Opinión

Terremoto en la izquierda

Alberto Arricruz
Alberto Arricruz
· 15 minutos

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Las más recientes encuestas lo confirman: el candidato del partido socialista, Benoît Hamon, se hunde. Puede estar debajo de 10% en la elección presidencial, el próximo 23 de abril.

Es necesario detenerse un momento ante tal panorama. Por primera vez desde que naciera el nuevo partido socialista francés en 1972, liderado por François Mitterrand, el candidato de este partido no tiene opciones de ganar la elección presidencial en Francia.

Estos últimos 45 años, el presidente de la República francesa ha sido un socialista durante 19 años – 14 para Mitterrand y cinco para Hollande. Además, en la presidencia del líder de derecha Jacques Chirac, el gobierno ha sido dirigido por un socialista, Lionel Jospin, durante cinco años.

El próximo domingo 23 de abril, el resultado electoral confirmará lo que se está experimentando en toda Europa. El derrumbe de la socialdemocracia, más o menos rápido pero inexorable ‒ resistiendo algo en Portugal, perdiendo su papel central y haciendo muleta del gobierno de derechas en España o Alemania, prácticamente borrado del mapa en Grecia o Países Bajos…

La marginalización del partido socialista es espectacular, en 2012 ganó con mayoría absoluta

¿Qué diablos ha pasado? En los países occidentales (incluyendo Estados Unidos) la conversión ultra-liberal de los partidos socialdemócratas en la década 80 les impide gobernar cuidando los intereses populares. Al estallar la gran recesión con la crisis de las subprimes de 2008, estos partidos han implementado políticas de recorte en gastos sociales, desmontando los estados del bienestar que fueron creados y/o promovidos por la socialdemocracia gobernante. El impacto de los recortes es dramático para las categorías populares, y se une con la visibilidad de la corrupción.

En Francia, la marginalización del partido socialista es espectacular, al ser el partido que en 2012 ganó la elección presidencial y las generales con mayoría absoluta.

Hollande ganó prometiendo oponerse a “su adversario la finanza” (los mercados financieros) y al tratado europeo promovido por Merkel, anunciando una presidencia ética y “normal”. Tan solo instalado en el palacio presidencial del Eliseo, aceptó sin pestañear el tratado europeo, e impulsó recortes sociales tan duros sino más que los de su antecesor, el derechista Sarkozy. En lo que a ético se refiere, defendió hasta más no poder su ministro de Hacienda, acusado de fraude fiscal y finalmente condenado en 2016 a tres años de cárcel.

Los socialistas franceses llevaron la oposición derecha/izquierda a lo social: aborto, homosexuales…

Los socialistas franceses, como en España, han intentado llevar la oposición derecha/izquierda al campo de lo social: matrimonio homosexual, aborto, derechos de las personas LGBTI… Viendo su identidad con la derecha en políticas económicas y sociales, Hollande ha impulsado reformas sociales buscando con ellas un pulso con la derecha que le permitiera diferenciarse. Esa estrategia, de agudizar enfrentamientos en vez de construir consenso en donde fuera posible, ha conseguido sacar a la calle, en inmensas movilizaciones oponiéndose al matrimonio homosexual, a la parte más reaccionaria de la burguesía y del pueblo de derechas, y darle un protagonismo nuevo al clérigo católico conservador. Ha contribuido en ahondar lo que el politólogo Laurent Bouvet llama “la inseguridad cultural” en el pueblo francés.

En Francia, la legalización del aborto fue promovida en 1975 por la ministra de derecha Simone Veil del gobierno Chirac, siendo presidente Giscard d’Estaing. Ahora está en tela de juicio incluso esa libertad del aborto, hasta ahora muy consensuada y protegida. Bonito resultado de esa estrategia socialista, de instrumentalización “politicona” de las reivindicaciones de género.

De la hegemonía a la irrelevancia

Con todo, Hollande ha renunciado a presentarse una segunda vez para defender su mandato, al contrario de todos los presidentes de la República desde 1958.

Con esa renuncia, ha dejado el camino abierto a su ambicioso primer ministro, Manuel Valls, que se estrellaría en la primaria socialista de enero pasado. Los votantes (menos de la mitad que en 2012) eligieron al representante del ala izquierda, Benoît Hamon.

