Entrevista

Rosa Regàs

«Me da lo mismo defender a la clase trabajadora de Lérida que la de Moscú»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 17 minutos
Rosa Regàs | © NowBooks / Cedida
Rosa Regàs | © NowBooks / Cedida


Sevilla| Octubre 2016

Amigos para siempre (Now Books) es el título de la nueva entrega de las memorias de Rosa Regàs. En estas páginas la escritora barcelonesa evoca el momento en que entró en la universidad estando casada y con hijos, las dificultades que afrontó, sus nuevas amistades y el comienzo de su colaboración con Carlos Barral, puerta de entrada a aquel mundo que dio en llamarse Gauche Divine. La que fuera directora de la editorial La Gaya Ciencia y de la Biblioteca Nacional, entre otros empeños, pone a prueba su talento de novelista para narrar su propia juventud. En Sevilla atendió a MSur para desgranar algunos aspectos de este último libro.

Las memorias suelen anunciarse acompañadas del adjetivo “polémicas”, pero no es el caso de las suyas. ¿Quería evitar conflictos?

Son recuerdos, y como tales nadie me los puede discutir. El recuerdo a veces se debe apartar de la realidad, pero igual aparece alguien que recuerda las cosas de una forma distinta. Como en Rashomon, cinco personas presencian un crimen, pero cada uno ve una cosa distinta…

En todo caso, es llamativo que no haya ajustes de cuentas…

Porque no hemos llegado todavía, ya llegaremos [risas]. Ajustes de cuentas no, pero traiciones pequeñas sí se señalan. Tengo buenos recuerdos de esa época. Hay una crítica feroz contra Comas, el que dirigió toda la caída de Carlos Barral. Es el que peor parado sale.

Tampoco pasa desapercibido que haya más “amigos para siempre” que amigas. ¿Se llevó siempre mejor con ellos?

«El mundo del trabajo era un mundo de hombres. A Ana María Matute no le hacían ni caso»

No, bueno… Amigas, tengo ahí a Victoria Camps, siempre en plan de igualdad. A medida que se ha ido desarrollando como filósofa y ha escrito libros, me ha ayudado mucho. Pero sí, normalmente estaba todo lleno de hombres, qué le voy a hacer. Lo tenían más fácil. El mundo del trabajo era un mundo de hombres. A Ana María Matute, por ejemplo, no le hacían ni caso. Le cayó algún premio, pero los premios en literatura no han tenido nunca tendencia a la desigualdad. Al editor lo que le interesa es que el libro venda, le da igual que el autor sea hombre o mujer. Las dificultades en el mundo laboral de las mujeres no son las mismas que a la hora de publicar.

A propósito de esto, sorprende el relato de su lucha por entrar en la universidad, y ser comprendida al respecto. O los obstáculos que le ponían al pretender que en su documentación figurara como “estudiante” y no “sus labores”. ¿Dirá alguien que no hemos avanzado?

Sí, el funcionario me vio muy desesperada y me preguntó: ¿acaso no hace usted sus labores? Pues claro, le dije, pero no quiero que se me juzgue por eso. Al final sugirió, ¿y qué le parece si ponemos “prensa”? Ah, perfecto, respondí. En todo caso, creo que se ha avanzado más desde el punto de vista oficial que desde el punto de vista social. Creo que en este último caso se ha avanzado poco. Sobre todo, desde el punto de vista reivindicativo. Ahora las mujeres están más organizadas, pero la mayoría de ellas no se sienten implicadas en cuestiones de desigualdad. Han nacido viendo que los hombres son los que mandan, y no les preocupa demasiado.

¿Cuáles son, a su juicio, las asignaturas pendientes más urgentes o necesarias?

«En la universidad no había diferencias claras en el trato, chicos y chicas eran bastante iguales»

La desigualdad en el trabajo es brutal, pero también en derechos. Por ejemplo, las mujeres que van a denunciar un caso de acoso, de abusos, etc, a veces encuentran quien dé curso a la denuncia y entienda lo que dicen, pero otras encuentran unos tíos que, encima, aprovechan para troncharse, o como mínimo ponen dificultades. A muchos hombres les cuesta aceptar que otro hombre haya matado a una mujer. Cuando yo era pequeña, no estaba mal visto que un hombre pegara a su esposa. Y los curas decían: “Aguanta, hija, por el bien de la familia”, y la mujer se iba a su casa dispuesta a aguantar.

