Opinión

La visita

Uri Avnery
Uri Avnery
· 8 minutos

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Gracias a Dios por Oren Hazan.

Sin él, esta hubiese sido una visita sumamente aburrida.

Los ministros del gabinete de Israel estaban en fila bajo el sol abrasador al pie de las escaleras del avión para la recepción oficial del presidente Donald Trump.

Hacía mucho calor, no había sombra, los hombres estaban obligados a llevar trajes oscuros. Simplemente desagradable.

Muchos ministros del gabinete no querían asistir. El primer ministro tuvo que obligarlos con serias amenazas.

Pero mira por dónde, cuando Trump bajó del avión presidencial, había una fila interminable de receptores. No sólo estaban alineados todos los ministros del gabinete, sino también un gran número de infiltrados. Era demasiado tarde para sacarlos de allí.

Un simple diputado, con un don declarado para la vulgaridad, se infiltró en la fila de los ministros

El más destacado entre ellos era Oren Hazan. Un simple nuevo diputado de la Knesset, con un don declarado para la vulgaridad, se infiltró en la fila de los ministros del gabinete. Cuando el presidente Trump se acercó a estrecharle la mano, Hazan sacó su móvil y empezó a hacerse fotos con el presidente, quien, tomado por sorpresa, cooperó dócilmente.

En cuestión de segundos, la foto estaba por todo el mundo y en muchos sitios web. Parece no haber causado gran impresión en los Estados Unidos. Pero Hazan estaba orgulloso. Impulsó su imagen incluso más que el reciente juicio, en el que no se halló ninguna prueba de que él proporcionara prostitutas a los clientes de su casino en Bulgaria.

Es como si alguien se propusiera demostrar mi opinión de la semana pasada: que la actual Knesset estaba llena de “chusma parlamentaria”. Oren Hazan se ajusta perfectamente a esa descripción.

Había dos Donald Trump esta semana. Uno de ellos estaba de gira por Oriente Medio, siendo homenajeado en todas partes. El segundo estaba en Washington, donde le golpearon por todos lados, le denunciaron por incompetencia e incluso le amenazaron con la destitución en un futuro.

Comparado con el telón de fondo de los problemas que tiene en su país, las Noches de Arabia de Trump fueron fantásticas.

Su primera parada fue Arabia Saudí. El reino del desierto mostró su mejor cara. La familia real, compuesta por varios centenares de príncipes (las princesas no cuentan), parecía la realización de todos los sueños secretos de Trump. Se le recibió como un regalo de Dios. Incluso a Melania, recatada y silenciosa como siempre, se le permitió estar presente (y eso en un reino en el que no se permite a las mujeres conducir un coche).

El regalo para Trump fue un acuerdo de armamento por valor de 110.000 millones

Como de costumbre entre los potentados orientales, se intercambiaron regalos. El regalo para Trump fue un acuerdo de armamento por valor de 110.000 millones que proporcionará puestos de trabajos a multitud de trabajadores estadounidenses, así como inversiones en empresas estadounidenses.

Tras su corta estancia, incluyendo una reunión con un gran grupo de gobernantes árabes, Trump se fue con un entusiasmo tremendo por todo lo árabe.

Tras dos horas de vuelo, se encontraba en un mundo completamente diferente: Israel.

Arabia Saudí e Israel no tienen una frontera común. Aunque en un punto – en el golfo de Áqaba – sólo unas pocas millas de territorio jordano los separan, los dos Estados bien podrían existir también en diferentes planetas.

Contrario a la aventura del reino del desierto, donde se aprecia a los halcones de caza, se admira a los caballos y se mantiene a las mujeres a puerta cerrada, Israel es un lugar muy prosaico. Trump pronto aprendió cuán prosaico es.

Antes de la ceremonia en el aeropuerto, el primer ministro Binyamin Netanyahu tuvo dificultades para convencer a su gabinete de que asistiera al aeropuerto. Hacía un calor sofocante, el aeropuerto Ben Gurión es un lugar especialmente caluroso y llevar un traje oscuro y pesado es una pesadilla para los israelíes.

Pero al final, el honor de asistir fue abrumador. No sólo asistieron todos los ministros del gabinete sino que un buen número de parlamentarios ordinarios (en ambos sentidos) y similares se infiltraron en la línea de recepción, la cual le debió de haber parecido interminable al estimado invitado. Hazan era sólo uno de muchos, aunque el más original.

No sólo querían estrecharse la mano. Cada uno de ellos tenía algo muy importante que comunicar. Así que el pobre Donald tuvo que escuchar educadamente a cada uno de ellos recitar sus históricas reflexiones, principalmente acerca de la santidad de la eterna Jerusalén.