Hamon ha sido ministro de Hollande hasta el verano 2014, cuando Valls lo expulsó del gobierno con otros ministros que criticaban las orientaciones del nuevo titular de la cartera de economía: Emmanuel Macron. Este grupo crítico, conocido como los frondeurs (honderos) contaba con un apoyo importante en el grupo parlamentario socialista, pero no lo utilizaría más allá de algunos discursos de protesta.

Benoit Hamon carga con la impopularidad de Hollande, que lo hunde al fondo del mar

El gobierno tiene la capacidad (artículo 49.3 de la Constitución) de hacer aprobar una ley sin voto, lo que Valls ha utilizado con la ‘ley Macron’ y después con la reforma laboral, dejándole a la minoría disidente la única alternativa de promover una moción de censura que tumbara al gobierno. Pero Hamon y sus seguidores no se atrevieron.

Tampoco Hamon se ha atrevido, después y a pesar de haber ganado con holgura la primaria, a denunciar la política de su antecesor socialista. Ha aceptado someter su campaña al aparato del partido socialista y se empeña en defender lo bien que lo han hecho Hollande y el PS estos años. Entonces carga con la impopularidad de Hollande, que lo hunde al fondo del mar como si de un peso de plomo atado a su pie se tratara.

Eso no ha impedido que buena parte del aparato y de los barones socialistas (en Francia se les llama “elefantes”) apoyen, públicamente o discretamente, al candidato centrista Emmanuel Macron. Hamon ha dejado que la dirección del partido socialista no excluya ni suspenda ninguno de los que se han ido a Macron, sea el alcalde de Lyon, el antiguo alcalde de París, el ministro de defensa (que sigue en funciones), un amplio número de diputados en busca de guardar su sillón como sea en las generales de junio próximo, y hasta el mismísimo Manuel Valls.

Hamon no quiere o no puede llevar su postura de izquierda hasta su inevitable consecuencia: oponerse de verdad a las políticas del gobierno socialista. Desde el primer día, no hace campaña para ganar: pretende salvar lo que queda del aparato del partido socialista, con la única ambición de tener algún papel en la recomposición del panorama político.

Que nadie se crea lo de la “unidad de la izquierda” pedida por los restos raquíticos del casi difunto partido comunista francés. Esta encantación de sus dirigentes – contraria al voto de los afiliados comunistas que se pronunciaron a favor de Mélenchon – solo sirve para lastrar la campaña de Mélenchon e intentar salvar lo que queda de la alianza PS-PCF: su aparato de diputados, alcaldes y cargos comunistas que van desapareciendo y cada día se parecen más a esos zombis de The Walking Dead.

De Gaulle y el momento populista

La elección presidencial del 2017 no dejará de inscribirse en el mar de fondo que ha recorrido ya a Grecia, Portugal, España, Reino Unido, Estados Unidos, Italia, Austria, Países Bajos… Son tiempos de grandes cambios, de ese “momento populista” según dice Chantal Mouffe – que estuvo al lado de Mélenchon en su gran mitin del 18 de marzo pasado en París.

De Gaulle fue un virtuoso al manejar la apuesta populista, proclamándose por encima de los partidos

El histórico dirigente político francés Charles De Gaulle fue un virtuoso al manejar la apuesta populista, proclamándose por encima de los partidos políticos y, más allá de las asignaciones a derecha o izquierda, dirigiéndose directamente al pueblo: “construyendo pueblo” desde las pasiones y el deseo de unidad en la crisis histórica.

De Gaulle no unió al pueblo en torno a un programa, lo hizo en torno a afectos: “Una cierta idea de Francia”, “Les he entendido”. Presidió Francia liberada de los nazis de 1944 a 1946, con la abrumadora legitimidad de haber sido la voz del orgullo nacional en el exilio, utilizando como nadie la radio inglesa para su propaganda – como hoy Obama, Podemos, Sanders o Mélenchon lo hacen con las redes sociales –.

Después, entendió que no volvería al poder en el sistema parlamentario que entonces prevalía: su movimiento obtuvo 38% de votos en 1947, pero se quedó aislado en el juego de alianzas de partidos. En 1958, se hace de nuevo con el poder a favor del desmoronamiento del gobierno socialista enredado en la guerra de Argelia. Instala la quinta República, hecha a su mano con la figura casi monárquica del presidente de la República, que concentra todo el poder ejecutivo.

