Amantes fronterizos
Ilya U. Topper
Assia Djebar
Las noches de Estrasburgo
Género: Novela
Editorial: Alfaguara
Páginas: 262
ISBN: 978-84-2040-805-7
Precio: 19,90 €
Año: 1997 (2015 en España)
Idioma original: francés
Título original: Les nuits de Strasbourg
Traducción:Manuel Serrat Crespo
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¿Qué hace una argelina como Assia Djebar – o su protagonista, Thelja, nacida en Tébessa – en Estrasburgo, allí en el Rin donde Francia pierde su idioma?
La respuesta está en el Rin: es frontera. Assia Djebar (seudónima de la escritora argelina francófona Fatima-Zohra Imalayen, 1936-2015) ha elegido este escenario para hacer coincidir un cuarteto de personas, más bien de parejas, que tienen en común lazos a través de algo que los separa: una tierra, un idioma, una historia, una guerra pasada, siempre una guerra, siempre un pasado.
Esta línea se marca desde el primer capítulo que relata la evacuación de los habitantes de Estrasburgo ante la llegada de las tropas alemanas, a finales de 1939. Es una guerra silenciosa: el ejército germano entra en la ciudad alsaciana sin pegar un tiro, no queda nadie. Pero medio siglo más tarde – la novela se desarrolla a finales de los ochenta -, Estrasburgo será escenario de otros enfrentamientos, no por íntimos menos históricos.
Estos embates se juegan en la cama, sí, pero pueden acabar también en drama. Porque tenemos a los viejos enemigos alineados en posición, casi como si de soldaditos de plomo se tratara (aquí se le nota a Assia Djebar algo demasiado la intención de la trama): Thelja es argelina, nacida el último año de la guerra de la independencia, con su padre en el maquis, y su amante será francés, un señor mayor, viudo, del que poco sabremos, porque lo esencial es que es francés. Eve es argelina también, pero judía, sefardí y bereber, y en esa condición ha jurado no poner nunca los pies en Alemania. Por supuesto, su amante tendrá que llamarse Hans. En el caso de Irma no importa tanto la genealogía (algo rizada) de su amante porque el drama de ella es otro: no sabe si es una huérfana judía alemana salvada in extremis o simplemente hija de una francesa madre soltera. Y Jacqueline..
Tenemos a los viejos enemigos alineados en posición, casi como soldaditos de plomo
Jacqueline dirige una troupe de arrabal de actores aficionados, adolescentes de origen magrebí, argelino, que representan a Sófocles, cuando no escriben alguna pieza de burla en alsaciano, sí, este idioma alemán trufado de francés que es signo de identidad profunda de esta orilla del Rin. Otra frontera más, un lejano eco de aquellas primeras familias de argelinos que se instalaron aquí en los años cincuenta, cuando aún Argelia era francesa. Y quizás sea éste el único roce fronterizo capaz de estallar todavía en drama hoy.
Pero la novela no coloca el foco principal sobre el drama, el abismo psicológico que aún separa – o quizás vaya separando cada vez más – a “inmigrantes musulmanes de segunda generación” y “franceses de origen, aunque quizás sea el más importante, el que más pide a gritos que una novelista como Assia Djebar se ocupe de él. Lo deja en un segundo plano. El malo de la película, el que lleva el peso del desenlace, de tragedia de Sófocles, aparece como un diabolus ex machina, y si ustedes no han leído el libro de un tirón, sino en trayectos de tren diversos, tendrán que ir hojeando hacia atrás para recordar que efectivamente, este personaje no es la primera vez que aparece.
El malo de la película, el que lleva el peso del desenlace, aparece como un diabolus ex machina
Quizás haya demasiados personajes aquí. Quizás las tramas que intentan entrelazar cuatro bodas y un funeral son mucho más aptas para una comedia cariñosa que para un drama lírico. Porque lírica es un rato la novela. Sobre todo en esas nueve noches que interrumpen en cursiva el curso de los acontecimientos y narran el amor entre Thelja y su amante. Digo amor, pero si lo es, eso lo tendrá que decidir usted, lector. Assia Djebar narra el sexo. Con esa elegancia francesa que es capaz de describir el acto sexual sin usar palabras que la Academia tipifica como vulgares, y sin quedar como una remilgada. Aunque, eso sí, nueve noches de sexo pueden dejar rendido hasta al lector…
¿Y el final? No, no lo entiendo, sinceramente. Pero no lo voy a contar, porque usted, lector, quizás sí tenga ganas de leer la novela, de rastrear esos filamentos históricos que se van trenzando (¿por qué todos los escritores argelinos que he leído necesitan recurrir, en alguna parte de la novela o en su entereza, a la guerra de la independencia? Miento, hay una excepción: la gran Malika Mokeddem), de reflexionar sobre ese proceso de reconocerse en la cara, en la piel, en el sexo de quien creíamos que era el otro. De vernos reflejado en un amante transfronterizo.
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