El ministro de Policía tenía una noticia urgente para Trump: se acababa de cometer un ataque terrorista en Tel Aviv. Después se supo que había sido un accidente de tráfico normal. Bueno, un ministro de Policía no puede estar siempre bien informado.
(Mi humilde consejo: en días calurosos como esos, por favor levantad una carpa con aire acondicionado en el aeropuerto).

Una palabra sobre las damas.

Supongo que en su contrato matrimonial, Melania Trump se comprometió a ser elegante y silenciosa en tales ocasiones. Algo como: luce hermosa y cállate.

Así que mantiene un perfil distante, esbelto e imponente ante las cámaras.

Sarah Netanyahu es justo lo contrario. No es tan elegante como Melania y definitivamente no se calla. Al contrario, no para de hablar. Parece tener el deseo compulsivo de ser el centro de atención en cada lugar.

Los oficiales coloniales vinieron, conocieron a judíos y árabes y se enamoraron de los árabes

Cuando un micrófono consiguió captar un fragmento de su cháchara, era sobre pintar las paredes de la residencia oficial en previsión de la visita. No muy intelectual.

No creo que sea aconsejable para Sarah ponerse al lado de una reina de belleza internacional como Melania. (Es solo una opinión).

Todo me recordó un libro que leí hace mucho tiempo. El primer oficial de distrito colonial británico en Jerusalén, hace casi cien años, escribió sus memorias.

Los británicos entraron a Palestina y pronto emitieron la Declaración Balfour, la cual prometía a los judíos un hogar nacional en el país. Incluso si la Declaración era un pretexto para que el imperio británico conquistara Palestina, los británicos estaban realmente impregnados de amor por este país. También eran muy amables con los judíos.
No por mucho tiempo. Los oficiales coloniales vinieron, conocieron a judíos y árabes y se enamoraron de los árabes. Alojar a los invitados es parte de la cultura árabe, una antigua tradición. Los británicos amaban la aristocracia árabe.

Estaban mucho menos enamorados de los funcionarios sionistas, principalmente de los de Europa del Este, que nunca paraban de exigir y quejarse. Hablaban mucho. Discutían. Sin caballos bonitos. Sin halcones. Sin modales nobles.

Hacia el final del mandato británico, muy pocos administradores británicos eran apasionados de los judíos.

En cuanto al contenido político de la visita de Trump, fue un concurso de mentiras. Trump es un buen mentiroso. Pero no puede competir con Netanyahu.

Trump habló sin cesar sobre la paz. Siendo un completo ignorante de estos asuntos, incluso puede haberlo dicho en serio. Al menos volvió a poner la palabra sobre la mesa después de que los israelíes de casi todos los ámbitos la hubiesen borrado de su vocabulario. Los israelíes, incluso los pacifistas, prefieren ahora hablar de “separación” (que, a mi juicio, se opone al espíritu de paz).

Netanyahu ama la paz, pero hay cosas que ama más: la anexión, por ejemplo. Y los asentamientos.

Netanyahu ama la paz, pero hay cosas que ama más: la anexión y los asentamientos

En uno de sus discursos, se escondía una frase que, al parecer, nadie advirtió excepto yo. Dijo que la “seguridad” en el país – refiriéndose al derecho de usar la fuerza armada desde el mar Mediterráneo hasta el río Jordán – estaría exclusivamente en manos de Israel. Esto, en palabras simples, significa una ocupación eterna, reduciendo la entidad palestina a algún tipo de bantustán.

Trump no pareció darse cuenta. ¿Qué otra cosa se podía esperar de él?

Paz no es solo una palabra. Es una situación política. A veces es también un estado mental.

Trump vino a Israel con la sensación de que los príncipes saudíes acababan de ofrecerle un acuerdo: Israel liberará a Palestina, los árabes suníes y los israelíes se convertirán en una feliz familia, hasta que luchen juntos contra el viejo y cruel Irán chií. Maravilloso.

Solo que Natanyahu no sueña con liberar a Palestina. Realmente no le importa un bledo el lejano Irán. Quiere mantener bajo control a Jerusalén Este, Cisjordania e, indirectamente, la Franja de Gaza.

Así que Trump volvió a casa, feliz y satisfecho. Y en pocos días, todo esto se habrá olvidado.

Y nosotros tendremos que solucionar nuestros problemas nosotros mismos.

 

© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 20 Mayo 2017 | Traducción del inglés: Miriam Reinoso

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