Con la elección directa de tal monarca republicano a partir de 1965, se puede llegar al poder casi sin alianzas o acuerdos entre partidos, incluso siendo minoritario en votos. Se ha visto así Jacques Chirac conseguir menos de 20% de votos en la primera vuelta de la elección del 2002, cifra que resultó suficiente para calificarlo a la segunda vuelta y conseguir una holgadísima victoria con 82% frente a Le Pen padre.

Mélenchon, en la buena racha

Jean-Luc Mélenchon, nacido en 1951 en Tánger, es candidato por segunda vez a la elección presidencial. Con un abuelo andaluz – del que hereda su apellido – y otro valenciano, Mélenchon habla perfectamente español. En 2012, en nombre del Frente de Izquierda, consiguió un poco más de 11% de los votos, mejor resultado de la izquierda no socialista desde 1988. Pero sus expectativas fueron lastradas por el voto útil, es decir la decisión final de muchos electores afines de votar al socialista Hollande por ser el que más opciones tenía de ganar a Sarkozy.

Después de militar en su juventud en una organización trotskista, Mélenchon ha sido durante 27 años un alto dirigente del partido socialista, situándose siempre en el ala izquierda. En 1992, se pronunció a favor del Tratado de Maastricht, en el referéndum convocado por el presidente Mitterrand – ganó el “Sí” por estrecho margen. Ha sido ministro en el gobierno del socialista Lionel Jospin, de 2000 a 2002.

Mélenchon lanza un movimiento inspirado en la experiencia de Podemos y de la campaña Sanders

Mélenchon le tenía cariño a Mitterrand y amistad a Jospin, pero nunca ha soportado a Hollande – primer secretario del PS durante diez años. En 2005, hizo campaña en contra del tratado constitucional europeo, en el referéndum decidido por Chirac: el tratado fue rechazado por una fuerte mayoría – luego Sarkozy, elegido presidente en 2007, aprobaría el tratado de Lisbao sin referéndum y con el apoyo del PS.

Mélenchon, ya con gran notoriedad desde su militancia en contra del tratado europeo, se dio de baja del PS en 2009 y fundó su propio partido, el Parti de Gauche (Partido de Izquierda), creando con el partido comunista y otras organizaciones menores el Front de Gauche, Frente de Izquierda inspirado en Izquierda Unida.

En 2015, se da de baja de la presidencia de su partido – sin dejar de dirigirlo de verdad – y tira por la borda al Frente de izquierda. Lanza un movimiento abierto inspirado en las experiencias de Podemos y de la campaña Sanders: La France Insoumise (Francia Insumisa).

Para Mélenchon, es el momento. Admirador declarado de De Gaulle, tomando la lección de Mitterrand, ha construido su candidatura como el encuentro de un hombre solo y libre con el pueblo de Francia, enmarcándose exactamente en el guion gaullista. Deshaciéndose del Frente de Izquierda, se ha librado del decadente partido comunista que, ya prácticamente en la UCI, quería dictarle condiciones, y así ha ganado fuerza y credibilidad ante la gente.

La caída en picado del partido socialista le abre hoy una posibilidad inédita: millones de franceses miran hacia su campaña, muy a pesar de los medios en manos de los poderes que quieren imponer a Macron, el Albert Rivera francés.

Mélenchon lleva meses presentando su programa de ruptura con las políticas de recorte de la UE, de desarrollo social y ecológico, de cambios democráticos, pero también de independencia nacional, recogiendo elementos de las corrientes francesas socialdemócrata, comunista, ecologista, pero también gaullista. Tiene un gran éxito en las redes, con millones de seguidores en Facebook, Twitter y YouTube, y su programa “L’avenir en commun” ha estado en cabeza de las ventas de libros en las últimas semanas de 2016.

Una foto Polaroid: en 1969, el candidato comunista obtuvo un 21,2% de votos y el socialista, un 5%

Mélenchon, con mítines multitudinarios, muy conseguidos, y su talento oratorio en los debates televisados, se ha impuesto como candidato serio y reconocido por los franceses, sedientos de cambio.

