Opinión

Quizás venga el Mesías

Uri Avnery
Uri Avnery
· 7 minutos

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Si alguien me hubiese dicho hace 50 años que los gobernantes de Israel, Jordania y Egipto se habían reunido en secreto para hacer la paz, habría pensado que estaba soñando.

Si me hubiesen dicho que los líderes de Egipto y Jordania le habían ofrecido a Israel la paz absoluta a cambio de marcharse de los territorios ocupados, con algunos intercambios de territorio y un regreso simbólico de refugiados, habría pensado que el Mesías había venido. Habría empezado a creer en Dios o en Alá o quienquiera que esté ahí arriba.

Sin embargo, hace unas semanas, se divulgó que los gobernantes de Egipto y Jordania se habían reunido de hecho en secreto el año pasado con el primer ministro de Israel en Aqaba, esa agradable ciudad costera donde los tres Estados se tocan. Los dos líderes árabes, representando de facto todo el mundo árabe, hicieron esta oferta. Benyamin Netanyahu no respondió nada y se fue a casa.

Lo mismo hizo el Mesías.

Donald Trump, el comediante en jefe de los Estados Unidos, hace algún tiempo respondió a la pregunta sobre la solución del conflicto palestino-israelí. Dos Estados, un Estado, lo que sea que los dos bandos acuerden, respondió.

“Uri, ¿qué tipo de comerciante eres? Se empieza demandando lo máximo y ofreciendo lo mínimo»

Podría también haber respondido: “Dos Estados, un Estado, tres Estados, cuatro Estados, ¡elijan!” Y de hecho, si vives en “La-la-land”, no hay límites al número de Estados. Diez Estados están igual de bien que un Estado. Cuantos más, mejor.

Quizás se necesitaba a un ingenuo total como Trump para ilustrar cuántas tonterías se pueden decir sobre esa elección.

Al quinto día de la Guerra de los Seis Días, publiqué una carta abierta al primer ministro, Levy Eshkol, instándole a ofrecer a Palestina la oportunidad de establecer un Estado suyo propio en Cisjordania y la franja de Gaza, con Jerusalén Este como su capital.

Inmediatamente después de la guerra, Eshkol me invitó a conversar en privado. Escuchó pacientemente mientras yo le explicaba la idea. Al final dijo, con una sonrisa benévola: “Uri, ¿qué tipo de comerciante eres tú? Un buen comerciante empieza demandando lo máximo y ofreciendo lo mínimo. Después uno regatea y al final se llega a un mutuo acuerdo en algún punto intermedio”.

“Cierto”, respondí, “si uno quiere vender un coche usado. ¡Pero aquí queremos cambiar la historia!”

El hecho es que por aquel entonces, nadie creía que se le permitiría a Israel mantener los territorios. Se dice que los generales siempre libran la última guerra. Lo mismo ocurre con los estadistas. Al día siguiente de la guerra de los Seis Días, los líderes israelíes rememoraron el día después de la guerra de 1956, cuando el presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower y el presidente soviético Nikolai Bulganin obligaron de forma humillante a David Ben Gurion a devolver todo el territorio ocupado.

«¡El arte es dar un buen discurso sobre cosas en las que no crees!”

Por lo tanto, parecía que sólo había una opción: devolverle los territorios al rey Husein de Jordania, como la gran mayoría abogaba, o dárselos al pueblo palestino, como mis amigos y yo, una pequeña minoría, sugerimos.

Recuerdo otra conversación. El Ministro de Comercio e Industria, Haim Zadok, un abogado muy inteligente, pronunció un discurso incendiario en la Knesset. Cuando salió del pleno, le amonesté: “¡Pero no crees ni una sola palabra de lo que has dicho!” A lo que él respondió, con una risa: “Cualquiera puede dar un buen discurso sobre cosas en las que cree. ¡El arte es dar un buen discurso sobre cosas en las que no crees!”

