Opinión

Tristes urnas

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 7 minutos

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“Ayer se estrenó un remake de Casablanca. ¿Por qué?”

Dicen que ésta (o una frase similar) fue la crítica cinematográfica más breve y mejor razonada de la historia. Y hoy, cuando en el país de la Casablanca verdadera acuden a las urnas unos cuantos millones de ciudadanos para elegir el Parlamento de Marruecos, podemos hacer la misma pregunta: ¿por qué?

Los comicios serán libres y democráticos, a grandes rasgos. Compiten 27 partidos de los que una decena tiene posibilidades de enviar al menos a un diputado al hemiciclo. Habrá 4.000 observadores, un centenar son extranjeros. En la prensa se debate mucho y bien sobre los candidatos, sus programas, sus ideologías. También sobre los minoritarios. Se habla del peligro islamista, se pide derrocarlo en las urnas. La jornada será una perfecta escenificación de la democracia.

Lástima que no sirva de nada.

Si Marruecos se ha vuelto más islamista, no es por las leyes aprobadas en el Parlamento

El partido islamista PJD lleva toda una legislatura en el poder, pero si Marruecos se ha vuelto más islamista, no es por las leyes aprobadas en el Parlamento sino por la lenta difusión de la propaganda wahabí que llega por múltiples canales desde Arabia Saudí y ha ido arraigando en muchos barrios.
Si la policía se ha dejado llevar por esta oleada y arresta a chicas en minifalda agredidas o a gays apaleados, en lugar de ir tras los agresores, tampoco es culpa del PJD: el ministro de Interior es un político sin carné de partido, con largo historial de servicios al rey.

Ni tampoco parece que sea mérito del PJD si se abolió en 2014 la ley machista que permitía dejar impune una violación si la víctima aceptaba casarse con su agresor: se votó con unanimidad la moción presentada por la oposición.

Digo oposición, pero es falso. El PAM, el partido que registró la moción, fue fundado en 2007 por un exministro amigo personal del rey Mohamed VI, y por mucho que insista en su independencia del Palacio, es voz pública que encarna la herramienta de la monarquía para dirigir la vida política. Es decir que el PAM, si bien no participa en el Gobierno, representa al poder, no a la oposición. Y al PJD, consciente de que no debe sobrepasar los límites marcados por la monarquía, ya se les ha llamado “los islamistas de Su Majestad”. En la coalición que les ha permitido formar gobierno destaca el PPS, que en su origen era comunista y que durante años fue la formación más laica del país.

Pero ¿qué diferencia hay? El Istiqlal, el partido conservador y nacionalista, toda una institución histórica en Marruecos, que siempre se halla entre los cuatro más votados y casi siempre participa en la coalición gubernamental, ha fichado como candidatos (para Fes y Tánger) a dos políticos con un pasado salafista, aparentemente para adelantarse al PJD por la derecha.

El Istiqlal ha fichado como candidatos a dos políticos con un pasado salafista y carcelario

Uno es Abou Hafs, con antecedentes de cárcel por sus ideas, y el otro Hicham Temsamani que predicaba las bondades de cubrir a las mujeres con niqab desde la mezquita de Toledo, y en media Europa hasta ser detenido también (afirma haber cambiado de ideario). Hasta ayer mismo, ambos candidatos eran miembros del Partido del Renacimiento y la Virtud, una formación minúscula sin esperanza de escaños que en sus carteles electorales borra el rostro de las candidatas mujeres. Tal y como hace también en Egipto y Jordania la extrema derecha islamista, allí más ampliamente representada. O eso pensábamos.

Pero todo eso no importa.

No importa porque las elecciones marroquíes no sirven ni para otorgar el poder político a ningún partido, ni tampoco para reflejar la opinión política de la sociedad marroquí. El poder político siempre quedará en manos del rey y sus círculos cercanos: ningún partido votará una moción que no haya sido previamente bendecida por el Palacio, y ninguno se opondrá a una ley que haya recibido el respaldo del rey. La ideología de los diputados no tiene nada que ver.

Pero las elecciones tampoco sirven para mostrarnos qué piensa el pueblo de Marruecos. Ya en 2011 advertimos que la victoria electoral del PJD mostraba únicamente que entre el 5 y el 8 por ciento de la población adulta marroquí había votado por estas siglas. En otras palabras, el 92 por ciento de Marruecos no vota islamista. Ni vota al partido que gobierna (o hace como si gobernara).

La situación no será muy distinta esta vez: De los 20 millones de ciudadanos en edad de votar, 15,7 millones (un 80 por ciento) se han registrado como votantes. Si la abstención es similar a las experiencias anteriores (un 55% en 2011), habrá 7 millones de papeletas. De ellas, un 20% será nulo o en blanco, a juzgar por las experiencias anteriores. El resultado lo decidirán 5,6 millones de electores, y si el PJD –o cualquier otro partido– vuelve a triunfar con un glorioso 27%, será el partido de poco más de un millón de marroquíes. En 2007, por cierto, el Istiklal se impuso a todos sus rivales con un mero 10 por ciento de los votos válidos.

No hay ningún partido que defienda en voz alta una visión del país y de la sociedad

Un hemiciclo sin poder ni representación, pues. Pero esto no es lo peor. Porque aún así, podría servir para algo: para mostrar a los ciudadanos marroquíes que la democracia es una cosa deseable, en la que se debaten posturas, se confrontan idearios, se denuncian males, se pone en conocimiento del público lo que sucede. Y nada de esto ocurre.

Los diputados, una vez ocupados sus escaños, no vuelven a abrir la boca. No hay ningún partido que defienda en voz alta una visión del país y de la sociedad. Esta tarea, imprescindible en democracia, se les cede a los periodistas y a las activistas de derechos humanos, a los cineastas y a las actrices incluso.

Porque existe un debate social y político en Marruecos: profundo, radical, agudo, lanzado con arrojo y valentía por muchas ciudadanas, sí, mujeres en primer lugar. Resistiendo a denuncias, a acoso policial, al boicot económica, a campañas de denigración. Pero en el Parlamento, donde sería fácil agarrar un micrófono, escudado por la inmunidad parlamentaria – una diputada no se arriesga a la misma noche en comisaría que una activista – reina un espeso silencio.

En vano se busca en el hemiciclo a un Uri Avnery o un José Antonio Labordeta

Ésta es la tragedia de la democracia marroquí: en vano se busca entre los escaños a una voz discordante, un clamor, un Uri Avnery o un José Antonio Labordeta. Y este es el crimen de sus señorías: con su silencio durante cinco años le dan la razón a quienes creen que sólo Mohamed VI puede llevar Marruecos hacia un futuro mejor. “Desafortunadamente es el Palacio el que está en estos momentos dando los pasos”, dijo el escritor Mahi Binebine. La monarquía como única esperanza de los republicanos: triste espectáctulo.

Siempre queda la esperanza que quizás la próxima legislatura, quizás Nabila Mounir, la mujer que ahora encabeza la Federación de la Izquierda Democrática, quizás, quien sabe. Hay que votar, se repiten muchas ciudadanas, porque sólo hay una cosa más desgraciada que no tener democracia, y es ni siquiera usar la poca que se tiene.

Así que vayan a ver Casablanca. Aunque sea un remake.

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