¿La universidad estaba más protegida ante estas cuestiones?

Sí, a pesar de que la universidad no era nada del otro mundo, no había diferencias claras en el trato a las mujeres. Algún profesor podía permitirse hacer alguna bromita sobre alguna chica, pero no de una manera ofensiva. Alguno habría, tal vez, pero eran excepciones. Chicos y chicas eran bastante iguales.

En la oficina, según cuenta, se le acercó el poeta Gabriel Ferrater sugiriéndole que follaran juntos sin conocerse. ¿Cómo respondió a esa situación?

Fuimos muy amigos, ¿eh? Lo que pasa es que era una broma que le gastaba a todo el mundo, por eso las chicas que tenía alrededor se reían. Sabían que era nueva y que me iba a sofocar.

Formó parte de la Gauche Divine, etiqueta que no se menciona en el libro.

Es a lo que a los medios les gustaba: las fiestas, que uno se emborrachara, que uno dejara a su mujer y se fuera con otra… Pero hay que ver las cosas como fueron, y entender que no era solo un grupo que se atrevió a ser un poco más valiente. Era un movimiento que estaba en toda la ciudad, y de alguna manera en todo el país, con más o menos intensidad. Porque en el fondo eran los coletazos que nos llegaban de California, el haz el amor y no la guerra, de entender la vida al margen de las violencias, después de Vietnam, sobre todo. Lo que pasaba es que el país estaba muy encerrado, así que lo interpretamos a nuestra manera, lo hicimos nuestro.

A día de hoy, ¿existe un legado cultural más allá de las fotos de las fiestas?

Estoy preparando un libro reivindicativo de la Gauche Divine, por qué surgió, qué fue, y por qué ahora hay tanta gente que se permite hacer chistes tontos como el que me hicieron el otro día, diciendo que lo único que sabíamos hacer era tomarnos gintonics. Claro que sabíamos, lo hacíamos muy bien, pero pensar que o tomas un gintonic o tienes que trabajar, es precisamente lo que queríamos borrar. Lo que queríamos demostrar era que una persona podía divertirse como le diera la gana y ser un buen profesional. Lo que nos caracterizaba es que estábamos profundamente interesados en nuestra profesión, y empezábamos a descubrir profesiones ajenas.

Por eso quería preguntarle. ¿Qué influencia ejercieron sobre ustedes, por ejemplo, los fotógrafos y los arquitectos?

«Éramos poco conocedores de la realidad política a la que aspirábamos,  y menos de la que vivíamos»

A mí me gustaba sentarme en la mesa de los arquitectos cuando llegaba al Bocaccio. Sobre todo estábamos muy interesados en saber lo que ocurría en el extranjero. Carlos Barral fue una ayuda tremenda, fundó los Premios Internacionales de Literatura y los premios Formentor, y eso fue una ventana que nos dejaba respirar. A él le costaba, porque todo el rato se lo estaban prohibiendo todo. Pero los arquitectos, por ejemplo, tenía muchos contactos con Milán, con Nueva York. Y la música: el fotógrafo Xavier Miserachs por ejemplo, estaba encargado de ir a Nueva York y comprar todos los discos que pudiera, la última y la mejor del momento. Llama la atención el poder que tenía la cultura, como cosa utilizable. Y éramos profundamente antifranquistas, aunque no estuvieras en ningún partido. Y como la mayoría del país, poco conocedores de la realidad política a la que aspirábamos, y menos de la que vivíamos.

¿Se podía intuir entonces que el nacionalismo acabaría teniendo tanto peso en el siglo XXI?

«Que hoy nos manden gentes afines al franquismo, cuando no nietos o biznietos, tampoco era imaginable»

No podíamos imaginarlo, porque existía a unos niveles muy escasos. Pero tampoco podíamos imaginar la mediocridad política que hemos alcanzado, ni que llegaríamos, al cabo de tantos años, a no haber cerrado las graves heridas de la guerra civil, que todavía no se hubiera renunciado a alabar el franquismo, y que no se pusiera en su lugar a aquellas personas que lucharon contra el golpe de Estado de Franco. O que en las escuelas no se dijera claramente que Franco fue un dictador. No se dice todavía, se habla del abuelito mayorcito que nos dejaba hacer lo que queríamos. Lo sé por mis nietos, que ni llegan a estudiar eso… Es inconcebible que en 2016 no hayamos hecho nuestra propia historia, como han hecho los alemanes, los polacos, los italianos… Que hoy nos manden gentes afines al franquismo, cuando no nietos o biznietos, tampoco era imaginable.

