Opinión

¿Quién teme a la bomba iraní?

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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Detesto las obviedades.

A veces los ideales son obviedades. Las declaraciones políticas nunca. Cuando oigo una obviedad política, la pongo en tela de juicio inmediatamente.

En la actualidad la mayor obviedad política tiene que ver con Irán. Irán es nuestro enemigo mortal. Irán quiere destruirnos. Debemos adelantarnos y destruir su capacidad militar.

Dado que se trata de una obviedad, el acuerdo antinuclear alcanzado por Irán y cinco miembros del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania es nefasto. Simplemente nefasto. Hace años que debíamos haber ordenado a los americanos que borraran Irán del mapa a bombazos. En el improbable caso de que nos hubieran desobedecido, tendríamos que habernos ocupado nosotros mismos del asunto a base de bombas nucleares antes de que los fanáticos y dementes líderes iraníes tuvieran la oportunidad de aniquilarnos a nosotros.

Todas estas afirmaciones son obviedades. Sin embargo, desde mi punto de vista no son más que absolutos disparates. No hay nada de obvio en ellas. No tienen la más mínima base lógica. Carecen absolutamente de cualquier fundamento geopolítico, histórico o fáctico.

Napoleón dijo que para entender el comportamiento de un país solo hay que observar un mapa.

Irán fue hasta hace poco el país más proisraelí de Oriente Medio

La geografía es más relevante que la ideología, por muy fanática que esta sea. Las ideologías cambian con el tiempo. La geografía no. El país más ideológicamente fanatizado del siglo XX fue la Unión Soviética. La URSS abominaba de su predecesora, la Rusia zarista. También habría abominado de su sucesora, la Rusia de Putin. Pero hete aquí que los zares, Stalin y Putin llevan a cabo más o menos la misma política exterior. Marx estará revolviéndose en su tumba.

Persia era ya un país civilizado cuando nació el Israel bíblico. El rey Ciro de Persia envió a los “judíos” a Jerusalén y fundó lo que podría llamarse el “pueblo judío”. La historia hebrea lo tiene por un gran benefactor.

Cuando en 1948 se fundó el Estado de Israel, David Ben Gurión vio en Irán a un aliado natural. Por muy raro que parezca hoy en día, Irán fue hasta hace poco el país más proisraelí de Oriente Medio.

Ben Gurión era un realista puro y duro. Dado que no tenía la más mínima intención de firmar la paz con los árabes, paz que habría evitado que el pequeño Estado de Israel original se expandiera sin control, se dedicó a buscar aliados fuera del mundo árabe.
Miró el mapa (sí, también él creía en los mapas) y se dio cuenta de que los países árabes musulmanes estaban rodeados de una serie de potencias no árabes o no musulmanas. Estaban los cristianos maronitas del Líbano, árabes pero no musulmanes, los kurdos, musulmanes pero no árabes, Irán y Turquía, musulmanes pero no árabes, y Etiopía, ni árabes ni musulmanes, etc.

Ante esta situación, a Ben Gurión se le ocurrió un plan magistral: una “alianza de la periferia” compuesta por todos esos países que rodeaban al mundo árabe y se sentían amenazados por el pujante nacionalismo panárabe de Gamal Abdel Nasser y otros países musulmanes suníes.

Uno de los mayores entusiastas de la idea fue el shah de Irán, que se convirtió en el más ardiente aliado de Israel.

Oficiales israelíes adiestraban a la policía secreta del shah iraní y a los peshmerga en Irak

El “rey de reyes” fue un dictador brutal, odiado por la mayor parte de su pueblo. Sin embargo, Irán se convirtió en el segundo hogar de muchos israelíes. Teherán era una especie de meca de los hombres de negocios israelíes, algunos de los cuales se hicieron muy ricos. Los expertos del Servicio General de Seguridad israelí, el Shabak en sus siglas hebreas, adiestraban a la temible policía secreta del shah, el Savak.

Oficiales de alto rango del Ejército israelí viajaban al Kurdistán iraquí a través de Irán para entrenar a los peshmerga kurdos, que ya por entonces se enfrentaban al régimen de Saddam Hussein. Al shah, por supuesto, ni se le pasaba por la mente conceder libertad a su propia minoría kurda.

El idilio tuvo un abrupto fin cuando para conservar el trono, el shah llegó a un acuerdo con Saddam Hussein. No le sirvió de nada. Los clérigos chiíes radicales, que gozaban de gran apoyo popular, acabaron por derrocarlo y establecieron la República Islámica chií. Israel quedó fuera de juego.

Por cierto, otro de los “aliados periféricos” también se separó del grupo. En 1954 Ben Gurión y Moshe Dayan, su jefe de Estado Mayor, urdieron un plan para invadir Líbano e instaurar a un dictador maronita favorable a Israel. Moshe Sharet, el por entonces primer ministro israelí, gran conocedor del mundo árabe, rechazó semejante aventura por considerarla una idiotez. Treinta años más tarde, Ariel Sharon, otro necio, la pondría en práctica con catastróficos resultados.

