editorial que la pague.

Hablando de pagos: celebré el otro día (por el Libro de los Reyes) la iniciativa de Alianza de poner a nuestro disposición esos grandes clásicos de la literatura mundial que nunca hemos leído, y lo reitero ahora. En un punto, sin embargo, esa noble colección se distingue bastante de la añorada Alianza Cien: su precio es dieciocho veces superior. Teniendo en cuenta que Rumi y Firdusi ya no cobran royalties, cabe concluir que la traducción, al final, no debe de estar tan mal pagada…

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