¿Cómo ha llegado el independentismo adonde está?

Ha tenido mucha suerte con el último gobierno, que ha estado al margen de todo y no se ha tomado la molestia de ir a hablar con los responsables para ver qué hacemos. Es como si dijeran: haced lo que queráis, que nosotros tenemos los tanques. Es difícil de entender que en democracia los problemas no se arreglen encarándolos.

Usted, que estuvo muy cerca de creadores que optaron por la lengua catalana, ¿sentía que era algo conflictivo?

En la época de Franco, sí. Escribir en catalán estaba prohibido, ya en los 60 se permitió publicar… Y luego hay anécdotas muy graciosas, como la de Pla, que como toda la burguesía se había pasado al franquismo, y estando en San Sebastián tomaba el aperitivo cuando entraron las fuerzas de Franco. Y como un policía le oyó hablar catalán, se acercó y le preguntó si no sabía hablar la lengua del Imperio. Y Pla respondió: “Sí, señor, ¿qué quiere que le diga?”.

¿Escribir en catalán era una elección política?

Sí, siempre se hacen esas cosas, pero era poco desafío, la verdad.

¿Cree que ellos lo vivían dramáticamente? Un día Castellet me dijo que sí, como algo muy grave, una pesadilla.

«El victimismo es siempre una forma de defensa, no solo en los nacionalismos»

Pero Castellet fue director de Edicions 62, y publicó mucho en catalán… El victimismo es siempre una forma de defensa, no solo en los nacionalismos. Es como la gente mayor que se queja tanto, no sirve para nada y encima te hace antipático. El victimismo agota y no se ve dónde está el problema realmente. Represión claro que la ha habido, pero más que eso, lo feroz es que el gobierno no se haya tomado la molestia de ver por qué en una región el 48 por ciento de la población no quiere ser español. Este problema no se arregla fumándose puros, sino hablando.

¿El referéndum habría resuelto algo?

Estoy convencida de que si hubiéramos votado hace tres años este problema se había acabado ya. Pero bueno, las cosas se encrespan… Desde el punto de vista de la política, es muy duro pensar que el gobierno central está tranquilo. ¿Cómo se puede gobernar un país así? Claro, como Rajoy no se mueve y le sale todo de coña… Parece que todos los demás partidos sean sus aliados.

Cuando habla del hundimiento de Seix, habla del papel del pujolismo en la debacle, pero no me queda claro su alcance…

Yo fui a ver al director de Banca Catalana y le hablé del asunto de Seix Barral. Me interesaba su opinión, pero Banca Catalana era de Jordi Pujol. Y quien montó todo esto en Seix Barral, el señor Comas, era el discípulo predilecto de Jordi Pujol en la fundación de los equipos de matrimonio de la Virgen de Montserrat que se había inventado Pujol. Es decir, había una amalgama de cosas allí dentro, y ya sabemos que Pujol desde siempre ha mandado en todas partes, mucho más de lo que puede parecer. Desde Sevilla quizá no se veía, pero quien no lo hiciera en Cataluña estaba ciego. Tenía poder en todos lados, si no no habría pasado tantos años cobrando comisiones y haciéndose rico.

Aparte de la defensa que hace de Barral, lo defiende como editor más allá del sambenito de que rechazó el manuscrito original de Cien años de soledad, ¿no?

Todos los grandes editores franceses rechazaron en su momento la obra de Proust. Barral no rechazó, se le escapó simplemente. Cuando una persona sobresale mucho, es muy inteligente, muy atractiva, muy ágil mentalmente, tiene capacidad de comprensión y de transmisión, y es tan excepcional como era Carlos Barral, surgen a su alrededor los enemigos, que son los que se dedican a manipular lo que ocurrió para demostrar que no era para tanto. Pero ya me gustaría que hoy hubiera muchas personas como él en el mundo de la edición.

Ese mundo ha cambiado completamente…

Claro, los editores tienen hoy otra manera de ver las cosas, otro criterio. Se junta demasiado el éxito comercial con la calidad. La crítica se basa en los ejemplares vendidos o las traducciones que se han hecho, siempre pasan por delante los éxitos comerciales. No es que lo critique, antes existían éxitos también, por supuesto, pero no se imponía en la cubierta del libro.

Ha tenido cerca a grandes editores: Barral, Jaime Salinas, Aguirre, Lara… ¿Qué tenían en común unas personas tan distintas?