El Ejército israelí invadió en Líbano en 1982. Colocó en el poder a un dictador maronita, Bashir Gemayel, el cual firmó un acuerdo de paz con Israel y murió en un atentado poco después. La comunidad chií libanesa, asentada en el sur del país, recibió al ejército israelí con los brazos abiertos, convencida de que venía en su ayuda contra los musulmanes suníes y después se retiraría. Fui testigo directo de ello. Viajé en solitario y en un vehículo civil desde Metula, en Israel, hasta Sidón, en la costa libanesa, y atravesé varios pueblos chiíes en los que literalmente me resultó difícil zafarme de los abrazos de la población.

No obstante, cuando los chiíes se dieron cuenta de que los israelíes no tenían intención de marcharse, iniciaron una guerra de guerrillas contra ellos. Así nació Hezbolá, uno de los más eficaces enemigos de Israel y aliado del régimen chií de Irán.

A pesar de todo ello, ¿es el régimen chií iraní un enemigo tan terrible de Israel? Estoy convencido de que no.

Irán-Contra: los ayatolás no tienen reparos en hacer negocios con Israel cuando les conviene

De hecho, cuando el fanatismo religioso del nuevo régimen de Irán estaba en su apogeo, tuvo lugar un curioso fenómeno. Lo llamaron escándalo Irán-Contra. En Washington DC, ciertos conservadores querían armar a la insurgencia derechista en la izquierdista Nicaragua. Las leyes estadounidenses lo prohibían rotundamente, así que recurrieron a Israel. ¿A quién si no?

Entonces Israel vendió armas a los ayatolás iraníes, como lo oyen, y entregó los beneficios a sus amigos de Washington, los cuales los transfirieron ilegalmente a los terroristas de derechas de la Contra nicaragüense.

Moraleja: los ayatolás no tienen reparos en hacer negocios con Israel, el “pequeño Satán”, siempre y cuando convenga a sus objetivos prácticos.

Irán necesitaba aquellas armas porque estaba metido en una guerra con el Iraq de Saddam Hussein. No era la primera. Iraq fue durante siglos el baluarte árabe para contener a Irán. Iraq tiene una considerable población chií, pero los chiíes iraquíes son árabes y nunca han sentido, ni entonces ni ahora, grandes simpatías por sus correligionarios persas de Irán.

Israel prestó ayuda a Irán en aquella guerra porque temía a Saddam Hussein. Por esa misma razón contribuyó a convencer a Estados Unidos de invadir Iraq. La invasión fue un gran éxito. Iraq fue destruido y el histórico baluarte antiiraní desapareció. Así fue cómo Israel ayudó a eliminar el principal obstáculo para la hegemonía iraní en Oriente Medio.

Las “potencias periféricas”, Líbano e Irán, se han convertido en nuestros enemigos

¿Parece una locura? Lo es. Hoy en día el plan de Ben Gurión está patas arriba. Las “potencias periféricas”, Líbano e Irán, con el apoyo de Turquía, se han convertido en nuestros enemigos mortales mientras que el bloque suní, formado por Arabia Saudí, los estados del Golfo y Egipto, son aliados nuestros, ya sea declarados o medio en secreto.

Llegados a este punto, oigo los gritos del lector impaciente: “Corta el rollo. ¿Qué hay del peligro nuclear? ¿Qué pasa si los ayatolás locos consiguen bombas nucleares y nos aniquilan?

Por mi parte, no siento el más mínimo temor. No me quita el sueño ni siquiera que Irán obtenga armamento nuclear.

¿Cómo es posible, por el amor de Dios, o de Alá? Pues porque Israel está muy bien provisto de armas nucleares y tiene capacidad de respuesta inmediata.

Un ataque nuclear iraní a Israel supondría la aniquilación de Irán, de su cultura varias veces milenaria, de su orgulloso legado de filósofos, artistas, poetas y científicos. Recordemos que el mismo vocablo “algoritmo” procede del nombre del matemático persa Al-Juarismi.

Puede que los actuales líderes iraníes sean unos fanáticos, pero no son unos suicidas. No hay una sola señal que apunte en esa dirección. Al contrario, parecen personas de lo más pragmático.

Irán pretende ser la fuerza dominante del mundo musulmán y para ello arremete contra Israel

¿Por qué, entonces, tanto clamor contra Israel? Porque pretenden convertirse en la fuerza dominante en el mundo musulmán y para ello, oponerse ferozmente a Israel es la manera obvia. Mientras Israel no firme la paz con los palestinos, las masas árabes y musulmanas del mundo no cejarán en su odio a Israel. Los actuales líderes iraníes son muy diestros a la hora de maldecir al pequeño Satán.

Dicen los expertos que en los últimos años el islam está perdiendo fuerza como elemento de cohesión en Irán en favor del nacionalismo. El culto a Ciro, 1200 años anterior a Mahoma, está ganando terreno.

Desde la invención de la bomba nuclear, jamás ha sido atacado un país que la poseyera. Atacar a una potencia nuclear es sencillamente un suicidio. Ni siquiera los poderosos Estados Unidos, el gran Satán de los iraníes, se atreven con la pequeña Corea del Norte, cuyos esfuerzos por hacerse con armamento nuclear son absolutamente comprensibles.

Por lo tanto, no pienso perder el sueño ni siquiera si Irán se convierte en una potencia nuclear. Bueno, quizá duerma con un ojo abierto.

 

© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 4 Nov 2017 | Traducción del inglés: Jacinto Pariente.

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