Luego añadió seriamente: “Si nos obligan a devolver todos los territorios, devolveremos todos los territorios. Si nos obligan a devolver parte de los territorios, devolveremos parte de los territorios. Si no nos obligan a devolver nada, nos quedaremos con todo”.

Lo increíble sucedió. Al presidente Lyndon Johnson y al mundo entero les importaba un bledo. Nos quedamos con el botín entero, hasta el día de hoy.

No puedo resistir la tentación de repetir un viejo chiste.

Justo después de la fundación del Estado de Israel, Dios se le apareció a David Ben Gurion y le dijo: “Tú le has hecho bien a mi pueblo. Pide un deseo y te lo concederé”.

“Deseo que Israel sea un Estado judío y democrático y que abarque todo el país entre el Mediterráneo y el río Jordán”, le respondió Ben Gurion.

“¡Eso es mucho incluso para mí!” exclamó Dios. “Pero te concederé dos de los tres deseos”. Desde entonces, podemos elegir entre un Israel judío y democrático en una parte del país, un Estado democrático en todo el país que no será judío o un Estado judío en todo el país que no será democrático.

Los anexionistas creen tener un as en la manga: anexionar Cisjordania pero no la Franja de Gaza

Esta es la elección a la que aún nos enfrentamos, después de todo este tiempo.

El Estado judío en todo el país significa el apartheid. Israel siempre ha mantenido relaciones cordiales con el segregacionista Estado afrikáner en Sudáfrica, hasta que colapsó. Crear ese tipo de Estado aquí es una auténtica locura.

Los anexionistas creen tener un as en la manga: anexionar Cisjordania pero no la Franja de Gaza. Esto crearía un Estado con sólo una minoría palestina del 40%. En un país así irrumpiría una intifada perpetua.
Pero en realidad, incluso esto es un sueño imposible. Gaza no puede separarse para siempre de Palestina. Ha sido parte del país desde tiempos inmemoriales. Debería ser anexionada también. Esto crearía un Estado con una ligera mayoría árabe, una mayoría privada de derechos nacionales y civiles. Esta mayoría crecería rápidamente.

Dicha situación sería insostenible a largo plazo. Israel se vería obligado a darle el voto a los árabes.
Los idealistas utópicos darían la bienvenida a esa solución. ¡Qué maravilloso! ¡La solución de un sólo Estado! Democracia, igualdad, el fin del nacionalismo. Cuando era muy joven, también esperaba esta solución. La vida me ha curado. Cualquiera que realmente viva en el país sabe que esto es totalmente imposible. Las dos naciones lucharían entre sí. Al menos durante uno o dos siglos.

Nunca he visto un plan detallado sobre cómo funcionaría tal Estado. Excepto una vez: Vladimir Jabotinsky, el brillante líder de la extrema derecha sionista, escribió dicho plan para los aliados en 1940. Si el presidente del Estado fuera judío, decretó, el primer ministro sería árabe. Y así. Jabotinsky murió unos meses después junto con su plan.

Los sionistas vinieron aquí a vivir en un Estado judío. Ese era su principal motivo. Ni siquiera pueden imaginar una existencia como otra minoría judía. En tal situación, emigrarían lentamente, como hicieron los afrikáners. De hecho, tal emigración a los Estados Unidos y Alemania ya está pasando desapercibidamente. El sionismo siempre ha sido una calle de sentido único, hacia Palestina. Tras esta “solución”, iría en el sentido contrario.

La verdad es que no hay opción en absoluto.

La única solución real es el muy criticado “dos Estados para dos pueblos”, el que se ha declarado muerto en muchas ocasiones. Es esa solución o la destrucción de ambos pueblos.

Entonces, ¿cómo afrontan los israelíes esta realidad? La afrontan a la manera israelí: no afrontando la realidad. Siguen viviendo, día a día, esperando que el problema simplemente se vaya.
Quizás el Mesías vendrá, después de todo.

 

© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 11 Mar 2017 | Traducción del inglés: Miriam Reinoso Sánchez

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