«La política de Carlos Barral era unir a los españoles de una y otra orilla»

Quienes viven en una misma época, si no son mediocres, acaban teniendo su propia personalidad pero todos tienen un sustrato común. Por ejemplo, aquella era una época de políticas editoriales. Ahora una editorial que tenga una política clara, bueno, habrá otras, yo conozco a Acantilado. La política de Carlos [Barral] era unir a los españoles de una y otra orilla. Janés también tenía la suya, que la gente pudiera leer cosas que la guerra mundial había esparcido, porque los derechos no se podían encontrar. Pero defendían la política editorial. Desde el punto de vista de su política editorial, eran absolutamente distintos. En este momento no es así, es necesario que haya un libro que se venda, y que se venda mucho.

Que tire del catálogo y lo sanee…

Así es. La población ha crecido, pero los editores no han aumentado.

Las últimas estadísticas son terribles al respecto.

Y sin embargo, es uno de los países que más títulos publica de toda Europa. ¿Por qué, si la mitad de la gente dice que no le gusta leer? Tampoco es que en los programas escolares la lectura se contemple como, por ejemplo, en el Liceo Francés. Me hace mucha gracia lo que los chicos del Liceo leen desde los ocho o nueve años, en varios idiomas incluso. ¿Nosotros por qué no?

Usted tuvo infancia francesa. ¿Qué le debe a esa formación?

«Si los planes de estudio no han funcionado, es en parte porque no se ha consultado a los maestros»

Sí, viví en Francia y tuve más suerte aún, estuve en l’Ecole Freinet, uno de los grandes pedagogos europeos. Era una educación en la libertad y en el conocimiento de los medios de comunicación. Teníamos una pequeña imprenta, en la que escribíamos y pasábamos a los demás lo que hacíamos. Una parte de la manera que yo soy se la debo a lo que aprendí allí. Yo no soy, por ejemplo, una persona pudorosa, vergonzosa, y creo que esto me viene de la libertad con que nos movíamos allí… Pero bueno, si los planes de estudio que hemos tenido hasta ahora no han funcionado, entre otras cosas es porque no se ha consultado a los maestros. Y si lo han hecho, era a los fieles al ministro de turno. Tenían que haber colaborado más, no lo pueden hacer los políticos solamente. Los niños cada vez abandonan antes la escuela, y si encima viven en una familia que no lee…

Quería preguntarle por su paso por la ONU como traductora, que la relaciona con Eduardo Mendoza, por cierto.

¡Ah, todavía no he llegado a eso en mis memorias! Pero Eduardo estaba fijo, yo no, era temporera. Te ponían en una lista, y te avisaban cuando había una conferencia en tal sitio, los días que necesitabas. Tú mirabas tu propia lista, y veías si querías ir o no.

¿Qué más queda en las próximas entregas?

Pues queda La Gaya Ciencia, la entrada en la escritura, mi estancia de diez años en Madrid, la Casa de América, la dirección de la Biblioteca Nacional, mi regreso a Barcelona…

Esas sí van a ser más polémicas, ¿me equivoco?

«No entiendo la apatía brutal de la población ¿qué hay que recortarle para que salgan a la calle?»

Sí, las de los años madrileños y las de la editorial. Hasta ahora, lo que cuento es cuando yo dependía de la gente de la que hablo. Ahora me toca contar el momento en que empiezo a tomar decisiones por mí misma, decisiones que no siempre han sido bien acogidas por mis enemigos. Los enemigos siempre acaban creciendo, pero no te enteras hasta que tomas una decisión que les molesta. Pero vamos, yo soy luchadora, pero soy incapaz de luchar contra un enemigo. En cuanto sale uno y me echa un dardo, no me interesa.

Hábleme, para terminar, de su “patriotismo de Cadaqués”. ¿En qué se funda?

Soy muy poco patriota, es solo un lugar donde me siento en casa. Me da lo mismo defender a la clase trabajadora de Lérida que la de Moscú, me da igual. No siento más obligación ni más feliz de haber nacido aquí, al revés. A veces me hubiera gustado nacer en otro lugar, porque a este país lo entiendo a veces muy poco. No entiendo la apatía brutal de la población, me pregunto qué más hay que hacerle, qué hay que recortarle para que salgan a la calle. O esas monarquías que hemos tenido toda la vida, el ‘Vivan las cadenas’. No hemos cambiado tanto desde eso…

 

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