Crítica

La revolución que devoró todo

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 7 minutos

Javier Espinosa, Mónica G. Prieto
Siria, el país de las almas rotas
espinosa-prieto-siria

Género: Ensayo
Editorial: Debate
Páginas: 464 pág.
ISBN: 978-84-9992-596-7
Precio: 21,90
Año: 2016
Idioma original: castellano

Este es un libro que rompe el alma.

No, no (aunque también) por las imágenes de barrios bombardeados, calles barridas por francotiradores, ancianos muertos, niños despedazados. Digo imágenes aunque la única foto del libro es la de la portada: a un periodista bueno no le hace falta una foto para crear una imagen, para hacer que el lector vea lo que está pasando. Javier Espinosa y Mónica G. Prieto son buenos periodistas. Muy buenos. No solo saben informar: también saben describir.

Describen. Los barrios de Homs bajo los obuses de la aviación. Los disparos a lo largo de las calles de Alepo por las que hay que correr en zigzag, regateándole la vida a la mirilla de un fusil siempre invisible. Las ruinas en las que familias enteras intentan fabricar con algún resto de harina algo que se parezca al pan para los niños, convertir unas ramas o la última bombona de gas en algo que se parezca al calor. El túnel de la canalización por el que se huye de Baba Amr cuando el barrio, tras meses de cerco y resistencia, se va desmoronando, se convierte en escombros y cenizas.

El libro sigue el avance inexorable de una guerra civil que alguna vez se llamó Revolución

Sí, ustedes han leído todo esto ya en la prensa cuando ocurrió: en los principales diarios españoles, firmado por estos mismos autores, o algunos otros valientes que se jugaron la vida en Alepo y en Homs. Lo habrán visto en fotografías de otros, de algunos que se dejaron la vida allí. Pero eso no exime de volver a leerlo. Volver a saberlo. Seguir el avance inexorable de una guerra civil que alguna vez se llamó Revolución.

Rompe el alma leerlo, y no es (aunque también) porque los autores observan el desmoronamiento de esa revolución, leyendo sus signos, sin la ceguera de algunos que se hicieron llamar periodistas y agitaban alegremente banderas ‘revolucionarias’ como si fueran las suyas, olvidando que un periodista no tiene más bandera que una hoja en blanco. Espinosa y Prieto cubrieron el conflicto sirio desde sus inicios, desde las primeras tímidas y valientes manifestaciones callejeras, pacíficas, sin dios ni amo, y ven cómo va cambiando. Saben qué está sucediendo cuando el mismo miliciano que hace un año te daba la mano ahora te la retira porque tú eres mujer y él ha empezado a creer en Dios.

La sobriedad ya es más de lo que se pueda desear cuando hay que cruzar una avenida bajo el fuego

La revolución se va pudriendo en Siria, y los dos reporteros son testigos. En la mejor tradición periodística: observan, apuntan, narran. Sin ponerse en primer plano, y sin esconderse. Uno de los retos estilísticos más difíciles en periodismo es cómo contar lo que le pasa a uno mismo: no se debe chupar cámara, pero tampoco se debe fingir que uno era invisible. Espinosa y Prieto lo hacen como se debe hacer: están, pero se funden con el paisaje. Usan la primera persona, dicen yo cuando hay que decir yo, pero no cuentan batallitas. No caen en el espantoso hábito de algunos medios modernos que creen que lo guay es tener a la reportera poniéndose un hiyab y quejándose del calor que hace debajo. Si hace falta ponerse el hiyab, Mónica nos lo dirá (porque eso ayuda a entender cosas) pero del calor no se quejará. Está trabajando, no posando.

Curiosamente, la narración, incluido el yo, funciona con toda fluidez, aunque en ningún momento se aclara quién es en cada caso el yo: Javier o Mónica. Basta un adjetivo en femenino o en masculino alguna vez, justo cuando se necesita saber. Por lo demás, interesa lo que vemos a través de los ojos de ellos. Y así nos lo presentan, sin meterle doble capa de adjetivos a la kapuscinskiana manera. La sobriedad ya es más de lo que algún lector pueda desear cuando hay que cruzar una avenida bajo el fuego del Ejército sirio en un coche en el que aún hay las huellas de la persona que murió en el intento anterior; me ahorro aquí los detalles. Los autores, no.

Sí: el libro se puede leer como una novela de aventuras, si ustedes tienen estómago para hacerlo. Pero además, al terminarlo habrá entendido qué pasó con la revolución siria, lo que llamaron la revolución. El resumen en una frase (toda la primera página) del gran Karl Sharro (Karl ReMarks) es exacto y preciso, pero si lo quiere en versión larga, en 464 páginas, aquí lo tiene.

El yihadismo del Daesh, basado en la inhumana ideología wahabí, no construye. Solo destruye

Porque los reporteros pasan por Raqqa y Deir Ezzor cuando aún no está el Daesh, cuando el islamismo, incluso el islamismo severo, el de Ahrar Sham y la miríade de milicias de nombres más largos que las barbas de sus militantes, es aún una idea política, social, una ideología para estructurar una sociedad, ya muy lejos de los ideales por los que en un lejano marzo de 2011 se levantó un pueblo, pero aún una opción de construir una Siria distinta (teocrática, no democrática). Esto se acabó con la llegada del Daesh y sus manuales de enseñanza, todos impresos en Arabia Saudí, basado en la inhumana ideología wahabí. Su yihadismo no construye. Solo destruye.

Rompe el alma, y no es (aunque también) porque en el último centenar de páginas, Javier Espinosa podrá contar en primera persona cómo es la vida en una celda del Estado Islámico, rodeado de un cuarteto de carceleros a los que llama Los Beatles, digo yo porque hablan inglés de Liverpool. No es coña: estos sicarios de la organización, aficionados al sadismo, a los golpes y patadas sin ton ni son, a las ejecuciones ficticias (se le pone al rehén una espada en el cuello o una pistola cargada en la cabeza, y se dispara sin quitar el seguro) son europeos, aunque de raíces probablemente asiáticos. No son sirios. No forman parte de la sociedad siria, ni de su entramado histórico. Son inasequibles a las razones de los milicianos, las familias, los clanes, la planificación de quienes se levantaron en armas en Siria a favor de un cambio político. Pero son quienes mandan en la organización. Impunes. No son unos matados afiliados a algo que no entienden: son ellos el Estado Islámico.

No es algo que sorprenda: lo dijimos en 2006. «La futura generación de islamistas no saldrá de las universidades, sino de los colegios y, quizás, las guarderías de Europa». Es lo que ha ocurrido y es lo que ha destruido la Revolución, y ha destruido Siria.

Lo que rompe el alma es la última frase del libro. Tendrán que leerlo hasta el final.

·

¿Te ha gustado esta reseña?

Puedes ayudarnos a seguir trabajando

Donación únicaQuiero ser socia



manos