Que consiga situarse a 20% de intención de voto en las encuestas, mientras el candidato socialista caería por debajo de 10%, devuelve el campo de la izquierda a como se presentaba antes de la creación del nuevo partido socialista en 1972. Tenemos ante los ojos una foto Polaroid con esos colores que se desvanecen: en la elección presidencial de 1969, el candidato comunista obtuvo 21,2% de votos mientras el socialista quedó en 5%. Tan sólo le faltó un 2% entonces al comunista Jacques Duclos para competir en la segunda vuelta.

La lotería de la primera vuelta

La pésima calidad de los demás candidatos en esa campaña cobra una gran importancia en tal incertidumbre electoral. Hamon y Fillon, vencedores de las primarias socialista y de derecha respectivamente, aparecen muy endebles en la campaña. Las primarias, concebidas para traer aire nuevo a los viejos partidos y darles a los candidatos legitimidad democrática, no seleccionan los candidatos más capaces, al contrario.

Macron, candidato de la trama y mimado hasta la vergüenza por los medios, ha entrado en la última fase de campaña debiendo enfrentarse a sus adversarios en debates televisados y con los medios obligados a respetar igualdad de tiempo entre todos. Y ocurre lo que temían sus promotores: aparece endeble también, contradiciéndose para complacer a todos los públicos y defensor de la política de recortes de siempre. Se va desinflando y, a falta de unos días para la elección, los poderes que lo arropan empiezan a inquietarse.

Macron se va desinflando y los poderes que lo arropan empiezan a inquietarse

Las encuestas, a pesar de ser orientadas para favorecer a Macron y minusvalorar a Mélenchon, están dejando los cuatro primeros candidatos en el margen de error, alrededor del 20%.

Ya hemos visto eso en 2002 con los tres principales candidatos: entre Chirac, Jospin y Le Pen padre, la calificación de los dos mejores para la segunda vuelta se ha decidido en los últimos días. Chirac obtuvo 19,88%, pésimo resultado con siete años de presidencia; el socialista Jospin, jefe del gobierno, se quedó en 16,18% cuando las encuestas le daban 20, y Le Pen padre consiguió 16,86%.

Así que mucho cuidado con los acontecimientos nacionales e internacionales en estos días. Hemos visto como en España el Brexit, tres días antes del 26-J, cuando los candidatos no pueden medir las consecuencias y adaptarse, ha sido determinante en el voto. Ya vimos como el atentado de Atocha cambió el rumbo de las generales en 2003.

Los últimos acontecimientos – atentados en Francia, Londres, Estocolmo, enfrentamiento ruso-americano en la guerra siria – pueden tener un peso tremendo en la elección.

El candidato socialista Hamon dice que en caso de no estar en la segunda vuelta votaría a Mélenchon

Mélenchon se juega la posibilidad de ganarse una imagen de hombre de Estado: propone sacar Francia de la OTAN y mantener la fuerza de disuasión nuclear, recuperando la doctrina de De Gaulle – quien sacó Francia del mando unificado de la OTAN y cerró las bases americanas en 1965.  Sarkozy ha reintegrado Francia bajo mando de la OTAN en 2008, y Hollande ha mantenido ese nuevo encaje atlantista. También Le Pen propone volver a la doctrina gaullista; Fillon critica el atlantismo y quiere rebajar la tensión con Rusia, pero acató en 2008 la reintegración en la OTAN, como jefe del gobierno entonces. El discurso atlantista de Hamon y Macron no encaja con el sentir mayoritario. Todos se juegan mucho en estos días.

Queda también por ver cómo se van a comportar los medios, igual de capaces que los medios españoles de desencadenar, en los últimos días, alguna campaña de difamación para lastrar el voto Mélenchon.

En una entrevista reciente, el candidato socialista Hamon ha sorprendido contestando que, en caso de no estar en la segunda vuelta, votaría a Mélenchon. Ese acto de rebeldía frente al aparato del PS rompe con la pretensión de Hollande y de ese aparato, que espera unirse a Macron después de la derrota cantada de Hamon. Con esa declaración espectacular, casi una renuncia, Hamon puede apuntalar la remontada de Mélenchon.

La clasificación dependerá de la abstención. En 2002 votaron solo el 71,6% del electorado, cifra bajísima en una elección presidencial. En 2012, votaron en la primera vuelta 79,5% del electorado. Esa diferencia representa este año cuatro millones de votantes.

Ojo al 23-A: el terremoto puede ser descomunal.

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© Alberto Arricruz | Primero publicado en Disparamag  · 17 Abr 2017

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